Ha muerto en Suecia Alfredo Iriarte Iriarte, comunista, tocopillano, profesor normalista, ex presidente de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile de Antofagasta. Presidió una Federación combativa que continuo con el gran movimiento de Reforma Universitaria iniciado algunos años antes y parte esencial del triunfo de la Unidad Popular. Lo recuerdo con su […]
Ha muerto en Suecia Alfredo Iriarte Iriarte, comunista, tocopillano, profesor normalista, ex presidente de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile de Antofagasta. Presidió una Federación combativa que continuo con el gran movimiento de Reforma Universitaria iniciado algunos años antes y parte esencial del triunfo de la Unidad Popular. Lo recuerdo con su espigado figura su chaquetón de paño obscuro dehilachado por el uso al que le faltaba tela para cubrir sus largos brazos. Su figura, terminaban en unos toscos bototos negros. Habíamos sido compañeros de curso en la Escuela Normal de Antofagasta; parte de esa rareza histórica que fueron las Escuelas Normales que formaron los mejores profesores de la enseñanza primaria de nuestro país. Era la gran alternativa de formación de excelencia para las familias de trabajadores de provincia. En Antofagasta prácticamente la mayoría de ellos eran hijos de trabajadores pampinos o de Iquique. Los profesores de las escuelas primarias, enviaban a sus mejores alumnos a postular para estudiar pedagogía a las Escuelas Normales: todavía no llegaban allí las universidades. La enseñanza era gratuita y tenía un internado donde vivían todo el período escolar excepto las vacaciones. La formación duraba 6 años los primeros cuatro eran de enseñanza humanista y los dos últimos de formación profesional. Iriarte llegó allí de unos 12 años y obviamente había sido el mejor alumno de su promoción. Tranquilo, calmado, y ya seguramente con una experiencia de niño «proleta», que nunca permite el olvido de realidades tan importantes como de donde uno viene, cual es su clase.
En la Universidad Alfredo trabajaba como profesor y estudiaba y a pesar de la carga que esto significaba asumió como dirigente de las grandes luchas estudiantiles que habían comenzado un par de años antes en 1996, con otros dirigentes de la «Jota» y tantos otros que entre los años 1966 – 1972, sacaron y dejaron en la noche de los tiempos a «la Antofagasta dormida», alzando desde allí el «chuncho rojo» como trataba despectivamente de clasificarla el diario «El Mercurio». El «Chuncho rojo» levantó como consigna la cordobesa «Unidad Obrero Estudiantil» y proclamó que en la marcha de la Universidad tenían voz y voto los sindicatos y sus trabajadores pues eran los trabajadores los que financiaban las Universidades. Desde la universidad salía un periódico que circulaba por todo el puerto. Allí iniciamos nuestra amistad con Víctor Jara, que llegó a compartir con nosotros jornadas inolvidables de música y lucha.
Todo Antofagasta y la pampa se movilizó junto a los estudiantes que formaron la Confederación de Estudiantes y que estaba conformada por las Federaciones de la Universidad del Norte, Universidad Técnica del Estado y la Universidad de Chile. Fueron tiempos gloriosos de rebeldía, lucha, amor y consecuencia.
Luego el imperio de mano de los militares y la burguesía apátrida volvió por sus fueros. El diario el Mercurio de Antofagasta hacía emerger desde sus páginas los listados de quienes caminarían hacia la tortura y la muerte. Cerraron las universidades. Muchos debieron emigrar a Santiago, sin recursos, sin trabajo. La diáspora nortina comenzó a nuclearse en Santiago allá por Carrascal a la altura del 4000 en la casa, modestísima casa, que había arrendado Borina Cortéz ex regidora comunista de la Municipalidad de Antofagasta. Allí llegábamos muchos hambrientos, atemorizados a cobijarnos bajo el temple indomable de Doña Borina o por Avenida México en la Casa de Don Jacobo Báez y la «Rous». Se formó lo que se conoció como «la colonia nortina». El actor Fernando Gallardo hoy, como tantos otros, injustamente olvidado, escribió una obra de teatro basada en esto, llamada «Carrascal 4000» que ayudó a mantener el espíritu inquebrantable de lucha de estos comunistas formados en la cuna del movimiento obrero bajo el alero del Partido Comunista de Antofagasta. El local en que funcionaba el Partido había sido, construido físicamente por los trabajadores y Recabarren. Su concepción permeaba todo lo que allí había: unas oficinas a la entrada un patio para reuniones y bailes con un escenario al fondo donde se hacía música y obras teatrales, bajo ella funcionaba la imprenta del Partido era la concepción física, material con que Recabarren solidificaba al bastión de la clase: el Partido era un lugar de vida, de enseñanza, de alegría.
Parte de la «Colonia» fijó su quehacer en la Comisión de Cultura de la Federación Minera de Chile donde iniciaron un trabajo cultural junto al encargado juvenil de la Federación. Estaban entre otros el muralista Pedro Sepúlveda, la poetisa Silvia Manríquez, el fotógrafo y cineasta René Dávila, el pintor Jorge Manríquez. A la barbarie los nortinos oponían el arte y la organización.
De esta «colonia nortina» surgió uno de los grupos de combate del llamado «Frente Cero» que luego daría paso al glorioso Frente Patriotico Manuel Rodríguez. Alfredo formó parte de esto junto a otros nortinos. Después de una serie de acciones contra la dictadura le tocó formar parte del primer grupo de comunistas del «Frente Cero» apresados por los servicios de seguridad. Estuvo desaparecido durante 20 días. Días en los cuales fue salvajemente torturado. Esto le significó estar preso durante dos años y posteriormente ser condenado a dos años de relegación en Chañaral. Debió salir del país. En Suecia mantuvo un programa de radio dando a conocer la realidad de Chile.
De esta misma generación universitaria nortina llegó a Santiago Victoriano Veloso, Asistente Social, asesinado por la CNI en 1985 a quien también recuerdo con su aire concentrado de muchacho serio y estudioso pasando por los pasillos de la Universidad: Héroes de nuestro tiempo, muros de contención contra la barbarie fascista que se apoderó de Chile.
La muerte de Alfredo nos llegó, como siempre, repentina, inesperada, por esto de que casi nunca pensamos en la muerte como algo distinto de la vida. Para nosotros está allí siempre. No obstante contra ella, como un continuo, por alguna parte se filtra y se perpetúa el quehacer, aparentemente mínimo e inextingible de los que construyen la cotidianidad de una empresa colectiva gigantesca: transformar el mundo, salir de la barbarie.
El recordar y ser afín al sentimiento de partida, no es un desvío hacia lo individual, que lo hay, sino en lo esencial, a una vida en que primó lo social, lo compartido.
Alfredo ha vuelto a la materialidad del Universo, después de una larga enfermedad, firme en sus convicciones, me cuenta su hija, no murió, invocando falsos dioses ni tardíos arrepentimientos, sino junto a su compañera Celmira, ambos militante desde la Universidad, escuchando tangos que hablan de la vida y las terrenales vivencias humanas.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.