¿Cómo logra un autor escribir en primera persona sin parecer presumido, al narrar hechos épicos que ha protagonizado en un período de la historia de Chile que es ignorado por la historia oficial? ¿Cómo lo hace un exiliado ex preso político, que porta la fatídica letra L, recién casado y con un hijo de días, […]
¿Cómo logra un autor escribir en primera persona sin parecer presumido, al narrar hechos épicos que ha protagonizado en un período de la historia de Chile que es ignorado por la historia oficial?
¿Cómo lo hace un exiliado ex preso político, que porta la fatídica letra L, recién casado y con un hijo de días, para decidirse a ser parte de la Operación Retorno impulsada por el MIR, sabiendo que ni siquiera la dirección máxima de su partido respalda en su totalidad ese proyecto, y que muchos creen que el retorno es sinónimo de suicidio?
Para tener la respuesta, hay que leer «Destacamento miliciano José Bordaz», de Guillermo Rodríguez Morales – Diego Ramírez, «Alma Negra» para sus compañeros del MIR y la Resistencia Popular. Guillermo Rodríguez dirigió ese destacamento cuyo primer jefe había sido Beño (Charles Ramírez, que cayó en combate). En esa jefatura también estaban Jacinto (Raúl Castro Montanares, ya fallecido), un compañero apodado Bigote, y Victoria (Arcadia Flores, que antes había sido una de las fundadoras de la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos, ex estudiante de periodismo) Ellos conducían a grupos de milicianos reclutados en Santiago en la zona sur, norte, y comunas de Maipú y Puente Alto -como bien saben Víctor González, aquí presente ahora como comentarista y «Miguel» (Eduardo Arancibia, también entre nosotros esta tarde). El autor escribe que estos grupos de base tenían «escasa instrucción militar pero estaban vinculados a frentes sociales y redes amplias de apoyo». Posteriormente se organizó una milicia «volante» con mayor capacidad, a cargo de Simón (Carlos Bruit), que también se menciona en este libro.
El retorno
El autor, que supo sobrellevar un total de 13 años de prisión manteniendo libre su mente y su espíritu, despliega una técnica literaria despojada de toda solemnidad, en la que la narración de hechos que tienen que ver con la vida, la libertad y la muerte de él o de otros militantes es abordada en un tono ágil, salpicado de ironía y a veces incluso de humor negro. En su festivo paso por París, mientras espera retornar, se asoma a los museos y al mundo de los artistas chilenos como Karazu e Illapu. El retorno está enmarcado en la crisis que vivía el MIR, cuyos dirigentes históricos diseñaban la táctica y estrategia desde el exilio. La crisis no era secreto para los militantes en el exterior, aunque sí lo era para quienes permanecían en Chile. Pero Guillermo canta a su llegada a París su propia Marsellesa: «alors enfant de la patrie…le jour del retorno est arrivé» Se ríe de sí mismo porque está regresando a contrapelo de todo.
Y nosotros nos reímos con él por analogía, porque somos parte de esa generación que vivía al margen de lo que hacía la gente «sensata», la que se sentaba a esperar que la dictadura cayera sola, y fuimos parte también de ese MIR que resistía en Chile y que esperaba con ansias a los compañeros retornados para que nos instruyeran a todos en la lucha armada y fortalecieran a la organización, tan golpeada por la represión.
Equipaje del retorno
Quizás fue la experiencia de prisión la que ha templado la pluma del autor. Pero sumado a ello, están los años vividos combatiendo en medio de las alegrías y miserias de la vida clandestina. Es una sumatoria de vivencias que le permiten escribir de esta manera, que lo empujan a volver sobre sus pasos y remarcar la huella. Puede ser también que esa humildad y humanidad del relato se deban al peso del equipaje que declara este chileno, que contiene los rostros de los compañeros caídos más cercanos: Santos Romeo (de la industria Perlak y el cordón Cerrillos) Chico Tito (Pedro Poblete Córdova), Chico Lucho (Leopoldo Muñoz Andrade), Renato (Martín Elgueta), el «Caluga» del cordón Vicuña Mackenna (Juan Carlos Rodríguez), y a los que agrega en su segundo período de prisión – después del retorno- los de su compañera Victoria, (Arcadia Flores), el Beño (Charles Ramírez), Jaime, Watussi, entre tantos otros.
Esta obra es una contribución sustancial a la memoria, específicamente de lo vivido en los años 79-80 y 81, cuando a través de las milicias de la Resistencia Popular el MIR iniciaba lo que denominó «la fase de propaganda armada», pasando del discurso a la acción, en un intento de llevar a la práctica su estrategia de desarrollar la guerra popular contra la dictadura, tanto a nivel de la ciudad como del campo, lo que requería accionar militar pero también un trabajo de masas y de reconstrucción de partido.
El primer apagón nacional
Fueron los tiempos del primer apagón nacional (erróneamente reivindicado en el exterior por Luis Corvalán), de la toma de Radio Portales (29 de abril de 1980), del primer reparto de leche en La Victoria, de la recuperación de la primera Bandera de la Independencia nacional, de campañas de bombas y recuperación de armamento de guardias del metro y Chilectra, de la quema de la Escuela Nacional Sindical de la Dictadura y de lugares de entretención del régimen, como parte de un total de 150 acciones armadas que también incluyeron acciones superiores en armamento y preparación, como los triples asaltos a bancos, el ajusticiamiento de Roger Vergara, jefe de inteligencia del Ejército (5 septiembre 1980), y del agente CNI Carlos Tapia Barraza (6 de julio de 1981), entre otros. Ello fue paralelo al intento de implantación de una fuerza guerrillera en Neltume. De esa experiencia abortada en sus inicios sí existe una excelente obra del colectivo de sobrevivientes, «Guerrilla en Neltume» (editorial LOM).
El alto costo represivo de este esfuerzo y el casi total aniquilamiento de quienes impulsaron la lucha armada, así como la posterior división/desaparición del MIR histórico, han confluido para que no existiera hasta ahora una versión que desde las fuentes propias, registrara los avances y retrocesos de ese período de la lucha miliciana antidictatorial en Chile. En cambio, las acciones de años posteriores y de mayor reactivación social, desarrolladas por los compañeros y compañeras del Frente Patriótico Manuel Rodríguez y el Movimiento Juvenil Lautaro son un poco más conocidas por las nuevas generaciones y movimientos sociales. Quizás esta falta de reflexión y síntesis sobre la experiencia del MIR y su ligazón con sectores de punta del movimiento de masas, incida hoy en la repetición mecánica de consignas o acciones por parte de algunos grupos cuyo desempeño deviene en caricatura o remedo, carente de perspectiva y ajeno a las condiciones actuales.
Las condiciones reales
El libro describe a cabalidad el duro encuentro de este «retornado» con la realidad de Chile (1979): ex ayudistas aterrorizados, la llamada «Fuerza Central» del MIR recién golpeada, con muy poca «fuerza» real. Y en medio de ello la aparición de Victoria (Arcadia Flores, miliciana), su cable a tierra con la realidad, y a poco andar, el amor. «Nada se parece a lo que imaginé antes de regresar clandestino al país» escribe el autor, que se confiesa «aferrado a Victoria como un náufrago». Apegado a la más estricta verdad, rememora sus primeros días en Santiago: «Pienso en el entrenamiento, en los morteros y cañones sin retrocesos, en las ametralladoras y lanzacohetes disparados y heme aquí, con un revólver viejo del 32, con tres miserables tiros, sin cédula de identidad, sin transporte ni vehículo, sin manto ni redes de apoyo y lo que es peor, sin casa de seguridad, alojando en el living del hogar de una ayudista cuyo marido lo único que quiere es que salgamos luego y está muerto de susto.»
Una parte importante del relato da cuenta de las contradicciones internas del MIR respecto de cómo desarrollar las tareas militares en esa fase de la lucha, en la que el protagonista, que ha estudiado a fondo la experiencia sandinista, se juega por ser destinado al impulso de las tareas milicianas (masa armada), es decir de un desarrollo de las tareas militares ligado al accionar de las masas en lugar de aquellas que apuntaban a un enfrentamiento de carácter directo con las fuerzas del enemigo. El mando militar del MIR, con otro análisis, impone a poco andar lo que denominó «giro táctico», priorizando el paso a una etapa de planificación y ejecución de acciones contra los aparatos represivos y sus agentes, presionado además por un escenario en que los recursos financieros requeridos para la sobrevida de la organización eran prácticamente inexistentes. Ello exigía a su vez la realización de riesgosas operaciones financieras (nuevos asaltos a bancos).
Por su agilidad y espectacularidad, el relato de Guillermo Rodríguez alcanza ribetes cinematógraficos en varias oportunidades que no sólo tienen que ver con las acciones milicianas, y se leen con avidez. También impacta por su fuerza la narración de su propia detención en una ratonera y del combate en que cae Arcadia; y es escalofriante el episodio en que le detona la petaca incendiaria que armaba en su pieza de un cité, resultando con graves quemaduras. Así descubrimos también que fue él quien adaptó el modelo cubano de bomba incendiaria a la realidad y materiales disponibles en Chile. ¡Entre otros, el polvo de aluminio que nos dedicamos a buscar en todas las ferreterías!
Angeles y demonios
Un capítulo estremecedor testimonia su envenenamiento por toxina bulímica en la Cárcel Pública y lo conecta con el proceso que aún lleva la justicia por el asesinato del ex presidente Eduardo Frei en un hospital. Aun contando con drogas infernales inoculadas en el alimento de este preso político indefenso, la CNI no logró silenciarlo (sólo convertirlo para siempre en «Ronco» pues quedó privado de sus cuerdas vocales). ¿Por qué sobrevive Diego Ramírez, Alma Negra? También en estas páginas está la respuesta. El apoyo crucial de los de abajo, dos miembros de la Resistencia incrustados en la propia gendarmería, y los lazos solidarios tendidos en su paso por Francia que se extienden rápidamente hacia el Hospital San Juan de Dios, logran desbaratar el intento de asesinato del dirigente mirista.
Como quien cuenta un sueño o más bien una pesadilla con demonios pero también ángeles, el autor devela cómo se abortó el plan. Detrás de su sobrevida está su visión permanente de un trabajo militar de masas, su confianza en los más pobres, en los quecreen en la lucha y la resistencia y en las organizaciones de defensa de los derechos del pueblo que el MIR había impulsado en esos mismos años. El padre Rafael Maroto, mirista, lo visita y lleva su mensaje a la organización.
El libro contiene su autodefensa leída en el Consejo de Guerra a que fue sometido. Vestido con uniforme de miliciano, expresaba ante el Fiscal Manns y toda la sala: «Me declaro culpable de ser un miliciano y de estar absolutamente convencidos de que solo la guerra del pueblo nos hará libres. A ello me dediqué durante el escaso tiempo que permanecí libre en Chile, desarrollando las milicias populares que no son otra cosa que grupos de obreros, estudiantes, campesinos, jóvenes y adultos, hombres y mujeres que toman las armas para hacer efectivo el derecho a la Rebelión.»
En las páginas iniciales de la obra, describe su salida de la Galería 10 de la cárcel gracias al decreto 504, en 1975. Su paso por el exilio también es relatado en forma humorística aunque profunda. Así, recuerda que en la fábrica Simmonds, de Calgary los obreros lo bautizan como «Allende». Pero para él Canadá es sólo una estación de tránsito para regresar.
En las páginas hay respeto a la revolución cubana y reconocimiento a su aporte a la lucha antidictatorial, no exento de una visión crítica sobre la eficacia del trabajo de la Dirección de Operaciones Especiales (DOE) versus el de las FAR (el Ejército), con el sabroso añadido de la anécdota en que Fidel Castro pasa revista al final de la escuela en la que un grupo de miristas entre los que estaba el autor, debía partir a combatir a Nicaragua. Todo a destiempo, como solía pasar en el MIR: ello coincide con la victoria del sandinismo, y así Guillermo retoma el plan de retorno.
La nueva obra de Guillermo Rodríguez constituye un aporte importante para ir armando el puzzle de la memoria, una tarea acuciante porque sin conocer los aciertos y errores del pasado, los desafíos del presente parecen más abstractos o inabordables. Quizás es redundancia reafirmar tras la lectura de esta obra, que detrás del accionar miliciano en tiempos de dictadura, detrás de la gesta de la resistencia existía la más absoluta convicción de la justeza de esa lucha. Ello generaba lazos de amor y lealtad muy poderosos en que todos estábamos dispuestos a dar la vida por el otro -así lo hizo por ejemplo «Beño», que cayó protegiendo la retirada de Guillermo y otros combatientes – porque creíamos profundamente en un proyecto colectivo orientado al derrocamiento de la dictadura y en la instauración de un gobierno revolucionario que devolviera a nuestro pueblo no sólo la libertad sino todo lo que le había sido arrebatado.
La oportunidad y la visión política del MIR
Gran parte de lo que cuenta el autor en su relato, no sólo es novedad para quienes pertenecen a las nuevas generaciones o para quienes no conocen al MIR. También lo es para muchos de sus compañeros que estuvimos en otras tareas. La escasa vinculación entre el llamado «partido político-miliciano» -también muy pequeño- y el sector de tareas militares, lo cual respondía a requerimientos del trabajo clandestino pero también a un modelo orgánico y una concepción política de construcción de partido, conspiró contra una capitalización de esas acciones que contribuyera a masificar la lucha. Había también un problema de «timing», de oportunidad: esas mismas acciones, años después, con la reactivación de los sectores sociales claves y la crisis de la economía, habrían tenido otra repercusión. Por otra parte la propaganda del MIR mantenía la ideologización del período anterior, aunque Chile estaba cambiando a ojos vista, pues se estaban sentando las bases para el modelo neoliberal.
La dirección del MIR conservaba una visión que subvaloraba al enemigo y sobrevaloraba la fuerza propia. La consolidación de vínculos más profundos con los sectores sociales no fue prioritaria en ese período, en que muchas veces el voluntarismo reemplazó al razonamiento y la discusión, como se refleja en este texto.
Inconsciente colectivo
Existe una huella impresa en el inconsciente colectivo de nuestro pueblo, una imagen del MIR en algunos sectores de la juventud y de los que siguen siendo pobres en el campo y la ciudad, en los mapuche que recuperan su tierra ancestral, en los que buscan una verdadera democracia, en los que heredaron la utopía. Pero la memoria huele a peligro; al sistema le conviene la amnesia, como queda demostrado hoy con el encarcelamiento de la documentalista Elena Varela, y el secuestro de sus materiales fílmicos que registran las luchas de ayer en Neltume y las de hoy en Arauco y Malleco.
En condiciones nacionales e internacionales muy diferentes a las vividas en dictadura, agotado el modelo de la transición y en plena crisis del neoliberalismo, pero también de la izquierda, es necesario un esfuerzo especial para dejar atrás el calco, reflexionar, desmitificar y extraer las enseñanzas dejadas por la generosa entrega de estos combatientes. La obra de Guillermo Rodríguez nos desafía a ello.
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