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Este dirigente del MIR y de Cristianos por el Socialismo desapareció hace 31 años a manos de la DINA

Antonio Llidó, un sacerdote revolucionario

Fuentes: Rebelión

  De los siete sacerdotes asesinados por la dictadura del general Augusto Pinochet, Antonio Llidó es el único detenido desaparecido. Durante sus cinco años en Chile este cura valenciano desarrolló un extraordinario trabajo junto a campesinos, obreros, estudiantes y niños en la ciudad de Quillota. Después del golpe de estado pasó a la clandestinidad por […]

 

De los siete sacerdotes asesinados por la dictadura del general Augusto Pinochet, Antonio Llidó es el único detenido desaparecido. Durante sus cinco años en Chile este cura valenciano desarrolló un extraordinario trabajo junto a campesinos, obreros, estudiantes y niños en la ciudad de Quillota. Después del golpe de estado pasó a la clandestinidad por su condición de dirigente del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), hasta que el 1 de octubre de 1974 la DINA le secuestró en Santiago, le torturó durante días y le hizo desaparecer hacia el 25 de octubre. Hoy su huella perdura en España y Chile.

Antonio Llidó nació en Jávea (Alicante) el 29 de abril de 1936, terminó los estudios de Magisterio en 1956 y fue ordenado sacerdote en 1963. En su primer destino, los pueblos alicantinos de Quatretondeta y Balones, desarrolló una extraordinaria labor social, pedagógica y pastoral, puesto que con la ayuda del maestro y de un amplio grupo de universitarios valencianos logró cambiar el destino de más de 40 niños, que pudieron estudiar el bachillerato y cursar distintas carreras, librándose así de un futuro que no les ofrecía más alternativa que trabajar la tierra.

A mediados de 1967, después de que se hubiera negado a votar en el último referéndum franquista y de que hubiera firmado en protesta por la represión contra los estudiantes antifascistas, su obispo le castigó a cumplir el servicio militar como capellán castrense en El Ferrol. En aquella base militar Llidó entabló amistad con varios muchachos, algunos de ellos militantes comunistas, y a finales de 1968 fue recluido durante unas semanas en un recinto militar por «confraternizar con la tropa», hasta que fue pasado a la reserva.

En 1969 Llidó decidió partir como misionero a América para eludir la presión de la dictadura y de sus superiores jerárquicos y fue destinado a la diócesis de Valparaíso. El viaje en barco, con escalas en ciudades como Caracas, Guayaquil o Lima, le descubrió las venas abiertas de América Latina, las lacerantes injusticias que sufrían las grandes mayorías de aquel continente. En Quillota, donde vivió hasta el golpe de estado de 1973, tomó contacto muy pronto con amplios sectores juveniles, campesinos y obreros.

Entonces la Democracia Cristiana, con el presidente Eduardo Frei Montalva, gobernaba Chile y Llidó conoció de primera mano el fracaso de su gestión, en particular en la reforma agraria. Las contradicciones de su proyecto reformista, que no cuestionaba el sistema capitalista vigente, le reafirmaron en su apoyo a la izquierda. La victoria de Salvador Allende en las elecciones presidenciales de 1970 fortaleció su compromiso social y su decisión de participar en el profundo proyecto de transformación impulsado por la Unidad Popular.

En 1971 Antonio Llidó participó junto a varios profesores y alumnos del instituto local en un Taller de Estudio de la Realidad Nacional que le permitió profundizar en las raíces de la injusticia social y las desigualdades que veía a diario en las poblaciones donde ejercía su trabajo pastoral y social. Aquellas jornadas de estudio y reflexión compartidas, con los clásicos del pensamiento marxista como principales referencias, pusieron de manifiesto también las dificultades que entrañaba la «vía chilena al socialismo» y le persuadieron que, más tarde o más temprano, estallaría un enfrentamiento armado entre la burguesía y la clase obrera.

En aquellos días escribió a su familia: «Entiendo cada vez más mi religión y mi sacerdocio como un compromiso con la sociedad en la que vivo, un compromiso con aquellos hombres y mujeres que luchan por la instauración de un orden social que impida la esclavitud, que capacite al hombre para acercarse cada vez más a su plenitud, que haga la injusticia y la explotación cada vez más difíciles y no el pan nuestro de cada día».

En abril de 1971, Llidó tomó parte en Santiago en unas importantes jornadas sobre la participación de los cristianos en la construcción del socialismo, origen del Movimiento de Cristianos por el Socialismo, del que fue miembro activo, al igual que otros sacerdotes españoles, sobre todo catalanes.

A mediados de aquel año, tras colaborar en la campaña presidencial de Allende y con los socialistas quillotanos en las elecciones municipales de abril que llevaron a la alcaldía a un modesto zapatero llamado Pablo Gac (asesinado en enero de 1974 por la dictadura), decidió ingresar en el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR).

Como dirigente del MIR, Llidó impulsó la lucha por un socialismo democrático y profundamente revolucionario a partir de una amplia participación y concienciación de los obreros y los campesinos. Este fuerte compromiso le enemistó con su vicario y su obispo, Emilio Tagle, conocido por su conservadurismo, del que haría gala en septiembre de 1973 para apoyar con entusiasmo el golpe de estado militar.

En abril de 1972 Tagle le suspendió de sus funciones sacerdotales y le pidió que regresara a España, pero Antonio Llidó decidió permanecer en Chile ya que consideraba que sus vínculos con el pueblo que luchaba por hacer realidad el reino de Dios en la tierra eran más importantes que los que le unían a un obispo comprometido con los sectores más reaccionarios.

En mayo de aquel año una manifestación de centenares de personas en su apoyo en Quillota, que culminó con la toma y violento desalojo de la principal parroquia de la ciudad, ocupó un amplio espacio en la prensa regional y nacional, ya que mostraba como la creciente lucha de clases que enfrentaba a la izquierda contra la alianza de la derecha y la DC penetraba ya en la Iglesia.

El 11 de septiembre de 1973 se cumplieron los augurios pesimistas que Llidó había formulado sobre un proceso revolucionario que olvidó la importancia crucial de la política militar. «Nunca en la Historia los poderosos se dejaron arrebatar pacíficamente sus privilegios. Chile no va a ser la excepción», escribió a un amigo en febrero de 1972.

Aquella mañana Antonio Llidó se dirigió junto con sus compañeros a la fábrica texil Rayón Said, ocupada por sus obreros en febrero de 1971 y nacionalizada por el Gobierno de Allende. Después de conocer el bombardeo de La Moneda y ante la imposibilidad de oponer resistencia a los militares que ya cercaban la entrada principal, decidieron que sus dirigentes, entre ellos Llidó, se marcharan para sumergirse en la clandestinidad. Durante un mes se escondió junto con un compañero en casas muy humildes del cerro Mayaca (en Quillota), Valparaíso y Viña del Mar. Aunque la dirección del MIR le autorizó a abandonar Chile, incluso le ofreció realizar un trabajo político en Europa, decidió compartir con el pueblo chileno su tragedia.

A mediados de octubre ya se encontraba en Santiago y como dirigente del MIR se abocó a trabajar en la construcción de la Resistencia Popular contra la dictadura militar. Pero 1974 fue el año de la gran razzia de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA, policía política de Pinochet) contra su partido y en septiembre de aquel año, en la última carta a su familia, Antonio Llidó escribió, intuyendo ya un posible trágico final: «Siguen cayendo compañeros todos los días, pero hasta ahora yo me he podido librar. Ojalá la suerte me siga acompañando (…). No quiero ponerme dramático, pero alguna vez hay que decirlo. Si algo malo me ocurriera, quiero que tengan claro que mi compromiso con esto que hago ha sido libremente contraído, con la alegría de saber que esto es exactamente lo que me corresponde hacer en este momento».

El 1 de octubre, pocos días después de escribir estas líneas, fue detenido por la DINA en el centro de Santiago de Chile y conducido a uno de sus centros clandestinos de detención y tortura, situado en la calle José Domingo Cañas 1.367. De su estancia allí y posteriormente en el centro de Cuatro Álamos existen numerosos testimonios que revelan que no delató ante sus torturadores ni a la familia que le acogió en la clandestinidad, ni a ninguno de sus compañeros, testimonios que nos hablan de su humanidad y de su trato afectuoso hacia sus compañeros de martirio.

Hacia el 25 de octubre de 1974, cuando tenía 38 años, fue llamado junto a otros detenidos de Cuatro Álamos y desapareció para siempre. Hasta hoy todas las gestiones de sus familiares y sus compañeros por conocer su trágico final han sido infructuosas, pero al menos su tenaz lucha por la justicia y la memoria ha permitido que desde mayo de 2003 estén procesados por su desaparición los principales agentes de la DINA en la represión contra el MIR por debajo de Pinochet.

Por su parte, los abogados españoles del juicio contra Pinochet consideran que, si éste hubiese sido extraditado desde Londres, hubiera sido condenado al menos por aquellas palabras que pronunció cuando el 13 de noviembre de 1974 los obispos Fernando Ariztía y Helmut Frenz (copresidentes del ecuménico Comité de Cooperación para la Paz) le preguntaron por Antonio Llidó y le mostraron una fotografía suya: «Ése no es un sacerdote, es un marxista y a los marxistas hay que torturarles para que canten. La tortura es necesaria para extirpar el marxismo».

– El próximo 18 de noviembre, a las 12 horas, Mario Amorós defenderá su tesis doctoral Antonio Llidó, un sacerdote revolucionario en el Salón de Grados de la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad de Barcelona (http://www.ub.edu/mapes/facfil.htm).

La editorial Tàndem ha publicado las cartas que Llidó envió a sus familiares y amigos desde Chile: Antonio Llidó. Epistolario de un compromiso. Valencia, 1999. 205 p.