Desde hace unos años en Chile, activamente, se viene sosteniendo desde los movimientos sociales un proceso transformador tendiente a exigir el cumplimiento de los derechos humanos como es la educación, hecho que se ha simplificado como mensaje y propósito de que sea: Pública, gratuita, de calidad, descolonizada, intercultural, con un sistema democratizado o participativo y […]
Desde hace unos años en Chile, activamente, se viene sosteniendo desde los movimientos sociales un proceso transformador tendiente a exigir el cumplimiento de los derechos humanos como es la educación, hecho que se ha simplificado como mensaje y propósito de que sea: Pública, gratuita, de calidad, descolonizada, intercultural, con un sistema democratizado o participativo y sin lucro.
En el presente, los costos del sistema universitario en Chile para optar a una carrera profesional e incluso técnica, continúan siendo absolutamente desproporcionados, mercantilizados, de consumo y de enormes gastos a las familias, muchas de las cuales entran a una enfermiza forma de endeudamientos que dura gran parte de sus vidas.
Es escandalosa la realidad que se vive con respecto a las posibilidades de acceder a la educación en comparación a muchos otros países donde el acceso es gratuito, libre y con universidades que obedecen a un sistema más justo y de un conocimiento positivo para la construcción de mejores sociedades.
Considerando el nivel de ingresos que reciben las universidades públicas en el presente (que en estricto rigor son privadas), es de suponer cierto nivel de autonomía para su actuar y de un importante rol y compromiso social, sin embargo, las universidades «públicas» en Chile son reproductoras de las formas del estado, es decir, capitalistas – neoliberales, patriarcales, coloniales y también, racistas, que obedecen a un centralismo que es controlado por intereses de ciertos grupos económicos ideologizados.
Se ha señalado que la «Responsabilidad Social» de las universidades se debe presentar como un desafío en las academias, dado que este concepto implica que los centros de educación superior se comprometen no sólo a formar buenos profesionales, sino también personas sensibles a los problemas de los demás en lo social, en lo colectivo, comprometidas con el desarrollo de su país, la democracia, el respeto al medio ambiente y enfrentar la inclusión social de los más vulnerables ante las enormes brechas de desigualdad.
La buena teoría señala que se podría plantear una universidad comprometida, independiente, plural, abierta e integradora, vinculada a lo local, pero sin dejar de dimensionar lo global, que contribuya al bien común colectivo, a la diversidad, desde la plena responsabilidad de servicio. Esa teoría muestra que las universidades son motores de la economía del conocimiento, pero están al servicio de los objetivos humanos y culturales de la sociedad.
Sin embargo hemos visto que este rol «social» en las universidades en Chile son aspectos marginales, sin incidencia, sin práctica. Son el patio trasero de los campus donde el compromiso por el bien común, el bien colectivo, el interés de las mayorías, son solo retóricas y eufemismos para la línea rectora de las academias y que chocan ante una enorme muralla de estructuras rígidas, levantadas por la visión del individualismo, los egos, el cúmulo insaciable del capital para los poderosos y la reproducción de las desigualdades y las discriminaciones causadas por el neoliberalismo y el neocolonialismo.
Universidades «Públicas» y Empresas
Hoy, es realmente perturbador, antiético, contra toda moral, ver el nivel de sumisión y complicidad de universidades públicas con grandes empresas en Chile, de multimillonarios que tienen miles y miles de millones de dólares a su haber, que han transgredido derechos, que controlan buena parte de la prensa chilena y la libertad de expresión y quienes, ni siquiera son capaces de restituir mínimamente los daños causados a habitantes locales donde se desarrollan sus actividades y a la naturaleza, por el contrario, sus aportes van condicionados para seguir fortaleciendo sus modelos depredadores y sobre explotadores.
Ejemplos sobre esto hay muchos con relación al rol de las universidades: Investigación, ciencia, docencia, estudios a favor de industrias forestales, de celulosa, agro-industria, pesca industrial, pisciculturas, minería, hidroeléctricas, donde existen numerosas prácticas que atentan contra las economías locales, la agricultura, la soberanía alimentaria, el turismo, atentan a la vida rural causando éxodos, y causan a la postre, enormes repercusiones en la vida urbana.
Además de diversos procesos de formación e investigación en la academia que están directamente relacionados con los intereses de estos sectores empresariales, por otro lado, las universidades reciben aportes directos de estas empresas que sin lugar a dudas hace cuestionar sus autonomías. Casos como la Pontífice Universidad Católica de Chile que recibe aportes de empresas como Celulosa y Forestal Arauco y Copec, vinculados al grupo Angelini; o la transnacional BHP Billiton a través de Minera Escondida; Minera Los Pelambres del grupo Luksic. En la Universidad de Chile una situación muy similar, quien además de recibir miles de millones de aportes de empresas de ese corte, también generó polémica, por ejemplo, que en abril del 2011 se construyó un edificio para la Facultad de Ciencias Forestales y Conservación de la Naturaleza (FCFCN) con aportes de Forestal Arauco. Por su parte, en la Universidad de Concepción, además de Arauco, se agrega CMPC del grupo Matte en sus aportes, entre otros. En la Universidad de la Frontera, como ejemplo, están aportes de Enersis y la transnacional de transgénicos Syngenta.
Ciper Chile realizó un estudio que publicó en 2011 sobre donaciones recibidas por universidades de sectores empresariales del 2007 a dicho año, con información oficial del Ministerio de Educación y que da cuenta de esta realidad
Transformación
Falta entonces generar una discusión profunda sobre el rol de las academias, sobre su verdadero compromiso social, para sacar de la marginalidad la conciencia por los bienes comunes y colectivos, cuyos temas son llevados adelante por minorías académicos/as e investigadores/as, pero que ojalá se conviertan en aportes gravitantes en las visiones y misiones de vida de las universidades, donde hayan prácticas y objetivos reales que contribuyan a desenlazar otras formas de desarrollo, economías y servicio.
Falta entonces descolonizar estas escuelas que deben contribuir a la justicia, al buen vivir y al respeto de las diversidades y los derechos en estos territorios, para que realmente sean universidades y de conocimiento y no una mera empresa mercantil o fabricas de consumo descartable como en su generalidad han venido siendo hasta ahora.
Falta seguir construyendo universidad desde afuera, para que la academia sea un aporte y no la determinación y validación de procesos que socialmente deben ser libres.