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Intervención sobre los Cinco cubanos presos en EEUU. Madrid. Fiesta del PCE. Septiembre 2005

Al revés

Fuentes:

Hace muchos años un amigo me llevó a su pueblo. Era un lugar en medio de las montañas, rodeado de árboles, con un río limpio y caudaloso. Pero mi amigo apenas si me dejaba tiempo para mirarlo. Para él su pueblo era lo normal, un telón de fondo en el que apenas reparaba. En cambio […]

Hace muchos años un amigo me llevó a su pueblo. Era un lugar en medio de las montañas, rodeado de árboles, con un río limpio y caudaloso. Pero mi amigo apenas si me dejaba tiempo para mirarlo. Para él su pueblo era lo normal, un telón de fondo en el que apenas reparaba. En cambio quiso enseñarme un valle cercano con algunas casas de piedra, era lo que solía enseñar a todo el mundo. Le dije que las casas no estaban mal pero que su pueblo era impresionante y que por donde quería pasear era por su pueblo, junto al río, entre aquellos árboles y aquellas montañas. Mi amigo se quedó pensativo, nunca se le había ocurrido pensar que su pueblo fuera algo que alguien deseara mirar y habitar y compartir. Algunos años después empezó aquello del turismo rural y muchas personas fueron al pueblo de mi amigo, personas que se habían dado cuenta de que necesitaban árboles, montañas, ríos de agua clara.

Si he empezado contando este recuerdo es porque, en otra escala de la vida, a veces con los cinco héroes me parece que ocurre algo parecido. Me gustaría centrarme ahora en un momento de su historia. En el día en que los cinco son detenidos y conducidos al cuartel general del FBI de la ciudad de Miami. Es un sábado. La oficina federal de abogados de oficio no abriría hasta el próximo lunes y, según se relata en el libro de Rodolfo Dávalos, los oficiales del FBI tienen entonces la oportunidad de «conversar» con los detenidos para «proponer» algunos acuerdos. Las propuestas son claras. Si los acusados afirman que estaban conspirando contra Estados Unidos y que se proponían obtener información de Seguridad Nacional, recibirán a cambio unas leves condenas a propuesta del gobierno, sobre la base del cargo de «Agente extranjero no declarado» y, por supuesto, no irán a un juicio con jurados, sino se haría un arreglo en la corte. Si no aceptan, serán acusados de «Conspiración contra Estados Unidos» y de «Conspiración para cometer espionaje», además del cargo de «Agente extranjero».

En relación a este momento, Roberto Hernández, hermano de René, ha dicho: «Su condición de héroes se puso de manifiesto cuando se negaron a pactar con el Gobierno norteamericano para calumniar a Cuba. Solos y aislados, ninguno aceptó el acuerdo que les proponían a cambio de la libertad. Todos prefirieron la pena de muerte con la cual se les amenazaba, en vez de convertirse en punta de lanza contra la patria y mentir acerca de la búsqueda de información clasificada pues sabían que era el pretexto que EE.UU deseaba para acusar a Cuba y justificar una agresión» .
 
En efecto, los cinco no habían intentado obtener ninguna información sobre la seguridad nacional del país en donde residían, no habían recibido siquiera una solicitud de obtenerla, no habían realizado un acto contra ese país durante todo el tiempo que permanecieron en suelo norteamericano. Vuelvo a citar a Dávalos: «¿Por qué decir que eran un peligro para la seguridad nacional de Estados Unidos a cambio de un beneficio personal? Los cinco eligieron no faltar a la verdad, pues sabían que confesarse culpables implicaba decir que Cuba estaba interesada en la Seguridad Nacional de Estados Unidos y por tanto que Cuba era una amenaza para ese país. Aunque «egoístamente» esto podía representar algún beneficio, sería cambiar totalmente el sentido de sus vidas. Ellos estaban protegiendo a su patria y a los cubanos».
Aquí es dónde aparecen las montañas, los árboles, los ríos. Aquí es cuando Zapatero o Bush intentan decir algunas hermosas palabras sobre la muerte de los soldados en Irak o en Afganistán pero se les atragantan. Porque no es cierto que los soldados españoles o los estadounidenses mueran por estar defendiendo cosas como la democracia o la libertad. Mueren porque va en su sueldo, mueren porque están haciendo su trabajo y por nada más. Con esto en absoluto pretendo faltar al respeto de los soldados muertos. Lo que les pasa a ellos también nos pasa a los vivos, le ocurre a cualquier hombre o mujer nacido en Occidente y le ocurre porque no pertenece a ninguna comunidad sino apenas a un recinto administrativo compuesto por una suma de individuos aislados. Hoy, algunos personajes públicos han manifestado su preocupación por la falta de valores que unan a los grupos humanos. Fukuyama señala ahora la importancia de la confianza en la vida social para garantizar el buen funcionamiento del capitalismo, Benedicto XVI habla de poner fin a la tiranía relativista y de que no todo está permitido a fin de favorecer el imperio del dogma religioso. Pero las palabras deben anclarse en realidades.

Sólo si se ha vivido en una comunidad que sabe que cuando un hombre o una mujer caen caemos todos con él, sólo si se ha crecido en una comunidad que se comporta de forma consecuente con este conocimiento, es posible entender lo que significa dar la propia vida por esos hombres y mujeres que forman parte de uno y de los que uno forma parte. Cuando se ha vivido allí donde se procura construir un lugar justo y grato para todos, entonces no ceder a las presiones, ser leal a pesar de los chantajes, no pensar siquiera en traicionar será sin duda difícil, exigirá valor y tenacidad y un carácter firme. Será tan difícil como imaginamos pero al mismo tiempo será algo sencillo porque parecerá lógico, porque los oficiales del FBI apenas tendrán nunca nada que ofrecer más allá de las amenazas, nada que ofrecer que pueda ser comparable a lo que los cinco héroes cubanos tienen, conocen, sienten cada día.

Aunque Zapatero o Fukuyama o Benedicto XVI quieran acudir a hermosas palabras como heroísmo, solidaridad, confianza, sus discursos no echan raíces pues en España como en el resto de Europa, como en Estados Unidos la experiencia de las personas es que si un hombre o una mujer cae es su problema, si un hombre o una mujer cae es mala suerte, ya que ese hombre o esa mujer no pertenece apenas a ningún otro sitio que no sea su cuenta bancaria.

Por eso a veces, cuando un actor o un escritor o un cantante se suma a la carta abierta al Fiscal General de los Estados Unidos reclamando la inmediata liberación de los cinco después que la Corte de Apelaciones de Atlanta declararse nulo el juicio celebrado en Miami, por eso a veces pienso en la historia del pueblo de mi amigo. Pienso que es importante sin duda que personas como Saramago, Serrat, Walter Salles, Sabina, Nadime Gordimer o Gerard Depardieu hayan decidido firmar esa petición. Pero pienso, no obstante, que no debieran ser Cuba ni los cinco ni los comité de solidaridad con los cinco quienes se sintieran agradecidos por ello. Pienso que debería ser al revés. Que esas personas y otras cientos que están en la lista y otras cientos de miles que conocen el caso de los cinco y lo siguen y apoyan desde sus casas, pienso que todas ellas deberían, deberíamos, dar las gracias por poder apoyar un caso así. Dar las gracias a las montañas y a los árboles y a los ríos caudalosos por estar ahí. Y no debiera haber nadie que tuviera que acercarse a un cantante o a un actor o a un escritor para decirle si no le importaría hacerle el favor de ir a pasear un rato entre los árboles sino que, cuando se lo dijera, ese actor o ese cantante o ese escritor tendría que contestar: ¿pero es cierto, pero existen árboles, pero existe una forma de habitar la vida que no es la de estar pendiente del propio y exclusivo y excluyente beneficio? ¿Pero me estás dando la oportunidad de formar parte de ese paisaje, de entrar en él, de respirarlo?

A Cuba no le ocurre como le ocurría a mi amigo con su pueblo. Cuba sabe bien lo que significan los valores que ella defiende y lo que significa para todos quienes estamos lejos de allí que esos valores se mantengan vivos.

Sólo espero que pronto sean cada vez más las personas que lo sepan, para que no vengan las apisonadoras y las excavadoras, para que no vengan la barbarie o la invasión y no ocurra que cuando los cantantes, los actores, los escritores, los directores de cine y todos los demás quieran ir a caminar entre los árboles entonces se den cuenta de que ya no hay árboles o de que ya no van a tener la oportunidad de firmar otra carta de apoyo a cinco personas que les hicieron sentir por una vez orgullo, que es lo contrario de la vergüenza, orgullo del lugar donde estaba su nombre.