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A Ricardo Lagos, el bueno, el que mató la dictadura

Fuentes: Rebelión

Es imperativo entonces partir por reconocer y honrar de manera permanente a todas las víctimas de la dictadura, sin importar origen o militancia, porque detrás de cada una vamos a encontrar seguramente las mismas historias de entrega, compromiso social y sacrificio.

por Ricardo Lagos Paredes (su hijo)

Nos convoca un nuevo homenaje a la Dirección Clandestina del Partido Socialista, cuando se cumplen los cincuenta años del golpe de Estado.

Y creo que aludir a cifras frente a uno de los mayores quiebres institucionales de nuestra historia y de tantas vidas no cobra ningún sentido cuando la dictadura militar se encargó de arrebatarnos a un padre, un hermano, un abuelo o una madre y de la peor forma, en lugares como este, concebidos para el exterminio. Hoy al menos, este espacio nos acoge para una necesaria reflexión y reflotar la memoria.

Me explico. Esas pérdidas, ese vacío, con todas sus consecuencias, habita lejos de las frías cifras con las que algunos todavía insisten al conmemorar un nuevo aniversario del Golpe de Estado y reconocer a sus víctimas: nuestros seres queridos.

Algunos creen que debemos conformarnos con algún veredicto ocasional de la justicia o agradecer iniciativas como el «Plan Nacional de Búsqueda”, que pretende dar respuesta a nuestra eterna pregunta: “¿Dónde están?”

Otros, legítimamente podrán validar iniciativas como esta. En lo personal, no creo que la cuestión se reduzca a un mero análisis y conteo de víctimas. En dicho Plan las víctimas de desaparición forzada siguen siendo señaladas como “restos” o “cuerpos” que hay que buscar y encontrar, sin aludir a identidad alguna.

Considero aberrante que primen desde el Estado chileno y, peor, desde el actual gobierno, conceptos como estos para referirse a esos miles de chilenas y chilenos que fueron víctimas de un plan de exterminio sistemático.

Eso no hace más que despolitizar y seguir deshumanizando a nuestros familiares asesinados y, de paso, a quienes les sobrevivieron: chilenas y chilenos a quienes se les ha ido la vida exigiendo verdad y justicia.

Los verdaderos actos de reparación y reconocimiento a nuestros caídos, en este caso los miembros de la Dirección Clandestina del PS, están presentes en actos como este, donde florece el interés honesto de quienes mantienen muy vigentes todavía los principios humanistas que guiaron a nuestros caídos.

Honramos en este lugar aquellos como mi padre, a cada una de sus compañeras y compañeros de ruta que fueron capaces de entregarse por entero a un proyecto político que buscaba construir un país más digno, con mayor justicia social, a costa incluso de sus propias vidas.

A estas alturas no pretendo encontrar una osamenta o un cuerpo. Esto, -discúlpenme- es tan irreal como absurdo. Ningún victimario nos dirá jamás que hicieron con ellos, ni a dónde arrojaron sus restos. No está en la naturaleza de alguna institución armada, ni de sus cómplices civiles. Ya se burlaron una vez mas de nosotros con aquel Informe emanado de la Mesa de Diálogo, el año 2001. Supongo entonces que a estas alturas algo habremos aprendido de historia.

Mi motivación, al menos, es encontrar a Ricardo Lagos Salinas, mi padre, desde otra dimensión: conocer al hombre; el padre, el esposo, el amigo. A esa persona que, a pocos días del golpe, la dictadura le arrebató a sangre y fuego lo más preciado: su familia; su padre, el entonces alcalde de Chillán, Ricardo Lagos Reyes, junto a su esposa embarazada de 6 meses, Sonia Ojeda y a su hermano, Carlos Lagos Salinas.

Bajo esa tremenda carga emocional y ese inmenso dolor, le asistió una profunda convicción de seguir adelante en la lucha junto a un valeroso grupo de militantes a quienes guiaban los mismos principios.

Llegar a comprender qué hay detrás de un gesto colectivo tan noble, sumado al contundente análisis político que aborda la dirigencia clandestina del Partido Socialista, no exenta de una reflexión autocrítica a la conducción de la UP, es una lección vital que dejan a todos quienes ven necesario enfrentar con algo de madurez ideológica tiempos políticamente confusos, donde campean las peores expresiones del oportunismo político, y vuelven a erigirse los principios del pinochetismo.

Por eso me resisto a seguir conmemorando fechas y seguir sumando números, porque creo que existe una dimensión más relevante si pretendemos de verdad no volver repetir este oscuro episodio de nuestra historia. Es imperativo entonces partir por reconocer y honrar de manera permanente a todas las víctimas de la dictadura, sin importar origen o militancia, porque detrás de cada una vamos a encontrar seguramente las mismas historias de entrega, compromiso social y sacrificio. Ese es el mejor homenaje que podemos hacerle hoy a nuestras compañeras y compañeros caídos y a todos quienes aún creen que es posible luchar por un país más justo.

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