El incidente de Conejo, el aplazamiento de la firma del acuerdo final, las mentiras acerca del proceso y las acciones del propio gobierno les han dado nueva fuerza a los opositores de la vía negociada. La foto que no fue El pasado 23 de marzo era la fecha que -de manera inesperada- habían fijado el […]
El incidente de Conejo, el aplazamiento de la firma del acuerdo final, las mentiras acerca del proceso y las acciones del propio gobierno les han dado nueva fuerza a los opositores de la vía negociada.
La foto que no fue
El pasado 23 de marzo era la fecha que -de manera inesperada- habían fijado el presidente Juan Manuel Santos y el jefe de las FARC, Timoleón Jiménez, para firmar el acuerdo de paz en La Habana. Pero la fecha pasó y todos se quedaron esperando la foto del estrechón de manos entre el presidente de Colombia y el jefe guerrillero, tal vez con el presidente Obama como garante, lo cual sin duda habría aumentado las posibilidades de obtener el premio Nobel de la paz.
En lugar de esta fotografía histórica, lo que se dio en Cuba esa semana fue la entrevista del secretario de Estado de Estados Unidos, John Kerry, con las delegaciones del gobierno y de las FARC de manera separada. Al final de estos encuentros, dijo Kerry que «El proceso de paz en Colombia, como la histórica visita del presidente Barack Obama a Cuba, es la señal de una profunda transformación en curso en América Latina».
El incidente de La Guajira se convirtió en una crisis.
Por su parte los negociadores de las FARC fueron al grano y le pidieron por escrito al secretario de Estado:
- «Señor Kerry, por su conducto pedimos a Estados Unidos ayude a frenar la violencia paramilitar» – lo cual demuestra las profundas dudas de su parte sobre la voluntad del gobierno colombiano para enfrentar este problema-.
- Igualmente, los guerrilleros urgieron al alto funcionario «a contribuir a poner en marcha ya el acuerdo referente al problema de cultivos ilícitos».
- Pero las FARC también dejaron un destello de optimismo y compromiso en esta carta: «Es nuestra intención seguir trabajando resueltamente en estos pocos meses que nos separan del acuerdo final» (énfasis añadido).
Con el tiempo se conocerán otros detalles de esa reunión. Pero más allá del respaldo decidido de organismos multinacionales y gobiernos extranjeros, queda en claro que la suerte de la paz se definirá en Colombia y que los apoyos internacionales se acomodarán a los desarrollos internos.
Incidente exagerado
Todavía están frescas las imágenes del pasado 18 de febrero, cuando un grupo armado de las FARC entró al corregimiento de Conejo, en La Guajira, escoltando a Iván Márquez, Joaquín Gómez y Jesús Santrich (que venían en traje de paisanos). En ese encuentro los visitantes de las FARC saludaron, pronunciaron arengas a favor de la propuesta de la constituyente y el público coreó consignas a favor de la paz.
El hecho, ciertamente infortunado, de haber portado armas, fue sin embargo objeto de exageración y de manipulación interesada por parte de los enemigos del proceso. El incidente precipitó una ola de imágenes en las redes sociales y una cascada de denuestos contra las FARC, de comparaciones con el Caguán, de alusiones a la supuesta reedición de la estrategia de combinación de las formas de lucha y de anatemas contra la política de paz. El procurador Ordoñez acusó al ministro de Defensa de haber ordenado un despeje ilegal y los militares en retiro se sumaron a este coro alucinado.
El incidente de La Guajira se convirtió en una crisis porque amplios sectores de la opinión están contra el proceso de paz y porque los ánimos generales están bastante caldeados debido a la crisis económica que se perfila, al creciente costo de la vida y a la impopularidad del presidente que de alguna manera se traslada al proceso de La Habana. Además, en el espectro político intervienen fuerzas sociales y corporativas que alimentan y renuevan el imaginario de la guerra.
Mentiras descaradas
En este escenario, los voceros del que podría llamarse «frente contra la paz» saben lo que hacen cuando redundan en el estribillo aquel de: «Santos le está entregando el país al las FARC».
Por los mismos días del incidente de La Guajira intercambié impresiones con un capitán retirado del Ejército, quien ofreció mostrarme un video donde aparecían con toda claridad las pruebas de la conexión de Santos con las FARC. Incluso mencionó el alias con el que supuestamente el presidente es conocido entre las filas guerrilleras. Al final, el capitán no logró capturar en su celular el anunciado video y solo pude ver otro donde se alteraba el rostro del presidente Santos hasta hacerlo parecer una bestia amenazante.
Me reí de estos juegos de escolar sin tareas, pero mi interlocutor continuó sin distracción su discurso sobre la «entrega del país a las FARC», el «premio a los asesinos y la persecución a altos oficiales de las Fuerzas Armadas» y la «conversión de barrios decentes en nidos de delincuentes que llaman reinsertados».
Por lo primitivas, estas acusaciones no deberían merecer mayor atención. Sin embargo al constatar que circulan con bastante amplitud y que son enunciadas por personas muy distantes del analfabetismo se aprecia la magnitud del impacto que han tenido estas campañas de mentiras que, a fuerza de ser repetidas, van adquiriendo consistencia, se difunden por las redes sociales y se establecen en los medios.
Y sigue la represión
No creo que este «frente contra la paz» pueda impedir la firma del acuerdo, pero hay que tener en cuenta sus acciones pues sin duda buscan configurar el campo político y emotivo del posconflicto en Colombia.
Ya desde ahora la intoxicación contra la paz se mantiene en una atmósfera cargada de amenazas, de atentados contra líderes de la lucha por la restitución de tierras y de dirigentes de movimientos sociales, indígenas y defensores de derechos humanos.
Por ejemplo el número de víctimas mortales solo de la Marcha Patriótica desde su fundación en 2013 asciende a 113, y en su mayoría son jóvenes. Parece que el castigo no solo se centra en el presente sino en la alternativa de futuro.
Debilidad y arrogancia
Las vacilaciones del gobierno y su actitud temblorosa frente al Centro Democrático y a las demás fuerzas del «frente contra la paz» no han contribuido a apaciguarlo: por el contrario, han estimulado la exaltación de los estigmas y del espíritu de revancha.
El 19 de febrero, al día siguiente de los hechos de La Guajira, el presidente Santos advirtió con arrogancia que si sus contrapartes no firmaban el 23 de marzo, «los colombianos entenderemos que las FARC no estaban preparadas para la paz». Refiriéndose a la posición del presidente la revista Semana resumió: «Las líneas rojas que marcó dicen que no habrá constituyente para refrendar los acuerdos; no habrá zonas de concentración donde haya población civil; no podrán (las FARC) incidir en la elección de magistrados de la jurisdicción especial de paz; y no habrá proselitismo político hasta que dejen las armas. El mensaje del presidente es, en últimas, lo toman o lo dejan.»
Número de víctimas mortales solo de la Marcha Patriótica desde su fundación en 2013 asciende a 113.
De manera unilateral, el presidente trazó líneas rojas que buscan enjaular a las FARC y cercenar sus aspiraciones políticas, aquellas que ya se habían hecho explícitas en el acuerdo sobre participación política que las partes firmaron el 8 de diciembre de 2013. Con actos como estos el presidente trata de lograr que el proceso no concluya con un acuerdo de paz entre las partes sino con la firma de un contrato de adhesión por parte de la guerrilla.
La subcomisión técnica: ¿Un jarrón chino?
Entre tanto en La Habana Humberto De la Calle y Sergio Jaramillo radicalizan sus posturas y se aferran a las minucias al relativizar logros ya alcanzados en laboriosas negociaciones.
Al respecto resulta sintomático el tratamiento que le dieron al informe de la sub comisión técnica integrada por generales y dirigentes de la guerrilla. Los miembros de la subcomisión que durante cerca de un año venía trabajando sobre asuntos cruciales como el cese al fuego y la dejación de armas debieron sorprenderse al ver que su documento era recibido por los plenipotenciarios como«(…) un intercambio, pues los acuerdos emanan exclusivamente de la mesa».
Con esta declaración, los voceros del gobierno desconocen que el hecho de que los contendientes en la guerra hayan podido encontrarse cara a cara es una de las dos innovaciones más significativas y decisivas del proceso de La Habana en comparación con procesos anteriores (la otra innovación ha sido la presencia de las víctimas). Como una vez me dijera el general Landazábal Reyes, la paz para Colombia solo podría avanzar de verdad cuando los militares y los guerrilleros se encontraran en las negociaciones. Desde la otra orilla pensaban de manera similar los comandantes Manuel Marulanda y Jacobo Arenas. Por ello resulta desproporcionado asumir apenas como un insumo lo logrado en la subcomisión técnica.
Gobierno dividido
En el mismo gobierno han tenido un muy amplio campo de acción fuerzas que no pueden contarse entre los partidarios de una paz convenida. Es el caso de Vargas Lleras que tiene que ser visto como oscura hipótesis presidencial para una etapa de posconflicto. María Jimena Duzán recordaba recientemente el apoyo de Cambio Radical a Kiko Gómez el gobernador de la Guajira hoy en la cárcel acusado de vínculos con el paramilitarismo o a Luis Pérez actual gobernador de Antioquia, sindicado de lo mismo. Igualmente Cambio Radical apoyó la candidatura del actual alcalde de Magangué llevado al cargo por Enilce López «La Gata».
Por todas estas razones, hoy más que nunca le hace falta al proceso de paz un amplio movimiento ciudadano que, desde posiciones independientes, apoye la paz y se comprometa con la creación de condiciones democráticas para el posconflicto.
Medófilo Medina, Cofundador de Razón Pública.
Fuente original: http://www.razonpublica.com/index.php/conflicto-drogas-y-paz-temas-30/9333-arrecia-oposici%C3%B3n-contra-la-paz.html