La muerte del general Sergio Arellano Stark revivió los más de setenta asesinatos cometidos por la «Caravana de la muerte», un comando especial del ejército al mando de Arellano, que en octubre de 1973 recorrió el país en un helicóptero «Puma» fusilando y masacrando a militantes de Izquierda y partidarios del presidente Allende, por instrucciones […]
La muerte del general Sergio Arellano Stark revivió los más de setenta asesinatos cometidos por la «Caravana de la muerte», un comando especial del ejército al mando de Arellano, que en octubre de 1973 recorrió el país en un helicóptero «Puma» fusilando y masacrando a militantes de Izquierda y partidarios del presidente Allende, por instrucciones precisas del dictador Augusto Pinochet. En la cobertura informativa del fallecimiento del general, la mayoría de los medios de prensa obvió casi completamente el papel que Arellano Stark cumplió como uno de los principales gestores del golpe militar que depuso, en septiembre de 1973, al gobierno de la Unidad Popular.
El 22 de agosto de 1967, Agustín Edwards -propietario de El Mercurio y de uno de los principales grupos económicos del país- creó la Cofradía Náutica del Pacífico Austral, inspirándose en el Royal Yacht Squadron inglés. A la reunión constitutiva concurrieron, además de Edwards, Hernán Cubillos Sallato, Enrique Puga, Bendro Drummond, José Toribio Merino, Oscar Buzeta, Eric Weber, Isidoro Melero, John Hardy y Roberto Kelly. La cofradía, bajo el pretexto de «cultivar los deportes náuticos», sirvió de tapadera para empezar a congregar a empresarios, banqueros y altos mandos de la Armada nacional, inquietos por el crecimiento de los partidos de Izquierda que aspiraban a ganar las elecciones presidenciales programadas para 1970.
En 1968 el entonces coronel Arellano Stark, jefe de la Casa Militar, fue designado edecán militar del presidente Eduardo Frei Montalva, sustituyendo en el cargo al también coronel Oscar Bonilla, que fue enviado a Madrid como agregado militar de la representación diplomática chilena en la España del dictador Francisco Franco. Como edecán de Frei Montalva, el coronel Arellano estrechó vínculos con numerosos integrantes del gobierno democratacristiano.
Al año siguiente, en 1969, Arellano partió también a España como agregado militar, donde se mantuvo hasta agosto de 1971. En 1970, luego del triunfo de Allende, le tocó recibir y vincularse con numerosos chilenos que huyeron del país, temerosos del «régimen comunista» que supuestamente impondría la Unidad Popular, entre ellos algunos de los partícipes del intento de secuestro y asesinato del general René Schneider, comandante en jefe del ejército, en octubre de 1970. A fines de agosto de 1971 Arellano regresó a Santiago y a comienzos de 1972 fue designado comandante del Regimiento de Infantería «Maipo», la principal unidad del ejército en la guarnición militar de Valparaíso.
Por esa fecha la cofradía náutica creada por Agustín Edwards había crecido significativamente y seguía estableciendo puentes en una creciente conspiración para derrocar al gobierno socialista de Allende. A los fundadores se sumaron otros altos oficiales de la Armada como Patricio Carvajal, Ismael Huerta, Arturo Troncoso y Pablo Weber, todos claves en la gestación del futuro golpe del 11 de septiembre del 73. También se incorporaron civiles como Fernando Léniz -administrador de los bienes de Edwards y ministro de Hacienda de la dictadura-, Jorge Ross, dueño de la Compañía Refinadora de Azúcar de Viña del Mar, CRAV; Ricardo Claro, Enrique Puga, Alfredo Barriga, Marcos Cariola y Emilio Sanfuentes, entre otros.
Roberto Kelly, que actuaba como secretario ejecutivo de la cofradía, fue oficial de la Armada hasta 1967, compañero de promoción de los almirantes Horacio Justiniano y Pablo Weber. Como muchos de sus camaradas de la Marina, Kelly rechazaba de plano el «mundo político» y Edwards había deslizado comentarios sobre lo mal pagados que estaban, a su juicio, los oficiales tan capacitados como él en la Armada. Así, Kelly, a los 47 años, poco antes de ascender a almirante, decidió abandonar las filas y se transformó en uno de los colaboradores de confianza de Edwards, quien lo puso al frente del criadero de aves Genética Avícola y Animal Limitada. Su sueldo era varias veces superior al que ganaba un almirante.
Kelly de administración y de pollos no sabía nada. En realidad, su tarea fue estrechar vínculos entre los detentores de las grandes fortunas y los círculos de oficiales golpistas existentes en la Armada, el ejército, la Fuerza Aérea y Carabineros. Al promediar 1972, Kelly incorporó a la cofradía al coronel Sergio Arellano, comandante del «Maipo», y al general de Carabineros Arturo Yovane, al mando de las fuerzas policiales uniformadas en Valparaíso. Casi al mismo tiempo, creó nuevas cofradías en Talcahuano, Puerto Montt y Punta Arenas, ciudades-puertos donde existían bases navales.
APRONTES EN LA FACH
A comienzos de octubre de 1970, el presidente del Senado, el democratacristiano Tomás Pablo, declaró que habían ingresado al país unos cuarenta guerrilleros de origen húngaro. Por esos días el capitán Jorge Silva, oficial de la contrainteligencia de la Fach, fue llamado por el comandante en jefe de la institución, el general Carlos Guerrati, quien le encargó ir disimuladamente a la base aérea de Quinteros y entrevistarse con el coronel José Berdichewsky, que poseía información sobre una célula comunista que se estaba formando en esa repartición.
Berdichewsky le dijo al capitán Silva que él no tenía ningún antecedente sobre aquella célula y que quien los tenía era el comandante en retiro de la Fach Sergio Montero. Silva acudió a Montero y éste le confesó que la célula comunista había sido un pretexto para hablar con alguien de la contrainteligencia de la Fach y solicitarle ayuda en un atentado para eliminar a Salvador Allende cuando acudiera, pocos días después, a un acto público en Valparaíso. Montero pidió ayuda de algunos hombres para cubrir la retirada de los conjurados.
Silva tomó nota, volvió a Santiago y al día siguiente informó al general Guerrati, quien le pidió su opinión sobre el tema. El capitán le replicó que, a su juicio, sería una insensatez que la Fach se involucrara en una acción de ese tipo. Guerrati guardó silencio. El capitán Silva, inquieto, se contactó con Miguel Labarca, secretario personal de Allende, y le relató lo sucedido. Horas más tarde, Silva y un amigo suyo, el comandante de la Fach Alamiro Castillo, entregaron todos los antecedentes del caso al presidente electo. Dos días antes de viajar al mitin en Valparaíso, Allende informó a algunos periodistas que durante su próxima estadía en el puerto, un tal señor Montero intentaría asesinarlo.
Uno de los organizadores del complot había sido el coronel Mario Jahn Barrera, jefe de contrainteligencia de la Fach, quien luego del triunfo de Allende del 4 de septiembre de 1970, había abandonado el país rumbo a la zona militar estadounidense en Panamá, temeroso de que la Unidad Popular descubriera sus conspiraciones.
El coronel Jahn y varios otros oficiales de la Fach -algunos muy bien conectados con las misiones militares y con los agentes de inteligencia de Estados Unidos en Chile- operaron desde la segunda mitad de los años 60 en procura de que los partidos de Izquierda no llegaran al gobierno. Incapaces de evitar el triunfo de la Unidad Popular en 1970, se abocaron a preparar un golpe militar en contra de Allende estableciendo estrechos vínculos con núcleos similares en la Armada, el ejército, Carabineros y civiles. En Valparaíso, dos de sus contactos claves fueron el coronel Sergio Arellano y el general Arturo Yovane.
En 1971, en tanto, en el Hotel O’Higgins de Viña del Mar se congregó un grupo de empresarios convocado por Orlando Sáenz para crear una «estructura de guerra» que permitiera allegar recursos económicos a los preparativos del golpe militar. A esa reunión asistieron Hernán Cubillos, Javier Vial, Eugenio Heiremans, Jorge Fontaine, Pedro Lira, Ernesto Pinto, Raúl Sahli, Pedro Meléndez, Felipe Falcone, Sergio Vergara Bruce, Jorge MacKay, Bruno Casanova, Jaime Said, Domingo Arteaga, Eugenio Ipinza, Hernán Errázuriz y Fernando de Agüero, entre otros. Se acordó aportar fondos y recaudar en Chile y en el extranjero nuevos aportes para preparar y poner en marcha todos los mecanismos necesarios para desestabilizar al gobierno de la Unidad Popular.
EL COMANDO SUBVERSIVO
En diciembre de 1972, una vez concluido el proceso de calificaciones del ejército, Sergio Arellano Stark fue ascendido a general, trasladado a Santiago y puesto al frente del Comando de Tropas del ejército, con sede en Peñalolén. Tenía como misión organizar una nueva unidad operativa que estaría constituida por los comandos de Aviación, de Telecomunicaciones y de Ingenieros del ejército. En ese momento, Arellano y un pequeño grupo de generales ya estaba completamente involucrado en los preparativos de la asonada en contra del gobierno popular. Se comunicaba con frecuencia con el ex presidente Frei Montalva, con los sectores golpistas de la Democracia Cristiana, entre ellos Juan de Dios Carmona, Sergio Ossa Pretot y Juan Hamilton. También asistía a reuniones secretas en una casa de Lo Curro, en Las Condes, donde acudían los miembros del llamado «Grupo de los 15».
A fines de junio de 1973, Arellano concurrió a una nueva cita de los conjurados que ya preparaban los detalles del levantamiento militar. Allí, en la residencia del abogado Jorge Gamboa Correa, se encontró con Gustavo Leigh Guzmán, segundo hombre de la Fach; el vicealmirante Patricio Carvajal, jefe del Estado Mayor de la Defensa Nacional; el contralmirante Ismael Huerta, representando al almirante José Toribio Merino; el general de ejército Arturo Vivero; el general de aviación Nicanor Díaz Estrada, secretario del Estado Mayor de la Defensa; y, los generales de ejército Javier Palacios Ruhmann y Sergio Nuño Bowden.
En las semanas siguientes los acontecimientos se precipitaron. El 7 de septiembre, Patricio Carvajal llamó por teléfono a Arellano y le pidió que se reunieran de manera urgente. Carvajal le dijo que en la Armada, especialmente en la Infantería de Marina, ya no estaban dispuesto a seguir esperando y que un grupo de almirantes quería actuar el lunes 10. Arellano respondió que era necesario que las tropas estuvieran en sus cuarteles y que era mejor proceder el martes 11. Así lo acordaron y al día siguiente, previa comunicación entre el almirante Merino y Arellano, se dio el vamos.
El general Augusto Pinochet, comandante en jefe del ejército, aún no estaba enterado.
El 10 de septiembre, Arellano Stark informó a todos los jefes y oficiales del cuartel de Telecomunicaciones de Peñalolén que al día siguiente se realizaría la asonada golpista. Informó que él se trasladaría a la guarnición de Santiago y Pinochet se quedaría en Peñalolén. Luego se reunió con los comandantes de la guarnición de Santiago en su oficina del Ministerio de Defensa, y les informó lo mismo.
El día del golpe de Estado tomó el mando de la poderosa guarnición de Santiago, perteneciente a la II División del Ejército, cuyo comandante era el recién nombrado general Herman Brady. Arellano Stark tomó el mando de la «Agrupación de Combate Santiago Centro», creada para tal efecto, y que incluía el sector de La Moneda.
En octubre de 1973, Pinochet lo nombró delegado de la Junta Militar de Gobierno y con la «Caravana de la muerte» recorrió distintas ciudades del país y ordenó ejecutar a unas 75 personas.
El 15 de octubre de 2008, fue condenado por la Corte Suprema a seis años de prisión por su participación en esos crímenes. Casi un mes después, el 18 de noviembre de ese año, el ministro Víctor Montiglio lo absolvió de ir a la cárcel dado su avanzado alzheimer.
Arellano se retiró del ejército en enero de 1976 sin aceptar los cargos que le ofreció Pinochet. En 1977, junto al general Javier Palacios, adquirió la empresa Fanaloza, en manos de la Corporación de Fomento de la Producción, Corfo. Hasta ahora, se ignora si pagó esa adquisición.
En 1981, Arellano se convirtió en asesor administrativo de la gerencia general del Banco Hipotecario de Fomento.
LAS MEMORIAS
El pasado miércoles 9 de marzo, el periodista Héctor Soto contó en su programa «Terapia Chilensis», en radio Duna, un capítulo desconocido de la vida de Arellano.
En una comida de bancarios, a comienzos de los 90, Soto se encontró con el general en retiro y le preguntó si había leído las recién publicadas memorias de Augusto Pinochet.
-Sí, las leí-, respondió el general.
-¿Y qué le parecieron…?
-¡Puras mentiras! Augusto lo inventó todo. Nada de lo que escribió sobre el golpe es cierto…
-General… ¿y usted escribió sus memorias…?
-Sí, pero me las robó el Mamo…
-¿Cómo…?
-Un día llegue con mi mujer a mi departamento en Viña del Mar. Todo estaba bien, pero se habían llevado mi caja fuerte donde tenía mis memorias…
-¿Y qué hizo?
-Llamé al Mamo y le dije: ¡Mamo, devuélveme mis memorias; y no seas fresco, devuélveme también los diez mil dólares que tenía en la caja fuerte…! Pero nada. Sólo se rió al otro lado del teléfono…
Publicado en «Punto Final», edición Nº 847, 18 de marzo 2016.