La Revolución cubana necesitaba una filosofía que correspondiera con las realidades, preguntas, conflictos y proyectos que se planteaban los cubanos, en el proceso de profunda transformación de la sociedad.
El socialismo proclamado en Cuba desde 1961, dentro de la proyección marxista-leninista, tenía que asentarse en una profunda tradición independentista nacional, que se había frustrado. Se trataba, sin embargo, de una realidad polémica y con más de una interpretación. Con el entusiasmo de convertirse en socialistas, aquellos cubanos de entonces habían abrazado el marxismo que tenían a mano.
El Departamento de Filosofía chocó frontalmente con el rostro de la “Iglesia”, es decir, con el Manual de Konstantinov y la bibliografía soviética. Pronto se percató de lo que estos realmente significaban: el marxismo-leninismo soviético intentaba ser el contenido de la educación marxista y la ideología oficial de la Revolución, como parte de un proyecto parcial para convertir a Cuba en un apéndice más del llamado sistema socialista. Este rasgo no solo era diferente, sino que negaba la realidad y el proyecto revolucionario socialista cubano.
Orígenes de un proyecto
El Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana (UH) se creó para cumplir la disposición de la Reforma Universitaria de 1962, que establecía el estudio de la Filosofía y la Economía Política marxistas en los planes de estudio de todas las carreras. En la iniciativa participaron dirigentes de primer nivel de la Revolución.
El núcleo inicial de docentes recibió un curso de formación emergente en una escuela creada con ese fin dentro de la Dirección Nacional de las EIR (Escuelas de Instrucción Revolucionaria, llamadas “escuelas del Partido”, fundadas en diciembre de 1960). Los contenidos teóricos que se estudiaban en ellas correspondían al marxismo soviético, lo que en nuestro caso se reforzaba con que tres de los profesores –Luis Arana Larrea, Anastasio Mansilla y María Cristina Miranda– eran hispanosoviéticos, como se les llamaba a los españoles que de niños habían sido enviados a la Unión Soviética durante la Guerra de España (1936-1939). Eran ciudadanos soviéticos cuya lengua materna era el español.
Se necesitaba un alto número de profesores para impartir la docencia. De manera que la solución fue preparar promociones de estudiantes seleccionados entre los mejores expedientes de los años finales de las carreras, principalmente de Humanidades, para un curso interno de cuatro o cinco meses. A este grupo se sumaron otros once compañeros procedentes de las EIR. Al inicio fueron 104 alumnos, con régimen interno y un pase semanal de treinta horas. El curso se desarrolló con profesores de Filosofía, Economía e Historia contemporánea, procedentes de la academia soviética, así como algunos colegas cubanos, en asignaturas como Colonialismo y Subdesarrollo, Historia de Cuba e Historia de la Filosofía.
El texto de base para la futura docencia era Fundamentos de la Filosofía marxista, de F. V. Konstantinov. Pero durante el curso también se analizaron numerosas fuentes de Lenin, Engels, Marx y algunos autores de la vertiente soviética.
Aunque hubo tropiezos con algunas manifestaciones ideológicas que guiaban al plantel, todos avanzaban por aquel camino, y se aplicaban con dedicación a las materias y los temas, al estudio individual y los seminarios.
En ese ínterin, en un desastre aéreo en Perú, falleció Raúl Cepero Bonilla, gran historiador marxista y ministro de Comercio del gobierno revolucionario, por lo que, a propuesta del alumno Hugo Azcuy, se decidió honrar a la escuela con su nombre.
Al final, seleccionaron a 21 alumnos para el nuevo Departamento de Filosofía, al que ya habían sido asignados como profesores Juan J. Guevara, Isabel Monal, Jesús Díaz y Bolney Ortega. Arana, profesor principal de la Cepero Bonilla, fue nombrado su director. Era un hombre admirable, con muchas cualidades y respetuoso de los criterios políticos del colectivo.
En febrero de 1963, tuvo lugar la constitución formal del Departamento, que dependía directamente del Rectorado, y cuyo local fue la casa de la calle K # 507, entre 25 y 27, muy cerca de la Universidad, en El Vedado. Desde el comienzo, su misión consistió en impartir clases en todas las escuelas universitarias.
La escuela Raúl Cepero Bonilla llegaría solo a un segundo curso, que, en 1963, incrementó con cinco nuevos miembros a los 21 primeros egresados. Un año después, el Departamento crecería con nuevos ingresos, a partir de convocatorias a plazas por oposición, sobre la base de exposiciones orales, entre ellos un grupo de recién graduados de Filosofía y Letras de la UH. Entre ellos, fueron seleccionados y formaron parte del claustro Marta Pérez-Rolo, Elena Díaz y Josefina Meza. Otros, como Luciano García y Talía Fung, también entrarían por esa vía.
En 1966 se comenzó a organizar nuevos cursos de instructores. Desde el principio, se asumió que no se llegaba con la formación completa deseable al aula universitaria, por lo que el grupo tendría que formarse, en paralelo a su labor como docentes, a través de un esfuerzo basado en el rigor y la disciplina de la superación.
En aquella primera etapa, esa formación se repartía en cinco campos de necesidades y tareas:
1) dominar el programa de la asignatura Materialismo dialéctico e histórico, y aumentar las capacidades para impartirla;
2) adquirir y desarrollar cualidades pedagógicas;
3) perfilar un plan de superación ambicioso y actuar sobre él;
4) constituir una institución fuerte y exigente, de vida interna fraternal y rasgos colectivistas;
5) el fin último era servir a la Revolución cumpliendo el papel de profesores de Marxismo. Para el grupo, esa era la principal tarea.
En cuanto a los cursos internos, la superación era obligatoria para todos, y seleccionada por cada uno de los miembros. Estos se distribuían en grupos que se iban especializando, de acuerdo con las necesidades de la institución, y con las inclinaciones y afinidades personales. Ambos modos de superación eran rigurosos y controlados. En 1964, el Rector los autorizó a cursar asignaturas en cualquier escuela universitaria, sin tener que graduarse de las carreras donde estas se cursaban, y muchos aprovecharon esa variante.
Arana enseñó organización, disciplina y dirección, sin autoritarismo, con el fin de forjar una estructura capaz de enfrentar las metas que se proponían. Se crearon tres áreas de investigación: Dialéctica de la naturaleza, Dialéctica de la sociedad y Dialéctica del pensamiento. Se constituyó un Consejo de dirección real y con tareas claras; los grupos docentes y de investigación trabajaban sistemáticamente.
El proyecto y el contexto
El Departamento era una verdadera colmena. Se sostenían discusiones internas acerca de temas, problemas, corrientes de pensamiento, autores, polémicas; también se discutían ensayos, novelas, cine, teatro. Se consideraba cuestión de honor cumplir todas las normas y tareas que se acordaran, aprender lo más pronto posible, ser críticos francos entre todos, pero sin mezquindades ni afán de competir. Se compartían, además, una multitud de actividades sociales. Todo esto se facilitaba por ser un grupo de personas muy jóvenes y, a la vez, con un gran sentido de la misión que cumplir. Se fue forjando un formidable espíritu de grupo, que se mantuvo incólume a lo largo de toda la historia, y se hizo característico para los demás como “los de la calle K”, o “los de Filosofía”, una identidad mayor que las categorías o clasificaciones académicas.
A finales de 1963, Juan Marinello debió abandonar la Rectoría, y destituyeron a Arana, que estaba ajeno a los cambios en curso. En su lugar, nombraron a un compañero que el grupo no quería aceptar. El 23 de enero de 1964, llegaría acompañado por el entonces presidente de Cuba, Osvaldo Dorticós Torrado, y por Armando Hart. El presidente escuchó un buen número de preguntas y algunas opiniones de los jóvenes profesores, y desarrolló en sus intervenciones una revisión profunda y detallada sobre prácticamente todas las cuestiones importantes que se enfrentaban en aquel momento o que aparecerían en un futuro cercano. Siempre en tono persuasivo y coloquial, la combinó con un conjunto de afirmaciones que orientaron en unos casos y reafirmaron en otros los objetivos y la posición que se debía sostener.
Estas citas de sus palabras son fragmentos tomados de la libreta de notas de un participante:
Ha habido, sin lugar a dudas, un estancamiento del desarrollo del marxismo durante muchos años en el mundo […] Nosotros debemos conformar la enseñanza del marxismo-leninismo fundamentalmente sin perder de vista, desde luego, la realidad universal, por nuestra realidad histórico-social concreta, a la cubana. Y para eso no existe ningún manual […] Es un deber fundamental de ustedes procurar dar una enseñanza muy viva, muy vinculada a la realidad cubana, a la historia cubana […] Lo más importante es que ustedes enseñen a pensar a los alumnos, a crear en los alumnos la capacidad de pensar y de razonar por sí mismos, con un sentido crítico […] Yo les digo que hay que incendiar el Atlántico, ¡y ustedes miren a ver cómo lo incendian!
La exposición del presidente Dorticós fue una muestra formidable del desarrollo del pensamiento socialista cubano en la Revolución. Se ganó y entusiasmó a todos con sus palabras, y con la meta tremenda que les fijó. Aunque no fuera posible sacarle de inmediato todo el provecho a las implicaciones que tenían para el desarrollo de la teoría marxista, sus planteamientos constituyeron una guía y un acicate para la actuación de aquel grupo de jóvenes.
El marxismo había llegado a la Isla, como al resto de América Latina, mediante el Partido Comunista, formado bajo la tutela de la Tercera Internacional. Con diferencias de coyunturas, tradiciones nacionales, configuración de clases entre los diversos países, predominaba una constante doctrinal implantada por la proyección soviética, y la perspectiva de exclusión hacia cualquier otra mirada que se diferenciara de aquella. Aunque la Revolución cubana en sí misma representaba una gran herejía, el dogma mantuvo parcialmente sus espacios en el quehacer teórico, dentro y fuera de las universidades.
La escuela en que se inició el grupo, como los manuales que escalonaban el paso al estudio de los clásicos, fijaba las reglas de la ortodoxia. Por otra parte, la complejidad de las vivencias del cambio social, el espíritu polémico con el cual tenía que imponerse el proyecto revolucionario, la legitimación de una diversidad que se percibía como natural, y la posibilidad de una herejía que parecía inevitable, fueron teniendo un impacto dentro del colectivo. Cada uno de los miembros de aquel Departamento podría ofrecer su testimonio personal al respecto, así como sus propios antecedentes, sin los cuales resultaría difícil entender su evolución.
El último filósofo de la vieja academia cubana, Justo Nicola Romero, se incorporó temprano al grupo. Había sido el primer rector de la Universidad de Oriente después del triunfo revolucionario. Hombre de sólida formación kantiana y neokantiana, ayudó mucho en los estudios de Historia de la Filosofía y en la introducción de la Lógica formal moderna.
Como parte de la superación interna, se organizó un curso para el estudio sistemático de El Capital, y se propició la incorporación a otras carreras o a asignaturas seleccionadas, según la línea de especialización individual a la que se inclinaban los estrenados profesores. Asimismo, se realizaban seminarios regulares sobre los temas de la docencia, se visitaban mutuamente las clases y se discutían sus resultados en colectivo.
Desde temprano, en el Departamento se abrigó la idea de organizar la carrera de Filosofía en la medida en que los avances lo permitieran, y se llegó a diseñarla, pero no se logró su aprobación. La carrera sería creada posteriormente, por otros actores, de manera distinta, cuando el grupo del Departamento ya se había desintegrado.
La duración de esta experiencia filosófica, docente, formativa, y creativa, se extendió solo unos ocho años, entre 1963 y 1971. Sería imposible evaluar su significado sin enmarcarla en los acontecimientos del período, una agitada década de trasformación y de debate en todos los órdenes. Aunque resulta imposible analizar aquí cada acontecimiento relevante de ese decenio, ni siquiera los que afectaron al Departamento, no se debe pasar por alto el mayor de los que propiciaron el desarrollo de la enseñanza del marxismo.
Hacia 1965, en consonancia con las orientaciones que se habían comenzado a producir en el grupo, se dispuso modificar los programas docentes, y a separarlos de los esquemas convencionales del Materialismo Dialéctico e Histórico (DIAMAT). Esta separación se aproximaba a una racionalidad más cercana a una apreciación histórica del marxismo, así como al camino controvertido de nuestras propias realidades políticas y culturales. En los cursos para instructores que se impartieron a partir de 1966 ya se reflejaba esta transformación.
Los miembros del Departamento comenzaron a escribir y a publicar. Fue la época de fundación deEl Caimán Barbudo, donde los poemas y la narrativa de un grupo de jóvenes intelectuales se complementaba con los primeros artículos filosóficos e historiográficos redactados por profesores de Filosofía.
Entonces surgió la idea de publicar una revista universitaria, acogida por las autoridades, quienes nunca habían dudado de la coherencia y seriedad del grupo, y facilitaron los medios para imprimirla. Así surgió, en marzo de 1967, el primer número de Pensamiento Crítico.
Corrientes de Ideas y corrientes políticas: los años de la polémica
Desde el inicio, el Departamento compartió con los docentes que comenzaban a explicar Filosofía en las otras dos universidades cubanas de entonces. Se invitó a los profesores de Oriente y de la Central de Las Villas, a través del Ministerio de Educación, a participar en plenarias anuales. La Primera Plenaria Nacional de Profesores de Filosofía, celebrada del 1 al 3 de octubre de 1964, y con sede en el Departamento, discutió y llegó a acuerdos acerca de una gran cantidad de temas.
En aquella etapa, se fue abandonando una concepción en la que se había pretendido formar al grupo, pues las ideas que se iban asumiendo no cabían en ella, y se fue elaborando otra muy diferente. Se estudiaban los clásicos marxistas con gran interés, pero sin prejuicios y con el intelecto despierto, así como a numerosos autores de diferentes corrientes en la historia del socialismo marxista, y también a grandes pensadores no marxistas. Por ejemplo, en 1964 y 1965, además de las tareas docentes y de superación generales, se estudiaron los tres tomos de El Capital en un seminario interno, con exámenes incluidos; El ingenio, de Manuel Moreno Fraginals; y los cuatro tomos publicados en Argentina de los Cuadernos de la cárcel, de Antonio Gramsci. También un prolongado seminario interno sobre el joven Marx, José Carlos Mariátegui, Julio Antonio Mella, Ernesto Guevara y Frantz Fanon. Todo esto se compartía con lecturas de Lenin, Louis Althusser, Mao Zedong, Auguste Cornú, Nicola Abbagnano. Libretas escolares llenas de notas con fragmentos de los más disímiles autores e ideas propias, fuertes discusiones y libros subrayados formaban parte de la vida departamental.
En noviembre de 1965, se iniciaron las relaciones directas del Departamento con Fidel Castro. El Comandante nos invitó a acompañarlo, junto a un colectivo de universitarios, en la inauguración del hospital Lenin, de Holguín, y en la posterior subida al pico Turquino. La relación se hizo más definida con su primera visita al Departamento, el 7 de diciembre de ese año, en la que trató cuestiones de extraordinaria importancia y brindó la oportunidad de emprender una tarea de gran alcance para la cultura nacional, Edición Revolucionaria, que fuera matriz del Instituto del Libro, fundado por decisión suya en septiembre de 1966. Las relaciones con él a partir de aquella noche y su influencia directa sobre el colectivo fueron decisivas para el desarrollo posterior del grupo de la calle K.
El pensamiento y la posición del Che también constituyeron una fuente primordial en nuestra formación durante aquellos primeros años. Uno de los héroes más destacados y líderes principales del proceso, resultaba ser un pensador profundo y original, partidario del desarrollo de la teoría, y brillante y sugerente expositor del socialismo cubano. En aquel año 1965, “El socialismo y el hombre en Cuba” fue como un rayo de luz para el colectivo del Departamento. Tanto Fidel como el Che inspiraron el desarrollo de una dimensión filosófica de la Revolución, que no fuera un simple adorno de la política.
En este punto quiero centrar la atención en dos de los hechos más significativos en la historia del Departamento de Filosofía. No son únicos, pero seguramente están entre los principales: su papel en la polémica contra los manuales de Filosofía y Economía Política, y su visión respecto a la enseñanza del marxismo.
Las Escuelas de Instrucción Revolucionaria, que de manera prematura se autodenominaban “del Partido”, desplegaban un ejercicio de difusión marxista calcado de los esquemas soviéticos. Aquel experimento había puesto en marcha un implante dogmático masivo. Antes de que el medio académico reaccionara, Fidel se percató del problema, y formuló algunas alusiones críticas a desatinos reflexivos con los cuales él se tropezaba en sus constantes recorridos por el país.
La polémica sobre los manuales la iniciaron los profesores de las EIR desde su revista Teoría y práctica (“¿Contra los manuales, contra el manualismo, o contra la enseñanza del marxismo-leninismo?” se titulaba el trabajo que la desencadenó). El profesor del Departamento Aurelio Alonso respondería en la propia revista con otro artículo (“¿Manual o no manual?… diálogo necesario”), donde intentaba resumir cómo se producía el desprendimiento herético y las objeciones a las cuales se había llegado sobre el uso de los manuales en la enseñanza del pensamiento marxista. Sus análisis no se centraban en criterios de autoridad, sino en reflexiones muy argumentadas.[1]
La polémica tuvo una resonancia apreciable, también en medios académicos fuera de la Isla. Contribuyó a demarcar dos posiciones en torno a la comprensión del marxismo dentro de la academia socialista cubana. En realidad, aquella polémica iba más allá de la manifestación puntual que cobró en los artículos de los profesores de las EIR –con el apoyo del director de la institución, que los introdujo, subrayando su respaldo a sus posiciones “con puntos y comas”–, que criticaban como contrarias al marxismo las proyecciones formadas en la casa de la calle K. Ellos habían aceptado, en una discusión previa, publicar la respuesta de Aurelio Alonso en su propia revista, y así lo hicieron.
Más allá del lance mismo, la polémica giraba en torno a una lectura del marxismo que se alejaba de la soviética, no limitada al uso puntual de los manuales. Este debatía trascendía a los propios autores que polemizaron con los argumentos puntuales, y se inscribía en una discusión mayor sobre el socialismo, con manifestaciones en Cuba y en otras latitudes. Más importante que aquel debate en el escenario académico era el que había iniciado ya el Che sobre la construcción del socialismo y que tuvo su mayor alcance en “El socialismo y el hombre en Cuba”.
Aquella demarcación de posiciones propició más claridad sobre lo que se estaba haciendo y, muy en particular, sobre el carácter polémico que iba a tener dentro del país. No se trataba de una posición llamada a imponerse como superación de otra, sino a existir en un contexto controvertido, de diversidad, que tendría que sostenerse a partir del acierto de su argumentación. Como se sabe, este escenario polémico no se propició después de 1971, cuando sobrevino la proscripción integral de la herejía (en sentido general) que el Departamento había generado, y se impuso la asimilación sincrética del marxismo soviético.
Un marxismo de la Revolución cubana
El segundo acontecimiento, y una de las contribuciones significativas del período, fue la sustitución del programa de Materialismo Dialéctico e Histórico por el de Historia del Pensamiento Marxista. Esta se derivó de un proceso prolongado de experimentación de diversos programas, que durante cerca de dos años se habían aplicado, buscando una configuración más abierta que la impuesta por el DIAMAT.
La inclinación hacia un programa basado en la historia de formación del pensamiento marxista fue iniciativa del profesor Fernando Martínez Heredia, entonces director del Departamento, que vio con más claridad que el resto del colectivo dónde se hallaba la demostración de aquel teorema, mediante un documento sometido a las autoridades universitarias, donde se fundamentaban las razones de aquella opción.
Entre sus principales argumentos estaban los siguientes.
Dominar la historia del pensamiento marxista se convierte, “gracias a la prolijidad de este siglo y cuarto” [hoy serían unos 180 años de historia, mucho más accidentada que hasta entonces], en condición indispensable para la comprensión y la valoración de la problemática contemporánea del marxismo. De ahí el primer corolario: la necesidad del estudio del marxismo por contacto directo con la obra de los creadores más significativos de cada época.
Se enumeraba, a continuación, el plan de los temas relacionados con la etapa misma de creación del marxismo:
1) Las circunstancias de la génesis del marxismo. a) Las relaciones del desarrollo y la estructura social general (europea) y particular (alemana) con la producción de su obra; b) el problema del bagaje y el instrumental que le es dado como herencia: qué recibe, cómo lo recibe, en qué punto de la evolución de su propio pensamiento.
2) La formación del pensamiento marxista. Cómo se produce la solución de superación de la problemática y el lenguaje teórico en el que se origina y cuál es el sentido de su evolución a través de las obras de creación de Marx y Engels. Qué relación guardan entre sí unos y otros trabajos.
3) La relación entre Marx y Engels. El vínculo que hace a ambos pensadores cofundadores de la teoría del socialismo, y que se desenvuelve a lo largo de sus vidas en una organicidad de criterios sin paralelo en la historia, debe ser precisado en sus contornos intelectuales. Su dialéctica no es solamente la inversa, sino radicalmente distinta de la de Hegel, porque el eje declarado del método de Marx es la revolución. Por otra parte, la relación cronológica entre la obra mayor de Marx y el grueso de la obra personal de Engels es una relación de sucesión. Será necesario, por lo tanto, estudiar a Engels no solo como fundador del marxismo, sino también como el primer marxista, el más próximo y más lúcido de los sucesores inmediatos de Marx.
4) El enfrentamiento de posiciones. La historia de la producción marxista es una historia polémica. La vida de Marx y de Engels aparece colmada de aproximaciones y rupturas, de enfrentamientos cuya solución misma señala la conformación de su pensamiento como ideología.
5) La organización política. Finalmente, la obra de Marx y Engels –como toda creación marxista en oposición– no es estrictamente obra teórica, es trabajo de inducción política a la vez. Quehacer ni ocasional ni marginal, sino rigurosamente coherente con sus estatutos teóricos, y que contiene, en consecuencia, su propia trayectoria de acumulación, sus correcciones, sus niveles de organización y profundización, y, por supuesto, sus efectos políticos determinados. De modo que los fundadores del marxismo no dejan en herencia únicamente su teoría; dejan paralelamente una tradición de organización del movimiento proletario, una experiencia de instrumentación ideológica de su pensamiento”.
A partir de lo expuesto, se pasaba a un segundo corolario: La única sistematización que asegura un grado óptimo de coherencia de la estructura de la disciplina con los objetivos que persigue un conocimiento directo del marxismo es la sistematización que reproduce la historia misma de este pensamiento.[2]
Esta cita tan extensa permite estimar en qué medida el abordaje del pensamiento marxista a partir de su propia historia, y no de un cuerpo de verdades trilladas en las que la interpretación ha moldeado lecturas no necesariamente consecuentes, fue ignorado, lamentablemente, desde la desaparición misma del Departamento.
Sin pretender glosar aquí todo aquel documento, su propuesta, que nunca tuvo el privilegio de someterse a un debate riguroso, merecería hoy que las instancias institucionales encargadas de la enseñanza del pensamiento marxista se sentaran a analizarla y discutirla desprejuiciadamente, como alternativa para la docencia –así como las experiencias de su aplicación entre 1967 y 1971.
Un hecho que tuvo consecuencias mayores para el Departamento, en el ámbito universitario, fue el nombramiento por la dirección de la Revolución de José M. Miyar Barruecos como Rector de la UH. Chomi –médico rebelde, fundador del Servicio Médico Social, viceministro de Salud Pública– revolucionó la institución universitaria y dejó en ella una huella imborrable. Sus orientaciones, su atención sistemática, su capacidad ideológica y su trato fraternal fueron un factor decisivo para el Departamento desde 1966 en adelante.
En septiembre de ese año, durante la Segunda Plenaria Nacional de Profesores de Filosofía, se adoptó y se divulgó la nueva concepción. Con una activa colaboración, la Historia del Pensamiento Marxista se fue extendiendo a las universidades de Oriente y Las Villas.
En enero de 1966, se había publicado el primer libro Lecturas de Filosofía, en la imprenta universitaria. Destinado a los alumnos, en sus 740 páginas incluía veinte autores con una propuesta radicalmente nueva. Esta es su presentación, escrita por Martínez Heredia:
La investigación ordenada de lo adquirido –que siempre será para una ciencia un fragmento del conocimiento posible– es sin duda válida y necesaria. Pero hay algo más: el conjunto de problemas que la realidad le presenta a una ciencia constituye su fe de vida, el tratamiento de ellos es condición de su desarrollo. Una divulgación sin problemas es mera declamación. Si, además, pretende ser un tratado contentivo o explicador de todo lo existente, se convierte en una limitación real de la posibilidad de pensar del alumnado y, naturalmente, niega la existencia de la ciencia que pretende divulgar.
Ello no perjudicaría solo a la información –que es un aspecto de la enseñanza–, sino a algo más importante: la formación científica que la universidad está obligada a dar al trabajador intelectual.
En el caso del marxismo la situación es más compleja, ya que se trata a la vez de formación científica e ideológica (en el grado en que esta última se gane estudiando); la teoría y los ideales del marxismo-leninismo están en la base de nuestra lucha por el socialismo y el comunismo, y llamamos marxistas-leninistas a los que guían consecuentemente a sus pueblos a la toma del poder para liquidar la opresión imperialista y la explotación.
No tenemos actualmente textos de divulgación que llenen estas necesidades. Los manuales existentes para nuestra disciplina son resultado de una apreciación deformada y teologizante del marxismo. Y sabemos que la mejor selección posible de obras y fragmentos –diversidad de autores, épocas, estilos, propósitos– es defectuosa. Por otra parte, la concepción marxista no es una suma de elementos “materialista-dialécticos”, y, desde una visión pedagógica sería mejor resaltar expresamente la integración de un conjunto de puntos de vista sobre cuestiones diferentes, lo que, forzosamente, falta en este escrito.
Sin embargo, esperamos superar estas dificultades a través de la actividad docente y la labor conjunta de profesores y alumnos, y del desarrollo de trabajos organizados de divulgación para el aspecto bibliográfico de nuestra tarea. Solo en esta ruta cumpliremos la parte que nos toca en la formación de una conciencia socialista, largo proceso que, como señalara el Comandante Fidel Castro, es indispensable para alcanzar una sociedad comunista.[3]
En 1967 se preparó una segunda edición en dos tomos y en 1969 una tercera, que nunca circuló, porque su salida coincidió con la crítica al grupo (el 20 de septiembre de 1970), y se convirtió en pulpa para papel en casi su totalidad.
Consolidación institucional y batalla de ideas
También en 1967 se configuraron los Grupos de especialización, estructura a la que condujo el proceso de maduración que experimentó el Departamento. Los cuatro grupos y algunos de sus miembros fueron: Historia de la Filosofía (Juan Valdés Paz, Cristina Baeza, Lucila Fernández, Agustín Fernández, Mireya Crespo); Pensamiento marxista (Fernando Martínez Heredia, Ricardo J. Machado, Carlos Tablada, Eduardo Torres Cuevas, Jacinto Valdés Dapena, José Bell Lara, Ma. del Carmen Ariet, Eugenio Espinosa, Jorge Gómez, Ángel Hernández, Rafael Hernández); Lógica matemática (Marta Blaquier, Luciano García, Eramis Bueno, Niurka Pérez, Hilda Sosa, José Ruiz Shulcloper); Pensamiento revolucionario cubano (Elena Díaz, Pedro Pablo Rodríguez, Marta Pérez-Rolo, Germán Sánchez, Ramón de Armas, Josefina Meza, Diana Abad, Marta Núñez, Delia Luisa López, Rubén Suárez, Ilia Villar, Federico Chang, Leonel Urbino).
En 1968 se comenzó el análisis para el proceso de construcción del Partido Comunista de Cuba (PCC) en el Departamento de Filosofía, que culminaría en 1969 con la conformación del núcleo. En agosto de 1969, se entregaron los carnés del PCC a los que resultaron militantes, y se eligió Secretario General a Juan Valdés Paz, quien había ingresado al Departamento unos meses antes, y tenía ya unos años de experiencia en la organización.
A raíz del proceso del Partido, se decidió que Marta Pérez-Rolo fuera nombrada al frente del Departamento y que Martínez Heredia continuara como director de Pensamiento Crítico.
El año 1970 fue decisivo en la vida del Departamento de Filosofía. En primer lugar, por las tareas que desempeñaron varios profesores en la zafra. Algunos fueron a trabajar en el Central Antonio Guiteras, en la antigua provincia de Oriente; y otros en el Jesús Menéndez, de la misma provincia. Otro grupo se movilizó en tareas del Ejército Juvenil del Trabajo. Casi todo el Departamento se desplegó en las tareas que la dirección del Partido y del gobierno proclamaron como esenciales para el desarrollo del país. Algunos quedaron en la universidad impartiendo clases con el nuevo programa diseñado. Todas las tareas programadas fueron cumplidas y la dirección universitaria así lo reconoció.
En septiembre de 1970, se aprecia en el CC del PCC que la revista incurría en expresiones ajenas al marxismo-leninismo que no reflejaban los criterios del Partido. El criterio fue transmitido al núcleo del PCC del Departamento de Filosofía, en una reunión especialmente convocada por el Rector Miyar y el Secretario del PCC en la UH.
A pesar de aquellas críticas al más alto nivel, se mantuvieron las clases en la universidad y la revista continuó publicándose durante un año, hasta octubre-noviembre de 1971. Durante esos meses, luego de dos reuniones con el presidente Osvaldo Dorticós y otros miembros de la dirección política, se produjo el cierre definitivo de la revista. En el caso del Departamento, se sustituyó a los que desempeñaban los principales cargos. Posteriormente, la mayoría de sus miembros se dispersó en diferentes labores.
En consecuencia, se dejó de impartir el programa de Historia del Pensamiento Marxista a los jóvenes estudiantes universitarios; y se introdujo de nuevo el ya obsoleto Materialismo dialéctico e histórico al estilo soviético. Por otro lado, coadyuvó a que el grupo de aquellos jóvenes académicos revolucionarios dejara de producir su contribución al desarrollo de las ciencias sociales en el país.
Sin embargo, la significación de esta experiencia trascendió a su tiempo. Tanto para los que fueron influidos por las ideas trasmitidas; los que discreparon; los que participaron en sus diferentes radios de acción. Pero sobre todo, para los que aún hoy se identifican con el enfoque y la forma de pensar que fueron generados y promovidos desde aquel Departamento de Filosofía.
Notas:
[1] Revista Teoría y Práctica, no. 28, 29 y 30, julio, agosto, septiembre, respectivamente. Editorial de la Dirección Nacional de las EIR del PCC, 1966.
[2] Historia del pensamiento marxista. La Habana: Facultad de Humanidades, UH. Impresora Universitaria André Voisin, 1966.
[3] Lecturas de filosofía, t. 1,La Habana: Instituto del libro, 1967.