Y con la resaca a cuestas vuelve el pobre a su pobreza, vuelve el rico a su riqueza y el señor cura a sus misas. Se despertó el bien y el mal la zorra pobre al portal la zorra rica al rosal y el avaro a las divisas. («Fiesta», Joan Manuel Serrat). Todos sabemos que […]
Y con la resaca a cuestas
vuelve el pobre a su pobreza,
vuelve el rico a su riqueza
y el señor cura a sus misas.
Se despertó el bien y el mal
la zorra pobre al portal
la zorra rica al rosal
y el avaro a las divisas.
(«Fiesta», Joan Manuel Serrat).
Todos sabemos que no es posible prolongar indefinidamente una fiesta. Mucho menos una mezcla de espectáculo circense y reality show. El aburrimiento termina por imponerse. Es lo que comienza a ocurrirle al presidente Sebastián Piñera que ve apagarse los ecos del Bicentenario -celebrado en medio de la mediocridad de una fanfarria patriotera- y las repercusiones del accidente que afectó, por responsabilidad patronal, a 33 trabajadores de la mina San José, en Copiapó, felizmente rescatados. Para Piñera, los mineros atrapados a 700 metros de profundidad significaron lo que para George W. Bush las torres gemelas de Nueva York, señaló una periodista chilena despachando para Estados Unidos. El presidente de la República manipuló con destreza y dominio escénico la situación, preocupándose de aparecer siempre en primer plano para transformar lo que fue una hazaña de los mineros y los rescatistas, en un supuesto triunfo que se debía exclusivamente a su gobierno. Piñera lo hizo bien como propagandista, director de escena y primer actor. Pero terminó aburriendo. Atosigó al respetable público con su incontenible tendencia a repetir los mismos lugares comunes -acentuados hasta la exasperación durante su gira por Europa, que no estuvo exenta de episodios penosos y ridículos-. Sin embargo todo eso ha terminado. Es posible que el presidente-comunicador pueda sacar todavía algo de jugo publicitario a los mineros, a la Teletón, a las fiestas de fin de año y hasta al Festival de Viña del Mar. Pero eso terminará gradualmente, hasta desaparecer. Comienza a disiparse la fantasía, el circo sigue su camino, el aluvión de promesas convence cada vez menos, y la obligación de gobernar se hace más perentoria.
Los problemas comienzan a aparecer en la zona afectada por el terremoto, donde no avanza la reconstrucción. El déficit de viviendas es aterrador y las «aldeas» -como hipócritamente se llama a los campamentos de mediaguas-, parecen eternizarse. Miles de damnificados todavía no han recibido ni siquiera las cuatro tablas de una mediagua. La especulación inmobiliaria es brutal en ciudades como Concepción, Talca y Talcahuano, sin olvidar Curicó, Linares y otras que sufrieron estragos. Las grandes empresas inmobiliarias están haciendo su agosto así como los consorcios en condiciones de comprar grandes terrenos para construir bodegas, supermercados y zonas de recreación. El presidente Piñera sigue, entretanto, especulando a futuro, prometiendo, prometiendo… Llama a concertar un nuevo trato laboral y a dictar una legislación en materia de accidentes del trabajo y seguridad industrial, con énfasis en la minería. Pero los 300 trabajadores de la minera San Esteban que no sufrieron el derrumbe en la mina San José, siguen sin recibir sus salarios y sin posibilidades de cobrar el finiquito y la indemnización por años de servicio. El gobierno dice que no puede intervenir porque es un problema entre privados. Eso es falso porque se trata de una situación de emergencia que permite seguir actuando al Ejecutivo. Anuncia también un nuevo trato laboral, lo que es un chiste porque las condiciones de explotación del trabajador chileno han sido fijadas por los grandes empresarios, que son el principal sustento de este gobierno. La derecha no tiene ningún interés en hacer respetar la organización sindical, en impulsar la negociación colectiva y otorgar mayores garantías a los trabajadores. Se ha opuesto a todo esto en los últimos veinte años y no se ve por qué motivo pudiera cambiar hoy de criterio. Las condiciones de sobreexplotación del trabajo son las que aseguran la elevada tasa de ganancias de que disfrutan las empresas en Chile.
También se avizora el resurgimiento del problema mapuche y de la movilización estudiantil. Por eso ya no basta con actuar para la TV. Hay que pasar a las realizaciones de lo que el presidente de la República anunciaba sería «el gobierno de los mejores». La educación pública, por ejemplo, no puede seguir esperando. Tampoco los urgentes requerimiento de la salud, que no mejorará privatizando hospitales. Ni habrá mayor seguridad ciudadana con más carabineros y más cárceles convertidas en infiernos de promiscuidad. El presidente Piñera no solamente peca de incontinencia verbal. Es también desprolijo en sus relaciones con los trabajadores. Los subestima al creer que puede mantenerlos a raya sólo con promesas. El país necesita crear trabajo de verdad, en buenas condiciones, con seguridad, salud y respeto para los trabajadores. Pero el presidente ni siquiera parece estar en condiciones de asegurar buenas relaciones políticas con los partidos de la Alianza que lo apoyan.
Los problemas sociales y políticos que se avecinan pueden ser graves. Y el gobierno hace temer que no será capaz de abordarlos bien. Esto no debe constituir motivo de satisfacción, porque en definitiva su fracaso significa también mayor sufrimiento de los más débiles y desprotegidos. Al mismo tiempo, las carencias de una Concertación en extinción con tendencia al acomodo con el gobierno, así como la disgregación de la Izquierda, están provocando un vacío político peligroso. Terminada la fiesta y la farándula presidencial, viene un doloroso despertar. La resaca no será suave. Ni los tiempos podrán ser mejores, de continuar las cosas como están.
(Editorial de «Punto Final», edición Nº 721, 29 de octubre, 2010)
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