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Anselm Jappe y las mercancías

Fuentes: Rebelión

En el trabajo de hoy someteré a crítica algunas ideas de Anselm Jappe contenidas en su trabajo titulado Las sutilezas metafísicas de las mercancías. Hay cosas que sigo sin entender. O sí las entiendo: la filosofía lo aguanta todo. El Capital de Karl Marx está cargado de filosofía, y de filosofía de corte hegeliano. Y […]

En el trabajo de hoy someteré a crítica algunas ideas de Anselm Jappe contenidas en su trabajo titulado Las sutilezas metafísicas de las mercancías. Hay cosas que sigo sin entender. O sí las entiendo: la filosofía lo aguanta todo. El Capital de Karl Marx está cargado de filosofía, y de filosofía de corte hegeliano. Y Hegel debe pasar por el filósofo más abstracto que haya parido la humanidad. Y en la abstracción todo el mundo puede decir lo que quiera y aparentar que dice cosas con sentido e incluso transcendentales. Esto es lo que le sucede a Anselm Jappe. Y contra la especulación y la abstracción engañosa solo cabe el estricto rigor. No se puede, como ocurre en matemáticas, dejar pasar una. Por que si se deja pasar aunque solo sea una, se producen errores funestos en la representación y en la conciencia. Y apañados estaríamos si en un mundo como el de hoy, lleno de tantas complejidades y dificultades y necesitado de tantas acciones revolucionarias, dispusiéramos de una conciencia errática, vaga e imprecisa.

Dice Jappe que «la mercancía ha existido siempre y siempre existirá, por mucho que cambie su distribución». Esta es mi respuesta crítica. Todas las cosas humanas tienen un origen histórico. El ser humano no nació como lo conocemos ahora. En su origen el hombre debió ser como el resto de los animales y, por consiguiente, originariamente no debió ser productor de mercancías. Y cuando en la sociedad del futuro el principio que rija la distribución sea a cada cual según su necesidad, según pronostica Marx, la riqueza dejará de adoptar la forma de mercancía. En ese entonces no será necesario medir el valor aportado por cada persona a la riqueza nacional. Luego la mercancía no ha existido siempre y no existirá siempre, igual que tuvo su fecha de nacimiento también tendrá su fecha de caducidad.

Dice Jappe que «la sociedad misma lo ha reducido todo a mercancía; la teoría no hace más que tomar nota de ello». Esta es mi respuesta crítica. En las sociedades capitalistas actuales todo no es mercancía. La salud pública y la enseñanza pública no se producen como mercancías. Y las tareas domésticas que todas las familias trabajadoras hacen en su casa tampoco se producen como mercancías. El trabajo de las ONG tampoco produce mercancía. Otra cosa es que el capitalismo lleve en su seno la tendencia a querer convertirlo todo en mercancía, pero esta tendencia no es posible que se realice en toda su amplitud, puesto que peligraría la propia supervivencia del capitalismo. El hecho de que en todos los países capitalistas el 48% de la economía sea pública expresa la necesidad que tiene el capitalismo del socialismo, la necesidad que tiene el capitalismo de que una buena parte de la economía no se produzca como mercancía.

Dice Jappe que «en una economía de mercancías no cuenta la utilidad del producto sino únicamente su capacidad de venderse y de transformarse, por mediación del dinero, en otra mercancía». Aquí viene mi respuesta crítica. Para que una mercancía pueda venderse y transformarse en dinero es necesario que sea útil para quien la compra. La dialéctica es la dialéctica: tiene muchos lados y muchos movimientos, y Jappe quiere congelar uno de sus lados. Después de que Marx en la sección dedicada al proceso de intercambio en El Capital afirme que «las mercancías tienen que realizarse como valores antes de que puedan hacerlo como valores de uso -lado al que ha quedado atado Jappe-, dice lo contrario complementario: «por otra parte, tienen que comprobar su valor de uso antes de poder realizarse como valores». Así que una cosa queda clara: que la mercancía tiene que comprobar primero su valor de uso antes de realizarse como valor, esto es, confirmarse como eslabón necesario de la división del trabajo. Cosa distinta es que tiene que demostrarlo en el mercado. Pero ser y demostración no son lo mismo.

Dice Jappe que «Una mercancía en cuanto mercancía no se halla definida, por tanto, por el trabajo concreto que ha producido, sino que una mera cantidad de trabajo indistinto, abstracto; es decir, la cantidad de tiempo de trabajo que se ha gastado en producirla». Esta es mi respuesta crítica. Una mercancía es una cosa doble: valor de uso y valor. En el valor de uso está representado el trabajo concreto y en el valor está representado el trabajo abstracto. Luego la mercancía está definida tanto por el trabajo abstracto como por el trabajo concreto. No sé de dónde se saca esa afirmación Jappe. O sí lo sé: del mundo de la abstracción, donde podemos colar sinsentidos sin que puedan ser percibidos por los no expertos en ese mundo. Jappe, como muchos otros marxistas, confunden la sustancia del valor, el trabajo humano abstracto objetivado en la mercancía, con su medida, la cantidad de trabajo abstracto contenido en la mercancía. Y la cantidad de trabajo, como advierte Marx, se mide por su duración.

Dice Jappe que «en la sociedad de la mercancía, el trabajo privado y concreto solo se hace social, o sea, útil para los demás y, por ende, para su productor, a trueque de despojarse de sus cualidades propias y de hacerlo abstracto». Esta es mi respuesta crítica. Jappe desconoce el distinto papel que desempeñan en el intercambio de mercancías la propia mercancía y su propietario. En el análisis del proceso de intercambio Marx dice de la mercancía que al ser niveladora y cínica por naturaleza está dispuesta a cambiar su cuerpo por cualquier otra mercancía aunque tenga más desencantos que Maritornes. Es obvio que bajo el punto de vista de las mercancías el intercambio se produce con la abstracción del valor de uso, pero no sucede lo mismo con sus propietarios. Y a este respecto dice Marx esto otro: «Ese sentido que le falta para apreciar lo concreto del cuerpo de la mercancía lo suple su poseedor con sus cinco y más sentidos». Todo el que va al mercado a comprar lo hace mirando el valor de uso que necesita. La compleja dialéctica del valor de uso y del valor no puede confundirse con la negación del valor de uso por medio del valor. Hay que ver las cosas moviéndose, puesto que lo que no ves ahora de una cosa lo ves en el siguiente giro.

Dice Jappe que «el valor de uso se transforma en mero portador del valor de cambio, a diferencia de lo que sucedía en todas las sociedades anteriores». Esta es mi respuesta crítica. En matemáticas la precisión es imprescindible, pero también lo es en filosofía, aunque es mucho más difícil de detectar su ausencia. Casi al inicio de El Capital, Marx dice lo siguiente: «Los valores de uso constituyen el contenido material de la riqueza, cualquiera que sea su forma social. En la forma de sociedad que vamos a examinar constituyen al mismo tiempo los portadores materiales del valor de cambio». Afirmar que el valor de uso se transforma en «mero portador del valor de cambio», esto es lo que afirma Jappe, no es lo mismo que afirmar que los valores de uso «constituye al mismo tiempo los portadores materiales del valor de cambio». Marx afirma que en todas las sociedades, incluidas las capitalistas, los valores de uso constituyen el contenido material de la riqueza. Y lo que hay de específico en las sociedades capitalistas es que además de esa condición se cumple la condición de ser los portadores del valor de cambio.

Dice Jappe que «Según Debord, el espectáculo es el triunfo del parecer y del ver, donde la imagen sustituye a la realidad. Debord menciona la televisión solo a modo de ejemplo; el espectáculo es para él un desarrollo de aquella abstracción real que domina a la sociedad de la mercancía, basada en la pura cantidad. Pero si estamos inmersos en un océano de imágenes incontrolables que nos impiden el acceso a la realidad, entonces parece más atrevido todavía que se diga que esa realidad ha desparecido del todo y que los situacionistas fueron aún demasiado tímidos y demasiado optimistas, ya que ahora el proceso de abstracción ha devorado a la realidad entera y el espectáculo es hoy en día aún más espectacular y más totalitario de cuanto se había imaginado, llevando sus crímenes al extremo de asesinar a la realidad misma».

Esta es mi respuesta crítica. Empecemos por medir el sentido y valor de la siguiente afirmación: «el espectáculo es para Debord un desarrollo de aquella abstracción real que domina a la sociedad de la mercancía, basada en la pura cantidad». Si bien hay valores de uso que no son valores, como son todos los productos de la naturaleza donde no hay intervención de trabajo humano, todo valor solo puede existir en un valor de uso. Luego el desarrollo del valor presupone de forma ineludible el desarrollo del valor de uso. Y quien abra los ojos, aunque solo sea un poco, podrá comprobar cómo en una sola década se crean cientos de nuevos valores de uso y los antiguos experimentan notables modificaciones cualitativas. Si solo midiéramos los cambios experimentados en la economía china desde 1978, veríamos cuan falsa es la afirmación de que la sociedad mercantil se basa en la pura cantidad por el «desarrollo de aquella abstracción».

Ahora respondamos a las tres afirmaciones siguientes: «la imagen sustituye a la realidad», «el proceso de abstracción ha devorado a la realidad entera» y «el espectáculo ha asesinado a la realidad entera». En primer lugar, la imagen nunca podrá sustituir a la realidad, en parte porque la imagen brota de la realidad o es un producto suyo, y en parte, porque nadie puede vivir solo de imágenes, necesita de realidades. No quiero la imagen de un automóvil, quiero un automóvil; no quiero la imagen de un plato de comida, quiero un plato de comida, y así hasta el infinito. En segundo lugar, en todo proceso de abstracción hay un resultado y hay un resto. Pero el resto, aquello de lo que me abstraigo, no lo devoro, más bien lo dejo de lado, no lo considero. Y en tercer lugar, que el espectáculo ha asesinado a la realidad es una metáfora para confundir y para evitar hablar de ella y proponer algunas consideraciones serias que permitan su transformación revolucionaria. Por último, si se quiere hablar de la realidad en términos filosóficos, debemos mantenernos en la abstracción que exige la filosofía, y definir la realidad con categorías filosóficas como necesidad y existencia. Pero si se quiere hablar de la realidad concreta, entonces hay que ser más concretos y más ricos en detalles y evitar hablar de la realidad a secas y como si fuera una e indivisa.

 

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