Quien se acerque a las redes sociales y medios digitales, constatará que en Cuba existen temas recurrentes que evidencian los senderos del debate de la sociedad civil: la discriminación racial, reivindicaciones feministas, la lucha de la comunidad LGBTI por sus derechos, proyectos artísticos contestatarios, la protección animal o medioambiental. Unos confluyen, otros marchan separados, y, en su totalidad, podrían ser definidos convencionalmente como una agenda pública, aunque carezcan del carácter organizado y de la planeación conjunta que el término requeriría.
El gobierno cubano percibe estas demandas, y especialmente el activismo que ellas generan, como injertos de instancias externas comprometidas en la subversión para un cambio de régimen.[1] No es ilógico pensar que las inconformidades en dichos temas puedan fomentar discrepancias políticas internas; sin embargo, absolutizar esa tesis no permite explicar la popularidad de que gozan hoy estos movimientos. Para hacerlo se deberán tener en cuenta dos aspectos fundamentales: 1) el gran desfase de Cuba respecto a estos asuntos, que tiene su raíz en los años finales de la década del sesenta y 2) que la reemergencia en cuestión data de los noventa, tras la caída del socialismo y motivada por los conflictos económicos e ideológicos resultantes. El hecho de que su visibilidad actual se explique por el mayor acceso a internet y a las redes sociales no puede confundirnos. ¿Cuándo se perdió el camino? ¿Cuándo volvieron a actualizarse estos sensibles temas? A responder tales interrogantes se encamina el presente artículo, que no pretende caracterizar los múltiples movimientos, proyectos, activistas o plataformas existentes en el ecosistema mediático digital.
El desfase
A fines de los sesenta, el mundo se hacía eco de la Revolución Cultural.[2] El mayo francés del 68 encabezó un movimiento contra todo tipo de autoritarismos y jerarquías: familiares, sociales, artísticas y educativas. Los jóvenes desafiaban los valores de sus padres y se oponían a una sociedad encorsetada y convencional. Criticaban el elitismo, la burocracia, la moral burguesa, el marxismo soviético, el Estado y el militarismo.
Estos movimientos, juveniles y contraculturales, se atomizaron en múltiples grupos, representantes de aristas sociales que a veces se entrecruzaban: pacifistas, feministas, homosexuales, ecologistas, diferentes tendencias del arte moderno; en Checoslovaquia, incluso, se abogaba por “un socialismo con rostro humano”.
Encauzadas hacia lo cultural e ideológico, el escenario de estas luchas eran las calles, aulas y campus universitarios, conciertos y acampadas. El movimiento tuvo resonancia en todos los continentes y países, aunque no por igual, y su fracaso relativo no menoscabó el impulso que dieron en los años subsiguientes a la causa del feminismo, a las luchas por los derechos de las minorías y los grupos raciales inferiorizados históricamente, y al ecologismo primitivo.
Tales hechos coincidieron en Cuba con un período de radicalización del socialismo. La Revolución logró un consenso popular con medidas de gran aceptación: acceso igualitario y libre a la educación, niveles básicos de nutrición, un sistema de salud pública impensable para un país del tercer mundo y diversas opciones culturales.
En la misma medida en que se beneficiaba a la mayoría, se requería de ella incondicionalidad. La unanimidad fue tallada como un monumento, sobre todo a partir del 65, fecha en que se proclama como Partido al PCC. El control temprano de la prensa por el gobierno permitió tutelar la opinión pública.
La aspiración de construir una sociedad comunista tomó fuerza en 1968 con la Ofensiva revolucionaria, que liquidó a la pequeña —y pequeñísima— propiedad privada; decisión que tardaría décadas en ser reconsiderada y que nunca ha sido admitida como errónea.
En terreno artístico, se suscitó la polémica por el poemario Fuera de Juego, de Heberto Padilla, y por la obra de teatro Los siete contra Tebas, de Antón Arrufat; síntoma significativo de la dirección que tomaba la política cultural, controlada por el aparato ideológico, lo que llegaría a su máxima expresión tres años después con los acuerdos del Primer Congreso de Educación y Cultura.
Fue interesante la apropiación simbólica del centenario del inicio de las guerras por la independencia. La Revolución se dictaminó como proceso único, con génesis en 1868 pero que incluía intrínsecamente al socialismo, del cual 1968 era un hito. Esta es la idea que transmite la cubierta de la revista Verde Olivo correspondiente al 7 de abril del 68, aun antes del conocido discurso de Fidel del 10 octubre en que proclama dicha tesis.
A medida que se constreñían los límites de lo que se entendía como revolucionario, se fue reduciendo la sociedad civil. En ello incidió obviamente la prohibición de asociaciones que no fueran las autorizadas por el gobierno.
Al tiempo que la Revolución Cultural protagonizaba el acontecer mundial, con su oposición a la burocracia, los verticalismos, la tradición y el autoritarismo; en Cuba se fortalecía un discurso que era su antítesis, ya que satanizaba todo lo que se apartara de la norma. En aquella etapa fuimos, más que nunca, una isla.[3]
Se pensó utópicamente que el racismo se abolía por las políticas igualitarias que se aplicaron desde el inicio, y que ciertamente favorecieron a las personas negras y mestizas como parte de beneficios comunes. No era tampoco un buen momento para el feminismo o para los homosexuales. En realidad, no lo era para nadie que intentara particularizar en algún componente del cuerpo social. Coexistíamos como una gigantesca mayoría. La predilección por una sociedad monolítica, estandarizada y obediente se observa en las siguientes caricaturas:[4]
La primera, «Musa snob», deja claro a nivel de texto que lo diferente no es bueno; idea reforzada en la imagen, pues advertimos que el defensor de la polémica, entiéndase crítica, viste informal, lleva melena y se muestra desenfadado. Su actitud contrasta con la atildada figura de cuello y corbata y pelo muy corto que se encuentra (¿casualidad?) a la izquierda, leyendo un libro de historia. Este mira asombrado, molesto, y solo lee.
La segunda, «Los vagos», presenta una imagen estandarizada del pueblo. Ocupan el cuadro personas semejantes, que visten del mismo modo, parecen un ejército y sonríen. No hay espacio para el único que se aprecia diferente.
En la tercera, «Los extravagantes», un trabajador vuelve la espalda a figuras de pelo largo, vestuario diferente y que disfrutan de la música y el idioma inglés. Ellas representan lo ajeno y son observadas con beneplácito por el imperialismo. Son antagónicas a la nación, según indica una bandera a punto de ser incinerada.
Estas caricaturas no hacían más que confirmar/reafirmar la política de intolerancia que se aplicaba ya. Desde 1965 —y hasta el 68—, funcionaron las Unidades Militares de Apoyo a la Producción (UMAP), campamentos ubicados en la provincia de Camagüey, donde eran confinados hombres considerados fuera de la norma revolucionaria: homosexuales, religiosos, presos comunes, jóvenes melenudos y amantes del rock. Testimonios de aquellos, o de sus familias,[5] permiten constatar que allí se utilizaron, con fines reeducativos, desde presiones psicológicas hasta torturas físicas. Jamás alguien se ha responsabilizado por ello ni se ha pedido disculpas a los afectados.
El artículo «Primavera de Praga-Verano en La Habana», permite que develemos aspectos de aquel período reflejados en la prensa[6]. Además de la Ofensiva Revolucionaria, eran noticias, internamente, el cordón cafetalero alrededor de La Habana y la preparación de condiciones para producir, dos años después, diez millones de toneladas de azúcar que permitirían obtener el capital para industrializarnos. En cuanto a las noticias externas, se enfatizaba en las luchas de los afroamericanos por sus derechos —contrastándolas con los logros en la Isla—, y en la condena a la guerra en Vietnam. Gran protagonismo noticioso tuvo el reflejo de la vida cotidiana en los países socialistas, desde la moda hasta el uso del tiempo libre, así como sus logros políticos y económicos.
La del sesenta es una década a la que deberemos volver constantemente para hablar de caminos perdidos en terreno económico, político e ideológico. En ella se intentó un proyecto socialista nacional —que recepcionó temprano una ideología dogmática, pero confrontada aún por tendencias críticas de izquierda—, el cual fracasó por enormes errores, agravados con terribles presiones externas.
Como consecuencia del fracaso de la zafra del setenta, se asumió un modelo de socialismo administrativa e ideo-políticamente similar al soviético. Serían definitivos la unanimidad, la intransigencia a las diferencias y el culto al dogmatismo.
La consigna de formar al «hombre nuevo» fue aspiración del sistema educativo, que reprodujo la intolerancia gracias a un modelo conductista y autoritario; por su parte, el Quinquenio Gris, 1971-1976, se caracterizó por el dogmatismo en la esfera cultural, la limitación a la libertad intelectual y la entronización del realismo socialista como método de creación.
Los homosexuales y religiosos fueron discriminados y no podían laborar en sectores como el magisterio, la cultura o las relaciones públicas. Tras la creación del Ministerio de Cultura, en 1976, se subsanaron algunas arbitrariedades; no obstante, en el sector educativo todavía a principio de los 80 ser amanerado podía costar el puesto o la posibilidad de estudio. Será en 1988, con la creación del Centro Nacional de Educación Sexual, que se actualice el estudio de la sexualidad y se promueva el respeto a la diferencia.
En el ámbito femenino, a pesar de los muchos beneficios que el proceso revolucionario dispensara —becas, empleos, apoyo para la crianza de los hijos, igualdad salarial, etc.—, las nuestras se fueron rezagando en conceptos y discursos, y no disponían de las herramientas teóricas de género, lo que permitió ocultar graves problemas como el maltrato psicológico, físico y hasta el femenicidio, disfrazado bajo el eufemismo de «crímenes pasionales». El éxodo del Mariel dejó muchos hogares a cargo de una mujer, situación que se fortaleció posteriormente motivada por altos índices de divorcialidad.
Respecto al tema racial, era tal la carencia de investigaciones y debates, que el politólogo Jorge Domínguez lo denominó un «no-tema» en los estudios cubanos.[7]
Fin de la utopía, pero no de la historia
En el invierno del 91, la URSS presenció cómo concluían 74 años de socialismo, y no con final feliz. El resto del bloque socialista la había precedido. Cuba, que dependía económicamente de ellos, dejó de recibir petróleo, perdió su mayor comprador de azúcar, el 85 % de sus intercambios comerciales y el suministro de tecnologías. La crisis fue brutal. Se le denominó Período especial, apelativo noble para lo que se vivió.
Hubo sectores más vulnerables porque no se relacionaban con ninguna de las nuevas fuentes de ingreso: turismo, pequeños negocios, remesas. Los niveles de pobreza y las desigualdades aumentaron. Ya no éramos el grupo homogenizado y sonriente que mostraba la caricatura. La apertura de la carrera de Sociología en esos años evidenció la preocupación del gobierno.
Entre los desfavorecidos estaban las personas negras, que tienen una desventaja histórica pues no poseen, salvo excepciones, patrimonio de larga data, grandes y lujosas mansiones u otras propiedades que pudieran poner en función de un negocio. Ellas sufrieron obstáculos racistas para acceder al sector privado, con empleos mejor remunerados.
El historiador Alejandro de la Fuente llama la atención sobre un dato significativo del pasado año: mientras el 58 % de los blancos tiene ingresos inferiores a los 3000 dólares anuales, entre los negros esa proporción alcanza el 95 %. A ello se suma que reciben una parte limitada de las remesas familiares.[8]
En los noventa, el no-tema se convertirá en tópico pertinente y permite articular un movimiento que incluyó a intelectuales, cineastas, artistas y músicos, y más recientemente a blogueros, periodistas independientes, activistas y promotores culturales negros.[9]
Otro grupo vulnerable fueron las mujeres. A inicios de los noventa, surgió Magín, organización feminista pionera obligada a desactivarse en 1996 por la intolerancia de las autoridades políticas. En Magín. Tiempo de contar esta historia, libro del 2015 coordinado por Daisy Rubiera y Sonnia Moro, se cuenta:
Se vivían entonces los peores años de la crisis económica […] muchas abandonaban el empleo y regresaban al hogar; algunas postergaban para nunca el deseo de tener un hijo; no pocas sacaban fuerza y creatividad de donde no había para, casi en acto de magia e inventiva, sostener la higiene, la salud y la vida de su núcleo familiar; unas emigraban, otras se quedaban, algunas se prostituían y la gran mayoría resistía el golpe de la crisis para sí y para los suyos. Cuba casi toda se movía en bicicleta, fabricaba sus jabones, innovaba en fórmulas culinarias, hacía malabares entre alumbrones de luz eléctrica y vivía con lo mínimo.
Las mujeres tienden a experimentar las consecuencias de las crisis con mayor rapidez y a beneficiarse más lentamente de la recuperación; como fundamenta un estudio de la investigadora y activista Ailynn Torres Santana en OnCuba.[10] Sin embargo, la FMC, organización femenina —no feminista— priorizaba la defensa de las conquistas revolucionarias a través de la unidad férrea de los cubanos, actitud que invisibilizaba las necesidades y aspiraciones específicas de las féminas. La desactivación de Magín interrumpió por unos años la experiencia feminista, que tendrá continuadoras en épocas recientes porque las problemáticas se agudizaron mucho más al ser descuidadas.
En la actualidad, se nos deben, entre muchas más, una ley de protección con enfoque de género, leyes que permitan el matrimonio igualitario, leyes de protección animal… El pasado marzo fue creada una Comisión Gubernamental para conducir el Programa Nacional Contra el Racismo y la Discriminación Racial, pero las acciones concretas no se conocen aún.
La tardía llegada de internet a Cuba coincidió con un panorama en el cual la deuda acumulada en estas materias era suficiente de sí como para que no tengamos que culpar a agentes externos. Vivimos hoy nuestra revolución cultural, que por retrasada no deja de ser enérgica, e igual que ocurrió en los sesenta, se produce fuera de las instituciones tradicionales de participación política y social, partidos o sindicatos, que por demás en Cuba son formales y perdieron su liderazgo.
Ahora las redes sociales y medios alternativos, con sus luces y sombras, se erigen en plataforma de reivindicación de derechos, son una alternativa a la sociedad civil atada por prohibiciones y permiten visibilizar las múltiples carencias. El camino perdido en esos temas hace 52 años se recorre hoy, pero la velocidad de la carrera es supersónica pues la era digital implica inmediatez.
Ante nosotros queda un reto: la comprensión de que la lucha por los derechos de los sectores y minorías sociales debe ir a la par de presiones por transformaciones políticas que conduzcan a una democratización del socialismo y una participación ciudadana; pero su análisis excede este espacio.
Alina B. López Hernández es profesora, ensayista y editora. Doctora en Ciencias Filosóficas y Miembro correspondiente de la Academia de la Historia de Cuba. Sus artículos y ensayos han aparecido en revistas cubanas y extranjeras. Es autora de los libros Segundas lecturas: intelectualidad, política y cultura en la república burguesa, Ediciones Matanzas, 2013 y 2015, (Premio Anual de Investigación Cultural 2014) y El (des)conocido Juan Marinello. Estudio de su pensamiento político, Ediciones Matanzas, 2014, (Reconocimiento especial de la crítica científica 2015). Entre los premios que ha recibido se encuentran el Temas de ensayo 2007, el Juan Marinello in Memoriam 2008, el Fundación de la Ciudad de Matanzas 2013 y el Anual de ensayo de la revista Matanzas 2016. Es miembro de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba.
* Tomado de: Cuba Study Group
***
[1] Véanse los artículos «¿Una contrarrevolución preferible?» http://www.cubadebate.cu/especiales/2020/05/30/una-contrarrevolucion-preferible/ y «Revictimizada mil veces» Granma 18/7/2020, de Javier Gómez Sánchez.
[2] N.E. – la autora se refiere a estos movimientos: https://es.wikipedia.org/wiki/Movimientos_sociales_de_1968
[3] https://elpais.com/elpais/2018/06/04/opinion/1528129217_246327.html
[4] Aparecidas en la revista Verde Olivo, en las fechas: 27/10/68, p. 13; 07/04/68, p. 44 y 06/10/68, p. 53.
[5] Alberto I. González: Dios no entra en mi oficina, CreateSpace Independent Publishing Platform, 2012; Carolina de la Torre: Benjamín. Cuando morir era más sensato que esperar, Editorial Verbum, 2018; Raimundo García Franco: Llanura de sombras. Diario de un pastor en las UMAP, Centro Cristiano de Reflexión y Diálogo-Cuba, 2019.
[6] Javiher Gutiérrez y Janet Iglesias, Centro de Altos Estudios Fernando Ortiz, Universidad de La Habana, (inédito).
[7] José I. Domínguez: «Racial and Ethnic Relations in the Cuban Armed Forces. A Non-Topic» en Armed Forces and Society, no. 2, 2/1976, pp. 273-290.
[8] «Cuba hoy: la pugna entre el racismo y la inclusión», https://www.nytimes.com/es/2019/04/26/cuba-racismo-afrocubanos/
[9] Alejandro de la Fuente lo analiza en: «Tengo una raza oscura y discriminada» El movimiento afrocubano: hacia un programa consensuado.
[10] «Los “períodos especiales” de las mujeres en Cuba».
Alina Bárbara López Hernández. Profesora, ensayista e historiadora. Doctora en Ciencias Filosóficas