Hace casi veinte años que el joven Albert Pla (Sabadell, 1966) debutaba en el cada día más convulsionado mundo de la música, con un disco en catalán que no tenia desperdicio: Ho sento molt (1989). Aquel primer álbum fue una ventana por las que se asomó, perverso y transgresor, un niño con rostro demoníaco, de […]
Hace casi veinte años que el joven Albert Pla (Sabadell, 1966) debutaba en el cada día más convulsionado mundo de la música, con un disco en catalán que no tenia desperdicio: Ho sento molt (1989). Aquel primer álbum fue una ventana por las que se asomó, perverso y transgresor, un niño con rostro demoníaco, de sonrisa maquiavélica, que decía malas palabras, con ideas satánicas en la cabeza, capaz de encontrar la belleza extrema en un asesinato y demostrar que una imagen de aparente serenidad y formal belleza (La Anunciación de Murillo, por ejemplo) era más ofensiva y aterradora que un cuadro de Drácula defecando en la boca del Papa. Nada de ello es cierto, pero cuando escuchas una de sus canciones, puedes deducirlo sin ningún problema, a menos que tengas un cerebro en paro forzoso.
Tras un espléndido segundo álbum Aquí s’acava el que es donava (PDI, 1990), editado igualmente en vinilo en tiempos del CD, su casa discográfica asistía a la pérdida del inquieto chavea que salió de estampida hacia un escondrijo remoto, sito al otro lado del Atlántico, donde practicar el noble arte de la introspección para decidir por qué caminos habría de continuar su andadura hacia donde fuere, porque a Plá le importan tres gónadas y sus sendos escrotos, los cuatro puntos cardinales.
Cantar en castellano fue una de sus más sublimes decisiones, habida cuenta de que, según sus propias palabras, «Cuando dejas de cantar en catalán, simplemente dejas de cantar. No estoy hablando de ninguna persecución. Es lo que es y ya está». Sabias palabras las de este deslenguado y necesario intérprete, de este cantautor, en el mejor sentido del término, que por si fuera poco es capaz de hacer propias las creaciones ajenas sin que se note en absoluto.
Tras el más que sorprendente No sólo de rumba vive el hombre (BMG 1992), Albert Plá se lanza al mundo mediático con un descaro más propio de temerarios maletillas en una dehesa infectada de morlacos agresivos, que de un prudente novato que prueba las mieles de la crítica elogiosa, escrita por sesudos popes del ritmo, ya fuera en la meseta (donde se alegraban de que el chico abandonara el catalán), o en la mismísima tierra de la Virgen de Montserrat, en la que catalanistas comprensivos, catalanes militantes, izquierdistas de salón y progresistas que creen en el éxito de la transición política o en la nobleza de ideas de la monarquía borbónica, aplaudían la inmensa demostración de libertad que ejercitaba el autor de joyas como Joaquín el Necio o La dejo, o no la dejo, en la que la letra era tan valiente como destructiva:
Tu novia es un encanto y tú estás tan enamorado por eso le perdonas sus deslices sus engaños pero tu cariño no es tan ciego ves muy claro su secreto. Ella tiene otra vida más siniestra y clandestina: tu novia es una terrorista
Más discos, más pausas, más silencios, más teatro, más ironía, más sorna, más vitriolo en los textos, Fonellosa, flamenco, novias, embarazos, proyectos y…. llega el siglo XXI repleto de invasiones disfrazadas de guerras, de lucha armada bautizada como terrorismo internacional, de asesinos a sueldo presidencial (Bush, Blair, Aznar, Berlusconi), sangre, mierda e hipocresía mediática, amén de una pasmosa mediocridad artística en la que danzan y se revuelcan todos los Clubes de la Comedia de la España grande y libre, mientras el más genial de los actores-cantantes-poetas, lanza venablos a diestro y siniestro hasta llegar al disco que narra su Vida y Milagros (Sony-BMG-RCA, 2006). La summa artis del más que tímido Albert Plá. Pero ya se sabe que los grandes tímidos suelen ser unos magníficos héroes.
Tal vez sea cierto eso de que Manolo Cabezabolo, Fermín Muruguza y Robe fueran sus ídolos juveniles, o que la vorágine que le sorprendió a mediados de los noventa le uniera a ciertas personalidades como Juanma Bajo Ulloa o Pedro Almodóvar, le colocara ante los escenarios y pantallas sin que el autor sufriera el mínimo ataque de rubor. Plá tiene una seguridad tan apabullante ante lo que hace, en el terreno que pise, que es tanta como su sencillez y mesura en una conversación privada. Hace sólo unos días, cenábamos en Madrid para comentar su última gira americana y española (que aún no he terminado) así como las críticas que ha recibido por su espectáculo El Malo de La Película, y de su más reciente obra discográfica, en la que no obstante, echo de menos alguno de los brillantes temas de sus dos primeros discos. Una velada en la que descubrí que Plá camina por el lado más bestia de la vida, pero acompañado de gentes tan perspicaces y honestas, valientes e ingeniosas como Pedro Páramo.
Vida y Milagros encierra quince canciones y un DVD (algo ya inevitable en el maltrecho mundo de la industria), en el que unos músicos tan rotundos como Tino Di Geraldo, Jorge Pardo, Carles Benavent, Quimi Portet, Diego Cortés y la actriz y cantante Judit Farrés (además de colaboraciones puntuales de Jordi Busquets), miman al protagonista de tal forma que podemos calificar al CD como uno de los imprescindibles para un ser humano que se precie de no descuidar su parte más animal. Me explico. Si Lenny Bruce*, una de las personalidades cruciales de la escena yanqui de comienzos de la década de los sesenta, era capaz de arrancar la risa más espontánea describiendo la crueldad e hipocresía de la sociedad y sistema de su tiempo, de utilizar un lenguaje tan vulgar como la vestimenta de la nobleza europea, mientras fustigaba a sus propios fans y a sus mitos más enraizados, Albert Plá plantea a lo largo de su vida musical un exquisito y repugnante escenario del que no se puede escapar, a menos que nos decidamos a ejercer nuestra libertad más personal. Aquella que da pánico. Y todo ello, con un lenguaje y naturalidad que le hermanan no ya a Leo Bassi o Juan Tamariz, sino a los inolvidables Marx, Keaton o Chaplin. Y me quedo corto, queridos internautas.
En el disco, la magnifica adaptación del Walk on The Wild Side, la no menos provocadora evocación de la perversa e ingenua Jeannette en su papel de Rebelde (asunto que atrajo poderosamente a Javier Álvarez a la hora de cometer la solemne estupidez de cantar Por qué te vas o el Himno a la Legión), y una retahíla donde no faltan Pipí, Lola, Carta al Rey Melchor, etc., para que el disfrute del oyente sea tan variopinto y denso como el eclecticismo argumental de la vida y milagros del protagonista. En suma, este hombre es un santo disfrazado de ángel exterminador, o un hijo de Belcebú metido a querubín. En cualquier caso, un transgresor ejemplar.
Nota.- No me resisto a reproducir dos frases geniales del heroico Lenny, que bien pudiera haber sido inventadas por Plá. Y que ellos me perdonen si me he pasado.
Todo mi humor se basa en la destrucción y la desesperación.
Si hubieran matado a Jesús hace veinte años, los niños de las escuelas cristianas estarían usando pequeñas sillas eléctricas alrededor de sus cuellos en vez de cruces.
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