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Allende vive

Fuentes: Rebelión

El Gobierno que encabezó Salvador Allende es el momento histórico mas relevante de nuestra historia patria desde las batallas de la independencia. El pueblo de Chile, con Allende en la Presidencia de la República y el movimiento obrero como actor principal, asumió efectivas posiciones de poder e intentó desde ellas la construcción de una nueva […]

El Gobierno que encabezó Salvador Allende es el momento histórico mas relevante de nuestra historia patria desde las batallas de la independencia. El pueblo de Chile, con Allende en la Presidencia de la República y el movimiento obrero como actor principal, asumió efectivas posiciones de poder e intentó desde ellas la construcción de una nueva organización de la sociedad.

Esa gigantesca tarea buscó realizarla por una vía inédita, lo que se denominó la vía chilena al socialismo. Allende la definió ante la Asamblea de la ONU: «Los trabajadores están desplazando a los sectores privilegiados del poder político y económico, tanto en los centros de labor, como en las comunas y en el Estado. Éste es el contenido revolucionario del proceso que está viviendo mi país, de superación del sistema capitalista y de apertura hacia el socialismo….Su tradición, su personalidad, su conciencia revolucionaria, permiten al pueblo chileno impulsar el proceso hacia el socialismo fortaleciendo las libertades cívicas, colectivas e individuales, respetando el pluralismo cultural e ideológico. El nuestro es un combate permanente por la instauración de las libertades sociales, de la democracia económica, mediante el pleno ejercicio de las libertades políticas.»

Se trataba de abrir un camino que hiciera posible la construcción del socialismo en correlación directa con la profundización de la democracia. Esa peculiaridad de la propuesta de vía chilena al socialismo perturbó hasta el frenesí a los centros imperialistas tanto mas cuanto mayor era la simpatía y relevancia internacional que adquiría el propósito de llevar delante de esa forma el cambio revolucionario.

Se discute sobre el camino asumido por el movimiento popular chileno. No es una discusión banal aunque pueda ser banalizada. Ni Allende ni las fuerzas mas responsables de esta construcción común, visualizaron la vía chilena al socialismo como un modelo ni menos desestimaron otras formas de abrir paso a cambios revolucionarios. Para evitar todo malentendido basta una prueba: la solidaridad sin sombras con la Revolución cubana. Nuestro compañero se enorgullecía de la dedicatoria escrita por el Che de su libro «la Guerra de guerrillas»: «A Salvador Allende quién por otros medios trata de nacer lo mismo». Cuando el Che cayó en Bolivia, grupos especiales se movilizaron a la frontera para proteger el retiro de los compañeros del Che y Salvador asumió un rol clave para que desde el Norte de Chile vía Tahíti, Nueva Zelanda y Europa pudiesen volver a su patria.

Todo análisis de lo vivido en Chile debe partir del hecho real que las formas del proceso revolucionario no fueron diseños preconcebidos arbitrariamente y a los que se pretendía acomodar la realidad sino desarrollos que estuvieron en correspondencia con las experiencias vividas por nuestro pueblo en decenios, a partir de la emergencia a la arena política, con Recabarren, del proletariado moderno en toda su diversidad.

El curso que asumió la revolución chilena fue la culminación de una larga marcha del movimiento popular moldeada en triunfos y también derrotas que, en definitiva, abrieron paso a un potente movimiento político y social reunido en torno a una gran demanda democrático-revolucionaria. Le dieron forma el movimiento sindical, constituido en torno a un poderoso núcleo minero industrial de acendrada conciencia de clase, un movimiento estudiantil en lucha por la reforma universitaria, un movimiento poblacional acerado en una historia de tomas de terrenos organizadas y dirigidas por la Izquierda para fundar grandes poblaciones; un movimiento campesino e indígena que, superando crueles derrotas, emergió tras la demanda de reforma agraria; un movimiento cultural potente y diverso que reunía en sus filas la mayoría inmensa de los mejores talentos del país; un movimiento juvenil unitario y plural integrado a la lucha antiimperialista y antioligárquica; un movimiento de mujeres significativo en el campo de la izquierda, movimientos de cristianos que exigían la superación del capitalismo. Todos, unidos en su diversidad, fueron fuerzas motrices de esos cambios revolucionarios en una relación estrecha con los partidos políticos de izquierda, socialistas, comunistas, radicales, cristianos. En ese proceso Allende jugó un rol relevante desde los años 30.

En los años previos a la victoria, un gobierno de derecha (Alessandri), que derrotó estrechamente la candidatura popular en 1964, terminó en un fracaso resonante que arrastró a sus partidos integrantes a la desaparición: se vieron forzados a abandonar a su candidato presidencial y respaldar una alternativa reformista (Frei) como la única fórmula para evitar la victoria de la izquierda. Ese modelo reformista abordó algunas de las causas de fondo de la crisis nacional en desarrollo, como el latifundio o la apropiación imperialista de nuestros recursos naturales pero sus inconsistencias y limitaciones no consiguieron tampoco conjurar la rebeldía que confrontaba al sistema. Al cabo de 6 años el movimiento popular culminó la forja de capacidades que hicieron posible la victoria electoral de Septiembre de 1970 y la defensa de esa victoria frente a la primera tentativa de golpe de estado.

«La perspectiva que tenía ante sí mi patria,- explicó Allende ante la ONU – como tantos otros países del Tercer Mundo, era (la permanencia) de un modelo … que nos ha mantenido en una relación de colonización o dependencia. Que nos ha explotado en tiempos de guerra fría, pero también en tiempos de conflagración bélica….es el modelo que la clase trabajadora chilena, al imponerse como protagonista de su propio devenir, ha resuelto rechazar, buscando en cambio un desarrollo acelerado, autónomo y propio, transformando revolucionariamente las estructuras tradicionales.»

La determinación de poner en marcha cambios de fondo fue el sello de su gobierno. Realizaciones relevantes como la nacionalización del cobre, y adicionalmente del salitre, hierro y carbón, la culminación acelerada y efectiva de la reforma agraria que puso fin al latifundio, la estatización de parte importante de las empresas claves para el desarrollo estratégico y para el ejercicio real de nuestra independencia nacional ( energía, industria pesada, comunicaciones, banca) fueron la base de la profunda redistribución del ingreso a favor de los trabajadores y el pueblo y el fundamento de la garantía de derechos esenciales como educación, salud, vivienda. Ello fue posible por la introducción de formas de participación popular y de democracia directa en la realización de la obra del gobierno: buena parte de las nacionalizaciones fue precedida de paros laborales cuya demanda única era el traspaso de su empresa al estado. Con ello, se pudo poner en práctica normas legales conquistadas 40 años antes, en momentos de auge de la lucha popular, normas que las fuerzas conservadoras habían convertido en letra muerta pero no habían podido derogar y que el Gobierno Popular puso en vigencia real. Esos fueron los llamados «resquicios legales» que los opositores denostaron.

La nacionalización de los recursos naturales y en primer término el cobre, fue puesto por Allende en el centro de su tarea de gobernante. Como lo dijo ante la ONU «Nuestra economía no podía tolerar por más tiempo la subordinación que implicaba tener más de 80% de sus exportaciones en manos de un reducido grupo de grandes compañías extranjeras que siempre han antepuesto sus intereses a las necesidades de los países en los cuales lucran.» Y creó, con un vasto apoyo popular, las condiciones para realizarla por decisión unánime del Parlamento, donde los partidos de gobierno éramos clara minoría. Con audacia, abrió paso a la «doctrina Allende» que estableció que la indemnización por el valor real de la inversiones de las empresas imperialistas debía ser calculada descontando de ella las utilidades exorbitantes que obtenían producto de la sumisión del aparato estatal chileno a sus exigencias. La ley estableció que se asumía legítima una utilidad anual de hasta 12% y los excesos debían ser descontados de la indemnización que un tribunal de rango constitucional determinara. Las dos mas grandes empresas norteamericanas habían obtenido entre 1955 y 1970 una utilidad promedio del 21,5% anual sobre su valor libro en el caso de Anaconda que en su país de origen obtenía 3,6% y la Kennecott 52,8 % anual en comparación con menos del 10% en sus otras inversiones. De acuerdo con la norma constitucional, las empresas cupríferas de reciente instalación cuyas utilidades excesivas fueron inferiores a su patrimonio recibieron la indemnización resultante.

En el campo, se realizó a plenitud la reforma agraria y se inició un proceso de organización del trabajo que permitiera la incorporación de los métodos modernos de producción que garantizaran la seguridad alimentaria afectada por el empleo del desabastecimiento como recurso de la desestabilización del gobierno. En relación con los pueblos originarios, el Presidente decidió la instalación por tres meses del Ministerio de Agricultura en el centro de la Araucanía para recuperar las tierras usurpadas. En ese corto período se reintegraron al pueblo mapuche 150 mil hectáreas de tierras cultivables.

Sobre esas bases, una dimensión clave de la obra del Gobierno de Salvador Allende fue la fuerte redistribución del ingreso en favor de los trabajadores. En el período de reformismo que precedió al Gobierno Popular se produjo un modesto crecimiento de la participación de sueldos y salarios hasta llegar en su mejor momento a 41-42 % del PIB (1970). En 1972, último año normal del gobierno popular la participación de los trabajadores había subido a 54%.

Las transformaciones no se limitaron al campo económico, Para Allende y todos nosotros era claro que «no solo de pan vive el hombre» y que la promoción de la espiritualidad era un cimiento indispensable de la creación revolucionaria. El acceso del pueblo no sólo al goce de la cultura sino al despliegue de la creación en todos los campos, con participación de miles, se expresó en la mayor expansión editorial de la historia de la República, en la original fusión de la música culta y la popular, que caracterizó a la nueva canción chilena, en un muralismo que reunía la creatividad de brigadistas de partido y la de artistas plásticos como Matta, Balmes, Nuñez y tantos otros en los muros de la ciudades, en el despliegue de capacidad editorial que llevó los libros por millones al seno del pueblo.

Son rasgos que confirman que Allende y el movimiento popular chileno asumían como un deber insoslayable la concordancia de sus promesas y sus actos.

Lo que se hacía en patria valía en América Latina y el mundo. La práctica de un internacionalismo consecuente fue un atributo de Allende. Poco días después de asumir el mando restableció relaciones diplomáticas con Cuba rompiendo sin más con la resolución de la OEA. En América Latina, solo México se había insubordinado. Hizo de Chile sede de la III Conferencia de la UNCTAD, vinculó al país al movimiento de los No Alineados, estableció relaciones con Vietnam, China, Corea del Norte. A la vez promovió la relación con los países latinoamericanos con independencia de su orientación política y, con consecuencia y audacia, dio pasos para abordar el problema de la mediterraneidad de Bolivia, asunto controversial, enviando a Volodia Teitelboim a contactos iniciales con el general Juan José Torres.

Con la desfachatez de los que se asumen amos del mundo, Kissinger escribió: «La elección de Allende era un desafío a nuestro interés nacional; no podíamos aceptar un segundo estado comunista en el Hemisferio….Nuestra preocupación estaba basada en la seguridad nacional, no en la economía. La nacionalización de la propiedades de los norteamericanos no fue el problema». Descontado el cinismo, la confesión es nítida.

La agresión de que fue objeto el proceso revolucionario chileno era, por cierto, inevitable. Ëramos concientes de ello: la noche de la victoria, desde los balcones de la FECH Allende dijo al pueblo. » S i la victoria no era fácil, difícil será consolidar nuestro triunfo y construir la nueva sociedad…» .

Nuestra revolución fue derrotada a sangre y fuego con el golpe militar fascista. Pero será una simplificación extrema sostener que nuestra derrota fuera inevitable. La afirmación que la revolución chilena cursó por una senda inviable solo sirve para bloquear un análisis serio de la experiencia y una autocrítica razonada de los protagonistas y direcciones políticas del proceso, como algunos la han avanzado. Sólo así se podrá extraer, de aciertos y errores, efectivas lecciones para la lucha revolucionaria de hoy y del futuro.

El golpe fue la culminación de una conjura bajo dirección norteamericana, con un rol relevante de Bush padre, desde la CIA, y con la contribución desde el inicio de la oligarquía terrateniente y de la mayoría de los grandes empresarios, quienes pusieron en marcha la desestabilización económica, en especial del desabastecimiento de productos de primera necesidad, la manipulación mediática, la guerra psicológica, la corrupción, la traición, los actos terroristas, dentro como fuera del país. Su viscosidad está descrita en muchas investigaciones y libros, no necesariamente escritos por quienes tenían simpatía por este empeño de construir socialismo en democracia para más democracia. Con esos recursos, en un clima de inducida y creciente tensión, el golpismo consiguió la colaboración de importantes sectores de las capas medias y hasta de grupos minoritarios de trabajadores con la cooperación siempre mas activa de sectores decisivos del reformismo (Frei-Aylwin) que se convirtieron en aliados claves de la reacción interna e internacional que comandaba la confabulación.

El imperialismo norteamericano y la reacción chilena, hicieron lo suyo. Nosotros, las fuerzas revolucionarias y democráticas no hicimos bien lo nuestro. En ello, la responsabilidad reside, en primer término, en las carencias de la dirección revolucionaria y de modo particular en las direcciones de los partidos Comunista y Socialista en tanto constructores principales de la victoria y fuerzas decisivas para llevar a la práctica las orientaciones del Gobierno.

Creo importante reseñar el pensamiento de Allende respecto de las formas de lucha En una carta a El Mercurio, diario de la reacción chilena, poco antes de conquistar el Gobierno definió su posición: «A pesar de todas sus carencias Chile es, indiscutiblemente, uno de los países de América Latina donde las luchas cívicas tienen todavía contenido….He aquí porque yo continuo luchando y repito que no deseamos la violencia pero la violencia revolucionaria es a veces la única respuesta a vuestra violencia, la violencia reaccionaria». No era una frase, sino una convicción. Prueba irrefutable de ello es su comportamiento heroico ante la agresión militar, consecuente con sus afirmaciones reiteradas de que entregaría su vida en defensa del proyecto que encabezaba. No obstante, se debe anotar que estaban presentes también concepciones que dimensionaban incorrectamente las posibilidades de la institucionalidad democrática existente y que no eran ajenas a nuestro Compañero Presidente. En ese conflicto de convicciones pudo haber y hubo errores. De hecho, Allende concentró esfuerzos en integrar a las FF.AA. al proceso y obtuvo éxitos significativos. Un símbolo es el comportamiento del General Prats, desplazado primero y asesinado después por Pinochet. Es claro que eso fue importante pero no suficiente. La cuestión militar en la formación de una correlación de fuerzas favorable fue claramente mal tratada por la conducción revolucionaria. Ante la demanda imperativa que el curso de los acontecimientos imponía no fuimos capaces de realizar acciones prácticas para contener y derrotar la violencia reaccionaria en su inicio.

Pienso que la experiencia del proceso revolucionario chileno deja una lección insoslayable: la necesidad de estar en capacidad de emplear diversas formas de lucha acorde con los desafíos que plantee la reacción. Es lo que Allende dice a El Mercurio. Los avances alcanzados por medios electorales pueden ser resistidos con violencia que debe ser enfrentada. Durante el período de gobierno popular fue claramente insuficiente el enfrentamiento de la violencia terrorista desplegada por el golpismo y las medidas para combatir la conspiración en los cuarteles. Pesó cierta ilusión sobre un desarrollo pacífico y evolutivo y se falló gravemente en la definición de una estrategia común hasta el punto que ese problema produjo al interior de la coalición una confrontación que no logró ser resuelta. Un cristiano de fuertes convicciones revolucionarias constató que » la coexistencia en las fuerzas de gobierno de dos estrategias políticas discrepantes restó al gobierno de Allende la mínima unidad conceptual necesaria para llevar a cabo su tarea». (Julio Silva Solar ).

La regresión que significó el golpe fascista se concretó en la imposición del neoliberalismo por Pinochet con un grupo de economistas de derecha formados en la Universidad de Chicago, discípulos de Milton Friedman que promovían sus ideas anti-estado y anti-trabajadores como verdad revelada (M.Riesco).

Estas políticas se tradujeron en una reducción brutal de los ingresos del trabajo para descender de un 54% a 33% del PIB en 1989, es decir, se traspasaron como media unos 15 mil millones de dólares anualmente desde los salarios a rentas del capital como lo puso en evidencia Pedro Vuskovic hace años.. Prácticamente la totalidad de la empresas estatales rentables creadas en años de políticas desarrollistas por diversos gobiernos y, por cierto, las nacionalizadas por el Gobierno Popular, fueron entregadas a capitales extranjeros y chilenos y a protegidos de la dictadura. Ello incluyó la generación de electricidad, el hierro, el acero, las comunicaciones, la producción de azúcar, el salitre, el transporte aéreo, y muchas otras. Sólo se mantuvieron las empresas del cobre nacionalizado con la obligación de aportar un 10% de sus ventas a las FF.AA., exacción que las protegió de la venta pero que no impidió la entrega de sus minas de reserva al gran capital, y la Empresa del Petróleo. Los Chicago boys, como los denominó el pueblo, extremaron su talento en la privatización del sistema de pensiones para convertir los fondos aportados por los trabajadores (un 13 por ciento de sus salarios) en capitales puestos al servicio de las grandes empresas y terminar pagando pensiones miserables, sistema que desde Chile se ha trasladado a otros países de A.Latina, entre ellos México. Impusieron además la creación de un sistema de salud privatizado para los sectores mas acomodados disminuyendo el aporte estatal a la atención de salud de un 3,5% del PIB hasta un 0,6%. Lo propio se impulsó en el campo de la educación donde el sistema público fue deteriorado al extremo rebajando la contribución presupuestaria de un 7 a un 3,5% del PIB.

La represión brutal a que fue sometido nuestro pueblo se explica también porque el terror era una condición necesaria para imponer este tipo de economía.

La noche quedó atrás después de una lucha larga y difícil. La remoción del dictador fue el resultado de una combinación de esfuerzos, no siempre concertada, de movilizaciones sociales de masas, de reorganización del tejido orgánico sindical, poblacional, juvenil, femenino, de coordinaciones políticas plurales, incluyendo el recurso a las armas para contener la barbarie dictatorial, que terminaron convergiendo,. El desplazamiento de la tiranía fue un gran triunfo pero culminó en una salida condicionada. La intervención directa del imperio para dividir el frente antidictatorial y concertar con una parte una solución mediatizada es un lastre que perdura hasta hoy, casi 20 años desde el comienzo del fin de la tiranía.

Vivimos en los marcos de una democracia excluyente en la que el pueblo no vive en la criminalidad de la dictadura pero donde los derechos nacionales y sociales que representa el allendismo siguen siendo una tarea largamente pendiente.

Allende, como hemos visto, comprendió que es esencial para nuestros pueblos ejercer efectivo dominio sobre nuestros recursos naturales para fundar en ellos nuestro desarrollo. Hoy la situación es tan grave como cuando Allende promovió la nacionalización. La dictadura eludió, sin derogarla para evitar la evidencia de su servilismo al capital extranjero, la norma constitucional que reserva al país el dominio pleno e inalienable de sus recursos naturales. Creó un engendro, la llamada concesión plena, que traspasa al control extranjero nuestros recursos y otorga a las empresas la propiedad no solo de sus inversiones sino de los recursos mineros existentes en los lugares donde operan los que, en caso de nacionalización, deberían serles pagados por el Estado chileno, aunque por ellos no gastan un solo dólar. Los gobiernos posteriores no derogaron esa norma y, por el contrario, promovieron una gran masa de inversiones con esas granjerías y, peor aún, los presidentes Aylwin, Frei y Lagos legitimaron y consolidaron en los Tratados de Libre Comercio con USA y Canadá este despojo a la nación chilena.

Los resultados están a la vista: La rentabilidad sobre su patrimonio que obtiene hoy la principal empresa cuprífera extranjera operando en Chile alcanzó en 2006 a un 190,03 % y en el año 2007 a 165,89%, vale decir 16 y 14 veces mas que la cifra, por demás generosa, de rentabilidad tolerable fijada por el Gobierno Popular(12%). El resultado es que Chile está cediendo al exterior 25 mil millones de dólares anuales, mas de un 17% de su PIB por remesas al capital extranjero.

La razón de esto es que en los gobiernos que han sucedido a la dictadura han asumido la hegemonía los sectores que hicieron suya la matriz neoliberal que ésta instaló. Casi todos sus dirigentes criticaron esas políticas en el período dictatorial pero terminaron subordinándose al asumir funciones de gobierno. Puedo decir que no tengo dudas del interés de la Presidenta de acentuar en su gobierno un sello social. No obstante, el peso de la tecnocracia neoliberal azuzada por la derecha que, como resultado de la salida pactada mantiene decisivas posiciones en el parlamento se impone en casi todos los asuntos clave de gobierno. Un sistema electoral antidemocrático y excluyente, el sistema binominal gestado por la dictadura le permite a la derecha, con un 35% de la votación obtener un 44% de la representación en la Cámara y un 48% en el Senado lo que les otorga, por normas de quorums especiales de la constitución pinochetista que prevalece, derecho de veto sobre toda ley importante.

Los gobiernos de Concertación en el período inicial corrigieron modestamente las rebajas salariales de la dictadura. Sin embargo,en materia de distribución de ingresos en el mejor momento, año 2000, lograron apenas la cifra anterior al Gobierno Popular: un 42 %. Desde entonces, durante todo el gobierno de Ricardo Lagos la participación del trabajo disminuyó hasta caer a 37,4 el 2005 y ya con la Presidenta Bachelet fué 35% el 2006 mientras los excedentes brutos del capital se empinaban a 54%. Con hechos como estos, Chile asume una de las peores distribuciones de ingreso a nivel mundial.

Esto está directamente vinculado a la tolerancia de formas de sobreexplotación que vienen de la dictadura. Un recurso privilegiado es el del sistema de subcontrato que utilizan las grandes empresas para realizar fases del proceso productivo con trabajadores contratados por terceros con salarios que son 50 o más % inferiores a los trabajadores de planta. En el caso de las empresas del cobre esto se tradujo en 2006 en una distribución del producto que entregó 5,4% para rentas del trabajo y 95,4% para rentas del capital. Abusos parecidos se dan con el trabajo temporero en la producción frutícola, con la dispersión de razones sociales de una misma gran empresa, con las contrataciones de maestros por horas en las escuelas privatizadas, es decir, en cada sector que se presenta como símbolo de éxito del modelo.

El posicionamiento internacional de los gobiernos de la Concertación ha estado marcado por la pretensión grotesca de proponerse ser parte del «primer mundo», meta a la que hace algunos años le pusieron plazo: el bicentenario. Faltan dos años para ello: por cierto, ya nadie hace referencias a eso. Esta visión aristocrática llevó a esos gobiernos a privilegiar los acuerdos comerciales con los EE.UU., Canadá y la Unión Europea y los convirtió en promotores principales del fracasado ALCA con ostensible menosprecio por el fortalecimiento de los vínculos latinoamericanos. Las propuestas para afrontar los graves problemas de energía que golpean al mundo entero planteadas por Venezuela fueron en los hechos desestimadas. Fueron también ostensibles las reticencias para hacerse parte de la coordinación de los estados de América del Sur así como la incorporación al MERCOSUR defendiendo primero las concesiones aduaneras hechas a los países desarrollados. La Presidenta Bachelet ha tenido una actitud mas abierta para abordar estos temas pero el peso decisivo lo sigue teniendo la hegemonía neoliberal.

L a ciega subordinación al mercado se traduce en el rechazo frontal a concebir una estrategia de desarrollo nacional. La globalización es asumida como el principal sino único ordenador de la estructura de la economía chilena. Diversos sectores, hasta del interior del gobierno, plantean que se requiere un enfoque distinto que signifique utilizar nuestra base de recursos de modo inteligente para que Chile pase de ser principalmente un productor y exportador de materias primas o bienes con escaso valor agregado a ser un país de alta productividad industrial moderna, que construye su inserción a la economía mundial desde sus posibilidades y necesidades. Es claro que tal propuesta debe ser conscientemente implementada a partir del Estado haciendo partícipe de esa estrategia de desarrollo al conjunto de la sociedad. En esa dirección apuntaban formulaciones como la de avanzar a una «segunda fase exportadora», de sectores PS que han quedado, pese a su modestia, en nada, porque los gendarmes del neoliberalismo desestiman cualquier

construcción que se fundamente en la consideración de los intereses del pueblo: eso, según ellos, es «populismo».

El modelo de capitalismo salvaje que impone el neoliberalismo está conduciendo al país a una situación de grave estancamiento. La tasa de crecimiento del PIB promedio simple 1989-1997 alcanzó a 8,1%, en período 1998-2007 ha caído a 3,8%. El primer tramo coincide con la subasta al capital extranjero de nuestro recursos naturales, el segundo confirma que ese camino conduce al abismo.

Ante esta realidad se viene desplegando una creciente movilización social que abarca diversos sectores, en especial de los trabajadores y los estudiantes y también de sectores medios que se enfrentan a los efectos de esta política. Los trabajadores del subcontrato del cobre, de las explotaciones forestales han desarrollado potentes movilizaciones, enfrentando fuerte represión que ha costado incluso vidas, y han conseguido imponer conquistas importantes aunque aún parciales.

Las batallas no se circunscriben a demandas económicas. Uno de los movimientos más potentes es el de la defensa y recuperación de la calidad de la educación y su afirmación como un derecho que debe garantizar un sistema público. La exigencia de poner fin a l lucro por parte de los llamados sostenedores que reciben fondos estatales a lo que suman los cobros a los padres, da cuenta de que comienza a abrirse un nuevo tiempo. El coraje con que los estudiante; los «pingüinos», han enfrentado una represión desenfrenada ha remecido la conciencia nacional

Esa renovada articulación y despliegue de las luchas sociales produce cambios importantes en la arena política. Convocados por la Central Unitaria de Trabajadores los partidos de la Concertación han asumido junto a las fuerzas de izquierda alternativa la batalla por poner fin al sistema electoral excluyente y crear las condiciones para terminar con el derecho de veto de la derecha. Se han generado fuertes tensiones en los partidos de gobierno por la persistencia de concesiones a la derecha como ocurrió en la frustrada reforma el sistema previsional que terminó manteniendo el negocio de la grandes corporaciones (AFP) como ocurre en el plan educacional que mantiene los ejes principales de la política dictatorial, Se crean condiciones para nuevas convergencias de las fuerzas que enfrentaron a la dictadura y puede abrirse paso un acuerdo de omisiones mutuas para desplazar a alcaldes de derecha en la próximas elecciones. Estos atisbos de creación de condiciones para cambios han resultado del auge de la movilización social y de una disposición de la oposición de izquierda de promover convergencias de todos los que asuman posiciones de enfrentamiento al neoliberalismo en la perspectiva de abrir camino a una nueva correlación de las fuerzas políticas en el país.

En este nuevo cuadro el ideario de Allende está llamado a jugar un gran rol. El allendismo es un cimiento indispensable de la unidad de acción de la izquierda que a su vez es condición de la formación del frente mas amplio que agrupe a todos los sectores que requieren poner fin al capitalismo salvaje que instala el neoliberalismo.

La valoración de la figura y el rol de Allende crece incesantemente. Como dejó dicho Volodia Teitelboim «Allende póstumo es, por lo menos, tan grande como Allende vivo». Esa apreciación no se remite sólo a sus valores éticos sino también a sus realizaciones como gobernante. La conmemoración del centenario de su nacimiento pone de relieve que su papel en la historia no es un asunto de pasado sino de futuro. Allende vive como constructor de esperanza para nuestro pueblo. El camino que debemos recorrer, por cierto en un tiempo nuevo y por tanto, como diría Mariátegui, sin calco ni copia, es el que su gobierno empezó a desbrozar.

Allende fue un gran líder político pero también un constructor de movimientos sociales y sintetiza en su actuar una lección de la historia que perdura. Los partidos que propugnan el cambio de sociedad serán incapaces de materializar sus ideales sino contribuyen a la emergencia, impulsan las luchas e interactúan con los movimientos sociales que surgen mas o menos espontáneamente para demandar la superación de las carencias que genera la sociedad que debe ser superada. Los movimientos sociales pueden desarrollar luchas potentes y lograr triunfos, pero estos serán efímeros sino no se proponen y logran resolver el problema central de toda transformación de fondo, que es el problema del cambio del carácter de la sociedad en que emergen.

Para esa tarea inmensa asumir la herencia de Allende es irrenunciable. La reivindicamos como un patrimonio de toda la izquierda en nuestra patria y en América Latina. Cuanto se alegraría de ver la emergencia, mas allá de nuestra querida Cuba, de procesos liberadores en Venezuela, Bolivia, Ecuador, Nicaragua, cada cual con sus peculiaridades.

Llevar a la realidad sus sueños es un deber y una necesidad. Realizaremos su profecía: «Superarán otros hombres este momento gris y amargo … Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor».