«La inmortalidad es el pacto de vida con la muerte y se manifiesta en el reconocimiento que le hacen los pueblos al hombre que supo cumplir con su misión». Afranio Parra El 17 de enero se cumple un aniversario más de la fundación del movimiento M-19, organización surgida en la década del setenta (70) a […]
El 17 de enero se cumple un aniversario más de la fundación del movimiento M-19, organización surgida en la década del setenta (70) a raíz del fraude electoral cometido contra el entonces célebre General Gustavo Rojas Pinilla, representante del movimiento conocido como Alianza Nacional Popular (ANAPO). El M en su inicio estuvo conformado por vastos sectores de extracción popular, donde se anidaron la rebeldía de jóvenes revolucionarios de auténtica convicción cansados de propuestas inconclusas venidos de diferentes sectores de la izquierda, otros inconformes del movimiento revolucionario liberal, MRL, que dirigiera en la década del sesenta el expresidente Alfonso López Michelsen y algunos abstencionistas cansados de las promesas incumplidas por tantos años en el manejo y repartición bipartidista del poder.
En las filas del M se destacaron personajes con una trayectoria política importante en la búsqueda de salidas revolucionarias, las condiciones lo hacían posible aquí y ahora, como argumentaba el Che. Se forjaron quienes decidieron asumir la lucha armada desde la clandestinidad, con el deseo de construir un mundo mejor, un mundo donde la justicia y la democracia fueran una realidad y no una utopía.
Entre estos hombres y mujeres de acción sobresalieron Jaime Bateman Cayón, aquel costeño enamorado del mar, Álvaro Fayad Delgado, Gustavo Arias Londoño (Boris), Guillermo Elvencio Ruiz, Lucho Otero, Augusto Lara Sánchez, Iván Marino Ospina, Elmer Marín Marín, la negra María Eugenia Vásquez, Carmenza Cardona Londoño (La Chiqui), Germán Rojas Niño (Raúl), Afranio Parra Guzmán (Jaguar), Jaime Bermeo Cruz (Simón); Otros, desde la legalidad en calidad de congresistas como Carlos Toledo Plata, Andrés Almarales Manga, Alfonso Cabrera Toscano entre otros del movimiento ANAPO SOCIALISTA y muchas más, mujeres y hombres de carne y hueso, con el amor y la verraquera que sólo estas tierras pueden engendrar formaron parte de este movimiento.
De esto mucho se ha escrito, muchos de sus protagonistas han hecho libros de su historia en la organización, libros como Escrito para no morir de la Negra Vasquez, Así nos tomamos la embajada de Rosembert Pabón, la fuerza del cambio de Andrés Almarales, El templo del Jaguar: la edad del cuarzo y la transparencia de Afranio parra, el camino del triunfo de Jaime Bateman, entre muchos otros; entre ellos, cabe destacar que Darío Villamizar de manera juiciosa recopila en el libro «Aquel 19 será» la mayor parte de la historia escrita en orden cronológico y en «sueños de abril» una gran cantidad de memoria fotográfica de dicho movimiento.
Pero lo que nos convoca hoy, es que un 6 de abril de 1.989, en plena negociación con el gobierno de Virgilio Barco de dicho movimiento, es asesinado por miembros de la policía en el barrio Lucero Alto del sur de Bogotá uno de los fundadores del movimiento, Afranio Parra Guzmán junto a dos de sus compañeros. Al ser detenidos por efectivos de la policía «son llevados al CAI de Vista Hermosa; trasladado posteriormente a un lote contiguo, fueron golpeados y luego conducidos a una estación de policía, luego de lo cual aparecieron muertos hacia las 16:00 horas en un basurero en la vía a Villavicencio» (Villamizar, 1995, pág. 561).
Afranio Parra fue de origen campesino, que llegó a ser dirigente estudiantil y un personaje muy querido en su municipio de El Líbano, Tolima donde nació en el corregimiento de Santa Teresa.
Fue reconocido por su honestidad y trayectoria política, un soñador de causas imposibles, aguerrido luchador, poeta, cantante, filósofo de la vida, juglar de la revolución; hombre de vocación abnegada, incansable amante de imposibles, un guerrero total (como calificaba a quienes entregan su vida a una causa) que ofrendó su vida convencido en el cambio social, entregado por entero a esta loable actividad, cansado de «navegar en el tercer océano de sangre en que se ha convertido Colombia» por la irracional violencia auspiciada desde el poder.
Su origen campesino le permitió compartir desde niño los rigores de La Violencia, siendo su municipio epicentro de la presencia de bandoleros como Sangre Negra, Desquite, Chispas, Tarzan, Patechiro, arbolito, entre otros.
La policía y el ejército alinderada en el partido conservador, politizada en su seno se ensañó contra el humilde pueblo campesino de origen liberal que vio retoñar a Afranio. La respuesta no se hizo esperar, surgieron guerrillas liberales para la defensa del atropello conservador. Fue el nacimiento del «impuesto» a la cosecha cafetera, los retenes, las emboscadas, las incursiones nocturnas a veredas y caseríos, los asaltos a puestos de policía, la toma de escuelas, las violaciones, los saqueos, los incendios, el corte de franela, sangre por montones, solo hambre y desolación, de una violencia irracional impulsada desde los directorios políticos tradicionales, alimentada en el sectarismo y retaliaciones irreconciliables.
En un allanamiento de la finca propiedad de sus padres vio como el ejército mató su gallo de pelea, él, con casi 8 años de edad, toma una escopeta que su padre le había regalado para cazar palomas y con ella asesta un tiro en los genitales al que cometió la afrenta y logra escapar matorral abajo. (Beccassino, 1989, pág. 140), de ese episodio nace uno de sus cuentos, «El gallo Rojo», escrito en Junio de 1983 (Parra Guzman, 1991, pág. 33).
En esa época el corregimiento de Santa Teresa fue bombardeado por el ejército al mando del Comandante de la VI Brigada General José Joaquín Matallana y más de un centenar de personas fueron detenidas, confinadas en la hacienda la Trinidad y soportaron los coletazos del conflicto.
El viejo Afranio, como afectuosamente le conocieron, desde sus años de colegio en el Instituto Nacional «Isidro Parra» de su pueblo natal se destacó como activista estudiantil, en el pensamiento de Afranio se mantenía aferrada la historia, desde las narradas por los antepasados hasta el legado de los viejos luchadores bolcheviques de Líbano (Tolima) que en 1.929 realizaron la primera gesta insurreccional armada en América. Tanto así, que en su discurso al concluir secundaria no vaciló en decir «Hoy al terminar mis estudios me alisto a ingresar a la guerrilla» en el año de 1964 (Parra Guzman, 1992, pág. 1)
Recordaba con cariño las luchas agrarias de los años treinta por la tierra, la aparición de las ligas campesinas que se movilizaron y enfrentaron el poderío de los grandes terratenientes y propiciadores de la expedición de la Ley 200 de tierras en el gobierno de Alfonso López Pumarejo.
Recordaba con admiración los sectores populares, artesanos, campesinos encarnados en la propuesta de Jorge Eliecer Gaitán, quién en la década del cuarenta funda la denominada, Unión Nacional Izquierdista Revolucionaria UNIR, como un movimiento independiente de los pobres de Colombia, tendiente a romper las bases del bipartidismo existente y arrebatarle el poder a la oligarquía. La agitación del Caudillo contra las oligarquías colombianas hace que se gane la simpatía de amplios sectores del liberalismo y luche a brazo partido contra la oligarquía liberal-conservadora.
Así se refería Afranio al gran caudillo, desde su pluma vigorosa un 2 de marzo de 1979:
Jorge Eliecer Gaitán
Querías sintetizar con tu pregón
a todo un pueblo,
tu voz de bronce y patria
retumbó en los campos
y conmovió ciudades.
Eras la esperanza de un camino nuevo,
eras el temor del opresor cuando gritabas
ante una multitud enardecida
»A la Carga».
Eras la bandera nacional
cuando tu dedo señalaba la masacre bananera
al gobierno vende patria
eras el campesino, que pedía la tierra
el obrero que quería manejar la fábrica,
el indio que defendía su cultura
y la riqueza nacional en vía de rescate.
Eras el líder popular
querías con tu voluntad de hierro
sacar a Colombia del hambre y la ignorancia
pero era mucho pedir por las vías legales
a unas cuantas familias oligarcas.
Eras un peligro Gaitán,
esa tu mano empuñando la unidad
y ese tu gesto de moral
amenazaban con romper privilegios centenarios,
por eso te mataron.
Creían que en ti moría el germen de la lucha
y fallaron.
Tu no eras un hombre, eras un pueblo
y en ese pueblo estás sembrado. (Parra Guzman, 1992, pág. 53).
Al comienzo surgen las guerrillas liberales como auto-defensas campesinas, algunas al pasar del tiempo dejan el camino que las inspiró y degeneraran en bandidaje, bandolerismo sembrando terror, el mismo que junto a un abandono absoluto por parte del Estado hacia el sector rural ocasionó un éxodo masivo de campesinos desplazados hacia las urbes en crecimiento. Sin embargo, algunas guerrillas liberales se alejan del bandolerismo y asumen un papel político distinto, caso de la guerrilla del llano al mando de Guadalupe Salcedo Unda y de las del Tolima. Al manifestar entonces Afranio al momento de graduarse su «me voy pa’ el monte» es una manifestación lógica reflejo del momento histórico que vivía Colombia.
Se trasladó a Bogotá e ingresó a la facultad de economía de la Universidad Nacional, donde continuó su formación y consolidó su espíritu de lucha, después de cursar los primeros semestres y no encontrar en el movimiento estudiantil la dinámica de cambio necesaria y con la convicción de confrontar a la oligarquía liberal-conservadora desde las diversas trincheras que fuese necesario tomó la determinación de ingresar a las filas de las FARC, Su testimonio de aquel momento lo ilustra el siguiente poema:
ADIOS… MI UNIVERSIDAD
¡Adiós… ciudad blanca!
Quise vivir en ti
Para empaparme de tu océano de ciencia,
Pensé encontrar en tus espacios la belleza
reflejada en tus verdes prados de esperanza.
Mis ojos desde niño vieron
Un cuadro espantoso de violencia,
Mucha sangre…
Sangre campesina,
Sangre honrada,
Que teñía de rojo los senderos
Y las espumas azaherinas de los arroyuelos.
Ya cansado,
Ya indignado
Caminé hasta tus altares
en busca de la paz
Y vi con amargura,
Que sufrías como yo,
Que tenía tu talle con cadenas
Que oprimían tu corazón.
Llegaron los verdes-oscuros
Con caras de asesinos y con cascos,
Llegaron con bolillos,
Llegaron con gases,
Te rodearon jinetes infernales
Que blandían sables
Violaron tus fronteras
Esos monstruos que llamamos tanques,
Profanaron tus aulas,
Golpearon profesores
Destruyeron tus libros
Masacraron estudiantes.
Transformaron en cuartel
El centro de ciencia que eras antes.
Ya no se ve en tus prados
La juventud sonriente,
Ahora te patrullan taimados gendarmes.
Todo ha cambiado en ti doncella
Los hijos del demonio
Violaron tus encantos.
Te digo con amor
¡Adiós, adiós…!
Me voy para las montañas
A luchar por ti,
Pedazo entrañable de mi patria. (Parra Guzman, 1992, pág. 24)
Posteriormente, mediante visita a su pueblo natal recibe la invitación de Jaime Bateman, para construir un movimiento revolucionario distinto, donde la revolución sería una fiesta y no un sacrificio, donde el afecto movería los sentimientos. Decide contribuir a la fundación del M-19; fueron treinta largos años del viejo dedicados a la causa de la revolución.
Al viejo Afranio, se le vio con pincel de artista modelando mujeres, pintando nuevos amaneceres, lo encontramos componiendo cuentos, poemas, alegres ritmos salseros, bambucos, bundes o rancheras populares, siempre estuvo embriagado por la magia de la vida, le cantaba a la naturaleza, a la lucha, a las mujeres a quienes tanto amó, a sus hijos, a su padre, a la abuela (nombre afectivo dado a su madre Carlota) y al amor, que nunca le faltó. Seducido por la magia, extrajo lo mejor para consolidar su teoría acerca de la nueva «Era del cuarzo y el Jaguar», era de la transparencia, de una sociedad mejor bajo el templo del jaguar.
En medio de la tristeza por los acontecimientos del palacio de justicia, de nuevo se le vio el 13 de noviembre del mismo año acongojado, por la desaparición del hermano pueblo de Armero, tragedia y catástrofe significativa con más de 23.000 muertes, entre ellos la de su hermana Eunice Parra, sumido en ese profundo dolor y desconsuelo, herido en su espíritu, pocos días después se sumaría otra gran tragedia, la muerte de su hermano.
Sin embargo surgía como el ave fénix, siempre con su sencillez, su afecto cálido, su irreverencia a flor de piel, con su remoquete de «fantasma de Siloé», que «pactaba con Dios y con el Diablo», imbatible, invisible para el enemigo; con la fuerza del amor, la cadena de afectos siempre compartida con su pueblo, que cada vez más lo protegía de la muerte.
Se recuerda su Quijote y su Sancho producto de su plumilla, ubicados en el Instituto Tolima, donde se exhibe y ocupa lugar destacado en el corazón del pueblo del Líbano.
En el final de sus días, con su pelo cenizo que le dio aire de zorro, escribiría que «La muerte, que se rige por los códigos del universo, es una diosa destronada por la acción inclemente del hombre y sus ambiciones y caprichos… no es más que una consejera clandestina y calumniada que nos dice que hay que aprovechar al máximo cada instante de esta vida que ya no es propia sino prestada» (Parra Guzman, 1993, pág. 10).
Convencido siempre que después de este momento de cruda violencia en la historia latinoamericana vendrá la era del cuarzo y el jaguar, cambio que sólo será posible con la identidad, pues «Si tenemos en cuenta que las creencias son la fuerza y la ley más poderosa, desencadenemos, pues, la fuerza de las creencias en política para que de verdad sea el pueblo el protagonista del cambio; cambio que solo será posible e ideal si se afianza en la identidad» (Parra Guzman, 1993, pág. 34)
Esa identidad traspasó los límites, enmarcándonos en esa Patria Grande Latinoamericana, esa que soñó construir Bolívar, Martí, Sandino, El Che, Chávez y los millones que han dado y dieron su vida en búsqueda de una Latinoamérica unida, con justicia social y del tamaño de los más grandes sueños. Convirtió a sus guerreros en jaguares, ese animal milenario entendiendo que «los hijos de este continente somos de la estirpe del jaguar, hijo del sol y su representante al sur del Rio Grande. Su fuerza salta a la luz del día en esa libertad que nos tomamos irremediablemente y por asalto, así este acto nos condene a vivir perseguidos o nos obligue a perder la vida en la decisión» (Parra Guzman, 1993, pág. 37)
Esos jaguares pintados de distintas banderas sobre un mismo continente con tantas similitudes movieron con atracción apasionada las fuerzas telúricas de sus tierras, generando tsunamis de los que aún nos llegan grandes olas buscaron esa era de cuarzo, de trasparencia donde fuera la justicia, la dignidad y la paz el motor hacia esa sociedad tan anhelada que aún nos queda por construir.
Es por eso que es debido rendirle homenaje a este Jaguar, a este guerrero del cuarzo y sacerdote jaguar que nos seduce a seguir la lucha por una Latinoamérica unida, una donde quepan muchos mundos, una donde podamos parar a ese gigante de las siete leguas.
Que sea pues la poesía, la música, las anécdotas y los cuentos los que nos hagan recordarlo hoy, que lo haga inmortal en ese pacto de la vida con la muerte que sólo se le manifiesta en el reconocimiento que le hacen los pueblos al hombre que supo cumplir con su misión.
Bibliografía
Beccassino, A. (1989). M-19 El heavy metal latinoamericano. Bogotá D.C: Fondo editorial Santodomingo.
Parra Guzman, A. (1992). El señor de los caminos. Colombia: Papel de Luna.
Parra Guzman, A. (1993). El templo del jaguar: La edad del Cuarzo y la transparencia. Pasto, Colombia: Acuariio ediciones.
Parra Guzman, A. (1991). La garza amorosa y el atrae-pájaros. Colombia: Ediciones Multilinea.
Villamizar, D. (1995). Aquel 19 será. Bogotá D.C: Planeta.
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