.- «Arturo Pérez Reverte» es una de las marcas que una fábrica de libros, Alfaguara S. A., ha lanzado al mercado en España. .- Dicha fábrica anuncia los productos de esta marca como «novelas de aventuras», siendo así que no son novelas y, mucho menos, de aventuras. .- El productor de libros de la marca […]
.- «Arturo Pérez Reverte» es una de las marcas que una fábrica de libros, Alfaguara S. A., ha lanzado al mercado en España.
.- Dicha fábrica anuncia los productos de esta marca como «novelas de aventuras», siendo así que no son novelas y, mucho menos, de aventuras.
.- El productor de libros de la marca «Arturo Pérez Reverte» es un ser humano que responde a ese nombre y sus circunstancias.
.- La fábrica Alfaguara S. A. se ha asegurado desde el principio la colaboración de respetados catedráticos universitarios, críticos literarios, responsables de los suplementos culturales de los periódicos y periodistas en general.
.- Mediante una campaña digna de los sueldos que perciben, estos especialistas en mercadotecnia han llevado al publico antes nunca lector, analfabeto por arraigada tradición familiar y nacional, al convencimiento de que los productos de la marca «Arturo Pérez Reverte», familiarmente «Pérez», hay que comprarlos y, si se tercia, leerlos, porque son muy buenos, llenos de trepidantes aventuras, amenos, interesantes y lucen muy bien en las estanterías.
.- Aunque el sector de público elegido para colocarle la mercancía no había oído hablar en su vida de novela ni de relato ni de cuento, ni de novedad, revolución, aventuras apasionantes, genios de la pluma, Cervantes, Quijotes, galeras, palos mayores y menores, letrinas atascadas, piojos, Lepantos, Españas, etc., etc. los mercadotécnicos supieron convencerlos de que los productos Pérez era lo que había que conocer, lo que había que comprar y de lo que había que hablar.
.- La publicidad consistió a veces en regalar con el libro un Pérez de peluche y un barquito de madera metido en una botella de cerveza sin.
.- Los productos «Pérez» -no Mariquita ni el ratoncito, sino Arturo el mosquetero- comenzaron a salir en aluvión, y, siguiendo las consignas de la crema de la intelectualidad, el público empezó a adquirirlos, haciendo rico al ser humano que los fabricaba y que se puso muy contento.
.- La crema de la intelectualidad afirmaba que el fabricante Pérez era el más grande escritor que había existido nunca, comparable -si no superior- al pobre Cervantes, que no había llegado a rico. Que era un novelista genial, creador de irrepetibles novelas de aventuras, precisamente las que hacían falta para espabilar el dormido panorama literario español.
.- El humano se creyó todo esto y empezó a presumir de una manera jactanciosa, estúpida, irrisoria y de mal gusto, como un cateto envanecido. Hizo un master de tontolculo, sin que nadie le obligara a ello.
.- Muy pronto, empezó a vestir como el Conde de Montercristo para ira los saraos de su fábrica
.- Los colegas de Pérez, para no parecer envidiosos, aceptaron y proclamaron lo que se vino en llamar «el magisterio Pérez».
.- Aplicados servidores de la mercadotecnia decidieron contribuir a la exaltación de las glorias pereztres y organizaron congresos y seminarios en universidades, al objeto de demostrar que el homo faber no era sólo superficial, sino también profundo; no sólo popular, sino también exquisito; no sólo trabajador, sino también artista, no sólo Pérez, sino también Reverte.
.- Animados por los dichos colegas, entusiastas académicos decidieron acoger al humano, demasiado humano, Pérez en su seno; un seno donde se entra mortal y se sale resucitado.
.- Envidiosos y resentidos como hay en todas partes y no faltan -al contrario–entre los vencedores de Lepanto y la Champion Li empezaron a decir que lo que hacía el industrial Pérez no eran novelas, sino simple relatos, en los que no se hacía presente la realidad literaria, delante del lector, con bulto, consistencia y expresividad, como es preceptivo para la novela.
.- En esos relatos, consiguientemente, no había personajes, sino nombres, ni hechos de la realidad ficticia -del segundo mundo en que consiste toda verdadera novela–, sino referencias.
.- Resultó que Pérez, el sedicente y aclamado renovador de la novela, ignoraba que la función del lenguaje narrativo, como ya se ha dicho, es levantar una realidad delante del lector con el mayor bulto, consistencia y expresividad posible. O sea, levantar ese mundo de realidad ficticia en que consiste la novela.
.- Pérez Reverte no novela, simplemente relata, sentenciaron los resentidos y envidiosos. Refiere unos sucesos -otra cosa es que, además, sean inanes– pasados, siendo así que la novela tiene que contar en presente, aunque los verbos estén en pretérito. Como dicen los expertos del Centro de Documentación de la Novela Española, tiene que «presentizar» la acción, de manera que el lector la vea en esa especie de cámara oscura en que su imaginación se constituye cuando lee.
-Jamás el novelista debe decir, como hace quien simplemente relata -y hace Pérez-, que un personaje es así o de otra forma. Tiene que hacerlo actuar de una manera que el lector deduzca de su actuación cómo es.
.-Los relatos -que no novelas- de Pérez Reverte marca registrada están compuestos de largas digresiones sobre sucesos de la historia de España, fabricación de galeras, vestimentas de los siglos XVI y XVII, comidas y bebidas de la misma época, descripción de las partes de un barco… Transcripciones de larguísimas epistolas en las que pretende imitar sin éxito el estilo de algún clásico… Hacer largas citas literarias en prosa y en verso… Todo lo cual es antinovelesco.
.- Entre tanta mojiganga, Pérez nos ilusiona de tarde en tarde mencionando algo movidillo que ha ocurrido y que nos podría contar. Pero, el muy Pérez, en lugar de contarlo, aunque sea en forma de relato, dice que se trató de un follón demasiado largo y confuso y que no lo cuenta. .- A él sólo le interesa precisar que un personaje ha arrugado el entrecejo o adelantado el mentón, mientras otro ha mirado de soslayo al tiempo que fruncía los labios y otro enrojecía levemente y tarareaba entre dientes, etc., etc.
.- Lo propio de los aventureros del Conde de Montecristo, como llaman en los blogs juveniles a Pérez, es leer cartas, escribir cartas, conversar a la sombra del trinquete latino, pasear por Nápoles, entrar en todas las tabernas, visitar al moro Gurriato o al turco Marlasca (no se le conocen relaciones femeninas al Alatriste), visitar uno o dos prostíbulos para no hacer nada reseñable, opinar sobre todo, conversar sobre temas insignificantes…
.- A cada momento, Pérez, engañado por una crítica incompetente y venal, unos docentes que siempre reman a favor de la corriente que más empuja y unos periodistas ignorantes, inflado por la vanidad, se jacta, con insoportable pedantería, de: 1.- haber revolucionado el género novelístico (ya vimos que ni siquiera hace novelas), 2.- haber rescatado la novela del secuestro en que la tenían los Joyce, Faulkner, Kafka, Steinbeck, Huxley, etc., es decir, los grandes del siglo XX; verdaderos revolucionadores, todavía insuperados, y 3.-haber conseguido para ella lectores que había perdido.
.-No se puede renovar nada volviendo a fórmulas caducadas hace más de dos siglos. Lo que consiguieron los mentados, y otros como Hamsum, Virginia Woolf, Musil, Svevo, Jünger, Hesse, Henry James, Stapledon, Claude Simon, Butor, Robbe Grillet, etc. fue, a la vez que dotar al género de carga intelectual, ética y filosófica, implicarle los valores estéticos que antes no tenía. Hay que ser un desgraciado, un desgraciado jaleado por una partida de capullos incompetentes a sueldo, que a saber lo que persiguen, para atreverse, basándose en un éxito comercial, a discutir desde la inopia la labor de los mentados monstruos de la literatura.
.- En cuanto a los muchos lectores que tiene Pérez, si son españoles y suyos son forzosamente analfabetos. No hay que tenerlos en cuenta. Por otra parte, no es la misión del escritor hacerlos. Pérez cree que, a más lectores y más dinero, mejor escritor. Pues está en esto tan equivocado como en todo. La misión del escritor de novelas no es hacer lectores. Es escribir obras narrativas que incluyan valores estéticos, éticos, imaginativos, técnicos, intelectuales. Y que sean de su tiempo. El arte exige perpetuo cambio, en arte está permitido todo, menos hacer lo que ya se ha hecho.
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