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A propósito del artículo Venezuela y la batalla internacional de la Revolución Bolivariana, del compañero Nestor Kohan

Fuentes: Madres de Plaza de Mayo

Recibimos con gran alegría artículos como los del compañero Nestor Kohan que ensanchan el campo de apoyo a la revolución bolivariana de Venezuela, involucrando a sectores de gran importancia para el desenvolvimiento de la situación planteada en nuestro continente, desde la decisión de «Ganar consenso, corazones y mentes, razones y sentimientos, rodeando al proceso bolivariano […]

Recibimos con gran alegría artículos como los del compañero Nestor Kohan que ensanchan el campo de apoyo a la revolución bolivariana de Venezuela, involucrando a sectores de gran importancia para el desenvolvimiento de la situación planteada en nuestro continente, desde la decisión de «Ganar consenso, corazones y mentes, razones y sentimientos, rodeando al proceso bolivariano de la mayor solidaridad internacional posible constituye una de las tareas antiimperialistas más urgentes de nuestro tiempo». Y a esa alegría inicial queremos incorporar nuestro análisis sobre determinados aspectos de sus planteamientos.

Coincidimos desde hace muchos años con la reciente caracterización de Kohan: «La Revolución Bolivariana, encabezada en Venezuela por el presidente Hugo Chávez, constituye una de las trincheras fundamentales de esa implacable guerra cultural en la que estamos todos involucrados, lo sepamos o no». Y también compartimos su caracterización sobre que «es evidente. En Venezuela se está jugando una pulseada internacional».

Correctamente analiza que «a la hora de sumar apoyos internacionales, la Revolución Bolivariana no ha alcanzado todo lo que todavía puede ganar» y se pregunta «¿Por qué Chávez no ha logrado todo el apoyo que su proyecto se merece?», para contestarse que en el caso de la intelectualidad progresista y de izquierda no lo ha logrado «porque su presidente es de origen militar. ¿Acaso los militares no han sido en la historia de en nuestro continente asesinos, golpistas, autoritarios y genocidas? ¿Chávez será distinto?. Esas dudas, que aún subsisten en torno a Venezuela, no son caprichosas. Tampoco son producto de «una izquierda que nunca entiende nada y vive al margen del pueblo», como sugieren algunos apresurados nacionalistas que se espantan cuando ven una tela roja en las manifestaciones populares».

Es evidente que aquí comienzan los problemas. Doble jugada: Por un lado atacar preventivamente a los «nacionalistas apresurados» que apoyan a Chávez desde hace tiempo, y por otro justificar el tardío o inexistente apoyo de una buena parte de aquel fenómemo llamado «intelectualidad progresista» a uno de los procesos más interesantes de la historia latinoamericana reciente.

Para comenzar, si es necesario hablar de espantos, el primero a contabilizar, como el mismo Kohan lo explicita, es el de esos intelectuales cuando ven la figura de un militar erigido en síntesis y símbolo de las aspiraciones populares. Pero claro, eso tiene una explicación; «El imperialismo norteamericano y sus aparatos de inteligencia, a través de sus medios de incomunicación y fundaciones, cabalga sobre esa desconfianza inicial y ha hecho todo lo que tiene a su alcance para dividir, sembrar dudas e inocular un muro de sospechas en torno a Chávez». «Es lógico y racional, entonces, que cuando emerge una personalidad política como Chávez, proveniente del seno militar, el campo de la izquierda y progresista mantenga inicialmente distancia o cautela. No es una locura. Tiene una razón históricaŠ» Lo que aparentemente no tiene una razón histórica es que algunos intelectuales, profundos conocedores del metodo marxista, lleguen más tarde que las masas a la caracterización de un proceso histórico como el chavismo.

Es cierto que como dice Kohan: «A lo largo de todo el siglo XX (e incluso desde fines del siglo XIX) la inmensa mayoría de las Fuerzas Armadas del continente americano han sido el brazo armado de las clases dominantes, locales y principalmente extranjeras. Han asesinado hasta el hartazgo. Han fusilado con alegría y entusiasmo. Barrieron con pueblos originarios, con trabajadores urbanos, con campesinos empobrecidos, con estudiantes rebeldes, con curas comprometidos. Sus pesadas medallas no pueden ocultar ante la historia el papel que han jugado: verdugos de sus propios pueblos». Pero no por ello, deja de ser menos cierto que en ese mismo período histórico algunos de los movimientos sociales y políticos más trascendentes del continente tuvieron la participación protagónica de militares como Lazaro Cárdenas en México, Velazco Alvarado en Perú, Omar Torrijos en Panamá, Savio, Mosconi y Perón en Argentina, Juan José Torres en Bolivia, Prestes en Brasil, etc.

Particularizando, en la historia venezolana la composición social y la permanente prédica de sectores revolucionarios dentro de las fuerzas armadas (el General bolivariano Carlos Martinez Mendoza nos relataba en una oportunidad que era tradición en las familias marxistas sumar a uno de sus hijos a las filas del ejército) dieron como resultado, por ejemplo, jornadas como el Carupanazo o el Porteñazo (1962) donde unidades militares se insurreccionaron desde una perspectiva de izquierda acompañadas por partidos marxistas. Esto sin contar la génesis del Ejército Bolivariano 200 del actual mandatario.

Tomando el análisis del compañero Kohan y aplicándolo al rol jugado por los intelectuales y organizaciones de izquierda en el continente en el mismo período, podremos contemplar comportamientos heroícos junto a profundos errores y dolorosas defecciones. Es decir, que a su pregunta retórica sobre si «¿Se entienden entonces las razones de la desconfianza que mucha gente de izquierda sintió cuando vio a un militar como Hugo Chávez al frente del proceso bolivariano?». Nos contestamos que no, pues la triple encrucijada del análisis de la historia de Nuestra América (y de las formas que asume la lucha de clases y sus contradicciones en el continente), sumado al del particular proceso histórico venezolano, junto «a la propia tradición teórica del marxismo en este rubro», que el mismo Kohan menciona, debería ser suficientes para brindarnos las coordenadas que nos permitan situar al proceso dirigido por comandante Hugo Chávez en el campo antiimperialista y de transformación social desde el primer momento. Esto si nos abstenemos, claro, de «oponer el nacionalismo radical y antiimperialistaŠ contra el socialismo marxista, edificando entre ambos una falsa dicotomía excluyente» por conveniencias políticas, porque no seremos nosotros los que desmintamos que «es cierto que el nacionalismo radical y antiimperialista no es incompatible con el socialismo y -allí está la historia de la Revolución Cubana para demostrarlo-«.

Pero para el compañero: «también es verdad que el apoyo a la Revolución Bolivariana no implica tener que subordinarse automáticamente a gobiernos como el encabezado en Argentina por Néstor Kirchner, quien a pesar de recurrir a una retórica política nacionalista, ha mantenido a rajatabla a un ministro de economía típico de la ortodoxia neoliberal, festejado por todo el empresariado».

Particularmente, he leído desde los años 1999 hasta no hace mucho tiempo, opiniones similares dirigidas contra Chavéz por muchos de sus actuales simpatizantes (refiriéndose al pago de la deuda externa, a su supuesto «autoritarismo», a la falta de resolución de los problemas concretos de los sectores populares, a su nacionalismo burgués, etc, etc). Pero antes de seguir, quiero coincidir con Kohan sobre que ninguna organización que se pretenda marxista debe «subordinarse automaticamente» a nadie, repitiendo el ejemplo de las «mejores» épocas del socialismo real.

Para apoyar a gobiernos como el de Nestor Kirchner, no debe ser suficiente la visión de quien «ha dado muestras contundentes -jugándose su propia vida- de querer avanzar en un proceso de profundización de las medidas sociales radicales»: es decir del Hugo Chávez que expresara: «el pueblo argentino resucitó de entre los muertos. Porque no basta que haya un grupo de personas habitando un territorio para que haya un pueblo. Hace falta una identidad, un sueño, un pasado, una bandera común, por eso me siento feliz de estar viendo aquí al pueblo argentino resucitado. Siempre el pueblo resucitado, vivo, combatiendo, es imprescindible para los grandes cambios históricos. No ocurren ni pequeños cambios si hay un pueblo, pero también hace falta el líder, aquí está» señalando a Néstor Kirchner.

No, eso debe ser una opinión orientadora, como las vertidas en el mismo sentido por el comandante Fidel Castro, pero la caracterización de un gobierno que nos lleve a darle nuestro apoyo debe partir de un ajustado análisis de la estructura económica, social y cultural del país, una interpretación de su proceso histórico junto a una lectura de la realidad internacional que permita calibrar las posibilidades, alternativas y limitaciones que tal situación impone a los proyectos populares. Este análisis concreto de la situación concreta, cotejando las reales correlaciones de fuerzas, debe permitirnos elaborar una estrategia de poder y las formas organizativas que se ajusten a la misma. La historia de nuestro país tiene en sus distintas etapas sobrados ejemplos de las consecuencias que acarrea equivocar el enemigo principal de los pueblos.

Coincidimos nuevamente con Kohan en que «En el caso venezolano, vuelve a plantarse el dilema histórico de nuestra América. O avanzar hacia un proceso de profundización de las medidas sociales radicales o retroceder y caer derrotados sin gloria pero con mucha penaŠ». Pero esa acertada caracterización pasa por alto una cuestión a nuestro juicio determinante y que una buena parte de los intelectuales de izquierda desestimaron, en el caso venezolano, allá por el fin del siglo XX; ¿Con qué identidad y bajo qué proyecto de país se inicia un proceso de acumulación que hoy nos permite plantear su profundización?. En su momento muchos sectores de izquierda descreyeron de apoyar a este militar, «burgués» y nacionalista con un proyecto no socialista, de independencia, justicia social, democracia participativa e integración soberana, que «ha abierto una nueva brecha en la dominación continental». Después de todo parece que aunque coincidamos en la necesidad de evitar edificar una falsa dicotomía excluyente entre nacionalismo antiimperialista y socialismo marxista, en los hechos no es una cuestión tan sencillaŠ

Y es que la historia latinoamericana sigue demostrando la vigencia de un determinado marco de alianzas de clase para enfrentar al imperialismo y al capital monopólico desde un proyecto antiimperialista que busque la liberación nacional, para lo que, en algún momento del desarrollo de la lucha de clases, deberá radicalizar el proceso hacia formas de organización social y propiedad, sostenidas por un poder popular revolucionario.

Insisto: Lo que enseña la historia de la revolución cubana no está en el final (eso lo enseñan todas las revoluciones nacionales que no se profundizaron) sino al principio: en la necesidad de conformar una alianza de todos los agredidos por el enemigo principal, que tenga una identidad que refleje la historia de lucha de esa sociedad y que ponga en el centro de la escena la contradicción imperio o nación. Por supuesto que todo proceso que busca la liberación nacional terminará tarde o temprano en la social. Pero flaco favor le hacen al proceso venezolano los nuevos «amigos» que recomiendan y sugieren suplantar las correlaciones de fuerzas y las alternativas políticas por los principios abstractos. Ese no parece ser el mejor camino para profundizar un proceso transformador que derive en alternativas políticas como las de este 15 de Agosto en Venezuela, donde todo un pueblo, organizado, con la identidad y el liderazgo que le da el hilo conductor de su historia, se apresta a seguir avanzando en el camino de la liberación nacional y social. Este 15/8 seguramente festejaremos juntos con muchos compañero, pero también deberíamos reflexionar sobre como el apoyo a la revolución bolivariana se articula con una visión coherente para la realidad de nuestro país.

* Coordinador de las Cátedra Bolivarianas de la Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo. Coordinador del Congreso Bolivariano de los Pueblos – Capítulo argentino.