El portal Wikileaks y su promotor, el polémico Julian Assange, acaban de ser nominados candidatos al Premio Nobel de la Paz 2011, según informó la agencia de noticias noruega NTB. La candidatura de Wikileaks fue presentada oficialmente ante el Comité Nobel en Oslo por el parlamentario noruego Snorre Valen. El diputado socialista argumentó que Wikileaks […]
El portal Wikileaks y su promotor, el polémico Julian Assange, acaban de ser nominados candidatos al Premio Nobel de la Paz 2011, según informó la agencia de noticias noruega NTB. La candidatura de Wikileaks fue presentada oficialmente ante el Comité Nobel en Oslo por el parlamentario noruego Snorre Valen. El diputado socialista argumentó que Wikileaks es «una de las contribuciones más importantes de este siglo a la libertad de expresión y la transparencia». En octubre se conocerá cuál es la decisión final respecto al premio.
Sin dudas que, hoy por hoy y tal como se ha ido construyendo este mecanismo del Nobel de la Paz, todo el montaje parece más un espectáculo deportivo o la elección de una reina de belleza (fabulosos distractores de baja calidad) que un evento que nos aporte claridad. Hay problemas mucho más acuciantes que este nuevo show que año tras año nos mantiene a la espera de saber quién lo ganará (¿se harán apuestas al respecto? No sería de extrañar, por cierto…) Pero si bien esto es un detalle más, pequeño y pasajero, en la convulsionada vida de una sociedad planetaria que se debate entre el hiper consumismo depredador de unos pocos y el hambre de muchos, entre la posibilidad de una guerra termonuclear que acabe con el planeta, entre problemas mucho más complejos y sin soluciones a la vista, de todos modos me quiero permitir robarnos un instante para abrir algunas preguntas en torno a todo esto: ¿se puede premiar a los que trabajan por la paz? Esto abre una pregunta muy difícil cuando no imposible de responder: ¿quiénes trabajan verdaderamente por la paz?
En octubre de cada año asistimos a esta ceremonia ritual del otorgamiento de los Premios Nobel. Se puede discutir interminablemente sobre si ese tipo de galardones es positivo o no, sobre la medida en que fomentan el avance de las asignaturas premiadas; se puede debatir respecto al progreso que generan en términos sociales. Sin embargo queda la duda en cuánto a qué significa otorgar un premio en el campo del «trabajo por la paz».
Seguramente las disciplinas científicas, o la literatura, que se premian con estas preseas, aportan con claridad productos que benefician, directa o indirectamente, a todos los habitantes del planeta. Un galardón a sus creadores es una forma de reconocimiento social a su obra. No es lo mismo lo que se premia con el Nobel de la Paz. ¿Qué se premia en ese caso? Los romanos decían: «si quieres la paz, prepárate para la guerra». Un par de milenios después de su formulación, la máxima no parece haber perdido vigencia. ¿Qué se premia con un galardón de esa naturaleza? Los premiados, ¿qué aportan en esa preparación? O más aún, como cuestión más de fondo: ¿cómo nos podemos preparar efectivamente para la paz?
Su otorgamiento es un gesto político, un mensaje, un acto con profunda significación social-cultural. Es, como tantos ritos de cualquier cultura humana, un mecanismo que dice más por lo que comunica en tanto símbolo que por su valor pragmático. ¿Cómo premiar la construcción de la paz? Muchos de los premiados -y más aún los nominados que nunca llegaron a obtenerlo: el presidente estadounidense Ronald Reagan, por ejemplo- fueron la antítesis más consumada de la «construcción de la paz». ¿Estamos locos, están locos los que otorgan el premio, o hay agendas más allá de lo declarado con todo este montaje?
Esto nos lleva entonces a preguntarnos: ¿es lícito otorgar este reconocimiento a un funcionario de alto nivel de los Estados Unidos de América? Quizá la pregunta sea bizantina, considerando que hay tantas cosas infinitamente más importantes que responder. Pero, al menos, vale la pena hacer ver que la civilización occidental produce tantas cosas geniales como estupideces, ni más ni menos que cualquier cultura. Y que el tema de la paz, que va de la mano de los derechos humanos (invención occidental, por cierto), hace más agua que el Titanic.
¿Es, entonces, una estupidez el Premio Nobel de la Paz? Por lo pronto, con él no se premia un esfuerzo creativo como el de un inventor, un descubridor, un estudioso creador. Se consuma, por el contrario, un símbolo con connotaciones políticas, independientemente de la calidad del producto generado por quien lo ejecuta. En realidad, el producto en cuestión es una acción política, muy diversa por cierto una de otra: ser disidente del bloque socialista, alzar la voz en favor de los derechos humanos (los civiles, los llamados de «primera generación», pues de los económico-sociales no se habla), representar organizaciones pretendidamente neutras y apolíticas (las Naciones Unidas, o Médicos Sin Fronteras, por ejemplo, galardonadas en su momento). Pero, ¿es posible la neutralidad si hablamos de la paz, y consecuentemente de su contrario: la guerra, la violencia?
¿Se ha visto alguna vez que se premie a un sindicalista?, -fuera de Lech Walesa, claro, a quien se premió más por su aporte a la caída del Muro de Berlín que por otra cosa, algo así como la canonización de su «socio» Juan Pablo II, el otro artífice de tal caída-. ¿Cómo entender el trabajo por la paz: la pía devoción de santos misioneros como la Madre Teresa o Albert Schweitzer? ¿La resistencia activa de una líder indígena como Rigoberta Menchú?
Insisto: ¿presidentes o funcionarios del gobierno de Estados Unidos, que representan el más ominoso poder militar que haya conocido la historia: Theodore Roosevelt (1906), Woodrow Wilson (presidente durante la Primera Guerra Mundial), George Marshall (general de ejército, autor del plan que lleva su nombre para reconstruir la destruida Europa post Segunda Guerra Mundial y para impedir el avance del socialismo soviético en el Viejo Continente), Henry Kissinger (Secretario de Estado y co-autor de los nefastos documentos de Santa Fe, ligado a cuanto golpe militar hubo en Latinoamérica durante varias décadas), Barack Obama -¿los negros al poder?- (quien continuó con las guerras de ocupación en Irak y Afganistán), pueden merecer figurar entre los que han aportado a la paz mundial, o eso es una ofensa a la inteligencia? ¿Se debe considerar la neutralidad como un aporte a la paz (el de las organizaciones humanitarias) o, como se ha dicho en tantas ocasiones: «quien calla otorga»? Incluso, se ha conferido el premio a personas vinculadas orgánicamente a movimientos armados revolucionarios -claro que por su posición de símbolos contestatarios-. ¿Cómo entender la paz entonces? Kissinger, que formó a los talibanes afganos por ejemplo, artífices de la derrota soviética en Afganistán, ¿por qué tiene un Nobel de la Paz?
Obviamente que entre todas las personas u organizaciones que a la fecha han recibido el galardón, hay de todo un poco: ninguna es tonta por cierto, y de alguna manera todas han dejado una impronta en la historia del siglo XX y del que ya va corriendo (seguramente más coyuntural, distinta a la que podrán dejar los acreedores a otros tipos de Nobel, cuya obra sin dudas es una legado suprahistórico: una formulación científica o artística, por ejemplo, que trasciende el momento puntual). La interrogación que pretendemos abrir ahora va más en el sentido del significado de este rito europeo.
¿Por qué, ante esta suerte de parodia ritualizada, no proponer un Premio Nobel a la lucha contra la Injusticia?
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.