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Apuestas sucias

Fuentes: Rebelión

Pasadas las elecciones legislativas que definen parte del panorama político de los próximos cuatro años en Colombia, una serie de sucesos precipitados parecen cambiar radicalmente el rumbo de los acontecimientos. El bloque encabezado por Álvaro Uribe vuelve al Congreso con 19 senadores, lo que no otorga mucha posibilidad de maniobra más sin lugar a dudas, […]

Pasadas las elecciones legislativas que definen parte del panorama político de los próximos cuatro años en Colombia, una serie de sucesos precipitados parecen cambiar radicalmente el rumbo de los acontecimientos. El bloque encabezado por Álvaro Uribe vuelve al Congreso con 19 senadores, lo que no otorga mucha posibilidad de maniobra más sin lugar a dudas, sirve como caja de resonancia para ampliar una oposición tajante al proceso de paz. Un 6% no es mayoría en ningún lado, aunque tanto medios nacionales como extranjeros insistan en demostrarnos lo contrario.

La destitución de Gustavo Petro, Alcalde de Bogotá, tras enconada persecución judicial y mediática, fue aprobada finalmente por el Presidente. Esta medida a todas luces injusta, ilegal y antidemocrática, ha sido interpretada por muchos analistas como un atentado frontal al proceso de paz y un guiño de Santos a la extrema derecha, que en teoría, resquebraja su reelección quitándole el poco apoyo popular que la izquierda podía darle, confiada en la paz como bandera. Algún opinador dijo que el Presidente ya no juega póker, sino tejo, ese deporte de pólvora y totazos.

Columnistas tan prestigiosos como William Ospina o Ramiro Bejarano aseguran que Juan Manuel Santos se suicidó barriendo a Petro de la contienda política. No estoy seguro que dicho análisis sea certero, simplemente porque nace del deseo, no de la objetividad.

Es deseo pensar que Colombia vive una apertura democrática y que cualquier retroceso será castigado en las urnas. Es deseo creer que la oposición al establecimiento será respetada, tolerada y permitida, aun tan centrista como la de Gustavo Petro. Es deseo fantasear con paz estable cuando ni el 10% de los homicidios pertenecen a los actores que conversan en La Habana.

A Santos nadie le va a castigar lo de Petro en las urnas, como desea la izquierda, entre otras cosas porque esa izquierda demostró ser la rotunda perdedora de las elecciones pasadas. Yo sugiero que es al contrario: van a premiarlo. Buen calculador, el Presidente usurpa votos a la derecha y para eso mandó un mensaje fuerte, no al electorado, sino a los dueños de las maquinarias: la oligarquía está dispuesta a violar la ley si es preciso, en aras de mantener el control sobre los nodos cruciales del poder, a favor de los de siempre. Nada que no se sepa en últimas. Ese mensaje con la destitución de Gustavo Petro, que algunos consideran tan negativo para las negociaciones de La Habana, en realidad busca tranquilizar la derecha sobre un posible escenario post-conflicto: en Colombia no va a pasar nada, nunca vamos a tener un ex-guerrillero gobernando.

Con esa jugada artera y sucia, Santos le saca ventaja a los tres alfiles del uribismo, tres mediocres que sólo aparecen en la arena pública inflando encuestas con fraudes como los de Enrique Peñalosa. El Presidente es astuto. Además, sabe quiénes son los verdaderos dueños de los votos.

La destitución de Petro tiene visos estratégicos claros, decapitando un personaje que si bien no tiene el talante caudillista de Gaitán o Chávez, como sueñan o creen algunos, si ha demostrado capacidad de aglutinar amplios sectores ciudadanos, incluso con su soberbia arrogante. Petro es hoy un monstruo político, aun a pesar de sí mismo.

Eso que llaman «burrada», «chambonada» o «suicidio», adictos como son los columnistas a la exageración, según mi criterio es una jugada muy sucia, pero a la vez muy hábil: en vísperas de elecciones o incluso antes, el Presidente tendrá un avance fundamental en las negociaciones de La Habana, bloqueando a la ultraderecha. Así habrá opacado todo el escándalo de estos días. Sin oponentes fuertes en la contienda, hasta parece probable la reelección en primera vuelta.

A estas alturas lo único que podría quemar a Santos sería el segundo paro agrario que comienza a cocinarse, más incluso acá hay una posible jugada desactivando esta amenaza coyuntural, al negociar por lo alto. Lo fundamental ahora es «la chiva» que se espera desde La Habana y que lo único que conseguiría sería consolidar la gobernabilidad.

A quienes hablan de «suicidio político», deseando inútilmente que un hijo destacado de nuestra oligarquía defienda la democracia, me gustaría aclararles que hasta ahora, lo único «positivo» en la trayectoria de Juan Manuel Santos fueron unos muchachos de Soacha. Si consigue la paz espuria que busca, será a cambio de no arriesgar ni uno sólo de los privilegios de los eternamente privilegiados.

 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.