Politólogo e historiador especialista en América Latina, Franck Gaudichaud es académico en la Universidad de Grenoble 3 y está terminando la coordinación de un libro colectivo sobre «Izquierdas, movimientos sociales y neoliberalismo en América Latina (Abya Yala, Quito, 2010). Visitó recientemente Chile con motivo del Congreso Mundial de Ciencia Política y participó, además, en actividades […]
Politólogo e historiador especialista en América Latina, Franck Gaudichaud es académico en la Universidad de Grenoble 3 y está terminando la coordinación de un libro colectivo sobre «Izquierdas, movimientos sociales y neoliberalismo en América Latina (Abya Yala, Quito, 2010). Visitó recientemente Chile con motivo del Congreso Mundial de Ciencia Política y participó, además, en actividades académicas y sociales. Es un buen conocedor de la realidad chilena y sus procesos sociopolíticos. En 2004 publicó el libro Poder popular y cordones industriales (LOM Ediciones, Santiago, Chile), bien acogido por su rigor documental y enfoque crítico. Es miembro del equipo editorial de rebelion.org , el prestigioso diario digital.
¿Cómo caracterizaría el actual momento en América Latina?
«En los últimos cinco años ha habido muchos análisis en torno al ‘giro a la Izquierda’ en el continente. En la mayoría de las doce últimas elecciones presidenciales en la región, ha triunfado la Izquierda o más bien la centro Izquierda. Se han iniciado en varios países procesos de cambios importantes, por lo menos en el plano institucional, con Asambleas Constituyentes, integraciones regionales y en políticas sociales. Sobre todo, desde hace diez años la región ha vivido un ciclo ascendente de luchas sociales y movilizaciones populares en contra del modelo neoliberal, con experiencias muy valiosas como empresas bajo control obrero (Zanon, en Argentina), consejos comunales en Venezuela, consejos de ‘buen gobierno’ zapatistas en Chiapas, juntas del agua en Bolivia, comunidades indígenas, gestión por asambleas de barrios periféricos enteros, medios de comunicación alternativos, etc. Estas nuevas relaciones entre las clases sociales se han traducido, de una manera u otra, en el campo electoral e institucional, aunque de manera mediatizada y diferenciada. ¿Se ha iniciado una nueva fase?
Para dar una respuesta hay que aclarar algunas cosas. En América Latina, la crisis de hegemonía del neoliberalismo comenzó antes de la crisis global actual. En 2005, en la cumbre de Mar del Plata, se rechazó al Alca, algo muy importante. Hay figuras como Lula y Fernández-Kirchner que mantienen relaciones complejas con Estados Unidos que, en ciertos momentos, producen fricciones e intentan defender su propia burguesía frente a las transnacionales. Por otra parte, la aparición del proyecto bolivariano y de Hugo Chávez, en 1998, encarna una oposición más clara al imperialismo y, en ciertos aspectos, al modelo neoliberal. Lo siguen Morales en Bolivia, Correa en Ecuador y otros. En todos esos casos la dinámica de los movimientos sociales y populares ha sido determinante. A mi juicio, en América Latina es mejor hablar de ‘Izquierdas’ y no solamente de ‘Izquierda’. No hay una sola. De manera muy esquemática podríamos decir que hay tres.
Una Izquierda en Chile completamente dentro del orden neoliberal, con una presidenta socialista que encabeza una coalición guiada por criterios capitalistas neoliberales. Por su lado Lula, Fernández-Kirchner y posiblemente Vázquez intentan dar una imagen más de centro que algunos llaman Izquierda ‘social liberal’: es decir política económica de mercado, liberal, con algunos planes sociales de corte asistencialista para los más pobres. Creo en todo caso que Lula ha resultado una gran decepción para los que creyeron que el PT en el gobierno iba a significar un cambio social profundo en Brasil, octava economía del planeta. Por ejemplo, en relación a las políticas agrarias: no ha impulsado la reforma agraria y los grandes consorcios industriales y financieros siguen incólumes, incluso se reforzaron con Lula.
El tercer grupo de gobiernos de Izquier-da está constituido básicamente por Chávez, Correa y Morales, que yo definiría por su discursividad y programa como ‘nacionalistas radicales’, lo que significa confrontación parcial con EE.UU., programas de nacionalización de recursos naturales y de algunas empresas importantes -aunque con indemnizaciones-, Asambleas Constituyentes y Estados plurinacionales, diversas formas de regulación estatal de la economía capitalista, relaciones directas y a veces contradictorias con sectores populares movilizados, principios de reforma agraria, incentivo a experiencias cooperativas y organizaciones comunitarias indígenas o de cogestión obrera, etc.
No es casualidad que allí donde hubo grandes movimientos sociales y luchas de clases existan procesos más interesantes de reforma o democratización. Bolivia es un ejemplo.
Respecto a estos gobiernos ‘nacionalistas radicales’ se habló mucho de ‘gobiernos en disputa’, es decir gobiernos que vacilan entre una orientación neodesarrollista, como en los años 50, con formas de capitalismo de Estado que ponen de nuevo al Estado en el centro de la economía y, del otro lado, una orientación más radical, producto de la movilización desde la base, desde las clases populares e indígenas, donde se intentan procesos de redistribución real del ingreso (o no sólo de las rentas) y donde se plantea la necesidad de una marcha hacia ‘el socialismo del siglo XXI’, es decir un ruptura con el capitalismo. Estos vaivenes entre dos posiciones se ven claramente en el proceso bolivariano, proceso sumamente contradictorio. Se ven también en la radicalidad de los discursos, no siempre en relación con la práctica concreta, muy pragmática.
En los años 60 y 70 en América Latina se hablaba claramente de ‘revolución’ o de ‘cambios estructurales’. En este último período cambió el panorama y las Izquierdas. No hay procesos revolucionarios actualmente en la región, hay intentos de procesos democratizadores dentro de la economía dependiente de mercado. Por otra parte, los que anunciaban el fin del imperialismo en el ‘patio trasero’ de Estados Unidos se equivocaron profundamente. Han surgido, claro, proyectos alternativos de integración que son valiosos como el Alba -y en otro ámbito la Unasur-, pero no creo que haya sido derrotada la estrategia imperialista.
Honduras y la derecha
Se pensaba que ya no volverían los golpes militares. Y no ha sido así. Lo demuestra el golpe en Honduras y no olvidemos que en 2002 hubo un golpe fallido contra Chávez, o la actuación del embajador estadounidense en Bolivia. Siguen las conspiraciones opositoras, siempre con el apoyo -al menos indirecto- de Estados Unidos. Honduras ha sido un caso particularmente interesante. Lo que pasó, a mi juicio, es que Estados Unidos quería desplazar a Zelaya (un liberal, pero que se acercó al Alba) pero no en la forma en que ocurrió, porque la oligarquía local se salió de libreto. Zelaya fue derrocado. Luego se hizo intervenir a la OEA y después a Oscar Arias, que siempre ha sido muy cercano a Estados Unidos. Es probable que se termine con un consenso entre el presidente legítimo y los golpistas, a pesar de las grandes movilizaciones populares. Es por lo menos lo que busca Hillary Clinton, lo que es muy grave y sentará un precedente funesto.
Volviendo al comienzo, a la posible nueva fase que se estaría abriendo. Los últimos meses muestran que la derecha latinoamericana está todavía muy presente, porque tiene el poder económico y también fuerza política. Gobierna en México, Colombia y Panamá y tiene fuerza en Perú. En otros países, tiene poderío como oposición, incluyendo Venezuela. En Argentina, los grandes agricultores pusieron en jaque al gobierno que bajó fuertemente su votación en las últimas elecciones. La oposición separatista y racista en Santa Cruz es muy fuerte en Bolivia, etc.
Los procesos de reforma impulsados durante el ciclo de ascenso de las luchas sociales en América Latina parecen haberse agotado. Los gobiernos ‘progresistas’ o de Izquierda han tenido que gestionar situaciones complejas, negociar nuevos contratos con las multinacionales petroleras, e incluso retroceder como ocurrió con Bolivia en el caso de la Constituyente y también de la reforma agraria o en Ecuador, en relación a proyectos de extracción de petróleo en territorios indígenas. Lo más llamativo de este nuevo período es que se advierte una baja de la conflictividad social, entre otras cosas, por la cooptación y neutralización total o parcial de los movimientos sociales por estos mismos gobiernos.
Junto con la recuperación de posiciones y prestigio por parte de la derecha en América Latina y una baja de la conflictividad social en la región, hay, según creo, una visión ilusoria de la gestión real que tiene el presidente Obama. No es Bush, por supuesto, es mucho más fino e inteligente, pero los intereses norteamericanos existentes en la región son demasiado importantes como para abandonarlos. Obama no los va a sacrificar porque, además, es de alguna manera representante de la clase dominante en Estados Unidos, y la nueva política de extensión de la presencia militar estadounidense con nuevas bases en Colombia es una prueba de ello.
Hay, también, otro tipo de contradicciones en la región. Brasil, por ejemplo, juega en ocasiones el papel de subimperialismo con un efecto negativo en los procesos de integración. Es el caso en las relaciones con Bolivia acerca del tema del gas, o de la energía hidroeléctrica en las relaciones con Paraguay. Brasil privilegia, por ejemplo, el Mercosur, que es una integración liberal para competir en el mercado mundial. Si Venezuela propone el Alba con integración más alternativa que reconoce asimetrías, y postula cooperación y solidaridad, Brasil se resiste y se queda afuera. En el caso del proyecto de Banco del Sur, Lula rehúsa aceptar el principio democrático de una organización internacional basada en el concepto de ‘un país, un voto’ y privilegia el voto representativo en relación al poder económico (como en el Banco Mundial).
Movimientos sociales
Por otra parte, no comparto los análisis que sostienen que todos los Estados y los partidos son intrínsecamente ‘malos’ y que lo único que vale son los movimientos sociales. Es cierto, que los procesos de cambio en la región se dinamizan por los movimientos sociales y gracias a las luchas que se dan en el barrio, en la fábrica, en el campo, en las universidades, etc. Por ejemplo, en el último Foro Social hubo una ‘Carta de los movimientos sociales’ que llama a democratizar los procesos de integración, incluso el Alba y a romper con el capitalismo productivista.
Los movimientos sociales plantean la necesidad de una visión del siglo XXI, que yo llamaría una ‘visión ecosocialista’, que considere los aspectos medioambientales, la situación de los pueblos indígenas, la defensa del agua, del patrimonio genético y de la biodiversidad como otros aspectos esenciales. La carta es una expresión de un asunto central; sí al cambio, a la transformación social pero con nosotros, sí a la democracia pero desde abajo y con control social. No basta que el Estado sea ‘bolivariano’ o de otro carácter ‘progresista’ para resolver los problemas del pueblo desde ‘arriba’, el desafío es construir sociedades pos-capitalistas, lo que significa romper con los formas verticales de poder, al mismo tiempo que socializar los principales medios de producción, comunicación y servicio en una perspectiva ecosocialista, sustentable para el planeta.
En el surgimiento de los movimientos sociales hay una protesta legítima ante una institucionalidad ficticia, no democrática, en la cual están inmersos de un modo u otro muchos partidos revolucionarios de Izquierda del siglo XX. En un sentido profundo, los movimientos sociales son agentes democratizadores, que irrumpen frente al orden dominante. Pero, desde el punto de vista de la lucha de clases (¡que yo creo que existe!) el nivel de la institucionalidad y de la coordinación política es también crucial; hay que movilizarse, hay que resistir pero también hay que ir hacia la creación de alternativas concretas de poder popular. Para esto necesitamos instrumentos políticos coordinados, es decir nuevas organizaciones de Izquierda: frente a la centralización de los adversarios del cambio, frente a su fuerza coercitiva y de represión es una ilusión proclamar el fin de los partidos o de los Estados. Porque frente a la atomización de los movimientos sociales y su carácter a menudo transitorio, los regímenes neoliberales tienen una alta capacidad de adaptación y cooptación.
En este sentido, creo yo, es necesario concebir fuerzas políticas anticapitalistas, de transformación social, que sean herramientas al servicio del movimiento, un apoyo para consolidar la autoorganización y autodefensa popular, pero que no pretendan ser la ‘vanguardia’ autoproclamada o sustituir al pueblo. Este el desafío de las izquierdas del siglo XXI».
Elección chilena
¿Se trató en el Congreso Mundial de Ciencia Política el tema de la elección presidencial chilena?
«Fue uno de los temas de interés y provocó debates inusuales en ese tipo de encuentros. Más allá de esas discusiones, se avizora un desgaste casi terminal de la Concertación. Hay un éxodo de líderes y dirigentes que escapan del barco antes de que se hunda. Veinte años de Concertación neoliberal encabezando la transición-transacción democrática son demasiados, existe un agotamiento de la ‘democracia tutelada’, como la llama el sociólogo Felipe Portales, hay una crisis que afecta a todo el sistema político.
En ese contexto debe situarse el ‘fenómeno’ de Marco Enríquez-Ominami. En parte producto de la crisis del sistema político y de la Concertación y también producto de una hábil manipulación que tiene que ver con encuestas, farándula y manejo de medios de comunicación. Lo que me asombra es que dentro de la Izquierda haya quienes lo ven como alternativa… Incluso unos investigadores lo calificaron -con razón- de ‘ outsider inventado’, de outsider , es decir alguien que no es parte del sistema. Aunque de eso tiene poco, es de una familia de la Concertación, ligado a la farándula mediática, con un dinamismo sorprendente y ¡ojo! con un programa económico que en varios aspectos está a la derecha de Frei. Es una figura joven, atractivo, con gran capacidad de comunicación que ha sido inflado hasta el extremo por la prensa. Y eso de ser inflado por los medios en Chile quiere decir mucho, porque los principales medios, que dominan abrumadoramente el mercado, están en manos de la derecha.
Hay otra gran pregunta, ¿qué pasa con la Izquierda? Es un tema importante porque ahora es cuando más se necesita una Izquierda radical e independiente. Y aparece ese pacto con la Concertación. Entiendo que es un pacto instrumental. Hay sin embargo dos problemas. Dada la fluidez y complejidad de la situación política puede que no resulte ese ‘instrumento’ para llegar al Parlamento. Y hay algo mucho más grave. Se está pactando con una alianza neoliberal en crisis terminal. ¿Para qué? Para conseguir en el mejor de los casos unos pocos cupos en el Parlamento, pero sin que se haya derogado el sistema binominal. Longueira dijo que si llegaban algunos comunistas al Congreso, el binominal podría durar veinte años más, porque se habría demostrado la flexibilidad del sistema. Hay que reconstruir ‘desde abajo’ y desde una perspectiva de independencia total de la Concertación y del sistema heredado de Pinochet.
Finalmente, lo que ocurre en Chile con la campaña electoral es un fenómeno mundial, porque ya no hay política popular de base. Se ha reemplazado por efectos mediáticos, marketing , manipulación de encuestas que producen efectos políticos y actúan a nivel masivo. El ciudadano crítico, el sujeto popular participativo o revolucionario, las clases movilizadas parecen haber desaparecido de los debates. Y eso es muy preocupante»
(Publicado en «Punto Final», edición Nº 693)