Aclaro: ni remotamente estoy entre quienes se felicitaron por la bestialidad del 11-S del 2001; entre quienes decían: ¡Vaya, al fin les dieron a estos gringos de mierda en lo más vivo de sus entrañas! Mi formación política, las normas que me inculcaron mi familia, mis profesores, el entorno en el que nací y me […]
Aclaro: ni remotamente estoy entre quienes se felicitaron por la bestialidad del 11-S del 2001; entre quienes decían: ¡Vaya, al fin les dieron a estos gringos de mierda en lo más vivo de sus entrañas! Mi formación política, las normas que me inculcaron mi familia, mis profesores, el entorno en el que nací y me crié, hacen imposible que yo esté de acuerdo con una atrocidad semejante, en la que fueron inmolados cerca de tres mil inocentes; muchos de ellos, latinoamericanos, ecuatorianos.
Por eso mismo, así como condeno y condenaré la bestialidad nazi fascista contra judíos y comunistas no puedo sino condenar la sistemática e indiscriminada acción criminal de los guerreristas israelíes contra el Líbano y contra el pueblo palestino. Lo que no me explico es cómo los herederos de los sobrevivientes de ese genocidio pueden bombardear ciudades y pueblos y asesinar niños, niñas, madres, ancianos solo por el delito de vivir allí.
Así que, pues me explico que en Estados Unidos, en NY concretamente, la sociedad norteamericana recuerde hoy 11 de septiembre del 2006, la monstruosidad que cometieron terroristas aéreos contra las hoy desaparecidas torres gemelas, emblemáticas del poder económico y político de USA.. Pero lo que no me explico es que el Presidente de la Nación, el señor George W. Busch haya estado ahí, solidarizándose con el dolor inconmensurable de familiares y amigos de las víctimas y presidiendo ceremonias luctuosas cuando fue él quien ordenó la invasión por aire, mar y tierra contra Irak, lo que costó la vida a miles (seguramente cientos de miles) de iraquíes, que nada tenían que ver ni con inexistentes armas de destrucción masiva ni con Al Qaeda y el fantasmagórico Bin Laden.
Me explico también que los grandes medios de comunicación social del Continente (prensa, radio y televisión) cada vez más dependientes del poder económico y político de los Estados Unidos, hayan dedicado los principales espacios de sus informativos y artículos de opinión, a recordar esta tragedia. Pero no me explico que estos mismos medios -aún cuando sea para disimular- hayan ignorado o hayan minimizado a ridículos espacios (El Comercio de Quito, por ejemplo dedicó una nota informativa de una columna por 5 cms. al suceso) que este 11 de septiembre del 2006 se cumplía el ANIVERSARIO 33 del 11 de septiembre de 1973, fecha en la cual, el criminal de guerra Augusto Pinochet y sus cuadros militares, a nombre de la democracia y la libertad, precisamente bombardeaban La Moneda, ocasionaban la muerte del Presidente Salvador Allende y un pequeño grupo de resistentes e imponían una sangrienta dictadura que en 17 años «eliminarían» a más de tres mil víctimas, ocasionarían el destierro de medio millón de chilenos y chilenas e impondrían a sangre y fuego, el neoliberalismo, en su más pura expresión.
Ese asalto militar a un gobierno democráticamente constituido tiene mucho más significado histórico, político, social, económico que el 11-S de los gringos. A pesar de que los líderes demócratas y republicanos, se llenan la boca con las palabras de libertad y democracia cada vez que ordenan alguna invasión o un golpe de estado militar, no podrán explicar nunca porqué planificaron, respaldaron y actuaron contra un gobierno legítimamente constituido desde la democracia representativa que, según ellos, es el mejor sistema de gobierno que jamás se haya establecido.
Esta claro que el imperio neocapitalista y sus socios menores chilenos, lo que quisieron es dar un mensaje a toda América Latina: nada de gobiernos populares, nada de gobiernos socialistas, así sea por elecciones libres y democráticas, como a ellos les gusta. Lo que quisieron decirnos es que debemos ser democráticos y republicanos pero siempre y cuando elijamos a quienes representan el sistema imperante o máximo a quienes no pueden «pasarse de la raya» Es decir, ustedes pueden elegir a quien les dé la gana siempre y cuando el designado no huela a nada que se parezca siquiera a revolución o a cambios sustantivos de la estructura de poder reinante. Que entonces, la democracia representativa que nosotros recomendamos, ya no vale. Y para detener semejante posibilidad, para eso están los pinochotes, a fin de que salven a sangre y fuego, la civilización occidental y cristiana.
Pero esta América Latina no solo que no ha aprendido la lección sino que se atreve a «elecciones antidemocráticas», tipo Venezuela, que ciertamente «le obligan» al imperio USA a ensayos similares al del 11 de septiembre de 1973. Ya lo intentaron con Hugo Chávez y su gobierno, relegítimamente elegido, de acuerdo a los cánones de la democracia y la libertad, y contra el cual ensayaron esa pantomima de golpe de estado, que no duró ni 48 horas, precisamente con el «líder máximo» de los empresarios venezolanos y la complicidad del superdueño de canales de televisión, radios y prensa, el multimillonario y «periodista» Gustavo Cisneros.
Entonces, a nuestra América india y mestiza lo que le conviene es recordar también el 11-S chileno y luchar porque nunca más vuelva a ocurrir. Así como las nacientes Naciones Unidas y los juicios de Nuremberg pusieron punto final (¿pusieron punto final?) a los genocidas fascistas; así, en América Latina debemos conmemorar fechas ciertamente lúgubres y bestiales, como el 11-S de Chile, para que nunca más puedan volver a ocurrir.
¡Qué tal por ejemplo que la justicia chilena se deje de amenazas y de miedos y sentencie a Pinochet a por lo menos unos 20 años de cárcel de manera que muera como se merece, en la cárcel! Sería muy saludable para los presentes y futuros salvadores de la democracia y la libertad en nuestro continente latinoamericano.