1. La táctica del Paro General se inscribe como una fase en el horizonte estratégico de la hegemonía de los intereses de los trabajadores y el pueblo, y subsecuentemente, en la marcha larga hacia una sociedad sin clases donde las relaciones de fuerza internacionales condicionan y lo nacional determina (en tanto territorio complejo y acotado […]
1. La táctica del Paro General se inscribe como una fase en el horizonte estratégico de la hegemonía de los intereses de los trabajadores y el pueblo, y subsecuentemente, en la marcha larga hacia una sociedad sin clases donde las relaciones de fuerza internacionales condicionan y lo nacional determina (en tanto territorio complejo y acotado respecto de las variables propias de los pueblos, originarios y mestizos, que habitan Chile).
Es decir, la táctica del paro general es una de las maneras y parte al interior de un proceso duro para que un futuro bloque político popular y mayoritario gobierne el conjunto de las relaciones sociales en el territorio. La estrategia, al mismo tiempo, se enmarca en las condiciones mundiales de la lucha entre el establecimiento del socialismo o la dominación de la barbarie capitalista.
2. La más numerosa huelga general que se organizó en Chile (proporcional a la cantidad de trabajadores y habitantes de la época) data de 1955, cuando alrededor del 80% de los trabajadores formales de un Estado e industrias asociadas mucho más grande que el actual -donde galopaba un desarrollo pujante del patrón de sustitución de importaciones- estaba agrupado en la Central Única de Trabajadores dirigida por el mítico Clotario Blest. Un millón doscientos mil asalariados, entre formales e informales, de la ciudad y el campo, detuvieron las actividades laborales. Dos años después se realizó una protesta popular en Santiago que terminó con 36 muertos. Sólo un año más tarde, Salvador Allende perdería las elecciones presidenciales con el 28,91% de las preferencias (un millón doscientos veinte y cinco mil doscientos veinte y seis votos) debido a la candidatura usada por la derecha del llamado «cura de Catapilco», Antonio Zamorano. Esto es, el ascenso del movimiento popular y la lucha de clases fueron capitalizadas por la izquierda predominante de la época, caracterizada por la ingenuidad legalista y el paternalismo político. Considerando con el respeto y la estatura debida, la honra, ética, heroísmo, entrega superlativa de la militancia social mayoritaria de ese entonces, desde Salvador Allende hasta la o el adolescente que practicaba sus luchas y compromisos primeros.
La realidad presente revela una sindicalización de alrededor de un 15% de los trabajadores (de los cuales, apenas un 7 a un 9% puede negociar colectivamente -cuando lo hace-, pero en pésimas condiciones de fuerza frente al empresariado por razones que son materia de otro análisis), fragmentados en un sinnúmero de sindicatos, federaciones, confederaciones y centrales de distinto signo. Además ya no existe la Central Única de Trabajadores, y la actual Central Unitaria de Trabajadores, refundada en 1990 -la más importante del país- se sostiene por los empleados públicos, los profesores y fragmentos de organizaciones menores. Desde sus inicios ha sido una CUT funcional al Estado. Y el Estado durante los gobiernos civiles, al igual que durante la dictadura militar, tiene un nítido contenido burgués, es decir, responde estratégicamente a los intereses de la clase dominante que aún ordena las relaciones sociales, políticas, militares, económicas y culturales a su antojo. Sus principales victorias subjetivas han sido tanto la desmoralización, como la alienación de importantes franjas del campo popular.
3. Por eso el paro general se postula como un punto de llegada durante un período determinado por los tiempos políticos de la recomposición del movimiento social o real. Esto es, el movimiento formado por personas, trabajadores y oprimidos, que organizadamente -y en parte, espontáneamente- comienzan a presentar lucha frente a las maldiciones del capitalismo y que de manera habitual, arranca a propósito de demandas muy sencillas, inmediatas y básicamente económicas.
El paro general, en los hechos, no podría tener la forma de una huelga general clásica de trabajadores. Dadas las condiciones reales, el paro general sólo se ofrecería eficientemente – a través de un proceso político y social no calendarizado, sino mediante un tránsito lleno de altibajos, avances, contracciones y contradicciones- si es asumido por los sectores más adelantados del mundo del trabajo organizado (cobre, puertos, sistema financiero, transporte, empleados públicos), aunque sea parcialmente. Sin embargo, y he aquí por qué es pertinente la táctica de un paro general, al igual que en la dictadura militar y en períodos que se remontan a fines del siglo antepasado y principios del XX, la autoridad transversal de clase que comportan los trabajadores hacia el conjunto del pueblo, convierte a los asalariados organizados en el territorio social y sujeto con la legitimidad suficiente para construir la convocatoria y marco de un movimiento general de los pueblos y los trabajadores, tanto formales como informales, estructurados o no, subempleados y cesantes, estudiantes (camino a ser trabajadores), pobladores (trabajadores más pobres), pueblos originarios, agrupaciones ambientalistas consecuentes, diversidad sexual que pugna contra el patriarcalismo propio del capital, etc.
Probadamente, ni el sindicalismo corporativo (ese que únicamente se mueve por privilegios inmediatos y sectoriales, funcional y sin visión más allá de sus narices), por una parte, ni el pueblo mapuche por sí solo, ni el ambientalismo por sí solo, ni los estudiantes, ni la diversidad sexual u otros núcleos de resistencia anticapitalista, por otra, tienen la capacidad de convertirse autónomamente en la plataforma con la ascendencia y transversalidad objetiva y simbólica que sí contiene la clase trabajadora organizada y con perspectiva unitaria y, al menos, que cuenta con las pistas nucleares de un proyecto en formación ligado a la dirección general de la sociedad. No sólo porque los que viven de la venta de su fuerza de trabajo, o son cuentapropistas dependientes de la capacidad de consumo precisamente de los asalariados, en los servicios o la producción, son el sostén económico general y motor insoslayable de la valorización del capital, sino que en el ámbito de la percepción pública, los trabajadores son, por sí mismos, la síntesis de la contraparte sistémica y simbólica de la minoría capitalista. La concentración de la riqueza crea al mismo tiempo la ampliación del trabajo desde sus modos más constituidos hasta los más precarizados (la tercerización o subcontratismo, la informalidad más extrema, el trabajo familiar por cuenta propia o el mismo desempleo). Por la historia y las presentes circunstancias determinadas por las relaciones sociales impuestas por el capital, el llamado a un paro general devenido en un mismo momento, en una movimiento general y popular -y no se dice nacional por el respeto inclusivo que reivindican las luchas del pueblo mapuche cuyo concepto de nacionalidad es distinta al del pueblo mestizo chileno-, libera las posibilidades de un novedoso ciclo dinámico del movimiento social y político compuesto por todos aquellos que sufren los dolores del actual orden de cosas.
4. Naturalmente, la lucha amplia por la organización cuantitativa y cualitativa (inseparables) de los intereses de las grandes mayorías no termina en el llamado ancho a un paro general devenido en movilización general de los más. No es obra de un solo acto. Es un puerto de arribo que inmediatamente se transforma en un nuevo punto de partida y continuidad de un período renovado de los populares como actor político visible, influyente, ofensivo. Y como resulta imposible que sólo el paro y la movilización generales se vuelvan por arte de magia en alternativa política ante las expresiones políticas hegemónicas de la clase en el poder (Coalición por el Cambio y Concertación), ese propio movimiento real de lucha -cuyo programa resuelto por los propios sujetos sociales congregados se asienta en la soberanía de la mayoría sobre los recursos naturales, el derecho al pleno empleo, la conquista de derechos sociales ultimados por los pocos gran propietarios (salud, educación, seguridad y previsión social, vivienda, servicios básicos accesibles), la destrucción de la relaciones patriarcales, machistas y racistas dominantes, y el respeto irrestricto por el medioambiente- creará las condiciones, como una necesidad proveniente de su propio curso y desarrollo, de las nuevas conducciones políticas de los intereses de los trabajadores y el pueblo.
5. Sin embargo, todo lo anterior es terreno y posibilidad en disputa. No está escrito en las estrellas, de forma fatal, que ocurra de esa manera. De hecho, también es altamente probable que un escenario así, bajo las actuales relaciones de fuerza, sea amañado electoralmente por la «nueva» Concertación o, incluso, por sectores de la propia Coalición por el Cambio. O por un caudillo digitado oportunamente por los intereses del capital. Ello también ha ocurrido en otros pasajes de la lucha de clases en el país.
6. Las fuerzas anticapitalistas, y sus direcciones provenientes del movimiento popular concreto en un período igualmente concreto, de no contar con la audacia, flexibilidad táctica, capacidad de adaptarse rápidamente (sin jamás perder el horizonte estratégico) a los nuevos modos, contenidos, conductas y formas de lucha de los pueblos y los trabajadores, y sobre todo, con vocación de triunfo, están condenadas de antemano a la derrota. La voluntad de poder expresada en organización y lectura apropiada de las circunstancias, límites y potencias de la realidad en su sentido más fuerte, es la condición cardinal que determina sus posibilidades para convertirse en alternativa política.
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