Introducción. Aproximadamente en el año 2007 cuando aún funcionaba la Biblioteca Popular de la Casa del Obrero «Ateneo Libertario» en la ciudad de Quito, recibimos por casualidad el Manifiesto Comunista Libertario de Georges Fontenis, el envío provenía de una pequeña agrupación libertaria argentina que había reeditado el manifiesto a partir de una traducción hecha […]
Introducción.
Aproximadamente en el año 2007 cuando aún funcionaba la Biblioteca Popular de la Casa del Obrero «Ateneo Libertario» en la ciudad de Quito, recibimos por casualidad el Manifiesto Comunista Libertario de Georges Fontenis, el envío provenía de una pequeña agrupación libertaria argentina que había reeditado el manifiesto a partir de una traducción hecha en Chile. La obra de Fontenis para quienes en esa época nos considerábamos anarquistas puros e inmarcesibles, significó un puñetazo en la cara literalmente. Comprendimos en ese momento, al calor de la inutilidad política que representaban nuestros esfuerzos por «cambiar el mundo» mediante proyecciones de cine, conversatorios, vínculos con tribus urbanas, circuitos de agrupaciones minúsculas sin ninguna participación real en política, que estábamos en cualquier parte menos donde esta se jugaba. En ese entonces, la posibilidad desde el anarquismo ecuatoriano para desarrollar un proyecto revolucionario serio era impensable. Meses después de haber devorado el manifiesto, cuyo efecto desde aquel momento hasta el día de hoy ha sido la ruptura con un sector grande pero políticamente insignificante del anarquismo criollo, para quienes la acertada lectura de Fontenis significaba stalinismo, ortodoxia, autoritarismo, etc., recibimos la visita de un compañero de Chile. Dicha visita fue importante en la medida que nos acercábamos a un intento, con sus limitaciones y aciertos, que buscaba pensar el anarquismo en conexión con las luchas del pueblo, desde América Latina. La motivación proveniente de la lectura de Fontenis como de la experiencia chilena del Congreso de Unificación Anarco Comunista (CUAC), se convirtieron en importantes referentes para al menos, en ese momento, sentarnos a pensar «más en serio». No encontrábamos en el anarquismo ecuatoriano con el que nos identificábamos, extinto políticamente desde su primera batalla (el 15 de noviembre de 1922) y continuado por artistas, cantautores sin proyecto o relevancia política en tanto alternativa orgánica, herramientas, experiencia o referentes necesarios para afrontar la tarea de crear una organización revolucionaria de carácter nacional. Evidentemente los años no pasan en vano, de aquella generación de «viejos militantes» poco o nada queda, de hecho muchos de quienes hasta hace algunos años nos identificábamos plenamente anarquistas el contacto con los problemas reales del pueblo y sus organizaciones, así como con lecturas de otros referentes y vertientes teóricas a las que no acudíamos por miedo a «defraudar» a Bakunin (desde una lectura principista de este), ha permitido que superemos visiones idealistas, voluntaristas y nada orgánicas tan patentes de ese anarquismo con el que nos que asumíamos de forma religiosa y necia. Ahora somos tan cercanos a Bakunin como a Marx, a Fontenis como a Gramsci, a Makhno como a Öcalan, así como a pensadores contemporáneos y procesos progresistas que se desarrollan alrededor del mundo. La presente entrevista fue realizada durante 2014 y 2015, empezó en Santiago de Chile en el mes de septiembre, junto a los actos y movilizaciones conmemorando el golpe fascista del 11 de septiembre de 1973, y ha sido finalizada en este septiembre. Recomendamos su lectura sin descuidar las críticas y observaciones, siempre pertinentes, que se puedan realizar; refleja en muchos aspectos el debate actual dentro de las filas libertarias de nuestro país, la necesidad de un referente político de cobertura nacional, instancia que se hace posible hoy, luego de tantos años y equivocaciones.
¡Por el socialismo y la libertad! ¡Arriba los que luchan y los que no luchan!
Carlos Pazmiño. Comencemos hablando sobre los orígenes del Congreso de Unificación Anarco Comunista (CUAC) en Chile, ¿cómo fue que los anarquistas chilenos vieron la necesidad de superar la idea de colectivo u organización voluntarista, educacionista, contra cultural, hacia la organización política? ¿Qué es y cuál es el rol de organización política anarquista?
Mario Celis. El panorama libertario en Chile en la década 90 presentaba un buen número de colectivos, que habían pasado de la contracultura, a mostrarse en manifestaciones mapuche, e intentar armar algunas coordinadoras, pero siempre todo sucumbía en la dispersión o en prácticas despolitizadas.
En 1998, varios grupos intentábamos levantar un centro libertario en una casa ocupada en el centro de Santiago. Al fracasar ese proyecto, se vuelve a la dinámica de colectivos y coordinadoras. Hasta que en 1999, las conversaciones entre algunos grupos de Santiago, conectados también con grupos de Valparaíso y Concepción, plantean unificar a los colectivos que estuvieran buscando organizarse políticamente. Para eso se propone convocar a un congreso, un encuentro de debate. Este encuentro se realiza en un sindicato y dura un día completo. Allí se acuerda crear una organización con objetivos políticos, con la base teórica del «Manifiesto Comunista Libertario» de George Fontenis.
Como necesitábamos un nombre, se decide usar provisoriamente el nombre del congreso. La sigla que formaba, demostraba muy poca seriedad. Muchos nos dijeron «suena como la onomatopeya de un pato, tienen que cambiarlo». Pero nos fuimos acostumbrando a usarlo, porque nos daba risa, rompía con toda solemnidad y era provocador. Finalmente quedo como el nombre oficial. Hoy se puede entender como un reflejo de la época, del cambio de siglo. Si lo lees completo, parece el nombre de una orgánica seria, al estilo de las viejas uniones de salitreros, portuarios, zapateros o gráficos. Si lees solo la sigla, es el espíritu bromista, desenfadado y descomprometido de los años 90. Era la dualidad de un anarquismo joven, que se debatía entre ser o no ser; la tradición o algo nuevo, lo individual o lo colectivo, coordinación flexible o estructura reglamentada, voluntarismo o compromiso, iniciativas efímeras o practicas permanentes.
Muy pronto la realidad nos obligó a escoger entre una de ambas opciones, sin espacio para ambigüedades. Se necesitaba una organización que definiera metas políticas, con un aparato operativo que funciono al principio con comisiones y luego con frentes (trabajos en sectores sociales: estudiantil, sindical, poblacional) y comisiones al servicio de estos frentes. Sin sospechar que la construcción de estos trabajos, sería fundamental para lo que vendría después. Y sin tampoco tener todas las herramientas para enfrentar una época llena de incertidumbres, en un entorno realmente jodido, con ninguna condición objetiva a la vista, ningún referente cercano hacía atrás.
Carlos Pazmiño. El CUAC por los documentos que se puede leer, muestra una estructura interna definida, organizada y planificada, con comisiones y frentes específicos de desarrollo político. ¿Se puede decir que el CUAC fue un esbozo de partido anarquista, cómo se pensó y funcionó la estructura orgánica? ¿Cuáles fueron sus pros y contras?
Mario Celis. Nunca nos gustó hablar de partido, ni planeamos esbozar un partido, que por lo demás era algo que provocaba gran rechazo, incluso entre nosotros, y además era la peor acusación que los grupúsculos contraculturales nos hacían. Para mi generación, el concepto estaba relacionado al partido tradicional de izquierda, tan lleno de rigidez, autoritarismo, clientelismo, de privilegios, machismo, etc. Nadie quería eso. Siempre se pensó en una organización que siguiera la tradición del anarco comunismo, con programa político y disciplina organizativa, muy lejos de un orden militar, más bien basado en las responsabilidades auto – asumidas. Una organización que decidiera junto a la gente, a la vez que, diera respuestas al adormecimiento de las demandas sociales, que generara propuestas decididas, como fuerza visible, con incidencia a nivel nacional. Pero había que rearmar al anarquismo chileno, luego de un vacío de décadas y eso implicaba lograr un cierto orden, en el disperso contexto libertario criollo. Al mismo tiempo nos exigíamos educar, formar nuevos militantes, extendernos a otras ciudades y regiones, relacionarnos con otras organizaciones, etc.
Era una mochila pesada. Por eso tuvimos que armar una estructura sólida, disciplinada, muy operativa, porque además aún éramos pocos. También se creó una mística muy fuerte. Algunos vieron esa estructura como un terrible partido verticalista. Al principio para otros grupos de izquierda (antes de ganarnos su respeto) éramos un montón de aficionados en política. Esto último tal vez estaba más cerca de ser cierto. Nuestro amateurismo (sin ingenuidad) era el reflejo del momento post dictatorial y precisamente una de nuestras fortalezas, al estar construyendo todo a cada momento, exentos de dogmas, recetas o artimañas, propias de los acomodos políticos.
Pero objetivamente nada llego a ser tan rígido, ni tampoco tan laxo. Lo que existía era una disciplina organizativa, que no estaba hecha para atentar contra la libertad de los militantes o para mezquindades. Sino para organizar y reinsertar lo libertario. Aunque es cierto que en la etapa final, algunos exageraron esa disciplina, afilaron su guillotina, provocando varios conflictos y retiro de militantes.
El tema estructural siempre complica las cosas, cuando no se tiene experiencia o no se profundizan los conceptos. En la época, la palabra «estructura» provocaba rechazo en alguna gente, que la entendían – incluso hoy la entienden – como contraria a la libertad. Pero curiosamente quienes son más reacios a respetar el orden colectivo, suelen convertirse en los más severos censuradores y centinelas de un orden represivo.
Finalmente, el aprendizaje fue que la disciplina no es vigilancia, que debe estar basada en la confianza en el otro y en sí mismo. Mientras que la ausencia de jerarquía requiere altos grados de compromiso y de madurez individual y colectiva. Que es básico y posible, que nuestras organizaciones tengan claridad de sus metas políticas y establezcan internamente un orden libre. Eso hoy, creo es indiscutible.
Si eso es un partido, difiere mucho de los partidos que conocemos…
Aunque podría llamarse así, cada organización debe definirlo claramente de antemano. Teniendo claro que esa estructura, como sea que se llame, no es para convertirse en una maquina electoral, ni para privilegios, ni para reproducir la dominación, ni para crear una jerarquía encubierta, que coarte las expresiones sociales o les joda la vida a sus miembros.
Creo sí, que cualquier organización libertaria que se proponga cierta seriedad, debería definir una estructura organizativa, un programa político, planes estratégicos, un calendario de actividades, un sistema de parámetros de evaluación de logros, espacios territoriales y transversales, un plan de recursos e infraestructura, un plan cultural, etc. Eso solo para empezar a hablar en serio.
Carlos Pazmiño. El anarquismo, o más bien los anarquistas, han dejado de pensar la política como un hecho concreto, dado y reproducido con el pueblo, escudándose en la pureza ideológica para no intervenir de forma efectiva en la sociedad, llevando a la concepción política libertaria a enarbolar tácticas, estrategias, y enfoques programáticos alejados de esta. En este sentido, ¿cómo pensó la política el CUAC? ¿Cómo la definirías desde el anarquismo?
Mario Celis. Por cierto el anarquismo es una ideología y práctica intrínsecamente audaz, «entradora» y dicho en chileno «puntúa». No en el sentido de ser más incendiaria, sino en que convoca a penetrar donde nadie más podría, a construir donde no hay nada, a dar pasos desconcertantes, a destrabar nudos, a lograr avances contundentes. Y esto, claro que necesita de una estructura organizativa dinámica, con ética, lucidez y disciplina férrea, que debe ser fraternal, pero enérgica contra todo espejismo y todo elemento, que desvirtúe los objetivos. No una maquina en constante caza de brujas, sino una búsqueda de equilibrio. En el CUAC, desde un principio existió esa búsqueda. La asamblea fue muy exigente con cada militante y enérgica contra los saboteadores, que si los tuvimos.
Si el CUAC era vanguardia o no, daba lo mismo en el contexto del Chile de la década 90, arribando al nuevo siglo, en que no pasaba nada nuevo. Con organizaciones sociales agónicas, marginalizadas, y con discursos estancados, que no daban cuenta de los temas de la ola globalizadora, como las privatizaciones, los tratados, los abusos, la modernidad, los malls, una transición eterna, una democracia frágil ante un pinochetismo que se negaba a morir. Frente a esto, el CUAC apuesta en lo externo a mostrar abiertamente las ideas de apartidismo, anticapitalismo, antiestatismo, junto a sus propuestas (uso del asambleísmo, acción directa, vocerías, autonomía organizacional, inserción y rearticulación social). También a exhibir una estética que toma distancia de la santería simbólica de la izquierda, generando acciones novedosas de propaganda, educación y cultura libertaria. Todo eso era llamativo y además eficaz. Así logra junto a otros grupos, sembrar una semilla para los movimientos sociales que resurgirían en la siguiente década.
Sin embargo, gran parte de la energía se invierte en enfrentar las complejidades de su propia estructura orgánica, y los obstáculos del mismo anarquismo. En neutralizar las posiciones que defendían el estilo de vida, la pseudo rebeldía, el individualismo, la consigna sin sustento, la tribu urbana, las repetidas e inconducentes charlas sobre el anarquismo del recuerdo (con mucha cerveza, mucho tallarín con salsa, mucha «tocata» punk rock, pero poco contenido), la sacralización de la barricada, etc, etc.
Cuando CUAC se transforma en OCL (Organización Comunista Libertaria), estos infantilismos, aunque con resistencia, se fueron eliminando. La organización creció y maduró, descubriendo que al crear formas de organización y estrategias adaptadas al aquí, hoy, podía convertirse en un actor protagónico en la política del país. Estas formas toman solidez con el trabajo en sectores poblacionales, sindicales y luego el trabajo del FEL (Frente de estudiantes libertarios) en el largo proceso del movimiento estudiantil. La presencia de nuevas organizaciones libertarias, en constante mirada crítica, también enriquece el panorama en los años siguientes.
Carlos Pazmiño. El CUAC fue un referente para muchos procesos organizativos en Latinoamérica y el mismo Chile, ¿cuál fue el alcance de los documentos y la experiencia del CUAC? ¿Cómo medir, así sea empíricamente su influencia?
Mario Celis. De alguna forma, el CUAC sirvió como experiencia motivadora, en el proceso del anarquismo ecuatoriano, peruano o boliviano tal vez. Junto a un aprendizaje nuestro de las organizaciones de Argentina y Brasil. Digo motivadora, pues no teníamos capacidad de acompañar más, ni mejor, cada proceso, pero sin duda las organizaciones de cada país, trazaron sus propios caminos, su propio anarquismo contemporáneo. En el Ecuador por ejemplo, se dio un crecimiento reflexivo, una madurez, que aunque no cuajó en una organización única a nivel nacional, comenzó a leer desde lo libertario los procesos vertiginosos del país desde los 90 hasta hoy. Y aunque eran procesos muy diferentes a lo que pasaba en Chile, el hecho de encontrarnos, de mostrar que existía una nueva oportunidad para el anarquismo en Latinoamérica, ayudo a plantearse metas desde nuestras realidades y crecer. Y claro, es muy satisfactorio saber que nuestras visitas, charlas o correspondencia con gente de otros países, aportaron en algo. Para nosotros fue muy enriquecedor, y conocimos grandes personas.
También es una responsabilidad mantener este intercambio de experiencias. Por eso, nos hemos preocupado de difundir algunos textos de entonces, junto con artículos o reflexiones posteriores que alguna gente del CUAC y de OCL del período 2000, continuó escribiendo. Si todo eso es aún material de consulta para diferentes compañeros latinoamericanos y las nuevas generaciones en Chile, me parece bueno y necesario, porque algunos análisis y experiencias no pierden actualidad y porque cada proceso actual puede volver a cero, si no hay conciencia histórica.
Ahora, de mediciones empíricas tenemos poco o casi nada. Hasta hoy, los trabajos de investigación o tesis disponibles, que analizan al CUAC o experiencias posteriores, no profundizan lo suficiente sobre las disyuntivas políticas de la época y como se repiten hoy. Incluso hay por ahí una tesis que cae en el chisme sobre personas, dando a entender que el proceso del CUAC, giró más en torno a conflictos personales que en torno a posturas políticas contrapuestas. Como en todos lados, sí hubo discusiones personales, pero lo único importante es saber que defendíamos políticamente.
Algunos de esos factores son medibles, a la espera que nuestros compañeros egresados de las ciencias sociales, aporten en sistematizar y crear indicadores para entender mejor que pasó. Por ejemplo, en la pugna en pro y en contra de la inserción social: Quienes se oponían, indudablemente defendían sus grupos de afinidad, sus tribus, su estilo de vida. Creo que podría ser comprobable que de eso, no nació ninguna propuesta política atendible, trascendente. Las obsesiones de esos grupos de afinidad eran en cambio, el embrión de la dispersión «insurreccional» de la década 2000.
Para verificar esto, basta ver que ocurrió con esos grupos, sus trabajos y sus miembros. Que ocurre hoy con los cientos de colectivos que nacen con muerte súbita y se desvanecen.
Pero más aún, creo que es perfectamente cuantificable como los trabajos durante este tiempo pasan de la tribu urbana a un mínimo trabajo voluntarista y educacionista (como los primeros preuniversitarios populares) hasta lograr un trabajo reivindicativo en sectores sociales.
También ha sido comprobable en el tiempo, que la creación de frentes sociales no solo era necesaria, sino imprescindible. Solo la profundización en temas reivindicativos clave, como educación, vivienda o trabajo, daría al anarquismo chileno y Latinoamericano el impulso necesario para su posterior y actual desarrollo. Aún más, nuestros métodos libertarios, promovidos dentro del movimiento estudiantil, sindical y en las luchas por vivienda, conflictos ambientales o regionales, se convertirían pocos años después en el motor que impulsaría la irrupción de estos movimientos en la década 2000.
Creo que hoy en la década 2010, es necesario medir los impactos pasado y actuales, o seguiremos llevados por opiniones subjetivas de cada cual. Alguien concentrado en un trabajo sectorial o territorial, así como quien aporta con su trabajo intelectual, difícilmente tiene una vista panorámica del proceso completo. Ser autocomplaciente al evaluar tu trabajo, sin plazos definidos, sin metas, o querer inventar todo desde cero, son también prácticas que suelen diluir todo avance.
Carlos Pazmiño. Ahora, en función de esta influencia y el creciente despunte de lo libertario en Chile, ¿cómo valoras esto? ¿Qué hay del CUAC en los libertarios chilenos de la segunda década del siglo XXI?
Mario Celis. Es innegable que desde el CUAC hasta hoy, se ha legitimado un camino de construcción de organización, que va desde la idea original de la inserción social, hasta las luchas por grandes transformaciones, la coordinación entre diferentes sectores y sus luchas, la idea de territorializar, la inclusión del feminismo, el ecologismo, etc. Aunque posterior al periodo electoral de 2013, se producen mayores diferencias y desviaciones hacia otras ideologías, el trabajo de las generaciones posteriores al CUAC ha tenido en general, un desarrollo coherente con el planteamiento inicial. Todo hasta ahora, se ha desarrollado más en lo estudiantil que en otros sectores. Seguido de lo sindical. Pero aún sigue pendiente la construcción de un trabajo localizado, barrial y en otros temas altamente sensibles como el previsional, ambiental, la alimentación, o la salud. También en la dimensiones que estos sectores tienen, como por ejemplo la problemática de género, migración, o el acelerado envejecimiento de la población chilena.
Han pasado casi dos décadas y el perfil de militantes y simpatizantes también se ha ampliado. Nuestra generación venía de estratos más precarizados, inestabilidad que derivaba en una participación inconstante. El ingreso de un gran contingente de estudiantes mejor preparados, de estratos medios, ha diversificado el movimiento, le ha dado más capacidad y acceso a un mejor análisis. Existe la intención de ampliarse a múltiples sectores, que creo se dificulta por algunos de los obstáculos al desarrollo del anarquismo que describimos en esa época del CUAC, y que aún persisten, no solo en Chile.
El problema etario: La dificultad para abrirse más allá del segmento juvenil que tienen las organizaciones libertarias (y quienes aún padecen la adolescencia, en un cuerpo de adultos).
El problema identitario: La falta de una identidad libertaria propia, local y de nuestra época, que deje atrás las prácticas de las subculturas urbanas, de otras ideologías, de otros proyectos políticos. El problema organizativo (falta aún creatividad y riqueza de formas organizativas para dar respuestas a necesidades de la gente, esto va de la mano con el problema de los recursos).
No me corresponde explayarme sobre el problema ideológico, ni en las discrepancias que últimamente han separado orgánicas, porque se está dando un debate profundo al respecto, y eso es muy positivo. Pero, claramente no considero un avance que las organizaciones libertarias se alejen del anarquismo para acercarse a posiciones de otros sectores.
Creo que entrar al juego electoral, en casos muy específicos, deben ser estrategias a discutir, y no para tirarse el pelo, ni dividirse. Oponerse a priori y tajantemente a participar en elecciones o abstraerse de toda coyuntura con otros grupos, puede ser tan contraproducente como aventurarse en una elección con un mal candidato, con pocas lealtades y sin recursos. Jugar con fuego, requiere un análisis previo de todos, para que después nadie llore o se pelee.
Sobre la actitud de las organizaciones anarco comunistas frente a los llamados insurrecionalistas o devotos del caos, si creo que ha existido una tibieza, cuando se ha guardado silencio o no se ha sido suficientemente enérgico ante todos los episodios espontáneos o acciones planificadas de irracionalidad violenta y despolitizada. Sólo demostrando una clara ética libertaria, vamos a lograr una legitimidad permanente. Sacudiéndonos cualquier ambigüedad vamos a poder mirar cara a cara a la gente. Para que nadie, menos un trabajador o trabajadora, nos identifique con prácticas como bombazos en el metro, o la lapidación de policías en una marcha. Para que las aventuras de ningún pseudo héroe, dañe los avances alcanzados. También veo muy complejo basar las luchas sociales en levantar cíclicamente nuevos mártires, hay un círculo vicioso interminable en esa lógica. Hay que cuidarse de la agresión del estado, evitar más muertes y exigir justicia, pero nuestras consignas deben principalmente reflejar las demandas y los caminos de construcción.
Carlos Pazmiño. ¿Por qué crees que el anarquismo ha pasado a ocupar un lugar marginal en la izquierda? Por ejemplo en el debate sobre el problema del poder y el Estado, el anarquismo responde acaloradamente «poder popular y autogestión», ¿no crees que se ha olvidado pensar estrictamente qué formación económico social y política planificada y centralizada en la clase trabajadora habrá de ocupar el lugar del Estado? En Ecuador como sabes, hemos levantado una propuesta en construcción denominada Nueva Organización Territorial de Autogobierno Popular (NOSTAP). A nosotros, la respuesta espontánea de poder popular y autogestión nos parece una cantaleta de primaria, demasiado abstracta, que no dice nada en términos reales.
Mario Celis. No veo que como idea o fuerza política, el anarquismo en Chile sea tan marginal en la izquierda, considerando que no va quedando mucha izquierda y descartando a los sectores que alguna vez fueron de izquierda y hoy prefieren llamarse progresistas. En el Chile de esta década, las organizaciones libertarias han logrado un lugar en la izquierda política e insertarse en varias luchas sociales importantes. Eso es un hecho, que algunos años atrás era impensable. Han demostrado permanencia, capacidad de propuestas y conducción en conflictos que parecen eternos. La duda es cuanto se pueden sostener estas luchas, y si el movimiento libertario puede mantener los espacios ganados y crecer. De seguro para esto no podrá seguir dependiendo de las demandas estudiantiles o sindicales, ni solo de las actuales organizaciones, deberá ampliarse.
El retroceso de las reformas prometidas por Bachelet, ha contribuido a estancar o diluir la efervescencia surgida el 2011 y el movimiento social ha caído en un notorio desgaste. Veo que en esa coyuntura actual, los sectores libertarios podrían ocupar un espacio mucho más preponderante. Tanto como estructura, o estructuras políticas más sólidas, con más recursos o como una cultura libertaria que penetre la cotidianeidad.
Y para eso, claro, se necesita una propuesta. Y esta propuesta requeriría de una audacia mucho mayor que la que impulso al CUAC en los 90. La propuesta NOSTAP de Ecuador es muy interesante y señala la posibilidad de escribir una orientación programática práctica.
En el movimiento ecologista chileno de hace dos décadas, logramos levantar propuestas político económicas. Basándonos en la Economía a escala humana, los escritos de Johan Galtung, Murray Bookchin, etc. y aplicándolas en comunidades con conflictos ambientales y en la red de Consejos ecológicos comunales. Todo eso se diluyo por los quiebres y la ausencia de una orgánica nacional representativa. Pero en las organizaciones libertarias actuales, es posible hacer grandes debates y crear una propuesta sólida. Tal vez por eso sigo creyendo en la construcción de una orgánica amplia de carácter nacional. Tengo confianza en que se puede encontrar el camino hacia un programa de unidad.
Las consignas del poder popular han contribuido a acercar las ideas libertarias a otros sectores, pero pareciera que hoy se requiere algo nuevo. Cuesta entender hoy un poder popular que no intente apoderarse por los espacios cotidianos que otros manipulan, o de crear fuerzas paralelas. Pienso en las juntas de vecinos, como brazos de los partidos, alcaldes y ministerios, como meros canales de propaganda, de dadivas, beneficiarias de políticas públicas, coludidas con privados que venden «operativos» de salud más barata, o legitiman sus inversiones invasivas. Si algún libertario se niega a entrar a las juntas de vecinos o instancias similares, debe ser capaz de crear estructuras que disputen el espacio a ese poder.
Sobre la autogestión, lo abstracto no es el concepto en sí, sino como se usa, despojado de su sentido y de sus prácticas. Desde los 90 la izquierda marxistoide más marginalizada, se apodero del concepto, desvirtuándolo como un sinónimo de autofinanciamiento, de recolectar monedas, de resistir fantasiosamente la precariedad de recursos. Ahora el término es de uso común, lo usan artistas o empresarios con idéntico simplismo. Para algunos es derechamente el gesto de rechazar todo recurso estatal, aunque contradiga la lucha por derechos. Culturalmente, denota todavía un gran apego a la marginalidad, autoimpuesta, impostada. Muchos grupos se conforman con la carencia. Carencia de recursos, de agenda, de militantes, de infraestructura, de métodos, etc. El trabajo se achica entonces, se termina adaptando a estas carencias, pero no se reestructura, cuando no existen plazos como elemento de un programa. Tal vez porque el término «gestionar», se entiende erróneamente como la acción de conseguir cosas, conseguir apoyos diversos, recoger las sobras y no administrar. En la autogestión en cambio, se administra, se conduce cooperativamente y por nosotros mismos un bien tangible, un medio de producción, un trabajo organizativo.
Carlos Pazmiño. Finalmente, y y a que hemos entrado en el debate sobre ser una alternativa política real para el pueblo, ¿cómo piensas la capacidad de hacer política desde el anarquismo, construir poder, acumular fuerzas y pelear por la hegemonía en el movimiento popular?
Mario Celis. Actualmente pareciera ser que en el contexto libertario chileno, ya no se puede postergar más ese debate. Acerca de cómo crear un programa aterrizado, coherente. Dejando clara mi valoración de todos los logros conseguidos, creo es posible avanzar en perspectivas que cuestionen las actuales lógicas de lucha, descubriendo nuevas luces. Una de ellas es el tema organizativo – productivo, donde comienza a aflorar un interesante camino relativo a los espacios productivos. Es decir, la construcción de espacios en territorios determinados, donde las organizaciones populares se apropien, creen, recuperen o adecuen medios de producción que generen recursos y desarrollo, en la lógica colectiva y/o comunitaria.
Desde el ecologismo social, nuestro aporte con Ecobarrial, ha sido explorar estas posibilidades en sectores populares a través del tema alimentario y su relación con huertos urbanos, huertos de cosecha rápida y constante, para espacios reducidos. Superando la poética, el esoterismo y el elitismo, que tanto acompaña al tema ambiental, hemos intentado durante la última década, llenar de sentido político las acciones ecológicas a nivel barrial. Esto se relaciona con esa exploración de nuevas prácticas populares, consistentemente osadas, que señalaba antes.
En la llamada «revolución pinguina» del 2007, los estudiantes secundarios chilenos, dieron varios de esos golpes desconcertantes que son totalmente libertarios (a principios de la década 2000 muchos dirigentes habían sido formados en el frente estudiantil del CUAC y OCL). La audacia de tomarse los colegios y quedarse a vivir allí, obligar al gobierno a dialogar con voceros, asambleas, o la creatividad comunicacional para captar la atención de la prensa, etc. Sin estas prácticas nada habría sucedido. Una muestra clara de que las prácticas hacen la lucha. Con solo consignas no se llega a nada.
Creo que en el tema cultural, hay un impulso clave que estaba en el Café Acracia , una práctica cultural del CUAC que hoy es replicable. Se necesita re actualizar la matriz cultural del anarquismo actual, crear una cultura libertaria que interprete la época que vivimos, que establezca relaciones igualitarias, nuevas prácticas culturales (me refiero a nuevos formatos que nos saquen de los imaginarios prestados de otras realidades, de otras décadas, de otras ideologías). No podemos seguir pegados en la peña, o en el acto que termina en rock o cumbia para universitarios. Necesitamos formatos de carácter familiar, nuevas instancias de encuentro, de lucha, de intercambio, expresiones artísticas políticas, Debemos salir de los moldes culturales trillados. Necesitamos una creatividad que avive el entusiasmo. No creo necesario aclarar que no hablo de ponerle peluca a la lucha social, de volver todo postmoderno y estrambótico, menos aún de despolitizarlo con globos o show populachero. Hablo de subvertir nuestros propios anquilosamientos culturales.
En un incierto año 2015 en Chile, entre un clima de descontento y descredito de los partidos, junto a la posibilidad de una nueva constitución, hay un momento crucial para abordar un protagonismo mayor. No creo que deba ser eludida la discusión sobre la nueva constitución, por ejemplo.
Si la Concertación o Nueva Mayoría inventa «cabildos ciudadanos» o debates manipulados para legitimar sus reformas cosméticas, las organizaciones libertarias no pueden abstraerse del debate que involucra a todo Chile. Solo por oponerse al reformismo, no se puede perder la ocasión de debatir cómo acabar con las bases del estado subsidiario, del modelo de Pinochet, que consagra a la propiedad por sobre las personas.
Confío en que existirá una nueva etapa orgánica y programática donde no estarán solo «arriba los que luchan», sino que estarán también «arriba los que no luchan», «arriba los que apenas pueden luchar». Sea por tiempo, por desconocimiento, por edad, por movilidad reducida, por aislamiento de los círculos políticos… Pensando en aquellos que parecen flojos, indolentes, consumistas, incrédulos de todo, religiosos, individualistas, ignorantes, aburguesados. Porque también a ellos y ellas, hoy se les tambalean sus certezas, su orfandad de sentido crece, y en su búsqueda también pueden entender e identificarse con las ideas libertarias. A todos ellos y ellas podemos y debemos llegar.
(*) Mario Celis (San Bernardo, Chile, 1969) es ex – militante y miembro del comité fundacional del CUAC
Actual coordinador del Centro de Ecología Social Ecobarrial – Chile. Ha sido coordinador regional para Sudamérica de la red Ecologista internacional «Tierra del Futuro»
Un artículo del autor sobre el CUAC en: La Organización C.U.A.C. de Chile: Principales Aportes de su Teoría y Práctica.
Carlos Pazmiño. Investigador CEPY, licenciado en Comunicación para el Desarrollo, estudiante de magíster en Sociología FLACSO-Ecuador. www.cepyecuador.wordpress.com
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.