Cierta vez una persona con quien trabajaba me encargó un editorial y cuando se lo entregué, tomó un lápiz y comenzó a tachar. -Muy bien -le dije- ya suprimió las ideas del papel: ¡Bórrelas ahora de mí cabeza! La anécdota regresó a mi mente a raíz del affaire de Esteban Morales, un militante que a […]
Cierta vez una persona con quien trabajaba me encargó un editorial y cuando se lo entregué, tomó un lápiz y comenzó a tachar.
-Muy bien -le dije- ya suprimió las ideas del papel: ¡Bórrelas ahora de mí cabeza!
La anécdota regresó a mi mente a raíz del affaire de Esteban Morales, un militante que a juicio de sus superiores pasó los límites y a quien la organización política le aplicó con severidad las normas disciplinarias que rigen su vida interna. Fuera de quien fuera la razón, la zaga fue una oportunidad perdida y un debate abortado. Difícilmente otro académico de su relieve vuelva a incursionar en el tema de la corrupción.
Lo peor del abrupto desenlace es que puede crearse la ilusión de que porque deja de mencionarse, el problema ha dejado de existir cuando, en realidad, puede ocurrir exactamente lo contrario. La corrupción es clandestina, se oculta de la luz y es favorecida por la falta de transparencia. Cuando no se le denuncia se silencia y en ese tira y jala prospera la impunidad. Es posible incluso que algunas instancias no descifren correctamente el mensaje y asuman que lo indicado es barrer debajo de la alfombra.
En realidad en el artículo considerado desafortunado, con mejores o peores argumentos y con razonamientos que tal vez pudieron pulirse más, se proponía una mirada al fenómeno de la corrupción vernácula desde un ángulo no explorado. A juicio del autor era necesaria una lectura política de un hecho usualmente percibido desde lo jurídico y lo administrativo. Morales creyó interpretar la advertencia realizada por Fidel Castro cuando en la Universidad de La Habana alertó que la Revolución podía ser liquidada desde dentro.
El académico creyó además ir al encuentro de los reiterados llamados del presidente Raúl Castro para ejercer la crítica, expresar la opinión y propiciar el debate que, según los criterios del mandatario, es más eficaz cuando se realiza: el tiempo lugar y forma, es decir: en el momento apropiado, en el lugar preciso y de forma correcta.
Al margen del curso que siga aquel mal entendido, es importante rescatar el esfuerzo por abrir al debate social, con participación de autoridades, cuadros políticos, administrativos, intelectuales, académicos, elementos de la sociedad civil y naturalmente de la prensa, los temas de los cuales depende la salud de la sociedad cubana, incluso como reiteradamente han señalado Fidel y Raúl Castro, la supervivencia del proceso revolucionario.
Entre esos asuntos, aunque tiene una alta prioridad, la corrupción no es lo más importante; entre otras cosas porque, como parte de una complejísima dialéctica ese fenómeno es consecuencia y no causa. La corrupción no crea los problemas estructurales del socialismo sino a la inversa.
La corrupción no es un forúnculo que puede ser tratado al margen del organismo social en su conjunto que incluye: el sistema político y el modelo económico, los mecanismos de participación ciudadana, los espacios para la reflexión colectiva especialmente el parlamento, los órganos colegiados de gobierno y las instancias de dirección política. Todo ello acompañado por una cabal transparencia informativa, un esclarecimiento acerca de los mecanismos de toma de decisiones de impacto social y una sostenida voluntad por perfeccionar la democracia socialista.
Tales empeños que es preciso alentar con espíritu positivo y mentalidad de reforma, rectificación e innovación serán exitosos en la medida en que sean orientados y conducidos por las instancias legítimas creadas por el propio proceso y por los cuadros de dirección política cuya única tarea no es conservar lo establecido sino perfeccionarlo constantemente, a cuenta incluso de salvar obstáculos derivados de la propia actividad de las instituciones revolucionarias, renovar políticas, descontinuar prácticas, hacer las autocriticas debidas y exigir no sólo disciplina sino también audacia y creatividad.
La Revolución no puede resignarse a que la crítica y las propuestas más audaces se realicen al margen de sus instituciones y fluya exclusivamente en «medios alternativos» donde es realizada por personas que no siempre están movidas por los deseos de preservar las conquistas alcanzadas y en alguna de los cuales es visible la posición de quien juzga la obra sin compromiso con ella, mientras no faltan aquellos en los que se percibe una mentalidad restauradora que mira más al pasado que al porvenir. Tampoco esos ejercicios pueden ser un mecanismo para drenar inconformidades y facilitar catarsis.
Lo que puede estar ocurriendo en las filas revolucionarias es el surgimiento de corrientes de pensamiento e individualidades que en la búsqueda de explicaciones y soluciones a problemas reales, adelantan ideas e iniciativas a las cuales los órganos regulares, que se atienen a rígidas normas, procesan con más lentitud, llegando más tarde a las mismas conclusiones. Todo ello sin contar que la mentalidad burocrática es refractaria al cambio y suele confundir lo avanzado con lo hereje.
Un desfase de esa naturaleza no atendido a tiempo, en una sociedad como la cubana regida verticalmente desde un centro, puede provocar el surgimiento de matices que, maltratados podrían dar lugar a una ruptura. La unidad de acción de los militantes y sus organizaciones, antes que un fenómeno orgánico y disciplinario es una dimensión ideológica. Una vanguardia no es un grupo de personas que se lleva bien y se complacen los unos a los otros, sino un activo revolucionario que se perfecciona no por las opiniones idénticas sino por las metas compartidas.
La batalla de ideas a la que la dirección revolucionaria cubana ha convocado, no termina con acciones sociales eficaces, sino que se extiende a los campos de la creación y la investigación y a la actividad de las vanguardias política, artísticas y académicas y a los esfuerzos institucionales e individuales por elevar la cultura política de los trabajadores, los estudiante y el pueblo en su conjunto.
Promover el debate y la reflexión social es tarea de las vanguardias, principalmente de la vanguardia política, que no puede pasar por alto que, el proceso de producción y difusión de los conocimientos y de las ideas y la búsqueda de la verdad se realiza mediante aproximaciones sucesivas en la cuales el error no es una anomalía sino una parte del proceso.
Fuente:http://www.argenpress.info/2010/09/cuba-actores-y-pertinencia-del-debate.html