Carlos Peña, congraciándose con quienes mutilaban impunemente a un pueblo indefenso, aseguró al mundo, hace exactamente un año atrás, que esos seres humanos que exigían dignidad en las calles de Chile no eran más que “pandillas desordenadas”.
Anclado a los estrechos límites de la racionalidad ilustrada, la razón positivista, la cientificista, la objetiva, la lógica, la pulcra, la “experta”, la perfecta, la erudita, “la única que sabe”, y desde su lustroso púlpito de doctor en filosofía y Rector de una prestigiada Universidad, Carlos Peña aseguró que las razones que gritaban en las calles no eran razones sino “pulsiones” de “pandillas desordenadas”.
Llamó esa vez la atención que a un “filósofo” de su talla no le hayan dicho nada Horkheimer y Adorno cuando éstos le hacen entender al mundo que “No hay tal racionalidad que nos conduzca directos hacia la humanización” pues, dadas sus limitaciones y contradicciones, “la racionalidad ilustrada se nos ha mostrado demasiado unilateral para expresar lo humano”.
Tampoco le hizo ni le hace sentido al Dr. Peña lo que nos dice Rodolfo Kusch, también filósofo, respecto de esa razón de los vencedores desde la cual él habló y habla, razón que ha venido siendo transferida ideológica, instrumental y pragmáticamente a todos los ámbitos de la existencia humana por parte del discurso de la élite chilena dominante con tal de mantener sus privilegios al amparo del modelo humano y social que nos rige, modelo intocable para esta élite, la que ovaciona con ojos casi blancos las columnas de Peña cada domingo…
Cito a Kusch: A diferencia del Occidente erudito, que habla y escribe desde su rigor científico-técnico, desde “su intelectualismo cientificista” (p.161) y su obsesión por “ser pulcros y aparentemente perfectos” (p.161), nosotros, que somos parte de esta América profunda, apostamos por “escribir desde el punto de vista de nuestro contexto vital real y no de la razón erudita” (p. 159).
Las evidencias indican que el citado Rector habló esa vez (y sigue hablando hoy), pues, desde la “objetividad” de la racionalidad erudita, en definitiva, desde la racionalidad de los vencedores, racionalidad o razón obsesivamente occidentalizante y que –como nos enseña el maestro Abraham Magendzo, Premio Nacional de Ciencias de la Educación 2017- ha invisibilizado históricamente a los perdedores; razón cartesiana, razón “objetiva”, razón kantiana, que es incapaz de ver a l@s que “viven al interior de sus familias los conflictos que emanan de injustas remuneraciones (…), que conocen la cesantía, la discriminación, la injusticia”. Con razón Peña llamó el año pasado, como si nada, a “desproveer” (a eliminar) el dolor asociado por las víctimas de la Dictadura a sus muertos y desaparecidos… llamado que este “filósofo” hizo extensivo a la memoria herida de los pueblos originarios. ¡Impresentable!
Para Peña, hablar desde la otra razón -la anamnética, la de la memoria del sufrimiento anterior de W. Benjamin, la de los vencidos, la razón de l@s perdedores- equivale a no hacer ciencia, implica no ser “objetivo”.
Es entonces aquí cuando uno se pregunta por qué un “filósofo” como él, quien se lo ha leído todo, quien cita a todos los autores, no incorporó esa vez a sus plantillas de análisis del Chile del 18 de octubre a los autores precedentemente citados, o a alguien tan cercano a nosotros como Gabriel Salazar, otro Premio Nacional, en este caso de Historia, quien, como él, posee una sólida formación de posgrados en filosofía.
Haciendo eco de las voces negadas por esa élite vencedora que invoca desde la fundación de Chile “la razón” para perpetuar sus privilegios y amordazar el grito emocional de los abusados y perdedores a lo largo de nuestra historia, el doctor Salazar –como si estuviera dirigiéndose al propio Peña- denuncia que “Los que se han planteado desde la perspectiva de los perdedores siempre son criticados por no ser objetivistas, que no hacen ciencia”.
No cabe por lo tanto duda de que la razón desde la cual pontificó y pontifica y reacciona Peña contra el estallido social del 18 de octubre es la razón erudita, la razón apolínea, la “objetiva”, esa que denunció Nietzsche como amputadora de lo humano. Se trata de esa racionalidad “lógica”, cientificista, esa que tanto daño le hace a los escolares de Chile, como denunció por años Claudio Naranjo, razón estrictamente academicista y que termina por ser funcional a los intereses de ese reducidísimo club de privilegiados que, a propósito de nuestra realidad actual, se adueñó de Chile, club que adora el mantenimiento del orden, las certezas, la “objetividad”, lo “exacto”, la seguridad, la razón, elementos ejes de la filosofía de Carlos Peña.
Declarar que el estallido social de esos días fue una pura revuelta emocional juvenil, revuelta de “pandillas”, como hizo y hace hasta hoy este “filósofo” chileno, es un indicador inequívoco de que este maestro se quedó pegado al paradigma científico moderno, fanáticamente cartesiano y positivista, cuyos argumentos “racionales” -de estrechísimos límites ya que amputan y reducen al ser humano pues lo entienden solo como un ser racional- desprecian los mecanismos psicológicos y emocionales que impulsan todas y cada una de las acciones y decisiones humanas, inclusive las más científicas y racionales.
Peña habló y habla, en definitiva, desde un lugar: el lugar de los “niños bien”; niños a quienes les aterra que las emociones y los cuerpos domesticados “interfieran” y “contaminen” su razón “erudita” del orden, lo cual para él conlleva el peligro inminente, confeso o inconfeso, de que se le desmorone su mundito y Estado de bienestar chilensis hecho a la medida de la gente bien.
Es obvio que su lectura respecto del 18 de octubre es asumida a priori desde ese dogma epistemológicamente reaccionario que sostiene que (cito) “los afectos irrumpen con la racionalidad, fundamentalmente para mal”, porque nada tendrían que ver con la razón, con la argumentación lógica, con lo epistemológico, con las ciencias, con la cordura, con las funciones ejecutivas del encéfalo y el lóbulo frontal, ni tampoco con la democracia moderna toda vez que ésta únicamente tiene que ver con la razón ilustrada y “moderna”, base arquitectónica desde la que se funda el Estado chileno que él resguarda y defiende con su análisis de “experto”… como si este Estado fuera aquí muy racional y “moderno”, por lo mismo trata de “pandillas desordenadas” a esas mayorías que denunciaron en las calles la crueldad e inequidades de ese Estado chileno “moderno”.
Los únicos responsables de encauzar las demandas sociales de un pueblo no pueden ser -para Peña y para los de su club- esas mayorías “irracionales” que gritaban en las calles del país el 18 – O sino únicamente los poderes institucionales, o sea el Ejecutivo y los partidos políticos que nos “representan” en el Parlamento. Éstos, y solo éstos, fueron y serán para este “filósofo” chileno los depositarios, los portadores y los voceros exclusivos y excluyentes del sentir de un pueblo, sentir en el que él y los de esa cofradía de privilegiados que lo aplauden desde sus afraneladas butacas cada domingo no ven más que caos, por lo mismo Peña abogó esa vez por restablecer, ante todo, y en primer lugar, la “racionalidad” y el orden desde esa institucionalidad, no importando que el monopolio de las armas de este Estado, por orden del Ejecutivo, haya restablecido “la razón” (la razón de Carlos Peña) en las calles mediante asesinatos y torturas y disparando a los ojos a miles de seres humanos desarmados e indefensos, seres humanos tildados como “pandillas” por Peña.
Partiendo del supuesto de que el filósofo y la filósofa poseen cierta habilidad para leer e interpretar la realidad desde enfoques omniabarcadores y holísticos de lo humano y del todo, y (cito) “tomando en cuenta importantes hipótesis y resultados empíricos que provienen de las neurociencias y de la filosofía de la ciencia”, la verdad es que Peña quedó y queda malparado como “filósofo” pues su opinión sobre el estallido social desatendió y sigue desatendiendo por completo el hecho de que las emociones y los afectos (lo que constituye y afecta en su ser y estar en el mundo a todos los seres humanos, junto a su racionalidad; emociones y afectos que él descalifica y ningunea), sí poseen importancia epistemológica para construir conocimientos y para dar razones, razones y argumentos que no solo hablan desde la erudición ni la razón positivista “ilustrada” y cartesiana del laboratorio ni desde el púlpito de “los únicos que saben” en la construcción y reconstrucción de la historia de los pueblos.
Las razones y argumentos que se abrían paso en las calles por esos días de octubre de 2019 a través de miles de “inexpertos” que marchaban a lo largo de todo Chile eran y son razones y argumentos que no se discursean ni comprenden metafísica ni ontológicamente desde la poltrona academicista de esa racionalidad “experta”, reduccionista y “erudita” que pontifica desde una cátedra, racionalidad asociada al poder y a la que le encanta hipostasiar la realidad social. Esas razones y argumentos que gritaban en las calles, gritaban desde esos dos componentes irrenunciablemente humanos y que constituyen, de suyo, lo propiamente humano: la racionalidad y la emocionalidad, las que jamás actúan separadas, como nos ha enseñado el gran neurocientífico y neurofilósofo Antonio Damasio, autor que, con argumentos demoledores -asociados al giro afectivo de las ciencias sociales- puso en evidencia el error de René Descartes, “padre” de la filosofía occidental racionalista moderna.
Si en toda construcción de conocimiento científico intervienen y operan “el interés, la curiosidad, el miedo, la ansiedad, la certeza, la duda, el enojo, el desánimo, entre otros”, que alguien le pregunte a Carlos Peña cómo espera él que en las calles de Chile se exprese sólo “la razón pura” kantiana, la de la modernidad ilustrada, positivista y racionalista, guardiana del orden científico y social del “método”.
En resumidas cuentas, y a juzgar por cómo leyó el 18 – O y la realidad chilena Carlos Peña, es decir, al Chile que despertó, se puede concluir que…
1.- Este maestro está cerrado a entender que las emociones y “los afectos puedan tener un papel relevante en la construcción de conocimientos”, incluso en los “conocimientos científicos”.
2.- Peña está bloqueado por el dogma academicista cartesiano y positivista racionalista que jura que el papel de las emociones y los afectos interfieren “en la racionalidad `para mal`”.
3.- Peña ha hecho suya la verdad absoluta de que las emociones “perturban la mente, de que la irracionalidad es consecuencia de las emociones” (Fridja, Manstead y Ben, 2000).
4.- Peña predicará por siempre a su auditorio mercurial que las emociones “suponen un estorbo para la elección racional” (Elster, 2003) e incluso que las emociones, como aseguraba el gran filósofo Emmanuel Kant, “son una enfermedad de la mente” (Kant citado por Fridja, Mantead y Ben 2000, p. 2). ¡Por favor!
Profesor de filosofía
1.- Damasio, Antonio, El error de Descartes, Editorial Planeta S.A., Colección Booket, quinta impresión, mayo de 2016.
3.- Los afectos en la argumentación científica: una útil … – SciELO www.scielo.org.mx › scielo
4.- Mardones, José María, citando a Horkheimer y Adorno en Capitalismo y religión. La religión política neoconservadora, Sal Terrae, Santander, 1991.
5.- Kusch, Rodolfo, América Profunda, Editorial Biblos, Buenos Aires, 1999.
6.- La Nación, Gabriel Salazar, semana del 3 al 9 de septiembre de 2006, p. 53.
7.- Magendzo K., Abraham; Donoso F., P.; Valué C., F.; Dueñas S., C.; Kaluf A., C.; Soto L., S., EDUCAR EN Y PARA LOS DERECHOS HUMANOS: UNA TAREA PARA LOS PROFESORES DE HOY, República de Chile – Ministerio de Educación, Centro de Perfeccionamiento, Experimentación e Investigaciones Pedagógicas, ediciones CPEIP, 1992, p. 81.