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La mala hora del proceso de paz

Anatomía de la crisis

Fuentes: Razón Pública

Las causas La escala de la guerra en las últimas semanas despertó la sensación de que las negociaciones de La Habana están en crisis. Por eso mismo se han dado los llamados predecibles de algunos dirigentes y sectores a suspender las negociaciones con las FARC o a corregir drásticamente su rumbo. Pero antes de proponer […]

Las causas

La escala de la guerra en las últimas semanas despertó la sensación de que las negociaciones de La Habana están en crisis. Por eso mismo se han dado los llamados predecibles de algunos dirigentes y sectores a suspender las negociaciones con las FARC o a corregir drásticamente su rumbo.

Pero antes de proponer remedios que podrían agravar la enfermedad, es importante interpretar correctamente la naturaleza de la crisis; por eso en este artículo intentaré aclarar qué está pasando con el proceso de La Habana

De entrada podría decirse que la crisis tiene varias aristas y no se explica exclusivamente por la escalada terrorista de las FARC. Creo que hay otros cinco factores que se mezclan en esta coyuntura y ayudan a explicar la situación: falta de nuevos acuerdos, ineficacia de los gestos de las FARC, falta de liderazgo, polarización y poco interés de la opinión publica en los preacuerdos que se han logrado hasta ahora.

1. Estancamiento en la agenda

Las negociaciones avanzaron en forma ininterrumpida desde sus comienzos hasta mediados de 2014. Entre enero y agosto de 2012, en la etapa de pre-negociación, el gobierno y las FARC alcanzaron el «Acuerdo General para la Terminación del Conflicto y la Construcción de una Paz Estable y Duradera», que definió la hoja ruta para el proceso de paz.

En noviembre de 2012 se instaló formalmente la mesa de negociación y desde entonces se alcanzaron tres acuerdos parciales: sobre tierras y desarrollo rural (26 de mayo de 2013), participación política (6 de noviembre de 2013), y drogas ilícitas (16 de mayo de 2014).

Santos no ha tenido más remedio que oscilar entre la defensa tímida de la paz negociada (cuando hay avances) y la amenaza de patear la mesa de negociación (cuando ha habido retrocesos).

Es decir, tomó cerca de seis meses definir la hoja de ruta y, después del comienzo formal de las negociaciones, al cabo de cada semestre se alcanzó un acuerdo parcial. No obstante, desde mayo de 2014 (hace poco más de un año) no se han dado grandes avances.

El estancamiento es comprensible en lo tocante a la justicia transicional, pues es evidente el obstáculo que implican las posiciones tan opuestas de las partes: la insistencia de las FARC en que «no pagarán un solo día de cárcel» y la insistencia del gobierno (y otros sectores) en que «no puede haber paz con impunidad».

Existe otro bloqueo en cuanto al desarme de la guerrilla, pero este parece un obstáculo relativamente menor y transitorio. Las FARC ya anunciaron que dejarían de utilizar las armas una vez se firme un acuerdo de paz definitivo y, a menos que la guerrilla opte por seguir por la senda de la criminalidad, uno anticiparía que el desarme será inevitable. Si se logra una reintegración exitosa de las FARC a la sociedad y a la política, las armas sobrarían; es más, serían una talanquera para que la guerrilla gane algo de credibilidad como partido político, pues el desarmarse es lo único que les ayudaría a quitarse el motete de «terroristas».

Menos comprensible es el hecho de que no se haya concluido un acuerdo sobre el tema de las víctimas, aunque sin duda es un asunto complejo. Tal vez esta discusión se enredó por la sostenibilidad fiscal de las medidas propuestas o por los desacuerdos entre el gobierno y la guerrilla sobre el universo de víctimas a incluir. Sin embargo, nada de lo anterior parece ser más difícil de negociar que, por ejemplo, la «reforma agraria integral».

Probablemente la metodología utilizada para este punto (con varias delegaciones de víctimas visitando La Habana) demoró la negociación. En todo caso, la tardanza en emitir humo blanco sobre este asunto desanima a una opinión pública que se había habituado a recibir noticias de un acuerdo parcial cada semestre.

2. Gestos ineficaces de las FARC

A falta de resultados en los puntos de la agenda, las FARC han realizado varios gestos unilaterales, que sin embargo no han logrado buena acogida en la opinión pública.

Por ejemplo las decisiones de eliminar el reclutamiento de menores de 17 años (en febrero de 2015) y de entregar a los menores de 15 años que están en sus filas (hace unos días) han generado indignación, más que producir alborozo.

Muchos han minimizado estos gestos con el argumento que, siendo inaceptable el reclutamiento de menores, las FARC nunca debieron incurrir en semejante práctica. Pero aunque pocos lo entiendan así, dichos gestos sí representan una mejoría frente a la situación anterior. No será un motivo para alegrarse, pero al menos se puede reconocer la importancia del gesto.

Otro gesto de las FARC -anunciado el pasado mes de mayo- fue el programa de desminado humanitario, pero este apenas empieza y mientras siga el conflicto armado en buena parte del territorio, los avances serán a cuentagotas, de modo que difícilmente tendrán un impacto visible sobre la opinión pública.

Lamentablemente, el gesto más significativo y de mayor impacto por parte de las FARC, como fue el cese al fuego unilateral indefinido, fracasó. Con el cese al fuego la violencia dejó de sentirse en varios territorios, y tanto los empresarios como la gente del común empezaron a percibir un dividendo inmediato de las negociaciones de paz.

Pero el «des-escalamiento» sucumbió ante la lógica del conflicto armado. Entre la insistencia de sectores de derecha en que el gobierno mantuviese la intensa presión militar sobre las FARC, las denuncias sobre extorsiones y otros delitos continuados por las guerrillas, y los inevitables incidentes de una guerra que seguía (aunque con menor intensidad), el experimento de «des-escalar» el conflicto se abortó demasiado rápido. 3. Los liderazgos

Mientras se han registrado liderazgos fuertes y consistentes en contra del proceso de paz (el del procurador Ordoñez, el del excandidato o el senador Uribe), no ha habido liderazgos equivalentes a favor de la paz negociada que sirvan de contrapeso.

El propio presidente Santos, quien encabeza las negociaciones con las FARC, ha defendido el proceso de manera tibia. Dado que las FARC han engañado y usado tácticamente los procesos de paz en el pasado, ha sido literalmente imposible para el presidente (y para cualquiera) defender a ultranza la negociación de paz.

Santos no ha tenido más remedio que oscilar entre la defensa tímida de la paz negociada (cuando hay avances) y la amenaza de patear la mesa de negociación (cuando ha habido retrocesos), porque la única paz negociada aceptable es una que amerite el respaldo de los colombianos y no una que atienda solamente al interés de la guerrilla.

4. Opinión pública escéptica y polarizada

La opinión popular no le ha apostado decididamente a la mesa de La Habana, y son muchos los intransigentes y los indignados que desde la campaña electoral de 2014 han sido movilizados en contra de las negociaciones.

Desde aquellas elecciones presidenciales, el Centro Democrático (CD) logró «amarrar» tres temas distintos: las FARC, el proceso de paz y Santos. Un segmento considerable de la opinión pública se dejó llevar por el razonamiento del CD y ahora piensan que las FARC son lo peor («narcoterroristas»), que Santos «decidió traicionar al uribismo y volverse amigo de las FARC» (por ridículo que suene) y que el proceso de paz actual solo favorece a la guerrilla (lo cual también es falso).

Si mucha gente detesta a las FARC y repudia a Santos, «lógicamente» se oponen a las negociaciones entre las FARC y Santos. Pero odiar a las FARC y sentir antipatía por Santos no debería llevar automáticamente a descartar la paz negociada, porque una negociación de paz exitosa nos conviene a todos.

5. Los contenidos de los acuerdos

La mayoría del electorado siente que los acuerdos de La Habana son ajenos, inocuos, o abiertamente injustos. Es sumamente complicado persuadir a los colombianos de que los acuerdos son benéficos para el país, cuando faltan varios puntos por definir y mientras opere el principio de que «nada está acordado hasta que todo esté acordado».

Además, para ser francos, solo los ingenuos pueden creer que el acuerdo sobre drogas ilícitas contiene propuestas realmente novedosas que llevarán a acabar con el flagelo del narcotráfico.

Por otro lado, probablemente solo un pequeño porcentaje del electorado (que es fundamentalmente urbano) se siente involucrado en temas como la reforma rural o la reparación a las víctimas.

¿Y qué decir de los acuerdos de garantías para la participación política? Contrastan fuertemente las experiencias de varios partidos de oposición legal, como el Polo y el CD, con la de la Unión Patriótica (UP). Mientras los primeros han tenido garantías políticas para acceder al poder, la UP fue marginada a sangre y fuego. Esto implica que solo un sector reducido de la oposición comparte la lectura de que en Colombia no ha habido garantías democráticas y que se necesita del proceso de paz para conseguirlas.

Y todo esto sin mencionar las reacciones agrias que ha provocado la propuesta de una Comisión de la Verdad.

Estas son las principales dimensiones de una crisis, que, como se ve, es multidimensional y compleja. Por eso es importante que las propuestas para enderezar el rumbo correspondan al diagnóstico. Trataré de explorar estas propuestas en un próximo artículo para Razón Publica. 

 

Carlo Nasi es Profesor Asociado Departamento de Ciencia Política, Universidad de los Andes. Las opiniones aquí expresadas no comprometen la posición institucional de la Universidad de los Andes.

Fuente original: http://www.razonpublica.com/index.php/conflicto-drogas-y-paz-temas-30/8545-la-mala-hora-del-proceso-de-paz-anatomía-de-la-crisis.