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Breve historia ambiental de Ibagué

Aproximaciones al debate de la consulta popular sobre explotaciones mineras

Fuentes: El Salmón

El actual territorio de Ibagué ha experimentado varias «fiebres del oro»: la colonia temprana vio nacer el distrito minero de «La China»; la colonia ya consolidada desató la explotación de oro aluvial de los ríos Coello y Combeima, especialmente; la segunda mitad siglo XIX vio el surgimiento de explotaciones del mineral en las escasas vetas […]

El actual territorio de Ibagué ha experimentado varias «fiebres del oro»: la colonia temprana vio nacer el distrito minero de «La China»; la colonia ya consolidada desató la explotación de oro aluvial de los ríos Coello y Combeima, especialmente; la segunda mitad siglo XIX vio el surgimiento de explotaciones del mineral en las escasas vetas de la cuenca del Combeima; y desde los recientes años noventa se asiste a una nueva oleada de picadrereros, buhoneros y tramitadores de títulos mineros en todas las zonas de vertiente del municipio, los cuales exigen una especie de propiedad nobiliaria sobre los recursos. En este arriesgado balance de 500 años, los impactos fueron básicamente dos: la destrucción de los estilos de vida campesinos dedicados a la actividad agroalimentaria, y la contaminación de fuentes de agua y suelos con azogue o mercurio.

Pero las transformaciones del paisaje natural obedecieron a factores aun más perturbadores. Desde la colonia temprana hasta principios del siglo XIX, Ibagué se encontraba densamente poblada de arbóreos de palma de vino y palma chonta, venados, pumas, nutrias, dantas, águilas cuaresmeras, osos de anteojos, «perros de monte», titíes, guatines, gurres, peces de aguas frías aún desconocidos, por mencionar solo algunos. Por otro lado, los ricos humedales de la mesa de Ibagué, ofrecían el espectáculo de una variopinta herpetofauna y una rica población de caimanes, sin mencionar la enorme diversidad de aves que ayudaron a sobrellevar el viaje de Humboldt cuando pasó por estas tierras.

En este periodo colonial, los principales causantes de la pérdida de esta riqueza natural fueron dos esencialmente: el primero, la introducción de ganaderías ibéricas, particularmente el «orejinegro», que exigió la potrerización agresiva de las zonas planas del municipio, y en algunas zonas de influencia de las distintas ramificaciones del Camino del Quindío, especialmente en sus pisos templados. Y el segundo, la cacería infame que se cebó sobre los «animales de monte», la cual disminuyó de manera crítica sus poblaciones, no solo con el fin de suplir la dieta de una sociedad rural rápidamente aculturada por el doctrinero y el terrateniente en la visión destructiva del ambiente, sino también motivada por la búsqueda de otras fuentes de ingresos de campesinos pobres, los cuales cazaron masivamente nuestros «animales exóticos», especialmente cóndores, según testimonio del propio Caldas en su Semanario.

Durante el siglo XIX, Ibagué experimentará una masiva destrucción de sus bosques de montaña por la introducción paulatina del café, y el establecimiento de parcelas de campesinos pobres que fueron expulsados del Viejo Caldas y Cundinamarca por el régimen hacendatario. Del mismo modo, la demanda de «carne de monte» por parte de los colonos aceleró la pérdida de la fauna natural, y la potrerización sin control de amplias zonas de pisos templados y fríos, condujo a la destrucción de buena parte de la palma de cera del territorio ibaguereño para finales de siglo. En efecto, los impactos ambientales mencionados se fueron amplificando desde los Caminos del Quindío hasta las zonas más inaccesibles de la montaña.

Cuando se ingresa al siglo XX, el espacio natural del municipio se encuentra completamente transformado, con algunas zonas intocadas por su topografía agreste. Incluso, los páramos, que por apreciaciones de Humboldt pudieron descender amplia y densamente a los 3200 msnm en el siglo XVIII, habían retrocedido por efectos antrópicos, principalmente, a los 3800 msnm para la primera mitad del siglo XX.

Así las cosas, a mediados del siglo XX se tendrá el siguiente panorama ambiental: las palmas habían desaparecido de la mesa de Ibagué, y casi toda la fauna silvestre se encontraba seriamente diezmada. El espectáculo de las águilas cuaresmeras que cubrían el cielo en el cañón del Combeima también empezó a desaparecer. La trucha colonizó las fuentes gélidas destruyendo buena parte de nuestras especies endémicas. Las nutrías se extinguieron, el puma y el oso dejaron de transitar sus bosques, y la Revolución Verde contaminó las aguas y los suelos en las dos situaciones extremas: acidificación y salinización.

Las nuevas pasturas africanas, como el kikuyo, el orchoro y el puntero, invadieron el antiguo paisaje natural de nuestros valles bajos e intramontanos, con el fin de suplir las altas demandas de biomasa de las nuevas ganaderías introducidas. Finalmente, las coberturas de café impactaron gravemente la diversidad de aves, llegando incluso a la desaparición de toches y copetones en varias veredas de pisos templados.

Para principios del siglo XXI los cambios en la oferta hídrica y la temperatura ambiental son realmente preocupantes. El río Coello pasó de tener 4.5 metros de profundidad en verano (para 1801 en el antiguo paso de Coello-Gualanday) a 1 metro en el mismo sitio medido en un estiaje de 2012. Los ríos Combeima y Cocora han perdido en los últimos 60 años un 50% del caudal promedio. Manifestaciones directas del impacto que ha generado la deforestación sostenida desde la Colonia hasta nuestros días. Ciertamente, con los datos más antiguos disponibles, hemos calculado tasas de deforestación para el periodo 1959-2011 de 330 has/año.

En lo relativo a la temperatura, el impacto de la pérdida de humedales y bosques en la mesa de Ibagué se puede evidenciar en los registros históricos de la Estación Buenos Aires. Desde sus primeras mediciones, la temperatura promedio anual pasó de 24 a 28 °C en un periodo de ochenta años. Lo que en efecto generó el aumento de la temperatura del suelo arrocero y del pie de monte ibaguereño. De hecho, para los años cincuenta del siglo XX, la vereda El Totumo gozaba de una importante producción cafetera. Y en el actual contexto de cambio climático, es realmente lamentable que no tengamos estos disipadores naturales de calor. Actualmente, y a pesar de esta apretada historia ambiental sobre los destructivos impactos generados por la actividad productiva del municipio en los últimos cinco siglos, nuestro territorio sigue ofreciendo al mundo importantes valores ecológicos. Después de consolidar una enorme cantidad de datos disponibles y adicionar registros nuevos, podemos decir con certeza que Ibagué cuenta con una oferta hídrica superficial de más de 30.000 litros por segundo. En su montaña, registra más de 521 especies de aves, 34 especies de peces, 30 especies de mamíferos, 260 especies y familias de herbáceas y arbustivos, y 184 especies de arbóreos. Y en la mesa ibaguereña, cuenta con más de 242 especies de aves, 48 especies de peces, 15 especies de mamíferos, 38 especies y familias de herbáceas y arbustivos, y 57 especies de arbóreos. Toda ellas desarrollando una vida silvestre a plenitud.

Este verdadero patrimonio ambiental para la humanidad, que en apenas 1500 Km2 contiene diversidades que dejarían pasmada a cualquier persona sensible con los problemas socioambientales, no solo debe llamarnos a votar contra los usos mineros intensivos en Ibagué, sino también a aceptar que este territorio no puede seguir destruyendo su riqueza natural, pues es evidente que las tendencias históricas de los usos irresponsables del ambiente deben ser reversadas o por lo menos congeladas. Una decisión estratégica en esta dirección deberá empezar por proscribir cualquier uso minero de mediano y alto impacto.

Finalmente, a los actores promineros, especialmente la Procuraduría y el Ministerio de Minas, les corresponde demostrar que lo que se ha argumentado aquí, y en otros valiosos estudios, es producto del «fanatismo ambientalista». Y si estos elementos no son suficientes para probar que en el camino hacia la destrucción del ambiente, Ibagué ya hizo un enorme sacrificio, entonces estamos enfrentados a verdaderos fanáticos del desarrollismo, que justificados por la demagogia del «desarrollo sostenible» quieren violar la prevalencia del derecho constitucional a un «ambiente sano» para todos los ibaguereños de hoy y las subsiguientes generaciones.

Notas:

(*) La información histórica y empírica aquí mencionada se extrae del libro de mi autoría «Descolonizar el ambiente. Saberes y políticas para otro Ibagué», Universidad del Tolima, 2015, Ibagué, Colombia, págs. 1-206.

Alexander Martínez Rivillas es Profesor de la Universidad del Tolima. Grupo de Investigación en Desarrollo Rural Sostenible.

Fuente original: http://elsalmonurbano.blogspot.com.es/2016/02/breve-historia-ambiental-de-ibague.html