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Carta a Julio César Guanche

Apostillas a más de una lectura gramsciana

Fuentes: Patrias. Actos y Letras

Querido Guanche:

Quisiera comenzar agradeciéndote la gentileza de haberte tomado el tiempo de compartir conmigo, y con los lectores de Patrias. Actos y Letras, y más allá, aproximaciones y comentarios a mi texto “Verdad y revolución: tres nociones gramscianas para pensar las mediaciones entre ética y política”, publicado en esa plataforma digital el pasado 13 de abril. Aproximaciones y comentarios que, además de certeros, me parecen propicios para que las reflexiones que ponen en juego ambos trabajos logren tal vez motivar y estimular a otros a insertarse libremente en esta conversación sobre el Estado y la Revolución en Cuba, es decir, más concretamente, sobre las modalidades de organización política y social que la Revolución se ha dado a lo largo de su historia, así como las razones y los antecedentes que esas formas pueden invocar tanto en su contemporaneidad como en sus referentes en el tiempo, tanto en Cuba como en el mundo. Referentes entre los que, sin duda, si esa conversación quiere estar a la altura de los singulares desafíos de nuestra situación y nuestra experiencia, figura y no podría dejar de figurar Antonio Gramsci.

Es justamente mi percepción de lo atinado y oportuno de tus observaciones el mayor obstáculo para escribir las líneas que siguen, pues es no sólo difícil, sino además estéril, contestar a algo con lo que se está esencialmente de acuerdo. Digamos, entonces, que no hay en estas líneas ni esfuerzo ni sustrato de contestación, sino apenas conciencia de que, más allá de nuestro grado de convergencia o divergencia en este u otro particular de la discusión, este intercambio merita ser extendido, tanto en su núcleo duro como en sus muchos matices. Es a esa luz, y en ese espíritu, que me detendré rápidamente en un par de cuestiones y aristas en las que haces énfasis.

En tu “Gramsci en su tiempo y en el nuestro”, dices que el pensador y revolucionario italiano se distanció de la noción de “dictadura soberana”, tal como esa noción puede encontrarse formulada en Carl Schmitt o en Lenin. Y que esa dictadura es “poder sin Derecho» y «Estado sin legitimidad”. Ello me suscita varias dudas. En primer lugar, me pregunto si tal noción es completamente aplicable al pensamiento y la praxis de Lenin, habida cuenta de la importancia que este les daba a los Sóviets, a la Inspección Obrera y Campesina y a otras instancias de poder popular. En segundo, y esto va más directamente a la sustancia de la cuestión, me pregunto si las mediaciones políticas formales que conforman la vida pública de todo Estado y establecen su dependencia respecto de otras fuerzas sociales, como podrían ser el sufragio, la formación de asambleas representativas, el libre juego de asociaciones públicas o privadas cuya jurisdicción se inscribe a la vez más acá y más allá del Estado, son la única clase de derecho y de legitimidad. ¿Acaso no es posible pensar la legitimidad de un Estado sobre la base de la entronización de un discurso mítico, que conecte con una determinada experiencialidad en la vida de la comunidad? ¿No fueron legítimas las monarquías absolutas? O, para re-formular de otro modo la pregunta: ¿Acaso la teocracia no genera su propia forma de legitimidad?

Me preocupa que, entre nosotros, los partidarios del republicanismo piensen que solo las formas republicanas son capaces de otorgar legitimidad a un Estado, cuando quizás esas formas simplemente sean las superiores en su particular escala de valores. A mi juicio, también los principados poseen su propio derecho y —en eso coincido con Schmitt—, todo Estado es un Estado de derecho, de su derecho. ¿Podemos afirmar acaso que en la Arabia Saudita el Estado carece de legitimidad? ¿Que no (man)tiene hegemonía? Aclaro que soy partidario de la existencia de mediaciones republicanas en la forma de todo Estado —y del Estado revolucionario en particular, pero me resulta ingenuo o iluso pensar que es esa la única forma en la que se puede sostener la hegemonía de un determinado régimen político.

«Soy partidario de la existencia de mediaciones republicanas en la forma de todo Estado —y del Estado revolucionario en particular—, pero me resulta ingenuo o iluso pensar que es esa la única forma en la que se puede sostener la hegemonía de un determinado régimen político. Y me preocupa que, entre nosotros, los partidarios del republicanismo piensen que solo las formas republicanas son capaces de otorgar legitimidad a un Estado, cuando quizás esas formas simplemente sean las superiores en su particular escala de valores. Todo Estado es un estado de derecho, de su derecho.»

Vale aquí la pena hacer un breve aparte con respecto a Schmitt. Apenas unas palabras, pues tengo pensado escribir, en su momento, con más detenimiento sobre el asunto. Huelga entre nosotros decir que nada más lejos de mí que coincidir con las posiciones y los avatares políticos de Schmitt en las Alemanias de su tiempo, desde el nazismo hasta el federalismo de la Guerra Fría. Pero ¿acaso la crítica a que Schmitt somete el liberalismo, o el propio realismo político de Schmitt, no son un buen antídoto contra las ilusiones respecto de la sustancialidad de las formas modernas clásicas, es decir, burguesas, de la ética y el derecho?

Para concluir esta somera y breve apostilla, algunas palabras sobre la cuestión de Cuba. En tus comentarios nos adviertes de la diferencia entre el contexto político y la época del pensador italiano y los de nuestro país. En ese sentido, haces hincapié en la centralidad para Gramsci del asociacionismo obrero en la vida política de las “repúblicas comunistas”, y nos dices que existen “otros proyectos que no tienen ninguno de esos rasgos como criterio central de su elaboración política (Cuba, para no ir más lejos.)”. Me pregunto hasta qué punto podría afirmarse que el asociacionismo no ha sido un rasgo importante de la Revolución Cubana, teniendo en cuenta la proliferación de organizaciones políticas, militares, sociales y gremiales que surgieron, o que ya existían pero se reorientaron, en los primeros años de la Revolución —y que, en su mayoría, han persistido hasta hoy; sólo que el grado en que sigan gozando de la misma legitimidad o eficacia es harina de otro costal—, y la catarata de reuniones y actividades en las que un mismo ciudadano debía participar: los CDR o las FMC, la FEEM o la FEU, la ANAP o la CTC, las Organizaciones Revolucionarias Integradas —y otros antecedentes del actual PCC— o la Asociación de Jóvenes Rebeldes (luego, UJC), las asambleas de trabajadores, los consejos técnicos asesores, las milicias y demás organizaciones relacionadas con la producción y la defensa y otras tantas más. Claro está, los primeros años de la Revolución fueron un período de provisionalidad y, en general, todas esas organizaciones terminaron institucionalizándose para ser vehículos de transmisión, de arriba hacia abajo, del poder del Estado, más que expresión de autonomía social o civil como parte de una relación dinámica bi-direccional o de retroalimentación de abajo hacia arriba.

Las mediaciones establecidas se ven afectadas por muchos obstáculos para poder vehicular una auténtica isonomía ciudadana. No obstante, me cuestiono una vez más si ello basta para considerar la construcción socialista cubana como un “algo más” al que son ajenos los conceptos gramscianos. También creo que quizás el hiperliderazgo, la entronización de un abuso de la lógica de vanguardia y, sobre todo, la porfiada supervivencia de un Estado que arrastra consigo todas esas carencias, pueden explicarse mediante la hipótesis de que el sistema político surgido de la Revolución contaba con otras fuentes de legitimidad que garantizaban su hegemonía.

Me detengo aquí, por ahora, y, junto con mis cordiales saludos, extiendo, a ti y a otros, la invitación a seguir pensando a Cuba en su proyecto emancipatorio.

Un abrazo,

Yassel

Fuente: https://www.patrias-actosyletras.com/yassel-padr%C3%B3n-lecturas-gramscianas