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Acerca del determinismo histórico

Fuentes: Rebelión

Aunque el marxismo desde la interpretación materialista y dialéctica de la existencia niega el determinismo histórico, nos indica las condiciones que en todo proceso revolucionario tienen que darse, la interrelación dialéctica del factor objetivo y el factor subjetivo. Dadas las experiencias históricas de lucha antisistema, así como la que supuso el proceso ruso hasta la […]

Aunque el marxismo desde la interpretación materialista y dialéctica de la existencia niega el determinismo histórico, nos indica las condiciones que en todo proceso revolucionario tienen que darse, la interrelación dialéctica del factor objetivo y el factor subjetivo. Dadas las experiencias históricas de lucha antisistema, así como la que supuso el proceso ruso hasta la caída del llamado socialismo real, nos debe hace pensar que de alguna forma caemos en una interpretación determinista del proceso histórico, en una incorrecta interpretación del marxismo y el leninismo, y sobre todo de falta de dominio del materialismo dialéctico como herramienta de análisis. En Rusia, su situación histórica, al ser el eslabón más débil del mundo capitalista, esas condiciones poco objetivas más el subjetivismo conseguido gracias al papel jugado por los bolcheviques, fue suficiente para derrocar el zarismo y el propio sistema capitalista. Pero como Lenin dijo al día siguiente de la revolución: en Rusia no se daban las condiciones objetivas para que el socialismo pudiera mantenerse. Y que razón tuvo, a pesar de que tras la revolución se generaron las condiciones objetivas para que el socialismo pudiera mantenerse: desarrollo productivo y una clase obrera desarrollada, aquel socialismo sin base subjetiva que lo apoyase, sin una población con la necesaria formación que permitiera comprender la base filosófica marxista, y sobre todo respecto a la función histórica del Estado y la Democracia, pasados más de setenta años, cayó.

Desde el mundo rojillo «creemos», que la actual dinámica imperialista, el caótico mundo al que nos han conducido determinará como contrapartida lógica «dialéctica» el cambio de sistema. Estar preparados para cuando llegue el momento, convencidos de que el pueblo delegará su responsabilidad política en los honrados luchadores. Unos creen se producirá sin revolución y otros cuando salte la «chispa» y la gente tomará las calles cayendo el capitalismo, dando paso al socialismo. Aunque es evidente que en esa creencia no nos planteamos las necesidades que tendremos que cubrir, ya que en la actual fase capitalista ese tema no es abordado, incluso algo tan serio y necesario, el cómo se estructurará ese socialismo de forma que no se produzca la posibilidad de retornar al capitalismo, para no repetir las tristes experiencias en que cayeron los países del llamado socialismo real.

Olvidamos la esencia filosófica en que se sustenta el capitalismo, denunciada por el marxismo, una filosofía tan profundamente idealista que niega hasta la solidaridad que de hecho vive más entrañablemente directa, la familiar. La visión individualista, egoísta y depredadora que inconscientemente les lleva a negarse a si mismos y por lo tanto al entorno material en el que convive. El capitalista prefiere morir en el empeño egoísta y depredador, antes que renunciar a los privilegios que posee, aunque sepa que el mundo es finito, las energías fósiles se agoten, la destrucción de los bosques y la contaminación genere cambios climáticos que amenazan la propia existencia de toda forma de vida orgánica en el planeta.

Esa visión irreal de la existencia, la filosofía sin base científica en la que apoyarse que da lugar a un mundo tan falso, no es «privilegio» exclusivo de los capitalistas, sino que ese individualismo se manifiesta a través de diferentes corrientes filosóficas idealistas en la inmensa mayoría de los ciudadanos. El idealismo religioso milenario tan arraigado, y el idealismo competitivo e insolidario generado desde el poder capitalista, hace que la inmensa mayoría de la población, la mayoría social productiva no se vea como seres sociales solidarios necesitados de los demás, ni con el entorno ecológico material en el que conviven. La acción depredadora inconscientemente impuesta en los países desarrollados se manifiesta fundamentalmente a través del consumismo estúpido y superfluo. Imposibilitados de poder ver más allá de la agobiante y rutinaria vida cotidiana. El poder tecnológico con el que se impone la cultura y la educación penetra hasta los lugares más recónditos, hasta la chabola más humilde dotada de televisión.

Socialismo o barbarie, esta frase se ha quedado anticuada, la barbarie se esta viviendo desde hace muchos años aunque la mayoría no la veamos, son millones de seres humanos los que anualmente mueren por falta de los más elementales medios de subsistencia, por la falta de alimentos o medicinas, por las guerras «salvadoras» que el imperialismo impone a lo largo y ancho del mundo.

Nos queda poco tiempo histórico, la frase consigna que sustituya a la de Rosa Luxemburgo debería ser: «Socialismo o fin de la vida en el planeta». Las especies más débiles ya mueren por millones anualmente. Este reto nos obliga a un replanteamiento estratégico que pasa por el convencimiento de esa consigna, lo que implicaría profundizar en el conocimiento profundo de la existencia y poder desprendernos del falso determinismo histórico que de alguna forma estamos imbuidos los que nos consideramos comunistas y que nos relaja en la necesidad apremiante de formación y profundización ideológica.

No basta con que la gente nos crean a los que ya creemos saberlo todo sobre la verdad socialista y el comunismo, sino que la gente explotada y sometida vea por si misma el degolladero al que somos conducidos debido al caos ideológico que padecemos, cómo poder plantearse terminar con él, conocer las causas, tomar conciencia de por qué es el sujeto histórico protagonista revolucionario del cambio, se vea en esa necesidad si objetivamente se quiere liberar. No podemos competir con el imperialismo confiando en que la gran masa alienada y confundida, con nuestras consignas y llamamientos a que nos crean, ciegamente nos sigan, ya que el enemigo tiene suficientes medios para neutralizarlas, de hecho, como una especie de vacuna inmunizadora ante la barbarie, nos dan de vez en cuando noticias sobre el hambre y muertes en el mundo, para que nos vayamos acostumbrando y se admita como algo inevitable, nos sintamos impotentes para evitarlas y de esa forma perpetuar el sometimiento. Lo que no nos dicen es que esas muertes ese caos que cada uno vivimos de alguna forma, se puede evitar, siempre que no nos lo planteemos, cuando nos dotemos de la base filosófica que nos permita investigar el porqué de las cosas, las causas que las provoca. Y ese trabajo educador si no lo abordamos empezando por nosotros mismos y lo desarrollamos para que cuanta más gente sepa pensar por si misma, y así poder pensar con los demás de forma objetiva, no saldremos del caos.

Hoy como nunca la batalla a ganar es la subjetiva, la ideológica, la que se adquiere mediante la formación y el conocimiento de la realidad objetiva. La lucha por ganar la batalla subjetiva implícitamente al iniciarse genera organización, pero esa organización será sólida, unificadora de los dispersos partidos, de los movimientos sociales y la gran masa desorganizada. Será algo sólido, que va más allá del voluntarismo y el espontaneismo existente actualmente entre los afiliados en las diferentes formaciones. El subjetivismo determinista al abordarse críticamente dejará de ser, entonces será objetivo, conectará con la realidad. Los voluntaristas afiliados de los partidos y los movimientos sociales, las masas desorganizadas, todos se sentirán necesitados de luchar, se convertirán en militantes, en activistas comprometidos, conscientes del protagonismo que les corresponde en el intento de acabar con el caos. Podremos conquistar el cielo y apagaremos las llamas del infierno.