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Texto publicado en 1959

Al servicio de un nuevo mundo humano

Fuentes: Rebelión

Nota del editor SLA: Fue la primera revista teórico-política del PSUC. Josep Fontana fue el Primer Motor, nada inmóvil, de su edición, confección y realización. Ciclostil, voluntad, riesgo, clandestinidad, insubordinación: eran tiempos de penumbra y resistencia antifranquista.

Un cuarto de siglo después, finales de los setenta, Manuel Sacristán fue entrevistado por la dirección editorial de Nous Horitzons. Rindió entonces un breve homenaje a la publicación: «Me gustaría recordar que Horitzons [Horizontes] tenía un precedente inmediato. Entre 1957 y 1959 o 1960 el comité de intelectuales del PSUC sacó la que sí creo que fue primera revista marxista de crítica y política cultural editada en la Cataluña del franquismo: Quaderns de cultura catalana. Salieron muy pocos números […] Pero estaba totalmente escrita e impresa en el interior. Como trabajo conspirativo, Quaderns tenía su mérito. Constaba de más de veinte páginas por número. La impresión y el primer escalón de distribución de los Quaderns estuvieron a cargo de un equipo muy reducido, pero eficaz, que dirigió el historiador Josep Fontana».

Para el número 3 de Quaderns, noviembre 1959, Sacristán escribió un editorial firmado con las siglas «Q.C.C». Unos dos años después, el 12 de abril de 1961, dos días antes del trigésimo aniversario de la proclamación de II República española, en las llanuras de Kazajistán, Yuri Gagarin, un ex obrero fundidor soviético, gritó «Poyejali [vámonos]», después de la ignición de un cohete de unos 30 metros de longitud que le llevó hasta el espacio. Menos de hora y media más tarde, tras completar una órbita completa al planeta, Gagarin volvía de nuevo a tierra. Se había convertido en el primer ser humano en viajar al espacio. Recientemente, Viktor Gorbatko, uno de sus compañeros, lo ha recordado en los siguientes términos: «Me pareció una persona simple, con un encanto y una sonrisa muy especial, muy deseoso de trabajar y conseguir metas. Se notaban las características y los rasgos de personalidad necesarios para hacerse cosmonauta. El ingeniero principal, Sergei Korolev, entonces dijo que Gagarin podría llegar a ser un gran científico, pero yo creo que Gagarin podría ser también un excelente hombre de Estado. Es una pena que viviese tan poco. El mérito de Gagarin es inmenso, nos regaló el espacio a todos los habitantes de la Tierra, a los españoles entre ellos».

Hoy, en el cincuenta aniversario de aquella hazaña, vale la pena recordar este texto de Sacristán, escrito tres años después de su vuelta de Alemania, del Instituto de lógica y Fundamentos de la Ciencia de Münster, donde conociera al gran lógico pisano Etlore Casari, a Vicente Romano y a Ulrike Meinhof, y tres años después también de iniciar su decisiva y arriesgada militancia en el PSUC, en el partido de los comunistas catalanes.

Sacristán no ignoró nunca, ni tan siquiera en aquellos momentos de comprensible entusiasmo socialista, la ambivalencia de la empresa científica, el hecho de que lo peor (poliéticamente) de la física fuera su enorme bondad epistemológica, el mucho Ser que era capaz de comprender y manipular. Lo expresó en los términos siguientes años después: «No hay theoria que no se prolongue en techné, si es buena teoría. Pero eso es una cosa, y otra (es) que hay que manipular menos y acariciar más la naturaleza. Lo esencial es que la técnica de acariciar no puede basarse sino en la misma teoría que posibilita la técnica del violar y destruir».

*

En los ambientes intelectuales conservadores y tradicionalistas, los últimos acontecimientos de la técnica astronáutica (Lunik II y Lunik III) han provocado las habituales jeremiadas de menosprecio acerca de la «mecánica civilización técnica», llantos de raíz romántica y germánica difundidos en nuestra casa por las traducciones de Revista de Occidente. La alegría satisfecha de los comunistas por el éxito de la astronáutica soviética es, para estos nostálgicos de la «naturalidad», de la «escala humana» del mundo medieval, rudo y bárbaro entusiasmo respecto de la «mera acumulación» de conocimiento y conquistas técnicas materiales, irrelevantes según ellos para el destino del hombre y para su autoconocimiento. La intelectualidad burguesa de países que, al menos, han abandonado culturalmente la Edad Media -sobre todo los anglosajones- consideran que este entusiasmo natural de los comunistas es tan sólo partidismo, sentimiento espurio de la pura actividad científica, del ethos teorético. Los comunistas -según ellos- habrían estado menos felices si el Lunik III se hubiera llamado «Explorer» y hubiese despegado de alguna base yanqui.

Es verdad. Nos ha satisfecho positivamente que el Lunik III llevara una hoz y un martillo -esto que la prensa franquista llama tímidamente «el escudo de la Unión Soviética» y que en realidad es el símbolo internacional de la humanidad que trabaja y avanza. Nos ha satisfecho, naturalmente, como comunistas, pero nos ha satisfecho también como personas de profesión científica o intelectual en general, porque el hecho que el Lunik III llevase una hoz y un martillo -símbolo muy diferente del viejo nacionalismo hambriento de conquistas imperiales que se esconde en acto o en potencia, debajo de los pliegues de las otras banderas del mundo- garantiza que la ciencia continúe siendo en el siglo XX, gracias al triunfo del marxismo en parte del mundo, fiel a su función cultural revolucionaria y progresista. La ciencia -nuestra ciencia europea, usando palabras agradables a todos los oídos- nació con la voluntad y misión revolucionarias: nació con el objetivo de liberar al hombre de la más sutil de todas sus alienaciones, que es la alienación en sus propios productos culturales y especialmente en la visión teológica tradicional del mundo. No importa que Kepler o Newton tuvieran una religiosidad personal y propia; ésta era, con sus vaguedades heterodoxas, un compromiso con la religiosidad medieval, y constituía, por otra parte -esto es decisivo culturalmente- una ruptura con el teologismo de la Edad Media: la religiosidad de Newton se inserta ya a posteriori, como mítica, en la nueva visión científica del mundo, en lugar de ser, como era la teología medieval, estructura fundamental y apriorística de toda la cultura.

Aún dejando al lado la actitud reaccionaria de un mundo sin ciencia, actitud con cuya consideración hemos iniciado esta nota; aún teniendo en cuenta solamente la forma más moderna de la cultura burguesa -la mentalidad científica presuntamente libre de ideología y de ideales, tal como se presenta en el neopositivismo anglosajón-, se puede afirmar que la ciencia, en el mundo burgués, ha perdido su razón de ser humana y humanista: ser un arma en la lucha del hombre contra la alienación de su espíritu en lo que es desconocido, ser verdadera creadora de cultura, de mundo espiritual humano, y no solamente de instrumental técnico. Que la ciencia vaya adelante por obra de marxistas, por obra de humanistas, es garantía que la lamentación romántica tradicionalista sobre la escisión entre ciencia y hombre no tiene razón de ser. El científico marxista no hace ciencia simplemente porque le divierte o porque tenga su modus vivendi, para olvidarla en su vida privada y moral, como olvida la bata del laboratorio después de sacársela. El científico marxista hace ciencia como los clásicos: en función de un ideal revolucionario de progreso, al servicio de un nuevo mundo humano. Por eso nos alegra que el Lunik III haya despegado de la URSS más de lo que nos alegraría -y nos alegraría mucho también- si hubiera despegado de los Estados Unidos de América.

Nota:

[1] El título del artículo no es de Sacristán.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.