Hacia 1975, el fotógrafo y cineasta Roberto Cuervo inició un documental sobre el autor de Mascaró, que la dictadura militar dejó trunco. Más de tres décadas después, su hijo Andrés recuperó el material y completó una obra que ahora cobra nueva vida.
Andaba con una cosa acá (señala la boca del estómago con el puño cerrado), y de no poder dormir, de tener que resolver, de cargar esta mochila y no saber cómo… Desde los seis años que yo tengo noción, más o menos, que hay una película en el ropero de mi casa que alguien tiene que terminar», dice Andrés Cuervo, director de El retrato postergado, que se estrena el jueves en el Espacio Incaa Km 0 (Gaumont). También dice que hacer cine es una buena manera de encontrarse con uno mismo, de poner a prueba las preguntas que a uno lo martillan.
«Yo sé que volverás, compadre. Por eso te digo hasta siempre», se despide así Haroldo Conti de su protagonista en el prólogo de su última novela, Mascaró, el cazador americano. Pero el 5 de mayo de 1976 la dictadura militar secuestró e hizo desaparecer a Conti, haciendo ese reencuentro imposible. Un informe encontrado posteriormente daría cuenta de que Haroldo, miembro por entonces del PRT-ERP (como Raymundo Gleyzer, a quien el autoproclamado Proceso de Reorganización Nacional también se llevó), era vigilado desde hacía tiempo y que ya se lo tenía en la mira. Su última novela, precisamente, según el legajo 2516 de la Dipba (Dirección de Inteligencia de la Policía de la provincia de Buenos Aires) era considerada como propagadora de «ideologías, doctrinas o sistemas políticos, económicos o sociales marxistas tendientes a derogar los principios sustentados en nuestra Constitución Nacional».
Por entonces, desde 1975, Roberto Cuervo, un joven fotógrafo y cineasta, buscaba plasmar Retrato humano de un escritor, un documental sobre el autor de Alrededor de la jaula. Con la llegada del terrorismo de Estado, la película quedó inconclusa y, en 1979, Roberto falleció. Su esposa, Cristina Pannunzio, madre de Andrés, decidió entonces esconder el material (las latas con lo filmado en 16 mm y los cassettes TDK con nueve horas de entrevistas) que su compañero había podido registrar. Andrés tenía apenas diez meses.
Andrés Cuervo sabía desde sus años de purrete que iba a terminar la película que su padre había empezado. Lo que no sabía era cómo iba a hacerlo: «Yo me encontré parado en una encrucijada de tres caminos y dije ‘¿Qué hago?’: un documental sobre Haroldo Conti, que es lo que quería hacer mi viejo, pero exclusivamente sobre Haroldo Conti; la película que quería hacer mi viejo sobre Haroldo Conti; o mi película, contando la película de mi viejo y sobre eso la película de Haroldo Conti. Yo elijo esto último». Por eso, quizás, El retrato postergado es un entretejido de texturas y de tiempos. Es un documental tanto sobre Conti como sobre Roberto Cuervo y su hijo Andrés, por el que transitan voces del pasado que hablan en presente. La idea de vida (con todas sus contradicciones y cargas incluidas), no la melancolía de cosas pasadas, es el principio rector.
Haroldo limpiando una tararira que acaba de pescar, arreglando una licuadora, escribiendo, con la cabeza apoyada en el regazo de su mujer recibiendo caricias. Un bote avanza, empujado por un remero invisible, a través de un río de libros, una máquina de escribir estalla en mil pedazos, las fotos de Roberto Cuervo que, sin identificarse, se cuelan por aquí y por allá; el director cruza los registros de su padre con imágenes surrealistas que él realiza ahora. A su vez, las voces de Eduardo Galeano y Martha Lynch (ambos entrevistados en 1975) flanquean a Conti, lo relatan a su manera, pintando cuadros, por momentos, diametralmente opuestos. No hay un artista idealizado en bronce, sino que cada uno crea un Haroldo distinto, que es a su vez lo que quisiera Cuervo que haga el espectador al salir de la sala.
En dos momentos, el propio Conti (porque él es el centro y el eje que permite y empuja la película) lee cuentos suyos, marcando el ritmo, el deambular de sus personajes y el de sí mismo. «Como el río, como Haroldo», acota Cuervo. «El dice: ‘Yo recomiendo que te pongas los zapatos y te mandes al camino’, ‘cuando no sabés si esto o aquello, andá, mirá la tierra y fijate qué te dice el campo’. Eso es el caminante, el vagabundo que tanto admiraba Haroldo en su cuento El último. Todos sus personajes son medio vagabundos, no tienen nada que los ate a la vida.» Conti el místico, el utópico, el que también dice: «No amo la libertad en abstracto, como podría hacer Vargas Llosa, y ya entramos en el terreno político. Yo creo que a veces, inclusive, hay que sacrificar la de uno, y a veces la de los demás, desgraciadamente, por un bien social mayor».
El film de Andrés Cuervo -su debut como realizador- tuvo sus primeras proyecciones allá por el 2009 y un recorrido heterogéneo, desde la Biblioteca Nacional a escuelas pequeñas de la provincia de Chubut, pasando por el Centro Cultural Haroldo Conti (en la ex ESMA) y el Centro Cultural de la Cooperación, entre otros. Como Cuervo se alinea a los criterios de copyleft, la voluntad fue siempre que la película y el material pudieran circular libremente (parte del metraje filmado por Roberto, por ejemplo, fue utilizado en Homo Viator, de Miguel Mato), la película está disponible para verse online en Comunidad Zoom (http://comunidadzoom.com/) y las alrededor de siete horas filmadas por Roberto Cuervo pueden encontrarse en el Archivo General de la Nación. Pero el hecho de que el estreno comercial se demorara dos años no tiene que ver sólo con reglas de mercado que hacen a un difícil circuito de exhibición, sobre todo para los documentales: «Por momentos, esto es muy fuerte para mí. Ya la presenté un par de veces, ya vengo como con un casse-tte contando esta historia, y de repente no es un cassette. Es mi vida, es mi historia, la de mi vieja, la de mi viejo… Cuando yo hice esta peli, y eso lo repito siempre, la hice para mi mamá, para la familia Conti, para Marta Scavac (la esposa de Conti), para Ernesto Conti, para Marcelo, para Alejandra. La hice para ellos». Y, sin embargo, la película fue siguiendo un camino y llevando a su director con ella.
Para Cuervo, su utopía es «que quede un Haroldo vivo, que se difunda la imagen de Haroldo, contada por él mismo. Me parece que es muy interesante el Haroldo que se descubre, que hay un montón de Haroldos: el religioso, el militante, el tipo al que no le importa nada, el melancólico, el que se lanza al camino. En mi documental, me parece que Haroldo se despacha como nadie, se muestra de una forma indiscutible, porque él está diciendo ‘yo soy esto’…».
Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/5-22199-2011-07-05.html