«Non est potestas Super Terram quae Comparetur ei» (No hay poder sobre la tierra que se le compare») Job, 41,24 «Quien le echa un pulso al Estado pierde» A. P. Rubalcaba 1. La rabia con que cierta izquierda de tradición laborista (estalinista, eurocomunista o socialdemócrata) está respondiendo al conflicto de los controladores aéreos no sorprende. […]
(No hay poder sobre la tierra que se le compare») Job, 41,24
«Quien le echa un pulso al Estado pierde»
A. P. Rubalcaba
1. La rabia con que cierta izquierda de tradición laborista (estalinista, eurocomunista o socialdemócrata) está respondiendo al conflicto de los controladores aéreos no sorprende. Su posición es la de la defensa de los intereses residuales de un tipo de trabajador hoy minoritario (el trabajador con contrato indefinido del fordismo), muy en particular de los intereses particulares de sus representantes políticos y sindicales autoproclamados. Estas organizaciones pretenden enfrentar al trabajador modélico del fordismo con lo que hoy es ya la mayoría de los trabajadores: precarios, intermitentes, incluso parados, trabajadores cognitivos, domésticos, afectivos etc. Formas de trabajo todas ellas que desconocen los límites de la jornada laboral y del centro de trabajo, pues corresponden a un trabajo difuso en el tiempo y el espacio. Cuando enfrentan a una auténtica «clase obrera» -en desaparición- con el trabajo social difuso postfordista, algunos de los representantes de la antigua clase obrera se convierten en los más preciados aliados del capital y de sus gobiernos en su lucha contra el proletariado realmente existente.
2. Los controladores aéreos son unos trabajadores de un tipo muy particular. Son fundamentalmente trabajadores de la atención, con una altísima responsabilidad sobre la seguridad y la vida de los viajeros. Su tiempo de trabajo es a la vez dilatado (muchas horas de presencia), intermitente (necesidad de pausas para mantener la capacidad de atención necesaria) y sumamente intenso (atender a los movimientos simultáneos de 60 aviones en Barajas…). En eso se asemeja, por ejemplo al de los intérpretes. Su fuerza de trabajo es por ello mismo una mercancía escasa en el mercado laboral. Por otra parte, su posición clave en el sistema de flujos de circulación rápida de mercancías y de personas les ha permitido presionar eficazmente para mantener y mejorar sus salarios (aunque en los último años, y particularmente en los últimos meses, ha aumentado su tiempo de trabajo con numerosas horas extras no voluntarias). La conjunción de estos dos factores explica que sus sueldos sean elevados. Sin embargo, el que sean bastante superiores a la media obedece también al hecho de que los salarios de la mayoría de los otros trabajadores llevan 30 años estancados, cuando no se han visto drásticamente cercenados. Tal vez, si se hubiera dado una progresión de los demás salarios en consonancia con la productividad del trabajo y la inflación, existiría ahora una diferencia menor entre los sueldos de los controladores aéreos y los del resto de la población asalariada.
Los controladores aéreos constituyen por consiguiente un ejemplo a seguir para todos los demás trabajadores. Ciertamente no corresponden al tipo genuino del «proletario con conciencia de clase», no son esos trabajadores de los que dice López Arnal en un artículo publicado en Rebelión que » cuando los trabajadores van a la huelga no lo hacen por no trabajar sino por hacerlo en condiciones dignas. Aspirando a ser tratados como seres humanos, no como piezas de un mecanismo diabólico e injusto». Sería por lo tanto absurdo e indecente según el moralismo «laborista» que los trabajadores fuesen a la huelga por trabajar menos o por ganar mucho más, o para dejar de ser trabajadores y asalariados apropiándose de los medios de producción. Los controladores son por ello un muy mal ejemplo de indocilidad por parte de los trabajadores, desde el punto de vista del capital y sus gobiernos, pero también de las organizaciones que no tienen ninguna perspectiva que vaya más allá de la identidad obrera y de la «dignidad» del trabajo asalariado . De ahí que López Arnal se apresure a excluir a los controladores aéreos, cuya huelga califica de «huelga burguesa», del mundo del trabajo, pues: » no dan ninguna señal de querer pertenecer al movimiento obrero ibérico, de cultivar los ideales ilustrados de la libertad, la igualdad y la fraternidad. Ellos no son obreros, son trabajadores especializados de cuello blanco; no se ensucian, no tienen nada que ver con los trabajadores de la construcción o con las trabajadoras de los call center.» Afortunadamente, existen otras voces entre las organizaciones sindicales, que son capaces de evitar la trampa hoy tendida a los trabajadores.
3. La militarización de los controladores aéreos aprobada por el gobierno socialista no es, con todo, una sorpresa. No sorprende el grado de docilidad, hija de la costumbre, con que se está aceptando el «golpe de Estado social» del gobierno del PSOE, quien, por primera vez depués de la muerte del fundador del actual ordenamiento político español, ha declarado un Estado de alarma para hacer frente a un conflicto laboral. No es esta, por cierto, la primera vez que la socialdemocracia española toma medidas radicales contra los trabajadores a fin de establecer condiciones más favorables para el capital. El gobierno de Felipe Gonzalez fue el reponsable de la mayor reestructuraciópn industrial de la historia reciente. En España la labor que en otros países desempeñaran Thatcher, Reagan o Pinochet corrió a cargo del primer partido de la «izquierda». Su ministro de industria de la época, Carlos Solchaga, afirmaba, emulando el «enrichissez-vous» («enriquecéos») de Thiers que «España es el país del mundo donde es más fácil hacer dinero». Sin duda, lo era y lo es para quienes ya tienen mucho. Un general del ejército español llegó a explicar al autor de este blog en una conversación privada a principios de los 80 que, aun siendo de derechas, los militares estaban contentos con que el PSOE gobernase, pues una reestructuración industrial de esas dimensiones con un gobierno de derechas podría haber supuesto una revolución social. La cínica lucidez del general definía correctamenter la función del PSOE en la transición: hacer pasar como medidas progresistas las principales reformas neoliberales. Ya en los años 80, los responsables económicos del PSOE hablaban de los «privilegios» de los trabajadores. El más escandaloso era disponer de un empleo con contrato fijo y contra él se activó todo el aparato del gobierno y del partido con notable eficacia. Hoy, la mayor parte de los puestos de trabajo que se crean se rige por contratos a tiempo definido o por formas precarias de contractualidad. El resultado de esto es que, una vez declarada la última crisis, España fue el país que más puestos de trabajo perdió en menos tiempo y el que ostenta el récord absoluto de desempleo en la UE.
Aún así, la lucha contra los «privilegios» no había ido lo bastante lejos y el gobierno «progresista» de Zapatero ideó no ya salvaguardas contra el despido como correspondería a una socialdemocracia digna de ese nombre, sino subvenciones al despido en favor de las empresas…Además, para mantener debidamente intimidado al ya nutrido ejército de reserva de trabajadores que cuenta con la bonita cifra de 4.100.000 exponentes y sigue creciendo, el gobierno socialista español suprimió la ayuda de 460 euros para los parados sin subvención. Los mercados están ya más tranquilos, a la espera de lanzar la siguiente ofensiva depredadora contra los títulos de deuda del Estado español. En este contexto de denodada lucha del gobierno socialista contra los supuestos privilegios…de los trabajadores y en favor de los muy reales privilegios del capital, surgen el plante masivo de los controladores aéreos y las medidas de excepción del gobierno.
4. Las medidas de excepción, que se concretan en la declaración por quince días del Estado de alarma, se presentan como una firme toma de control de la situación por parte del ejecutivo español en nombre de la defensa de los usuarios frente a un colectivo profesional priviluegiado e irresponsable y del mantenimiento de la buena imagen exterior del país. Rubalcaba resumía el espíritu de las medidas con la energía de un nuevo Fraga Iribarne: «quien le echa un pulso al Estado pierde«. Atacando a los controladores aéreos, el gobierno tiene la seguridad de ganarse la simpatía de los usuarios, pero también la de la izquierda laborista y fordista, para la cual el resentimiento contra un colectivo «privilegiado» hace las veces de conciencia de clase; de una muy peculiar conciencia de clase que se traduce en un patriótico llamamiento a arrimar el hombro junto a la patronal y el gobierno para recuperar el crecimiento y el empleo. El terror provocado por la militarización y el estado de alarma ya ha permitido «normalizar» la situación de los aeropuertos, aun a punta de pistola. Es ciertamente un resultado apreciable. Otro es la lección que por anticipado se emite a quienes pretendan bloquear los flujos de transporte y comunicación esenciales para el funcionamiento del capitalismo postfordista. La próxima huelga general que intente bloquear el conjunto del espacio social metropolitano puede recibir una respuesta particularmente firme.
Con todo, mediante esta exhibición de «fuerza», el gobierno español intenta ocultar con gesticulaciones su apabullante debilidad. Debilidad ante el capital español e internacional que se expresa en sus varias series de concesiones para «calmar a los mercados»: reforma laboral, reducción de los sueldos en la función pública, privatizaciones, subsidios al despido, eliminación de ayudas a los parados, y próximamente, si nadie lo evita, una brutal reducción de las pensiones. Todas estas medidas son en principio contrarias a la supervivencia de un gobierno socialdemócrata, salvo que este haya optado clara y definitivamente por una tercera vía semejante a la de Tony Blair en el laborismo británico, consistente en prescindir cada vez más de un voto obrero y popular que se dirige a la abstención o a la extrema derecha, en favor de una competición con los partidos conservadores por el voto del electorado tradicional de la derecha. Para ello es importante dar una impresión de fuerza del Estado, de ejercicio de la soberanía, pues, nuestros socialistas saben perfectamente que, como afirmaba el gran jurista -y deleznable cómplce del nazismo- Carl Schmitt: «Soberano es quien decide sobre la situación de excepción» (C. Schmitt, Teología política). Decidir sobre la situación de excepción es hoy reconocer la peligrosidad del «mal ejemplo de los controladores» para el conjunto de la población y tomar las medidas de excepción correspondientes.
Como, por otra parte, el ejercicio de la soberanía frente a los intereses de los poderes financieros es estrictamente imposible si se aceptan las condiciones del capitalismo mundializado, la actuación «soberana»debe desplazarse a un objetivo menos peligroso. De momento, intervención soberana que restablece el orden legal y constitucional se ejerce sobre los controladores aéreos e indirectamente sobre el conjunto de los trabajadores del Estado español. De esta manera, ese triste apéndice del capital globalizado que es el gobierno de España puede permitirse lucir un poco creíble disfraz de Leviatán, afirmándose como soberano allí donde ya no pueden ejercer ni el ejecutivo ni ningún otro de los poderes del Estado la más mínima soberanía efectiva. Lo que ocurre es que todo tiene sus límites y que no es posible militarizar al conjunto de la sociedad, ni gestionar la fuerza de trabajo mediante el simple terror dentro de un régimen postfordista en que el tiempo y el espacio del trabajo y por consiguiente el tiempo y el espacio del conflicto y del bloqueo de los flujos mercantiles cubre el conjunto de la sociedad. A lo mejor, con un poco de suerte, Julian Assange ha introducido algún «secreto de Estado» del gobierno español en su florilegio de chismes: esto quizá pueda regalar alguna escama al lamentable disfraz del patético Leviatán hispánico.
Publicado por John Brown en Iohannes Maurus
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