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Cuaderno de otoño

Andalucía, la maldición

Fuentes: Rebelión

No, no es el título de una película. Tampoco el de una novela. Podría ser una sentencia breve: los males que aquejan a nuestra tierra y a sus hijos son a causa de una maldición. Pero yo, que soy ateo y un ateo muy curioso, bajé de la estantería dos libros sagrados: El Corán y […]

No, no es el título de una película. Tampoco el de una novela. Podría ser una sentencia breve: los males que aquejan a nuestra tierra y a sus hijos son a causa de una maldición. Pero yo, que soy ateo y un ateo muy curioso, bajé de la estantería dos libros sagrados: El Corán y La Biblia (esta última regalo de mi hermano Diego Marquez) y busqué entre sus páginas acerca de profecías y plagas. Solo encontré en Salomón y Ezequiel alabanzas y bendiciones a la tierra de Tarsis.

Antes de descartar que la brujería fuera la causa de nuestras desgracias consulté con dos amigas, una de ellas de la Alpujarra de Granada y la otra de Noia, de la provincia de A Coruña. Las dos son brujas de reconocido prestigio internacional que ejercen su oficio de forma clandestina ya que la clandestina Inquisición las tiene en búsqueda y captura. Las dos coincidieron en el diagnóstico y me aseguraron que no existe brujería tan fuerte como para abducir a un pueblo en su conjunto, y menos al pueblo andaluz, ya que este se encuentra en el vértice de la energía positiva planetaria, teniendo nosotros la cualidad de generar luz propia.

La sentencia fue tan tajante que ya solo me quedaba un camino, una consulta, un viaje a lo prohibido, El Templo de la Lucera, Luciferi Fanum. Así que bajé por el Gran Río hacia Sanlúcar de Barrameda y en un lugar oculto, donde la uva se hace mosto y el mosto vino, entre barriles de solera mirando cómo la Mar en un amor compartido abraza al Guadalquivir (si alguna vez muero, recógeme entre tus manos, Sanlúcar, y ponme en un juanelo que remonte río arriba, surcando montes y campiñas, y que me deje a los pies de la Alhambra. Quiero ver desde el Paseo de los Tristes cómo llega la mañana) me sumergí en los brazos de Baco y le pregunté, verso a verso, de borracho a borracho, si sabía algo de una maldición. El dios, con su aliento perfumado en manzanilla, me respondió que él no sabía nada. Que hablase con Astarté.

La diosa de la naturaleza, de la vida, de la exaltación del amor y de los placeres carnales, se presentó ante mí, desnuda, apenas cubierta con unos velos de seda tejidos en los telares de Granada. «Artaté» -le dije- «Madre nuestra, tú que amamantaste a este pueblo en su cuna, dime: ¿sabes de alguna pócima fabricada por mano de hombre o dios que haya emponzoñado nuestros sueños?».

Astarté, amigo Antonio Manuel, no habla, solo mira y en su mirada lleva las respuestas. Andaluces, estad tranquilos, la maldición no existe. No debemos luchar ni contra magos ni contra dioses. Heracles ya les llevó su parte. Los males que nos aquejan salen de las manos de los hombres y a esos, a esos sí los podemos vencer.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.