Hasta mil kilómetros al sur de Santiago llegó el Tren Popular de la Cultura en enero-febrero (verano austral) de 1971. Los campesinos de Linares o de Chillán, los mineros del carbón en Lota, los indígenas mapuches y de la Araucania o los pescadores del sur de Puerto Montt tuvieron, en la mayoría de los casos […]
Hasta mil kilómetros al sur de Santiago llegó el Tren Popular de la Cultura en enero-febrero (verano austral) de 1971. Los campesinos de Linares o de Chillán, los mineros del carbón en Lota, los indígenas mapuches y de la Araucania o los pescadores del sur de Puerto Montt tuvieron, en la mayoría de los casos por primera vez, contacto con el arte y la cultura gracias al tren de artistas impulsado por el gobierno de la Unidad Popular. La labor de estos 52 actores teatrales, poetas, folcloristas, cantautores, comediantes, mimos, humoristas, bailarines y músicos ha sido llevada al cine (documental) por la periodista chilena Carolina Espinoza, quien ha presentado la película «El Tren Popular de la Cultura» en el Centre Octubre de Valencia, en un acto organizado por la Federación de Asociaciones de Chilenos en España.
Con punto de partida en la Estación Central de Santiago de Chile, el convoy de los artistas llegaba a pueblos donde aguardaba una multitud. A las representaciones se sumaban escritores, actores y pintores de las diferentes localidades. En ocasiones, incluso, se les esperaba en lugares inicialmente no programados, a los que el tren de la cultura se acercaba. Además de los artistas, también apoyaron la iniciativa periodistas, sociólogos, funcionarios y algunos políticos. El método no lo reservaba el gobierno de la Unidad Popular exclusivamente a las manifestaciones culturales. En la última campaña de Salvador Allende el Tren de la Victoria reunió en mítines a miles de personas de municipios muy apartados. Ya en el poder, el Tren de la Salud transportó médicos y odontólogos a poblaciones muy alejadas de Santiago.
El Tren Popular de la Cultura paró en las estaciones de Rancagua, Talca, Linares, Chillán, Los Ángeles, Lota, Lebu, Angol, Temuco, Traiguén, Valdivia y Puerto Montt, entre otras. El documental se presenta, de este modo, como un homenaje a la memoria de la «cultura ferroviaria chilena», iniciada por José Manuel Balmaceda (presidente de Chile entre 1886 y 1891). Durante su mandato, llegó a financiarse la construcción de 1.200 kilómetros de tendido ferroviario en el país, lo que contrasta con el abandono de este medio de transporte a partir de la dictadura de Pinochet. Ésta es una de las razones por las que hoy la pervivencia del Tren Popular de la Cultura resultaría muy difícil. «Hoy tenemos pocos trenes», afirma en la película el actor Luis Alarcón. Además, las nuevas tecnologías requieren otro tipo de experiencias. «Antiguamente los teatros estaban permanentemente de gira, hoy sólo van de tanto en tanto a las provincias», añade.
El convoy de artistas podía entenderse como símbolo de la medida número 40 del programa de la Unidad Popular, que consistía en la creación del Instituto Popular del Arte y la Cultura así como Escuelas de formación artística en todas las comunas. Entre los antecedentes destacan las Misiones Culturales de 1922 en México, las Misiones Pedagógicas de la II República española, la labor de la compañía de teatro «La Barraca», dirigida por Federico García Lorca; o «El Búho», de Max Aub. Experiencias similares tuvieron lugar en Argentina (provincia de Córdoba), Uruguay, Colombia y Cuba. Se puede trazar otros paralelismo con los «trenes de agitación» de la Revolución Rusa. Sin embargo, la fuente principal de inspiración para el tren chileno era el «Teatro del Pueblo», de Alejandro Casona. «Un grupo de actores llegaba a un pueblo; se empapaban de los principales problemas de los ciudadanos -falta de agua potable, niños sin calzado, desnutrición, carencia de alcantarillado-, que estos no se atrevían a denunciar; los artistas (sobre todo en el tren había actores de teatro) hacían de filtro, y representaban la problemática delante de las autoridades», explica Carolina Espinoza.
La directora y guionista (con Juan Martín Otegui) destaca que el hecho de dirigirse a gente muy humilde, no suponía una simplificación de los contenidos. «No hubo adaptaciones; se representaban los conciertos o las obras de teatro de la misma manera que en el palco de un teatro de Santiago o Buenos Aires, aunque se tratara de un público campesino que se enfrentaba por primera vez a estas obras; la puesta en escena era de gran calidad, con artistas profesionales». El actor Pedro Villagra recuerda en el documental cómo al llegar a un reducto mapuche, se les veía al principio cómo a los actores «señoritos» que aparecían en las telenovelas. «Se trataba de conversar con ellos, recoger las inquietudes y -con humildad- volcar la experiencia delante de las autoridades». A pesar de las reticencias iniciales, la representación fue aplaudida por la población autóctona. ¿Sería posible hoy una reedición del tren de la cultura? «Lamentablemente, no», responde Enrique San Martín, profesor y folclorista que viajó en el convoy. «Lo primero que le pedirían hoy al gestor cultural es rentabilidad económica».
En el documental aparecen personas mayores que llegaron al ver el vehículo y las representaciones artísticas. Para la elaboración del audiovisual, Carolina Espinoza también ha entrevistado al cantautor Nano Acevedo, al compositor y guitarrista Eulogio Dávalos, quien formaba dúo en el tren con el argentino Miguel Ángel Cherubito; al pintor Miguel Ángel Rioseco; la periodista Virginia Vidal, que hizo la cobertura de los 40 días a bordo para el periódico «El Siglo»; el actor Adriano Castillo; los folcloristas Ramón Andreu y Carlos Valladares; los actores Luis Alarcón y Pedro Villagra. «Después luchamos contra la dictadura -hubo cantores perseguidos, actores torturados y artistas asesinados-; es fácil decir desde Europa que no has desarrollado la música… Cuando lo que hacías era resistir, hacer política y vivir al día, tratando de ganarte unos pesos; cuando hoy veo a dirigentes estudiantiles de 15 años, hablando con esa claridad, ésa es la peor derrota de la dictadura».
A la historia han pasado los grandes de la «nueva canción» chilena, como Víctor Jara, Violeta Parra, Patricio Manns, Tito Fernández o grupos como Quilapayún, Inti Illimani, Illapu o Cuncumén. Los artistas del Tren de la Cultura Popular eran los «otros», «los que no se conocen, obreros de la cultura», resalta Carolina Espinoza. «Eran muy jóvenes, tenían en torno a 20 años, e iban a pasar 40 días en un tren, en pleno verano austral; eso exigía un gran sacrificio». En el tren se dormía poco y se trabajaba mucho, una dura rutina aligerada por las bromas de dos humoristas, Sergio Feíto y Guillermo Bruce. La directora ha querido transmitir con el documental que el periodo de la Unidad Popular fue también de fiesta y alegría. «Muchas veces nos trasladan la imagen del incendio del Palacio de la Moneda y los más de 4.000 muertos y desaparecidos durante la dictadura», se explica la realizadora. La Unidad Popular, explica en el documental el actor Luis Alarcón, «contaba con un contingente de artistas y trabajadores de la cultura muy importante, algo que no tenía ningún otro movimiento».
La película recoge más de 40 años después los testimonios de una época: «El arte para todos fue una realidad en los mil días de gobierno de la Unidad Popular»; «había un gran agradecimiento por el trabajo de los artistas; para muchas personas el teatro era como una película en vivo», resalta el actor Adriano Castillo. «En Concepción, en Valdivia, en los territorios mapuches… Todo lo que representábamos era muy vivo», subraya el actor Pedro Villagra. Otro de los artistas recuerda pasadas varias décadas «el respeto con el que el pueblo llano escuchaba una representación de Bach o de Vivaldi; la cultura penetraba como sentimiento humano, sin intelectualizaciones». «Desde Santiago hasta Puerto Montt (en el sur del país), pasábamos por las capitales de provincia pero también por las zonas mineras pobres y alejadas; allí nos esperaba el alcalde del pueblo con la banda de música».
El cantautor Nano Acevedo relata lo que podía ser una noche en la estación de un pueblo donde, en principio, los artistas no tenían que representar. A la una de la madrugada, la gente llevaba horas esperando el espectáculo. «Artistas y productores comenzamos a descargar la tonelada de equipos que precisaba el show. Dávalos, Rolando, Rivoira, las actrices, todos, hicimos de utileros y nadie quiso restarse; el recital completo terminó a las cuatro de la mañana». El documental se plantea con la idea de rellenar un vacío, pues -según se informa en la presentación- son muy escasas las referencias de prensa, bibliográficas, de archivo fotográfico y audiovisual sobre el Tren Popular de la Cultura.
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