Hay ciertos códigos irrenunciables, aquellos con los que nos entendemos únicamente nosotros, en los que descansa una suerte de compromiso y de cuales estamos condenados asumir sea donde sea. Uno de ellos es la lealtad al barrio, al pedazo.
Entiendo que usted quien lee este texto entenderá que nada de lo aquí narrado es ficción, ni mucho menos creer que este retrato no es un instrumento ideológico con una intención política clara. No hay nada que puedan hacer, aquí el acto de escribir es sólo un instrumento de la organización, una organización gestándose desde adentro, en donde nuestra memoria se organiza por cuenta propia, desde nuestro barrio y defendiendo lo que la produce: nuestra digna rabia.
Declaramos que todo acto de escritura tiene sentido toda vez que es político, porque descansa en una coyuntura específica; en este caso, escribimos por y para hacer memoria, y dedicando este acto a todos los que reconociendo su dimensión histórica en este proceso sufrieron la persecución estatal. Les habla alias “Mechas”, el mejor amigo del protagonista, de este, su retrato.
Por tanto, yo voy hacer el encargado de narrar en primera persona lo que realmente le sucedió a Daniel Jaimes, uno de los tantos casos de mutilación ocular ocasionados por el terrorismo de estado en el marco del Paro Nacional 2021 -2022 en Colombia.
Jaimes lo conozco hace rato, pero ese día lo conocí desde otra faceta, totalmente desconocida hasta ese momento. Muchos nos acercamos al tropel ese Primero de Mayo, día del trabajador, no necesariamente por pertenecer algún grupo y/o partido, para nosotros fue sentido común y lo asumimos como algo necesario. En ese momento habían múltiples razones para protestar, pero nosotros no nos íbamos a seguir aguantando, sin decir nada, y desde la casa,no, mirando el asedio criminal de Iván Duque contra cualquier forma de manifestación social. Estábamos mamados, y la guerra que supuestamente nunca llegó a las ciudades estaba atacando nuestro territorio, y lo sentimos como algo personal.
Muchas veces callejeamos el barrio, de madrugada y lo conocíamos bien. Desde pequeños caminamos las mismas cuadras; nuestra mamá, tíos y familia las habían andado, nos contaban sobre sus peligros, pero la mayoría de veces celebramos victoriosos y las disputas que enfrentamos, es eso que nos da el carácter, porque créame que crecer allí es agreste. El Barrio nos enseñó a pararnos duro. Cuando llegó el ESMAD al territorio, supimos que nos tocaba como fuera para protegernos, ya había harto parche y lo hicimos.
Nos encontramos en la Cuadra de La Marichuela, un sitio perfecto para el combate, al lado del Puente de la Dignidad. Conseguimos poner una barricada con lo que había, incluso vi que antes del disparo el Jaimes corría con ayuda de otros compas un container de la basura. Aún no disponíamos de escudos, ni gafas, nada. Vimos la amenaza, y lo que sí teníamos era una banda re grande que no se iba a dejar arrumar. Ellos tenían las armas, nosotros éramos severo pueblo indignado.
Jaimes nos narra que no sintió dolor, pero que sí alcanzó a ver al uniformado apuntando, yo estaba a cinco metros aproximadamente. Jaimes le diagnosticaron desde niño atención dispersa, y cuando sonó el bombazo Jaimes nos contó que vio apenas algo que se le iluminaba sobre el rostro, como si de un balonazo de micro se tratara, pero lo que nosotros vimos fue al parcero herido y con las manos en la cara. La verdad mientras nosotros cargamos a Jaimes a la estación de Bomberos más cercana, los tombos nos siguieron reprimiendo y por allá, mientras lo alzamos para desplazarlo de la zona, cayó una lacrimógena que según Jaimes era el tiro de gracia. Jaimes nos dijo una sola cosa “Sáquenme de acá porque me voy a ahogar”
En medio de ese caos, todo el mundo decía que al parcero le habían dado, lo habían jodido, y sí, cuando Jaimes se quitó la manos del rostro pensé en Doña Mónica, nuestra casa, nuestra comida. Nadie se esperaba que ese día, precisamente cuando la mamá le dice a uno – Papi no salga, vea que voy hacer pasta- y paso, paso finalmente. La señora Monica es una señora, una mamá responsable, y le tengo respeto; pensaba en ella, en su sentimiento al saber lo acontecido. Puedo decir que eso se debe sentir como si se tratara uno de enloquecer, como si fuera falsa una verdad inevitable. Muchas veces olvidamos eso, el significado que tiene amar a alguien, y el amor que una madre tiene por uno es proporcional también al sufrimiento que uno le puede generar con este tipo de acontecimientos.
La sincera uno no dimensiona la vuelta, cuando le quitamos el trapo a Jaimes vimos su rostro desfigurado lleno de sangre. No podía creer que a mí mejor amigo, con quién crecí, con quién ande siempre, le habían quitado un ojo, su ojo, uno de los compas no podía creer que era Jaimes y gritó: “Al socio le quitaron el ojo” “Ese nos es Jaimes” – Gritaba-
A partir de ahí, nuestra vida cambió para siempre. Era tal la confusión que algunos de los compas no lo reconocían, ni siquiera podían aceptarlo; así que en medio de que llamábamos a primeros auxilios y a la señora Mónica, el combate se recrudeció. Y claro, yo quería estar ahí, tenía mucha rabia, quería desofenderme, pero incluso Jaimes se intentó levantar cuando se tocó la boca y no tenía dientes, me tocó calmarlo, aunque lo único que quería era pararme re duro, mejor dicho, quería incendiarlo todo. Tenía mucha rabia.
Pasado un rato, llegó doña Mónica, y claro, qué vergüenza sentí al señalar la habitación donde estaba su hijo. Creé muchas versiones, muchos escenarios en mi cabeza, pero concluí que era una derrota personal en su momento, pues Doña Mónica entendería que yo siendo el mejor amigo de Jaimes, había puesto en peligro lo más preciado de su vida, su hijo. sentí mucho dolor, porque era una acción legítima ante tanta violencia ejercida por este estado criminal. Así que estaba en un dilema, mejor dicho en una contradicción.
Me dije a mí mismo, aún sin hablar con Jaimes: ¿será necesario continuar con la lucha? A partir de esto ya no habrá retorno, sea la decisión que sea. Ya habían dejado una huella sobre la piel de mi mejor amigo, para este estado genocida nosotros somos objetivos militares, eso lo entendí ahí, no iban a tener ningún reparo en matarnos si era necesario, y hasta ahora ni siquiera había podido hablar con él. Fue uno de los sentimientos más horribles, mi hermano encamado, sintiendo dolor, era algo inaceptable.
Pasados cuatro días esperando en el hospital, mientras la calle seguía ardiendo, finalmente hablé con Jaimes luego de la cirugía, y lo primero que me dijo fue que estos días se había sentido en el propio infierno y que escuchaba; escucho que tal vez había una alta probabilidad de quedar totalmente ciego. En esa conversación, Jaimes dijo: “Me quedo ciego y me mato” -Le dijo eso a Doña Mónica – “Si no vuelvo a ver, me quiero morir, no quiero vivir”. “Fue horrible pensar eso, pensar que no iba a ver siquiera el sol, ni la noche, nada” – concluyó –
En ese momento sabía que a Jaimes no se le podía dejar solo, tenía que acompañarlo en este proceso. Así que tuvimos mucho tiempo para hablar sobre lo que pasó, y fue ahí cuando hablamos de este acto, y es hasta aquí, aquí queda la primera parte. Viene nuestra decisión, viene lo que tuvo que sufrir a nivel quirúrgico Jaimes, y por último nuestras demandas como víctimas luego del estallido.
A todos los que leyeron, les habla Jaimes, gracias. Veremos que pasa en la segunda parte, pero por favor no olvidar que hay maldad y luchar contra esa maldad. Luchar por quienes ya no están. Y así las cosas no estén lo suficientemente bien, tampoco estarán lo suficientemente mal. Sería eso.
Seguimos en resistencia.
Primera Línea de Escritores.
Andres Felipe Suarez Lopez es corresponsal de diversos medios digitales. Militante de la Primera Linea de Escritores.
Cambio y Fuera.
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