A la buena gente se la conoce en que resulta mejor cuando se la conoce. Probablemente tenía razón Bertolt Brecht, hablando, pensando y sintiendo en términos generales. En el caso de Antoni Mussons, un ingeniero, un físico, un profesor de matemáticas que nos dejó a finales de septiembre, con total seguridad, sin atisbo para ninguna […]
A la buena gente se la conoce en que resulta mejor cuando se la conoce. Probablemente tenía razón Bertolt Brecht, hablando, pensando y sintiendo en términos generales. En el caso de Antoni Mussons, un ingeniero, un físico, un profesor de matemáticas que nos dejó a finales de septiembre, con total seguridad, sin atisbo para ninguna duda. Era aún mejor, mucho mejor, cuando se le conocía un poco y de cerca.
Yo le conocí en 1982, cuando llegué al Instituto, al Puig Castellar de Santa Coloma de Gramenet, a los pocos días de dar clases. No recuerdo en qué circunstancia concreta. Tal vez oyera a alguien hablar de Gauss, Newton, Euler o Einstein y me acercara sorprendido a ver qué decía. Las matemáticas, menos la física por mi incompetencia, nos sirvieron de puente de unión. En su caso, desde un conocimiento sólido de la materia y de su historia; en el mío, desde el punto de vista de un diletante, muy interesado en el tema pero lejos, muy lejos, de su saber y de sus reflexiones propias. Pensaba siempre, cosa en absoluto fácil en este o en otros ámbitos, con su propia cabeza.
Al poco, un curso o dos cursos después, organizamos un seminario sobre el teorema de incompletud de Gödel. Antoni estaba fuertemente interesado en uno de los grandes resultados de la lógica matemática del siglo XX. Sus implicaciones filosóficas le interesaban profundamente. No era ni es para menos. Cuando hablaba del tema, yo no siempre era capaz de seguirle por los senderos que transitaba e incluso, en algún caso, me atrevía a transitar por senderos paralelos, divergentes incluso. Nunca me reprochó mis indocumentadas disidencias ni mi estrecho neopositivismo de corto alcance.
Sea como fuere, aquellas tardes, aquellas conversaciones que solíamos mantener en el seminario de filosofía con Manel Pau y Ginés, creo que Miguel Candel también vino a algunas de las reuniones, fueron demostración -el término no le hubiera gustado a Antoni en este caso- de su talante, de su profundidad lógica, matemática y filosófica, de su saber, de sus inquietudes, de su rigor my sui generis. Yo me las daba entonces, como casi todos los jóvenes había venido a llevarme la vida y el saber por delante, de tener mucha información lógico-formalista en mis venas y, sobre todo, en mis neuronas pero tendría que haberme visto -mudo o hilvanando dos oraciones inconsistentes- cuando Antoni me preguntaba, en concreto, amb paper i llapis (con papel y lápiz), sobre deducciones básicas de la lógica proposicional, de la cuantificacional de primer orden y, sobre todo, de cómo iban esas deducciones en lógicas de órdenes superiores. No sudaba tinta, no; sudaba ignorancia que él, por supuesto, siempre disculpaba. Això és una mica complicat (Esto es un poco complicado), Salva. Em parlem el proper dia, tranquil (Hablamos otro día, tranquilo). De pasó, lo recuerdo muy bien, me regaló un día un artículo de uno de los grandes filósofos y lógicos del siglo XX, uno de los trabajos que más me han impactado. «Paradox» es el título del escrito. W. O. Quine, ¡de quien tengo una carta!, es su autor.
Pero Antoni no sólo era un científico y filósofo muy notable sino que, además, era un ciudadano concernido y comprometido. Su actuación durante «nuestra huelga», aquella larga huelga del profesorado de finales de los ochenta, fue ejemplar. No siempre estuvo de acuerdo con algunas de las decisiones tomadas pero siempre -y «siempre» es siempre como diría Tarski, un lógico que él también leyó y admiró- estuvo a la altura de las circunstancias y aceptó lo que mayoritariamente habíamos decidido. De paso, como siempre, sin decirlo pero haciéndolo, nos mostró, nos enseñó -sin dárselas de nada- a saber a qué atenernos en tiempos ciertamente interesantes y turbulentos. Como casi todos por supuesto.
Su marcha del Instituto, su vuelta a Girona, fue un golpetazo para mí y para tantos otros compañeros. No concebía el Puig sin él y sabía que ya no sería lo mismo, que inevitablemente hablaríamos y discutiríamos menos. La distancia no es el olvido pero, sabdio es, dificulta los encuentros.
Pero, afortunadamente, no fue así o fue así del todo. Compartimos cenas y encuentros en casas de amigos y amigas comunes. Como siempre, manifestándose como lo que era, una excelente persona, alguien bueno en el buen sentido de la palabra de la que nos habló Antonio Machado, un poeta que tenía su nombre y a quien nunca vivió como externo a él, como poeta de «otra cultura».
En uno de esos encuentros me regaló su «gran obra», tres tochazos -creo que el término es ajustado- sobre la física del siglo XX, que él manejaba formalmente como quien maneja las operaciones aritméticas fundamentales. Fue entonces cuando supe que Antoni también había estudiado Físicas. Mi admiración por él creció 1.917 kilómetros a la velocidad de la luz. Me pidió mi opinión. ¿Mi opinión? Pobre de mí. Le leía y apenas entendía dos páginas de cada diez (soy muy generoso conmigo en este cómputo). Por si faltara algo, cada capítulo, cada apartado de sus libros estaba acompañado de una reflexión poético-místico-filosófica en correspondencia con el tema tratado, que yo, en mi cortedad analítica, era incapaz de entender o saborear. ¿Cómo era posible inferir B de A y luego C y más tarde D e incluso X y Z? ¿Cómo hablar de la belleza y bondad del Universo a partir del principio de incertidumbre de Heisenberg o del descubrimiento o postulación del quark y los neutrinos? Me las hizo pasar canutas pero aprendí, de nuevo aprendí, que atreverse a pensar, como aconsejaba Kant, es atreverse a pensar, no repetir cosas trilladas mil veces dichas. Y Antoni, como buen kantiano, fuera consciente o no de ello, se atrevía. ¡Y tanto que se atrevía!
Pero si tuviese que escoger un momento «AM» en mi vida, sin querer ocultar mis enormes diferencias con algunas de sus últimas posiciones políticas identitarias (en mi interpretación: llenas de ingenua bondad política, la causa secesionista no se merece una persona de su integridad), sería el siguiente momento. Fue el 19 de noviembre de 2007, creo no equivocarme. Gregorio López Raimundo había fallecido pocos días antes. Intentamos hacerle un merecido homenaje en el plaza de Sant Jaume. Poca gente, muy poca gente. Los tiempos habían cambiado y no para mejor. De repente vi a Antoni, que entonces vivía en algún pueblo de Girona de cuyo nombre no puedo acordarme. Le saludé, le abracé, y torpemente, muy estúpidamente, le pregunté: «Però Toni, què fas tu aquí?» (Toni, ¿qué haces aquí?). Sin ninguna mala intención, se lo dije pensando en la distancia recorrida, le insulté profundamente. Su respuesta estuvo a la altura de su espíritu, como hubiera dicho de él, de su grandeza humana de siempre: Què faig aquí preguntes. Salva, per favor! On hauria d’estar llavors? (Que hago aquí, preguntas. Salva, por favor. ¿Dónde debería estar entonces?». Me quedé mudo y lloré por mi torpeza. Toni, generoso y humano como siempre, me abrazó. ¡No pasa nada, nada de nada, res de res!
Intuyo y creo intuir bien que Antoni, que seguro que nos lee esté donde esté, lo leía todo, coincidirá conmigo en que la intersección -la metáfora le hubiera gustado esta vez- de su vida y la del que fuera secretario general del PSUC y presidente del PSUC-viu no fue vacía. Ambas estaban llenas de compromiso y de buen hacer. Ambos pretendieron, desde diferentes senderos, algo muy parecido: q ue tras esta noche oscura de dura, injusta y peligrosa crisis civilizatoria despuntara una humanidad más justa, más propiamente humana, más fraternal, más solidaria en una Tierra verdaderamente habitable y para todos, en vez de -como dijera otro ciudadano comprometido que él también leyó, hablo de Sacristán por supuesto- un inmenso rebaño de individuos aislados, insolidarios, ruidosos y manipulados, habitantes de un inmenso e irresponsable estercolero químico, farmacéutico y radiactivo.
Barcelona, 15 de octubre de 2016
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