La ganadora del Prix Formentor 2019 recupera su tiempo perdido para devolvérnoslo en forma de recuerdos únicos que resumen una época que también es la nuestra
Annie Ernaux en una imagen promocional
«Todas las imágenes desaparecerán». Así empieza Annie Ernaux Los años , la novela que, a pesar de haberse publicado en Francia en 2008, aparece ahora entre nosotros como la imagen esplendorosa de una manera de escribir, de narrar, que esta frase condensa de manera tan descarnada. Porque Ernaux es así: te cuenta su vida con el simple objetivo de que su estar en el mundo, su punto de vista, no caigan definitivamente en el olvido. Un universo que es único y a la vez de todos los que compartimos con ella su tiempo. Pero además tiene la singularidad de ser femenino. Cuando habitamos un planeta donde la historia siempre la han protagonizado los hombres y, en consecuencia, son ellos quienes la han contado.
ERNAUX PONE UN ESPEJO ANTE ELLA, ABRE LA CAJA DE LAS FOTOS, LA DE LAS CARTAS, SE ABALANZA SOBRE EL FOLIO EN BLANCO Y TODO EXPLOTA
No sé si era Katherine Mansfiled quien decía que ella, de la Primera Guerra Mundial, no podía decir muchas cosas, a excepción de que había perdido a un hermano. Ernaux tampoco nos puede narrar qué pensaba François Mitterrand cuando fue elegido presidente de Francia en 1981, ni qué pasó en las asambleas universitarias de Mayo del 68, ni en las expediciones de castigo de las tropas francesas en Argelia de los años 50, pero sí puede decirnos dónde estaba ella en 1958, aquel año que lo cambió todo entre niños y monitores en un campamento juvenil normando. Nos lo relata en Memoria de chica , una novela espléndida que congela un momento crucial de su vida en el cual pasa de ser una niña de quien nadie se acordará, ni ella misma, a una mujer ansiosa por retener cada instante. Aquí todo pivota alrededor de su primera noche con un hombre para expandirse hacia una cosa aún más esencial como es la educación sentimental de una mujer de su tiempo.
En Memoria de chica nos dice que ese año, ese verano, es como un «agujero» en su vida, que había evitado siempre. Tardó casi sesenta años en regresar (la novela se publicó en 2016) a esa noche en que perdió la virginidad, a lo qué pasó antes, durante y después, dos años en los que quedó casi lobotimizada, perdió el hambre, su infancia, el contacto con la vida y al cabo de los cuales la «salvó» un viaje a Inglaterra como au pair . Entró de nuevo en el mundo cuando volvió la sangre, la regla, y -narr- tuvo conciencia de ser virgen de nuevo. Casi al final del libro recupera una carta que escribió en 1961 a su amiga Marie-Claude, en la cual cita a Nietzsche: «Tenemos el Arte para no morir de la Verdad». Y ella, proustiana hasta la médula, aplica esta frase a conciencia, reescribiendo su verdad, una vida que no tiene nada de extraordinario y que a la vez lo tiene todo porque es ella quien nos la describe en su feroz batalla contra la amnesia.
En el discurso de aceptación del premio Nobel de literatura 2014, Patrick Modiano, contemporáneo de Ernaux (nació en 1945, cinco años después que nuestra escritora), el autor de Calle de las Tiendas Oscuras , habla de «la auténtica vocación del novelista»: «Devolver a la luz algunas palabras a medio borrar, como si fueran eso icebergs perdidos que van a la deriva por la superficie del océano». Justo antes, Modiano asegura que ve la memoria de los seres humanos actuales mucho menos segura en sí misma, obligada a «luchar continuamente contra la amnesia y contra el olvido». Él, también proustiano avant la lettre , ha levantado una obra que va sobre esto, siempre a partir de la fragilidad de la memoria, pero ha emprendido caminos muy diferentes a los de Ernaux.
Modiano es un hombre y eso lo cambia todo. En primer lugar, porque la vida de los hombres, en primera persona, se nos ha detallado por activa y por pasiva, desde la vida sexual del marqués de Sade a la desesperación del hombre extraño de Camus, sin olvidar experiencias más dolorosas como la de Fiódor Dostoyevski o la de Primo Levi. ¿Qué sabemos de la vida de las mujeres? Antes de George Sand, las hermanas Brönte y compañía, poca cosa. Después, algo más, pero nada exagerado. Últimamente, bastante, pero, ya me perdonarán, entre el Como ser mujer de Caitlin Moran y Memoria de chica de Ernaux hay un océano más grande que el Pacifico, el mismo que hay entre Pedro Salinas y Luis Cernuda. Y en segundo lugar, a consecuencia de la primera, Modiano opta por la ficción, aunque también haya flirteado con la autoficción.
Ernaux pone un espejo ante ella, abre la caja de las fotos, la de las cartas, se abalanza sobre el folio en blanco y todo explota. A veces, nos lo suelta sin más, como en Pasión simple , el relato de la relación que tuvo con un hombre de Europa del Este a mediados de los 80, a quien esperaba devotamente y de quien conocía muy pocas cosas. También se recrea en el imprescindible El lugar , allí donde nos descubre su infancia en Yvetot (Normandía), el terruño de donde proviene, clase obrera, de padres que trabajaban de sol a sol regentando un café-colmado mientras su hija soñaba con salir de ahí en el sillín de atrás de la bici de su padre camino del colegio. En estos dos libros no hay trauma, no hay historia, dirían algunos, nada más que una sucesión de hechos personales que, pasados por el cedazo de la autora, se convierten en literatura. Literatura servida cruda. Gran literatura.
ERNAUX TE HABLA COMO UNA AMIGA QUE ESTÁ ANSIOSA POR RELATARTE SU HISTORIA. SUS DECEPCIONES, SUS ÉXITOS (A MENUDO MENGUADOS), SUS PASIONES, SUS ODIOS
Cuando da una vuelta de tuerca, como en Los años , todo ese magma salta por los aires. Como cuando nos dice que, de niña, vivía «con la proximidad de la mierda», cosa que le provocaba mucha risa. O cuando nos relata que nacer tonto no impresionaba, sino que lo que provocaba pavor era la locura, porque llegaba de golpe y afectaba a «la gente normal». O cuando confiesa que no piensa casi nunca en su primer marido, aunque lleve encima la huella de su vida, que sintetiza en el gusto por Bach, la música sacra y el zumo de naranja matutino. Entonces, va a parar a su primera Navidad con un hijo de por medio, en Annecy, y se pregunta si le gustaría volver atrás. Y responde ella misma, en tercera persona: «Tiene ganas de decir no, pero sabe que la pregunta no tiene sentido, que ninguna pregunta tiene sentido cuando se refiere a las cosas del pasado». Ernaux no hace preguntas, formula respuestas. No se lamenta. Escarba y expone.
En estos libros, en las grandes novelas, es como si ampliara el campo, pero me atrevería a afirmar que, sin los detalles anteriores, el paisaje pierde grandeza. O, mejor dicho, el goce de su lectura no es tan impresionante. Porque, al final, Ernaux te habla como una amiga que está ansiosa por relatarte su historia. Sus decepciones, sus éxitos (a menudo menguados), sus pasiones, sus odios. Y tiene esa capacidad de seducirte con una prosa que te atrapa, que te dan ganas de saber más. Mucho más. Porque, repito, ¿qué sabemos de la existencia de las mujeres «normales» de nuestro mundo? No les resulte extraño acabar uno de sus libros e ir corriendo a la librería de confianza a pedir más carnaza. Ernaux provoca adicción, como esas series tan de moda de las que somos capaces de tragarnos cuatro temporadas en un fin de semana. Con la autora francesa, a diferencia de estas, tendrán la sensación de haber conocido a alguien de verdad, una mujer que les ha contado algo que no habían escuchado antes.
Cioran decía que «para ser ‘feliz’ se tendría que tener siempre presente la imagen de las desgracias que no han ocurrido». Que esto «sería para la memoria una manera de redimirse, ya que, al no retener por lo general sino las desgracias ocurridas, se empeña en sabotear, la felicidad con un éxito maravilloso». No sé si Ernaux ha sido feliz. Supongo, leyéndola, que a veces lo ha sido y a veces no, como cualquier persona nacida después de 1940. Ella, profesora durante toda su vida, sí ha sido una mujer normal que, como todas las mujeres de esta parte del mundo, ha luchado, a menudo sin hacer mucho ruido, para salir adelante con dignidad, abandonar el silencio y no ser víctimas del terrible olvido. Su obra es testigo de esto.