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A través de sus letras

Fuentes: Rebelión

Siempre he creído que la amistad es una de las formas más puras del amor, y aunque como todo ser humano he fallado y he sentido el dolor que aqueja cuando a quien apreciamos nos desilusiona, nada ha cambiado esa opinión sobre el valor de la amistad.

Quizás sea por esa razón que, desde hace un tiempo, me ha interesado la relación entre dos grandes representantes de las letras latinoamericanas: Cristina Peri Rossi y Julio Cortázar. Y, justo ahora, recuerdo que años atrás, revisando la exposición de libros en una feria itinerante en un barrio de la ciudad, descubrí un ejemplar que llamó desde la portada mi atención, donde el título Julio Cortázar y Cris (2014), es acompañado con la imagen sonriente de los dos grandes escritores, revelándonos un marco de complicidad que rompió los estereotipos de aquellos tiempos.

Esa obra, publicada por Cristina Peri Rossi varios años después de la muerte de su amigo, me conmocionó desde las primeras líneas en las que se lee: “No fui al entierro de Julio Cortázar. No estoy en la foto. En las numerosas fotos que se hicieron después de su muerte, una lluviosa mañana de febrero de 1984”. La fuerza de la aseveración y las emociones contenidas en aquellas imágenes literarias, nos hablan del profundo lazo que los unió y del cual dejaron evidencias por las calles de París y Barcelona donde habitaban, entre cartas, poemas, ensayos y artículos periodísticos. Su relación se fundó en la palabra y con ella florece hasta nuestros días, donde podemos admirar su legado acompañado de algo más que sólo recuerdos.

Así como un tiempo atrás descubrí la obra referida, en días pasados, revisando notas sobre el intelectual argentino en viejos periódicos, me saltó a la vista un ensayo intitulado “Los cronopios nunca mueren”, que Peri Rossi publicó en el diario español El País, el 13 de febrero de 1984, un día después de la muerte de Cortázar. En ese bello texto, Cristina reflexiona sobre la figura de su amigo, aludiendo a imágenes sacralizadas para establecer una especie de comparación, cuyo fin no es otro que reconocer el carácter y la integridad de quien fuera además uno de sus críticos más íntimos. En ese sentido, en el penúltimo párrafo se lee: “El secreto de los ángeles no es la longevidad, como los hombres banales suelen suponer, sino la fidelidad. Y el ángel encarnado en Julio Cortázar cumplió su sagrada misión con humildad y entrega. Ser fiel a la literatura es instaurar una ética de lo sagrado, y lo sagrado es la libertad del hombre, la identidad entre el pensamiento y la vida, la ausencia de claudicaciones”.

La autora uruguaya nos habla de un ser cercano, amado y admirado, pero, sobre todo, humano. Las pláticas en cafés, bares y calles llenas de historia, acompañadas de Jazz, literatura y política, forjaron esa relación que influyó en ambos pensadores, revelándose en los temas de sus obras y mediante manifestaciones estéticas que, incluso, no fueron totalmente consientes entre ellos, pero que como suele acontecer, el impacto en las vidas compartidas termina marcando de manera importante a quienes forman la amistad.

Hoy, los tiempos acelerados en que vivimos no siempre nos permiten valorar aquellas manos que se extiende a nuestro lado para acompañarnos. Sin embargo, sí podemos apreciar amistades como la de Julio y Cristina, la cual marcó una etapa importante de sus vidas y su obra, dejándonos la oportunidad de conocerles a través de sus letras.

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