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Allende. In memoriam

Fuentes: Zazpika/Rebelion

  De nuevo una evocación en imágenes. Álbum de fotos en blanco y negro que nos traslada esta vez al Chile de los años setenta del pasado siglo. Nos olvidamos por ahora de las últimas páginas, las que nos transmiten rabia y dolor a manos llenas treinta y seis meses después, para quedarnos necesariamente con estas […]

  De nuevo una evocación en imágenes. Álbum de fotos en blanco y negro que nos traslada esta vez al Chile de los años setenta del pasado siglo. Nos olvidamos por ahora de las últimas páginas, las que nos transmiten rabia y dolor a manos llenas treinta y seis meses después, para quedarnos necesariamente con estas instantáneas corales, tomas que hablan, gritan y exhalan esperanza, ilusión, el sueño de una transformación social colectiva en el corazón del Cono Sur latinoamericano. Ha pasado mucho tiempo, edades ciegas, siglos estelares, diría Pablo Neruda. Pero ahora sí, miles, centenares de miles de personas, hombres, mujeres y niños (les vemos) llenan calles y alamedas en torno a un hombre símbolo, un médico-político que llega a la presidencia de su país con 62 años de compromiso a tiempo completo, un abuelito con rostro sincero y bonachón que enseguida pasa a formar parte del retrato familiar en las barriadas metropolitanas, en las ciudades pesqueras, en las comunidades campesinas, en las villas del cobre o en las poblaciones tomadas en la periferia urbana. Se llama Salvador Allende y hoy, ahora, en estos días de junio de 2008, habría cumplido 100 años. No pudo ser. Moriría aquel negro 11 de septiembre (1973) defendiendo en el Palacio Presidencial de La Moneda el gobierno del pueblo frente al ataque fascista de las Fuerzas Armadas, el Cuerpo de Carabineros y el Departamento de Estado de Henry Kissinger. Y, lo sabemos ya sin ningún género de dudas, no precisamente por este orden a la hora de establecer responsabilidades… Salvador Allende en la memoria. Salvador Allende en el presente continuo de la historia de la dignidad humana por encima de silencios, tergiversaciones o vacíos más o menos interesados. Salvador Allende. Cien años.

 

La Forja de un Compromiso.

Repasamos biografías, ensayos, textos impresos o virtuales y no hay sorpresas. En todos una constante: linealidad vivencial, coherencia en seis intensas décadas personales de lucha por la justicia y la igualdad social. De principio a fin. Es cierto que en estos últimos tiempos hay algún que otro autor, a caballo entre el revisionismo y la postmodernidad al uso que, como el filósofo Víctor Farias, trata de presentar al mundo un Allende distinto, menos ejemplarizante, entre un genetismo precoz y un antisemitismo biológico. Curiosidades editoriales, en fin, que tratan como en tantos otros casos de reconstruir la historia con marcados intereses ideológicos. Algo parecido a lo que se realiza desde el ámbito de una socialdemocracia que ensalza especialmente su papel institucional, olvida su adscripción al marxismo como método de interpretación hasta el final de sus días o, simplemente, ignora su perfil de compromiso integral con el pueblo más allá de estructuras formales y santificaciones del mercado.

 

Allende sanguíneo y visceral, apasionado por la seducción en su acepción completa (latino al fin), hombre de su tiempo, burgués y despierto, heredero de su propia tradición familiar: «Pertenezco a una familia que ha estado en la vida pública por muchos años. Mi padre y mis tíos, por ejemplo, fueron militantes del Partido Radical, una formación que nació con las armas en la mano luchando contra la reacción conservadora. Mi abuelo, el doctor Allende Padín, fue senador radical, vicepresidente del Senado y fundó en el siglo pasado la primera escuela laica en Chile». Es cierto. Las ideas radicales, que defiende profundamente la saga familiar de los Allende, beben de un particular liberalismo progresista marcado por la defensa extrema de los principios democráticos, el laicismo y la justicia social. No será nada extraño entonces que el niño que acaba de nacer el 26 de junio de 1908 en la mansión de los Allende Gossens situada en la casa porteña de Valparaíso fragüe desde sus primeros años una particular conciencia social. Luego vendrá, claro está, su viaje a Santiago para cursar estudios de medicina, tiempo de renovar las preguntas y las dudas que antes, en sus inquietudes de secundaria, le ha ayudado a responderse un vecino de la familia viejo y combativo, de profesión zapatero, de filiación anarquista y de origen italiano. Juan Demarchi, un nombre que recordará siempre, le presta los primeros textos de marxismo y cultura libertaria mientras le enseña a jugar al ajedrez, socialización complementaria…

 

Salvador Allende, desde sus años universitarios, aparece ya como un estudiante concienciado, inquieto, masón siguiendo la costumbre familiar y, como ocurre tantas otras veces en la historia del compromiso, represaliado por sus ideas: «Los estudiantes de Medicina, en aquellos años, se encontraban en las posiciones más avanzadas. Representábamos, además, el sector menos pudiente, no como los estudiantes de abogacía que formaban parte de la oligarquía. Nosotros nos reuníamos para discutir los problemas sociales, para leer a Marx, a Engels, a los teóricos del marxismo. Yo no había frecuentado la Universidad buscando ansiosamente un título para ganarme la vida. Milité siempre en los sectores estudiantiles que luchaban por la reforma. Fui expulsado de la Universidad, arrestado y juzgado, antes de ser médico, por tres cortes marciales. Fui liberado, enviado al norte de Chile y después comencé en Valparaíso mi carrera profesional. Tuve muchas dificultades porque, aunque fui un buen estudiante y me gradué con una calificación alta, me presenté, por ejemplo, a cuatro concursos en los que era el único concursante y, sin embargo, los cargos quedaron vacantes. ¿Por qué? Por mi vida estudiantil».

 

Una biografía extrapolable a otras latitudes y vivencias, es verdad, pero estamos en América Latina, no lo olvidemos. El insustituible «patio trasero» para los intereses norteamericanos, lo exponen sus manuales y doctrinas con absoluta e insultante claridad. Chile ha aportado históricamente millones de toneladas de materias primas al Virreinato colonial español de Perú y salitre en masa a los puertos británicos durante décadas. Desde principios del siglo XX el cobre del país, su principal recurso natural ahora revalorizado, está controlado por dos empresas de los «hermanos estadounidenses»: la Anaconda Copper Mining Co. y la Kennecot Corper Co, íntimamente vinculadas entre sí como partes de un mismo consorcio mundial. Más de cien millones de dólares de beneficio anual que llenan las arcas de sus oficinas en Nueva York. Los dueños del cobre, lo escribe Eduardo Galeano, son los dueños de Chile. Ellos se encargan, una vez más, de propiciar gobiernos afines y criminalizar a los partidos que ponen en entredicho su control y el expolio permanente de la República. Mientras tanto, los mineros chilenos cobran sueldos de miseria, viven alejados de sus familias en barracones sin condiciones sanitarias y ven cómo, carentes de medidas de seguridad, su número disminuye día a día mientras aumenta la larga lista de cadáveres entre un metal rojo que no les pertenece. Salvador Allende, joven médico en prácticas, comparte una experiencia similar: el único puesto en el que le permiten trabajar es como asistente de Anatomía Patológica en su Valparaíso natal. En ese tiempo realiza más de mil quinientas autopsias. «Aprendí a la perfección qué quiere decir amar la vida y cuáles son las causas de la muerte». Muchas de ellas, lo descubre empíricamente, íntimamente relacionadas con la injusticia social, las condiciones laborales y los intereses económicos de la nueva potencia mundial: «Conocemos bien el drama de América del Sur, que siendo un continente potencialmente rico, es un continente pobre, fundamentalmente por la explotación de que es víctima por parte del capital privado estadounidense». Desde ese momento dedicará todo su esfuerzo a la política como método de transformación de la realidad social. Desde ese momento también, no nos extrañemos, en un pequeño despacho de las oficinas centrales del Departamento de Estado norteamericano su nombre pasa a engrosar la larga lista de los enemigos continentales a vigilar estrechamente.

 

El Sueño de la Unidad Popular.

Salvador Allende será uno de los fundadores del Partido Socialista chileno. Una formación que vive a lo largo de su historia diversas crisis y escisiones fruto de debates internos, de tácticas divergentes… Dentro o fuera del Partido oficial pero siempre fiel a sus principios socialistas, Allende propiciará alianzas con los comunistas (1936), será elegido diputado (1937), ministro de sanidad en el gobierno del Frente Popular (1939-1942), senador (1945-1951; 1953-1956; 1961; 1963), candidato presidencial (1952, 1958, 1964, 1970)… Un «corredor de fondo» obsesionado por superar la histórica fragmentación de la izquierda para establecer una mayoría natural en el Gobierno. Casi lo consigue en las elecciones de 1958, perdidas fundamentalmente por el amplio apoyo del voto femenino a los candidatos conservadores. La situación se repite en los comicios de 1964 pero ahora la derecha tradicional pasa a apoyar abiertamente al demócrata-cristiano Eduardo Frei defensor de un supuesto «centro no polarizado» ejemplificado en un programa cuyos ejes van a ser la protección de la familia, el discurso del miedo al comunismo y la defensa de un estado benefactor de corte keynesiano… ¿No os suena la propuesta?

 

En 1970, nuevo año de elecciones presidenciales, las cosas van a cambiar. La izquierda política consigue articular un discurso único demandado por una sociedad civil que cuenta con un nivel de organización sin equivalente en el resto del continente. Los acuerdos entre marxistas, laicos progresistas, cristianos de base, socialdemócratas y movimientos sociales confluyen en la creación de la Unidad Popular. Su candidato unitario, consensuado, se llama Salvador Allende. Y, junto a él, los partidos comunista y socialista, el radical, el socialdemócrata, el MAPU (Movimiento de Acción Popular, surgido en 1969 de una escisión progresista en el seno de la Democracia Cristiana), la Acción Popular Independiente (API)… También el MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionaria) una organización político-militar nacida en 1965 que, sin solicitar explícitamente el voto, apoyará la construcción del poder popular y que cuenta con amplios apoyos en sectores como el movimiento de pobladores en el extrarradio urbano. El 4 de septiembre de 1970, después de una durísima campaña electoral, la Unidad Popular obtiene la victoria (36,3%). Las calles, lo hemos visto, se llenan de centenares de miles de personas que saben de la llegada de un tiempo nuevo. Con ellos-as, llevan también la esperanza y el sueño de muchas generaciones olvidadas. Victor Jara, Quilapayun o Inti-Illimani componen sus himnos, Patricio Guzman filma sus sensaciones y Pablo Neruda escribe su júbilo en forma de versos. Una gran alianza de obreros, campesinos, profesionales urbanos, trabajadores de la cultura o cristianos del compromiso que han dicho basta y echado a andar. Los datos están ahí: Salvador Allende logra 40.000 votos más que Jorge Alessandri, candidato de la derecha tradicional (34,9 %), derrotando también al ex -presidente democristiano Eduardo Frei (27%). Un resultado histórico pero, a la vez, condicionado como se demostrará demasiado pronto: en muy pocas horas, la derecha y un amplio sector de la Democracia Cristiana van a comenzar a trabajar juntas, con la asesoría norteamericana, en la preparación de un clima de inestabilidad permanente que culminará en el golpe de estado de 1973.

 

De momento el pueblo está de fiesta. No es para menos. Esa misma noche, madrugada ya del nuevo día, un Salvador Allende exultante se asoma a los balcones de la Federación de Estudiantes en Santiago para lanzar un mensaje nada equívoco entre los cantos, las banderas y las consignas: «Vamos a realizar los cambios que Chile necesita». Ha nacido la «vía chilena al socialismo» que se va a refrendar cinco meses más tarde cuando la izquierda vuelva a ganar las elecciones para renovar las cámaras. El nuevo presidente no se encierra en palacio. Baja a pie de calle, recorre sus geografías, escucha directamente las reclamaciones populares y sigue mirando al mundo a la espera de una nueva conciencia planetaria: «Si el hombre de los países industrializados ha llegado a la Luna, es porque ha sido capaz de dominar la naturaleza. El problema es que, si bien es justo que el hombre ponga los pies sobre la Luna, es más justo que los grandes países -por hablar simbólicamente- pongan los pies sobre la tierra y se den cuenta que hay millones de seres humanos que sufren hambre, que no tienen trabajo, que no tienen educación».  Plegarias desde el Sur hacia un desierto sideral llamado Norte…

 

Esta vez, la llegada de la izquierda al poder en un país de América Latina se ha logrado por vía electoral. Nada ha podido impedir, como en tantos otros intentos precedentes, el triunfo de las fuerzas de cambio… Se trata ahora de poner en marcha, Allende lo sabe y lo dirige, un trabajo colectivo, a largo plazo, que contemple transformaciones estructurales que posibiliten una verdadera transición al socialismo. En los meses siguientes se expropian grandes latifundios y se pone en marcha la reorientación del campo, se nacionaliza el cobre, se propicia la cogestión en las fábricas, el incremento y diversificación de las empresas de corte familiar, se asegura la propiedad a medianos propietarios e industriales, se potencian medidas educativas y sanitarias para toda la población, se redistribuye la renta hacia los sectores populares con menos recursos, se amplía el área de la propiedad social…

Estados Unidos pone en marcha su «bloqueo silencioso». Como había ocurrido con Cuba en los años sesenta, un nuevo enemigo puede extender su ejemplo por todo el continente demostrando esta vez las posibilidades de la democracia representativa. Y si la isla del Caribe seguía su curso contra viento y marea, ahora las cosas no se iban a torcer. Se estructura así una campaña progresiva en diversos frentes que trata de minar los apoyos al Gobierno: presión mediática (El Mercurio, revista PEC, etc.) con una estudiada agenda de propaganda y libelos (avance de los «planes marxistas» para el país, envío de los niños chilenos a Rusia y Cuba, posible cierre de los colegios católicos, prohibición de misas y prácticas religiosas, etc.), huelgas en sectores productivos y profesionales (transporte urbano, camioneros, Tribunales de Justicia, mineros, etc.), reducción de créditos, presentación de continuos recursos legalistas en la Cámara de Diputados para paralizar su actividad y calendario, desabastecimiento de productos básicos, atentados atribuidos a organizaciones de izquierda, acoso en foros internacionales, manifestaciones permanentes, «caceroladas» de amas de casa… «Se engañan profundamente los que creen que con amenazas, con presiones, con restringirnos los créditos o con cerrarnos las posibilidades de renegociar la deuda externa van a impedir nuestro camino. Aquellos que han resuelto defender todavía el dominio que tuvieran sobre las riquezas fundamentales de Chile deben entender que hay hechos que son irreversibles, y es irreversible la voluntad de los chilenos de ser dueños de su tierra, de la riqueza de su patria». Salvador Allende sigue confiando en su pueblo. Pero la presión continua, asfixiante, sin tregua, va a contar con un nuevo aliado: los sectores golpistas de un Ejército caracterizado históricamente, el presidente lo repite, por su respeto al orden constitucional.

 

El 20 de junio de 1973 tiene lugar el tanquetazo, una primera asonada militar que muestra claramente, pese a su fracaso, la debilidad y el desgaste del Gobierno. El 11 de septiembre, el general Augusto Pinochet dirige el operativo que combina la acción de los tres ejércitos y el cuerpo de los carabineros. Desde primeras horas de la mañana se bombardea el palacio presidencial de La Moneda. Salvador Allende decide resistir junto a su guardia de seguridad… En toda la República, en Santiago, en Chuquicamata, en Iquique, en Valparaíso, en Puerto Montt, en Valdivia, en Concepción, en Valparaíso, el movimiento popular responde al golpe en las fábricas, los barrios, las universidades, las oficinas… Miles de personas son detenidas y trasladadas a estadios, colegios o comisarías donde son ejecutadas ante pelotones de fusilamiento. En los días y meses posteriores un importante porcentaje de los once millones de chilenos-as intentará salir del país, vía embajadas o cruzando clandestinamente las fronteras. Otros, menos afortunados, comienzan a vivir un largo exilio interior. La nueva Junta Militar decreta el estado de sitio, prohíbe las huelgas y movilizaciones, elimina los partidos políticos, premia las delaciones de ciudadanos-as que han apoyado al Gobierno, devuelve a las empresas norteamericanas el control de los sectores productivos básicos, elimina la libertad de prensa, nombra rectores militares para reorganizar las universidades y los centros educativos, suprime el uso de pantalones en las mujeres y el pelo largo en los hombres, crea la siniestra Dirección de Inteligencia Nacional (DINA) encargada de la represión al movimiento popular…

 

Epílogo

Hemos dejado líneas atrás a Salvador Allende resistiendo junto a sus compañeros en una Moneda bombardeada desde el aire y atacada ahora con tanques y vehículos blindados. Podíamos cerrar así, un homenaje de combate eterno con final abierto y proyecciones de futuro. Ya se ha despedido de su pueblo en un último e inolvidable adiós lanzado desde las ondas de Radio Magallanes y que hemos reproducido íntegra y necesariamente en la coda final que acompaña este homenaje-evocación. Pero podría haber otros finales complementarios: hablar, por ejemplo, del nuevo continente de la esperanza que él soñó y que hoy, cadena a cadena, eslabón a eslabón y paso a paso, comienza a ser una realidad del Río Bravo a la Patagonia. Reproducir un listado de los centenares de actos de recuerdo que en estos días se van a desarrollar en distintos puntos del mundo, claro ejemplo de su presente. Pero, cuestión de justicia poética, dejadnos que al cierre le veamos morir para la historia desde el compromiso con su pueblo, un acto que eleva sin duda su figura humana y universal. Así, solo así, podemos entender a la perfección lo que nos contara tiempo atrás Eduardo Galeano: existe una comunidad de indios huichol en la sierra mexicana de Nayarit que no tenía nombre. Uno de sus integrantes encontró en un libro la historia de horror y bravura de un hombre que había sabido cumplir la palabra. Leyó el libro en voz alta para todos. Las ciento cincuenta familias votaron que sí a su nuevo nombre, el mismo de un hombre que no dudó a la hora de elegir entre la traición y la muerte

 

Voy para Salvador Allende – dicen, ahora, los caminantes.