La organización de los Deudores Habitacionales, Andha Chile, se apostó en la rivera del río Mapocho por un período de casi cincuenta días, además de realizar una huelga de hambre, en su anhelo de resolver los problemas que los aquejan. Todo eso sólo hasta el viernes 19 de Junio, día en el que han sido […]
La organización de los Deudores Habitacionales, Andha Chile, se apostó en la rivera del río Mapocho por un período de casi cincuenta días, además de realizar una huelga de hambre, en su anhelo de resolver los problemas que los aquejan.
Todo eso sólo hasta el viernes 19 de Junio, día en el que han sido desalojados por la fuerza desde ese lugar.
Este conjunto de familias, recibieron Viviendas Sociales por parte del Gobierno hace algún tiempo. Casas en las que igual debe pagarse una cuota mensual, llamada dividendo. En el insaciable devenir de la economía de libre mercado, los valores de las casas no son fijos, o sea, son objeto de ganancia. Los intereses sangrantes encarecen el valor original de los inmuebles, lo que desencadena que una gran cantidad de «favorecidos» comience a endeudarse, terminando esto en casas rematadas, devoradas por los bancos, que toman de aperitivo financiero, lo que las familias ya habían alcanzado a pagar, y de postre, los subsidios y garantías concedidos por el gobierno para la obtención de las casas.
Por lo general, en Chile existen muchos males, no sólo los económicos. Se destaca la enfermiza obsesión de intentar menoscabar o hundir a los demás en cualquier ámbito.
Es así, como muchas personas insisten en frases prefabricadas como: Quieren que les regalen las cosas, son flojos, no trabajan, etcétera.
A nadie se le regaló nada. Se insta a una condonación de las deudas contraídas. Pero los pobres bancos, en sus penosas crisis estructurales, no están para solidarizar más que con ellos mismos, y enternecerse o estremecerse por el simple hecho de que familias completas duerman en la calle. El gobierno chileno, hace lo mismo en su afán de no perturbar la banca.
Esa misma gente que se siente tan perturbada por la expresión «quieren que se les regalen las cosas» debería organizarse y demostrar toda su molestia contra los bancos que SI han recibido regalos, y a manos llenas.
Los salarios miserables que existen en el país, una vez más ratificado por el recadero del Gobierno, Astuto Martínez, constata una vez más que, la situación económica de una persona no pasa por ser floja o no trabajar, pasa específicamente por una distribución horriblemente injusta y miserable de las ganancias.
Sean cuales sean las críticas, las diferencias, o desacuerdos contra esta organización u otras, deberíamos intentar analizar objetivamente los hechos como así también las causas que las producen, antes de juzgar en forma tan drástica contra aquello que la televisión o los medios de prensa nos indican.
Bastaría con ver las incontables muestras de solidaridad recibidas por los organizados, el saludo afectuosos de obreros, estudiantes, sindicatos, confederaciones. No han estado solos, los que están solos en sus ansias de riqueza son otros.
Gris viernes de invierno Santiaguino en la rivera del río Mapuchuco, afluente conocido por la dureza de su entorno, por su caudaloso pedregoso interior, por sus crecidas de peligrosa histeria invernal cuando el agua reclama sus dominios perdidos. Torrente famoso por los clanes de ratas y pájaros omnívoros que comen del río, afamado por la basura y por el contrabando de excrementos, por la suciedad que lleva consigo hasta caer de rodillas en el mar.
Sucintamente, anclados en el filo de esa cloaca pública se encontraban las familias que resistían noche a noche, día a día, las heladas y la lluvia hiriente y cortante sobre sus cabezas. Niños, mujeres y hombres.
Son cerca de las seis de la tarde, desde los árboles bajan en escaleras metálicas las fuerzas del orden (impuesto) a terminar con los problemas, no con los problemas humanos, sino con la chocante postal que estas familias, otorgan a La Costanera, elegante avenida por donde pasan los señores y que afea, hondamente, el cristalino parabrisas de sus coches.
Junio de juncos aferrados a la orilla de esta arteria de miseria líquida, en la que, entre sogas, cuerdas y piernas temblando contra el golpe de la corriente se aferran las familias a sus sueños.
Queman sus ranchas sucedáneas-improvisadas en son de protesta luminosa contra lo que se avecina, arde la lluvia, palos, sacos, ropas, latas, bolsas y plástico.
El camión policial lanza chorros de agua contra los que protestan, el conductor del mismo, ríe y siente un espasmo de goce en todo su cuerpo. Lanzan bombas lacrimógenas contra todo lo que se mueva.
Avanzan los coliformes uniformes fecales estatales, por la vena rota de la cordillera de los andes, avanzan como hordas siniestras de un país siniestro de sombras solapadas que observan pegados a la chimenea de sus casas, como este acto morboso para ellos, les ha sacado un poco el hastío de sus insulsas vidas.
Aquí en Chile no se regala nada, aquí todo se gana a punta de picota, de sudor, de lágrimas de sangre, humillaciones infinitas y pundonor.
Son otros, de otras esferas, a los que se les ha regalado todo o lo que tienen lo han obtenido a costa de la explotación y el embuste de los demás.
Que no se olviden los que alguna vez no tuvieron casa de estos actos. Que no se olviden que Santiago y Chile entero, es una toma gigante en su historia, que no se olviden los allegados como se debe llegar en puntillas para no molestar, como cualquier postura resulta incómoda cuando se vive en casa ajena, como el frío, pega más fuerte cuando sólo se tiene el cielo por techo.
Que pocos muertos cayeron y corrieron por este triste río, que pocos murales invisibles de otras épocas, la gente recuerda. Insensibles nosotros, humanos ellos.