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Allende vive y el socialismo chileno ha dejado de existir

Fuentes: Rebelión

«Es nuestra confianza en nosotros lo que incrementa nuestra fe en los grandes valores de la humanidad, en la certeza de que esos valores tendrán que prevalecer. ¡No podrán ser destruidos!» (Salvador Allende, 1972)    Allende vive porque su ejemplo es de lo poco de lo que pueden echar mano las nuevas generaciones chilenas para […]

«Es nuestra confianza en nosotros lo que incrementa nuestra fe en los grandes valores de la humanidad, en la certeza de que esos valores tendrán que prevalecer. ¡No podrán ser destruidos!» (Salvador Allende, 1972) 

 

Allende vive porque su ejemplo es de lo poco de lo que pueden echar mano las nuevas generaciones chilenas para seguir adelante. Durante años, muchos en Chile, desinformados por los medios de comunicación, deslumbrados por los oropeles de las promesas neoliberales y la falsa premisa de que no había otra opción que esa, lo consideraron un perdedor. En el mundo del dinero, perder no tiene valor de cambio.

El fracaso del neoliberalismo, el de la transición negociada con los poderes facticos y el desprestigio de la política partidaria chilena que se hunde en la corrupción, ha traído como consecuencia positiva el hecho de que hoy el pueblo – que no el oficialismo – reivindique su figura como ejemplo de dignidad, de ética política, y de convicciones democráticas.

Salvador Allende Gossens (1908-1973) nació en el seno de una familia que creía en la búsqueda del bien común y en la redistribución de la riqueza por la vía de un Estado de Bienestar. Con solo 25 años fue co-fundador del partido Socialista (marxista) de Valparaíso. Tenía 29 cuando fue elegido parlamentario en tanto simultáneamente ejercía la medicina. Fue Ministro de Salud durante el Gobierno del Frente Popular (anti-fascista) del presidente Radical, Pedro Aguirre Cerda (1938-1941) – aquel Frente Popular que con el poeta Pablo Neruda como actor principal, dio refugio y oportunidades en Chile a numerosas víctimas de la Guerra Civil Española, acción que nos enriqueció moral y culturalmente como pueblo. El lema del gobierno popular era: «gobernar es educar», y lo hicieron a todos los niveles, contribuyendo así a avanzar hacia una cultura igualitaria.

El Frente Popular, además de significar grandes avances para la clase obrera, desplazó a los partidos oligárquicos que habían gobernado Chile desde su independencia en 1810, y forjó en Allende la firme convicción de que la unión de las fuerzas progresistas había sido imprescindible para lograrlo. A pesar de ello, Allende continuó su militancia en el Partido Socialista (PS) toda su vida, y llegó a ser su Secretario General en 1943.

Después de un periodo de retroceso político y democrático, y de la derechización del Partido Radical (PR) que pactó con liberales y conservadores, se imposibilitó cualquier opción de continuidad del antiguo Frente. El PR – el más importante de los partidos que habían conformado el Frente – en su deterioro, había sellado su futuro de irrelevancia política, de subdivisiones y de vaivenes en sus alianzas espurias en busca de mantener su visibilidad.

Surgirá en cambio el Frente de Acción Popular (FRAP), la alianza comunista-socialista que con Salvador Allende a la cabeza se presentó a las elecciones presidenciales en 1958 y 1964. Los resultados de 1958 no tuvieron mayor significado. Tras una feroz campaña del terror orquestada y financiada por los EE.UU., el FRAP perdió ante la Democracia Cristiana (DC) la elección de 1964. La Revolución Cubana ya había triunfado y Estados Unidos no quería «una segunda Cuba» en su patio trasero.

A pesar de su «revolución en libertad» y de su evidente avance reformista, el triunfo de la DC, fue de corta duración, especialmente al perder el apoyo de la derecha, precisamente por no comulgar con las reformas. La próxima contienda electoral a realizarse en 1970 se disputaría, en consecuencia, entre tres candidaturas. Por primera vez en Chile la Unidad Popular (UP) de la izquierda marxista, los Socialdemócratas, los Cristianos por el Socialismo, junto con sectores progresistas independientes, unieron fuerzas alrededor de un programa común de gobierno, el Programa de la Unidad Popular. Más allá de responder a las necesidades básicas de la población, como lo habían hecho en el pasado otros frentes populares, esta vez el Programa se dirigía también a las raíces de esas necesidades, fundamentalmente: el capitalismo, el imperialismo, los monopolios y la concentración de la propiedad de la tierra.

Allende entendía al Socialismo como una forma perfeccionada de la democracia y como tal, se constituyó en principio inspirador de la Vía Chilena hacia el Socialismo. El poder se lograría sin recurrir a la insurrección armada, lo que no significaba que se renunciara a su carácter revolucionario dado que se ponía al servicio de las masas y de la lucha de clases. La UP estaba convencida de que las viejas leyes podían dar mucho de sí en un gobierno con voluntad política de emplearlas para cumplir con sus compromisos electorales.

Los resultados favorables a la UP llevaron a Salvador Allende a la presidencia en 1970 a pesar de múltiples obstáculos. El triunfo de Allende representaba la primera elección libre de un marxista comprometido con una transformación fundamental del orden socioeconómico vigente dentro del marco constitucional y legal existente, algo que los EEUU consideraban un ejemplo peligroso que no debía propagarse en el imaginario de otros pueblos.

Si bien Allende había sido el candidato más votado, su 36,6 % de votación no equiparaba la suma de la de sus dos contrincantes y de acuerdo con la Constitución vigente, debía ser ratificada por el Congreso que estaba dominado por la DC y la derecha. El clima de polarización política se intensificaba aun antes de que la elección estuviera zanjada.

Ante su fracaso en las urnas, amplios sectores de la DC renunciaron a su componente democrático y se volvieron golpistas, con funestas consecuencias posteriores dentro de sus propias filas. Otros grupos con intereses socioeconómicos supuestamente amenazados por la UP, también priorizaron estos intereses por sobre los de la democracia y los de la sociedad. Estados Unidos amablemente los alimentaba ideológica y financieramente. Los intereses en Chile de las grandes transnacionales estadounidenses, estaban en juego. El Presidente Nixon ordeno a la CIA impedir la elección de Allende.

Se provocaron artificialmente pánicos financieros y corridas bancarias. Se llego a intentar un golpe de estado para impedir la ratificación parlamentaria. Este intento fue rechazado por el Comandante en Jefe del Ejército, General Rene Schneider, dado su férrea convicción de la función de los militares como garantes de la Constitución. El golpismo terminó asesinándolo.

En un giro insospechado, y dado que Chile no tenía una historia vinculada al asesinato político, el repudio a esta acción abominable llegó hasta el Parlamento que decidió ratificar el triunfo de Allende, no sin antes imponer un Estatuto de Garantías Constitucionales. Esto no significó que disminuyeran los afanes antidemocráticos ni que la clase trabajadora se consolidara como fuerza dominante. La UP recurrió entonces al fortalecimiento de la consciencia de clase y a la unidad de los trabajadores, así como también a forjar una coexistencia con los sectores de clase media dentro de la oposición.

A pocos días de iniciado su mandato, en Diciembre de 1970, Allende presentó al Congreso una enmienda constitucional que otorgaría el control absoluto, exclusivo, inalienable e irrevocable sobre la industria minera del cobre, incluido el poder para expropiar los bienes de cualquier empresa extranjera cuando fuera de interés público. El cobre era y continúa siendo el principal producto de exportación y fuente de ingresos de Chile.

Tras un prolongado debate, la enmienda fue aprobada por unanimidad, autorizando la nacionalización de la minería del cobre a la que Allende llamaba «el sueldo de Chile». Aunque la oposición estaba consciente que se estaba dando un espaldarazo a Allende, hubo de reconocer que la medida contaba con una popularidad casi total, incluyendo el entusiasta apoyo del derrotado contendor presidencial de la DC, Radomiro Tomic.

La necesidad de negociar para ampliar la base de apoyo, se transformó en la única alternativa viable para poder concretar el Programa de la UP. Allende anunció su plan para una reforma constitucional más amplia con el objetivo de institucionalizar la participación de los trabajadores en todos los niveles de toma de decisión. Buscaba apoyar al gobierno popular en su base de clase en lugar de en su limitada base electoral.

Plenamente consciente de los riesgos que implicaban el cambio constitucional, se preocupó de explicar incansablemente esta iniciativa diciendo:

«…someteremos a la voluntad soberana del pueblo la necesidad de reemplazar la actual Constitución de fundamento liberal, por una Constitución de orientación socialista. Y el sistema bicameral existente por una Cámara Única.»

«Es conforme con esta realidad que nuestro Programa de Gobierno se ha comprometido a realizar su obra revolucionaria, respetando el Estado de Derecho.» (Allende, 1971:38)

«…El pueblo de Chile está conquistando el poder político sin verse obligado a usar las armas. Avanza en el camino de su liberación social sin haber debido combatir contra un régimen despótico o dictatorial, sino contra las limitaciones de una democracia liberal.»

«…es mi obligación advertir que un peligro puede amenazar la nítida trayectoria de nuestra emancipación… este peligro es la violencia contra la decisión del pueblo.» (Allende, 1971:41)

El mayor desafío consistía en lograr avanzar hacia el socialismo en circunstancias en que sólo se había conquistado el Poder Ejecutivo. La oposición usaba todos los medios legales posibles para frenar el Programa de la UP, incluyendo el establecer demandas en contra del ejecutivo y el bloqueo de la aprobación del presupuesto. Se aprobó, por parte de la oposición, una reforma constitucional impidiendo al Presidente nacionalizar nuevas empresas sin la expresa aprobación del Parlamento. Allende vetó esta reforma y la oposición no consiguió los 2/3 necesarios para anular el veto.

Estados Unidos también apoyaba la guerra económica impulsada por la oposición ya sea directamente o por la vía de organismos bajo su control como el Banco Mundial. Se creaban artificialmente tanto un proceso inflacionario como el desabastecimiento de productos de primera necesidad. El nivel de conflicto social se elevaba día a día y permeaba a la sociedad entera. Sin embargo, el gobierno logró sobrepasar las metas en cuanto a redistribución de ingreso y de gasto social, y aumentó su apoyo electoral en las elecciones locales en abril de 1971.

El año 1972 fue más difícil porque aumentó el consumo de las clases populares, bajó el precio internacional del cobre y Chile fue sometido a un bloqueo en cuanto a créditos e importaciones. El gobierno comenzó a perder el apoyo de la pequeña burguesía. Las iniciativas de la UP eran sistemáticamente bloqueadas por la compleja institucionalidad vigente. La Central Única de Trabajadores eligió a un dirigente de la DC, y se elevó la actividad huelguística. El sabotaje económico y la polarización se exacerbaban. Las movilizaciones y confrontaciones culminaron con un paro patronal en Octubre de 1972. El liderazgo político en gran medida había perdido el control sobre sus propios militantes a ambos lados de la contienda.

Allende incorporo a militares dentro de su gabinete, incluido el Comandante en Jefe del Ejército, General leal y constitucionalista, Carlos Prats, como Ministro del Interior. La reacción a esta maniobra desde ambos extremos no se dejó esperar por lo que permanecieron poco tiempo en sus cargos.

A pesar de todo esto, la Unidad Popular volvió a aumentar su votación en las elecciones parlamentarias de Marzo de 1973 aunque lejos de obtener una mayoría parlamentaria, como tampoco lo consiguió la oposición que se dio cuenta que por la vía electoral no conseguiría sus objetivos. Se intensificó la política confrontacional y comenzó la conspiración en busca de una salida militar. En Junio de 1973 una guarnición militar intentó un golpe que pudo ser frenado por el General Prats. Pero este finalmente perdió autoridad frente a sus tropas. La izquierda, por su parte, llamó a la organización de la defensa de la clase obrera, provocando a las Fuerzas Armadas que comenzaron con allanamientos en busca de armas que en realidad no existían.

Ante la oposición atrincherada en el Parlamento y el Poder Judicial, el PS enarbolaba la bandera de la necesidad de destruir la institucionalidad vigente. Allende se opuso vigorosamente argumentando que el poder de la burguesía no se alojaba en las instituciones sino en su poder económico. También recordó al PS que había sido el pueblo Chileno quien había conquistado las instituciones del ejecutivo para poder llevar a cabo el Programa de la UP. Las instituciones deben ser modificadas pero no destruidas, afirmó.

A mediados de 1973, el PS ya era más radical que el Partido Comunista (PC). Tan radical que se negaban a apoyar al Presidente socialista cuando más apoyo necesitaba. No apreciaba la brillantez táctica de Allende y lo acusaba de ser un reformista conciliador. No aceptaba los ritmos políticos que el proceso demandaba, exigiendo «avanzar sin transar» con políticas públicas que iban más allá de las capacidades legales y políticas de la UP y con movilizaciones sociales que aumentaban la polarización. Tampoco aceptaba la necesidad de ampliar la base política abriéndose al ala izquierda de la DC, fundamentalmente seguidores de la Teología de la Liberación. Por el contrario, el PS avalaba las prácticas violentas o ilegales del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) que no formaba parte de la UP, y que provocaban a la derecha.

Como Allende mantenía la firme convicción de que el socialismo debía ser la máxima expresión de la democracia, no tomo acción en contra de los que actuaban fuera de la ley, y tampoco utilizo la fuerza pública para reprimirlos o desalojarlos. Amplios sectores de la oposición vieron a Allende como incapaz de establecer el orden y de controlar la violencia. Contradictoriamente, estos mismos sectores ejercían la violencia y el sabotaje apoyándose tanto en el grupo ultraderechista Patria y Libertad como en los medios de desinformación, especialmente en el diario El Mercurio, provocando al gobierno. La Dirección de la DC pasó a su ala de derecha con lo que se perdió el apoyo de su ala de izquierda. Vino un segundo gabinete con participación militar, esta vez denominado Gabinete de Salvación Nacional que terminó incluyendo a el General Augusto Pinochet quien se había manifestado siempre como constitucionalista, engañando tanto al Presidente como al General Prats que lo recomendó

Tan pronto Allende completó su propuesta para una nueva Constitución que democratizara al Estado, la circuló entre los partidos políticos que constituían la UP. El paso siguiente seria su discusión en el Parlamento. A esas alturas, la oposición lideraba una verdadera insurrección en contra del gobierno lo que provocó una postergación del debate. La intención de Allende era pactar con el ala más moderada de la DC sobre los principales elementos de discordia: la relativa importancia que el Estado concedería a la propiedad estatal, privada y mixta. La naturaleza de las negociaciones llegó a convencer a Allende que la única solución real sería someter el proyecto directamente al pueblo Chileno para su aprobación en un plebiscito.

La propuesta, reformulada respondiendo a las demandas y expectativas de las clases populares y medias, aumentaba el nivel de control de estas clases sociales sobre el poder y sobre los excedentes económicos. El Presidente comunicó a las fuerzas armadas su intención de llamar a un plebiscito para dicho efecto. Pero las fuerzas armadas ya habían avanzado lo suficiente en la planificación de un nuevo golpe de estado y decidieron que el momento era el oportuno para poder evitar esta acción presidencial.

El Presidente preparaba su discurso televisivo para informar a la Nación de estas intenciones, cuando las fuerzas armadas traicionaron su mandato constitucional dando inicio al Golpe de Estado el 11 de Septiembre de 1973. El ataque a la casa presidencial con el apoyo entusiasta de Washington, resultó en la muerte del Presidente y en el nacimiento de un nuevo Estado liderado por el General traidor, Augusto Pinochet, militarizado, basado en el terror, la tortura, y el desmantelamiento de todo programa revolucionario.

La cruel ironía resulta ser que la Vía Chilena hacia el Socialismo no era armada pero tampoco era pacífica. En tanto se amparaba en la Constitución, no podía ser refutada legalmente por la oposición. Para impedirla, ésta tuvo que recurrir a la destrucción del Estado. El Estado que Allende había defendido con todas sus energías.

La mesa estaba servida para la imposición a sangre y fuego del primer experimento neoliberal influenciado por el rancio gremialismo católico que emanaba de la dictadura Franquista y por el fundamentalismo neoliberal de Milton Friedman y la Chicago School of Economics. Años después, instituyendo la Constitución de 1980, la Dictadura se aseguró de atar al modelo de tal forma que ya no importaría quien gobernara en el futuro. Un país reconocido mundialmente por sus políticas sociales de avanzada y por la fortaleza de sus sindicatos, pronto quedo despojado de ambos.

Hasta el día de hoy la legalidad y la institucionalidad heredada de la Dictadura de Augusto Pinochet constituyen un obstáculo para la recuperación de la verdadera democracia. Esa clase de democracia perfeccionada con la que soñaba Allende al impulsar la Vía Chilena hacia el Socialismo.

También resulta patético constatar que la consolidación del modelo neoliberal de la mano de Socialistas Renovados y Demócrata Cristianos, se aleja sistemáticamente la más mínima posibilidad de recuperar un Estado de Bienestar como el que existió décadas antes de la existencia de la UP. Los chilenos deben acudir al mercado para satisfacer necesidades básicas que debieran constituir derechos. Solo los extremadamente pobres, si consiguen demostrar serlo, y logran vencer la burocracia, consiguen acceso a magros subsidios. La democracia imperfecta se limita solo al derecho al voto en el marco de un sistema electoral sesgado que impide participación alguna de las minorías. Los derechos a protestar de los sectores más perjudicados y a la integridad física de los mapuche y de los rapa nui que defienden su territorio, se mantienen severamente conculcados.

La radicalidad del PS inicialmente se perdió en los brazos de la social democracia y en el entusiasmo por la tercera vía. El PS se renovó abandonando al marxismo pero argumentando que intentaban humanizar el capitalismo. Más adelante, de regreso en el gobierno en coalición con sus antiguos enemigos sediciosos – la DC – el PS ha sido un fiel promotor del neoliberalismo y defensor de los intereses de la gran empresa en lugar de los del pueblo. Se ha negado a aceptar un proceso constituyente que cambie democráticamente la Constitución de la Dictadura. En lugar de humanizar el capitalismo lo han perfeccionado y defendido del descontento popular. Han transformado a Chile en uno de los países con mayor desigualdad social en el mundo.

Durante la presidencia de Ricardo Lagos, traicionado los principios del socialismo que dice profesar, legitimó con su firma la Constitución de la Dictadura, sin consultar al pueblo, cambiando solo algunos artículos, pero dejando intacta la imposición del neoliberalismo y los candados que impiden eliminarlo. Dentro de sus innumerables traiciones, tal vez la peor, durante su mandato, ha sido la de entregarle a intereses foráneos la concesión plena de la minería del cobre, que concede aún mayores beneficios que su propiedad, revirtiendo el proceso de nacionalización por la cual Allende había dado su vida.

En materia de política internacional, el PS se ha transformado además en el paladín de la defensa de los intereses de los EE.UU. No solo ha servido de punta de lanza para la formación de la Alianza del Pacifico, sino que ha aceptado una base militar estadounidense, ha abierto los servicios públicos como la seguridad social y los fondos de pensiones a las transnacionales estadounidenses, ha invertido en deuda pública norteamericana y ha acompañado activamente a EE.UU. en sus campañas de desestabilización de los países miembros de ALBA, la integración Latinoamericana alternativa y solidaria. Tanto es así que Lagos fue el único presidente Latinoamericano que apoyó el golpe de 2002 en Venezuela, reconociendo al efímero gobierno del traidor Carmona.

El PS también se ha transformado en tenaz defensor de la impunidad y la amnistía para los crímenes de la Dictadura. El ejemplo más sangrante es la defensa y el rescate del Dictador Augusto Pinochet desde su arresto en Londres. Ahora se ha sabido que siempre hubo un pacto de silencio con las fuerzas armadas para garantizar su impunidad. De igual modo se ha sabido tardíamente que la Concertación, coalición de gobierno liderada por el PS y la DC, que inicio la transición a la democracia, lo hizo pactando con la Dictadura y engañando al pueblo respecto a su intención de cumplir el programa de gobierno por el que llegó al poder.

La inmoralidad del PS ha impactado en todos los ámbitos de la vida de los chilenos. Ya sería suficiente con la traición, el engaño y con la puerta giratoria establecida entre el gobierno y la empresa privada, que ha enriquecido a su cúpula. Pero hay mucho más. La máxima expresión de inmoralidad de los mal llamados socialistas ha sido la forma en que han subvertido la escasa democracia, financiando tanto sus propios bolsillos como los de su partido con las comisiones que cobran a los empresarios para legislar en su favor. La guinda del pastel ha sido que el mayor financista de los otrora revolucionarios ha sido el yerno del Dictador que accedió a una incuantificable fortuna personal al adjudicarse empresas mineras de propiedad pública, a precio de remate.

A diferencia de la Vía Chilena hacia el Socialismo, esta vez lo que se necesita es un nuevo comienzo. Utilizar el orden legal y la institucionalidad ilegitima existente no es una alternativa. La única posibilidad verdaderamente democrática es la de un proceso constituyente con poderes supra-constitucionales, culminando en un plebiscito para ratificar una nueva Constitución elaborada por el pueblo.

Ha llegado el momento en que la educación política, la organización y la unidad popular se hacen urgentes e imprescindibles. Una comprensión integral de la realidad actual y la inspiración que proviene de nuestra rica herencia política, servirán de orientación a las luchas que están por venir. El heroico ejemplo ético y político de Salvador Allende nos acompaña.

Referencias:

Allende, Salvador. 1972. Discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas. Obras escogidas (1970-1973) (Barcelona: Critica), 4 de Diciembre. http://salvador-allende.cl/Biblioteca/AllendetomoII.pdf (1971) La Vía Chilena hacia el Socialismo . México: Editorial Fundamentos.

 Ximena de la Barraa: [email protected]

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.