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Amenazas contra estudiantes en Palmira evidencian un plan paramilitar en el Valle del Cauca

Fuentes: REMAP

Amenazas que fueron conocidas el 6 de julio contra estudiantes de la Universidad Nacional de Colombia, con sede en Palmira, guardan relación con un trabajo de inteligencia que el paramilitarismo desarrolla en el departamento del Valle del Cauca y que afecta a otros municipios del norte del Cauca como Corinto y Miranda. Un breve recorrido […]

Amenazas que fueron conocidas el 6 de julio contra estudiantes de la Universidad Nacional de Colombia, con sede en Palmira, guardan relación con un trabajo de inteligencia que el paramilitarismo desarrolla en el departamento del Valle del Cauca y que afecta a otros municipios del norte del Cauca como Corinto y Miranda.
Un breve recorrido por los hechos
El sábado, 7 de julio, en el municipio de Guacarí (Valle del Cauca) fue asesinado el líder campesino Fernando Gómez, dirigente de la Asociación Mixta Indígena y Campesina (Asomic). Días antes, 2 de julio, a través de un panfleto paramilitares de las Águilas Negras habían declarado «objetivo militar» a organizaciones indígenas y campesinas de Valle y Cauca.
Previo a estos hechos, otro caso también se había registrado. El 29 de junio, en zona rural de Pradera (Valle del Cauca), Islenio Muñoz, dirigente de la Asociación de Trabajadores Campesinos del Valle del Cauca (Astracava), fue amenazado por hombres armados, vestidos de negro y encapuchados.
Y hace poco otras amenazas contra el movimiento estudiantil de la Universidad Nacional de Colombia, con sede en Palmira, fueron conocidas luego que el Proceso de Organización Estudiantil (PROES) denunciara «reiteradas amenazas (vía telefónica y panfletos)» que ponen en riesgo la vida de sus integrantes.
Andersson Montes, representante estudiantil ante el Consejo de Sede, Francisco Romero, representante estudiantil de la Facultad de Agronomía, y Juan Camilo Otero, estudiante de Ingeniería Agronómica, son los estudiantes directamente afectados por hechos que vienen ocurriendo hace más de un mes.
La conexión de los casos

El PROES fue uno de los sectores en Palmira que apoyaron la campaña a la Presidencia de Gustavo Petro; y las amenazas contra sus integrantes iniciaron el 29 de mayo, dos días después que el candidato de la ultraderecha, Iván Duque, fuera elegido como presidente.

La primera amenaza ocurrió durante una actividad del movimiento estudiantil en la Universidad Nacional, cuando el estudiante Andersson Montes recibió la llamada de una mujer que le advirtió: «Lo mejor es que se vaya con sus ideales a otro país u otro lugar donde sí tengan aceptación».
Unos días después, el 4 de junio, de nuevo una mujer llamó al estudiante reiterando las amenazas: «¿Ya pensó las cosas? Qué pensó de lo último que hablamos. No sería tan chévere que su familia lo llorara por estar de redentor».
Luego otro integrante del PROES se vio afectado por las amenazas. En el panfleto de paramilitares de las Águilas Negras del 2 de julio, que ya referenciamos, José Otero, padre del estudiante Juan Camilo Otero, quien vive en el corregimiento La Diana del municipio de Florida (Valle del cauca), fue declarado objetivo militar.

El panfleto hace referencia a organizaciones indígenas y campesinas con presencia en municipios de Florida y Pradera en el Valle del Cauca, y Miranda y Corinto en el norte del Cauca. En éste también reiteran las amenazas contra Islenio Muñoz, dirigente campesino de Astracava.
Las amenazas del 2 de julio evidencian, por lo menos, las conexiones con Palmira, Pradera y Florida del trabajo de inteligencia que el paramilitarismo intensificó después que la ultraderecha volvió al poder en Colombia , un hecho de suma gravedad que ya cobró la vida del líder social Fernando Gómez en Guacarí.

Estos casos no son hechos aislados como quiere presentarlos la institucionalidad. Por el contrario, muestran una coordinación en el departamento del Valle que demanda el pronunciamiento y acompañamiento de organizaciones nacionales e internacionales que permitan hacer frente al plan criminal de la estrategia paramilitar que, después de cobrar la vida de 311 líderes y lideresas sociales en dos años y medio, el Gobierno se niega a reconocer.