Desde el triunfo de la Nueva Mayoría hasta hoy, el escenario político ha sufrido modificaciones importantes. La principal: la modificación de la correlación de fuerzas entre los bloques que se disputan la hegemonía política. Esquematizando, tal vez abusivamente, esta transformación se puede resumir en la configuración de tres bloques político-social. 1. Los sectores más conservadores […]
Desde el triunfo de la Nueva Mayoría hasta hoy, el escenario político ha sufrido modificaciones importantes. La principal: la modificación de la correlación de fuerzas entre los bloques que se disputan la hegemonía política. Esquematizando, tal vez abusivamente, esta transformación se puede resumir en la configuración de tres bloques político-social.
1. Los sectores más conservadores de la sociedad chilena y sus representantes políticos, vale decir, los grandes grupos empresariales y los partidos que los representan, que se encuentran debilitados y fragmentados desde la depresión de Longueira. La situación de este bloque, en el que hay que incluir, además de los partidos y movimientos de la derecha, a sectores poderosos de la DC, el PPD y el PS, no hace más que empeorar ante la interminable lista de personalidades involucradas en acciones ilícitas de financiamiento de la política y fraudes a la Hacienda Pública. Toda la legitimidad de este sector está en bancarrota. Es un verdadero insulto para los ciudadanos que los medios de prensa los entrevisten, como si lo que dicen pudiera tener alguna credibilidad.
2. Por otra parte, la Nueva Mayoría logró una victoria importante en el Parlamento… Al menos en el papel. La suma de votos parlamentarios de los partidos que pertenecen a la coalición le permitiría abordar con seguridad y confianza su programa de reformas…, en teoría. El bloque reformista tiene su propio talón de Aquiles en la composición de clases que confluyen en ella. En la DC, el PPD y el PS coexisten poderosos grupos empresariales con verdaderos y genuinos representantes del mundo popular. Esto quedó de manifiesto con motivo de la discusión de la reforma tributaria y la de educación. Sin duda, esta debilidad seguirá siendo evidente en el llamado ‘proceso constituyente’. Es obligatorio reconocer que, en su conjunto, la Nueva Mayoría no es la expresión política de sectores sociales con intereses comunes. Es otra cosa: una coalición pluriclasista con un programa de gobierno común, claramente reformista. Se podría decir que es una reedición de la fase de colaboracionismo de clases de los Frentes Populares. Una coalición política hegemonizada a nivel institucional por el bloque reformista conservador, cuya crisis de legitimidad está corriendo la misma suerte de sus ‘enemigos’ del bloque conservador, y arrastra en su crisis al sector que podríamos reformista más radical. Este sector está compuesto por el PC y algunos sectores minoritarios de la DC, del PPD y del PS. Su única posibilidad de disputar la hegemonía es en el terreno de las luchas sociales y políticas. Pero su capacidad de convocar a la ciudadanía se ve mermada por su inclusión institucional en el bloque político de Nueva Mayoría y, como precio por ocupar algunos espacios de poder, está obligado a cargar con la deslegitimación que afecta al bloque conservador por los escándalos ligados al financiamiento ilegal de la política y el caso de especulación inmobiliaria en la que se ve involucrada la familia directa de la Presidenta. Aquí también encontramos una legítima indignación ciudadana frente a ciertos personajes cuando hacen apariciones públicas.
3. El movimiento social conformado por los sectores sociales sin representación en la institucionalidad política están en inmejorable posición para dar un salto cualitativo en su articulación orgánica y transformarse en referente político de mayor legitimidad. Las demandas del mundo social desvinculados de los partidos son cada vez más visibles: el aumento de las huelgas de los trabajadores tanto del sector privado como del público, las movilizaciones de ciudadanos que, en diversa localidades logran doblar la mano a grandes consorcios, y los imprescindibles estudiantes, están rompiendo cada día más el cerco mediático. En torno a ello se podría articular un bloque ‘revolucionario-democrático’, un auténtico movimiento ciudadano. A pesar de su fragmentación sectorial y territorial, de la ausencia de una instancia de coordinación y debate, que hasta ahora le impiden dar ese salto cualitativo, sus demandas gozan de una amplia aceptación y día a día va transformándose en el protagonista que falta en el drama político de hoy.
Si las matemáticas fueran válidas en el análisis político, podríamos decir que las debilidades del bloque conservador son inmensamente mayores que las del bloque que podríamos llamar ‘reformista-revolucionario’, en que incluiríamos al sector reformista radical que está al interior de la Nueva Mayoría y al bloque revolucionario-democrático, que tendría un sector en el Parlamento y otro fuera, en el movimiento ciudadano. Nadie puede dudar que, si la suma de estos sectores sociales se expresara políticamente, se constituiría en un poder arrasador. Si se plebiscitara, uno por uno, los puntos sensibles del modelo de sociedad chileno, nos encontraríamos de la noche a la mañana en un Chile un sistema de pensiones público que haría cerrar a las AFP, un sistema de salud pública universal que haría inútiles las ISAPRES, con recursos naturales en poder del Estado cuya explotación haría innecesarios los vergonzosos royalties actuales, una educación pública que haría imposible el agobiante endeudamiento de las familias. El programa de la Nueva Mayoría palidecería. Uno por uno, los pilares de la injusticia, de la desigualdad, serían derribados por lo que podríamos llamar Verdadera Mayoría: la ciudadanía que anhela el fin del actual modelo de explotación y marginación y su reemplazo por un modelo basado en la justicia social, el respeto a la diversidad de grupos y personas, la recuperación de nuestros recursos naturales y el crecimiento económico social y ambientalmente sustentable.
Pero en el análisis político no vale sacar cuentas alegres. La Verdadera Mayoría no se reconoce a sí misma todavía. Ni siquiera como posibilidad. Pero lo cierto es que ES UNA POSIBILIDAD.
A raíz del informe de la comisión Engel, la Presidenta Bachelet anunció la elaboración y envío al Parlamento de un conjunto de leyes para enfrentar el problema del financiamiento ilegal e inmoral de la política. Pero fue más allá: anunció que habrá una nueva Constitución. ‘Proceso constituyente’, lo llamó. Tal cual está expresado en el Programa de la Nueva Mayoría. De inmediato salieron al camino las críticas del bloque conservador y las dudas de unos, las descalificaciones de otros. Lo cierto es que la meta es clara: NUEVA CONSTITUCIÓN. Y lo que dice el programa es aún más claro. Textualmente:
Sobre el proceso para la elaboración de una Nueva Constitución Política
La Nueva Constitución Política deberá elaborarse en un proceso: i) democrático; ii) institucional, y iii) participativo.
Proceso Democrático: La Nueva Constitución debe generarse en un contexto en que se escuchen todos los puntos de vista, se hagan presentes todos los intereses legítimos y se respeten los derechos de todos los sectores.
Proceso Institucional: El logro de una Nueva Constitución exigirá de todas las autoridades instituidas una disposición a escuchar e interpretar la voluntad del pueblo. La Presidencia de la República y el Congreso Nacional deberán concordar criterios que permitan dar cauce constitucional y legal al proceso de cambio; y que permitan la expresión de la real voluntad popular en el sentido de los cambios.
Proceso Participativo: La ciudadanía debe participar activamente en la discusión y aprobación de la Nueva Constitución. Para tal efecto, el proceso constituyente supone, de entrada, aprobar en el Parlamento aquellas reformas que permitan, precisamente, una deliberación que satisfaga esta condición. [1]
¿Hay necesidad de recalcar lo que dice el texto donde define el proceso participativo? ¿O la necesidad de aprobar en el Parlamento las reformas que permitan la participación activa de la ciudadanía en la discusión y aprobación de la Nueva Constitución?
Es cierto que no explicita la(s) reforma(s) que debe aprobar el Parlamento. Pero el espíritu de la propuesta programática no deja lugar a dudas ¿Por qué, entonces, se siembran tantas dudas y se ponen tantas trabas a la posibilidad de una Asamblea Constituyente?
Precisamente porque la Asamblea Constituyente es la manera más eficaz de asegurar la participación ciudadana, o dicho de otro modo, la participación de la Verdadera Mayoría. La Asamblea Constituyente es un fantasma que ya recorre calles y plazas, y se cuela a los pasillos del Congreso. Su etérea presencia es cada vez más sólida, y algunos ya sienten flaquear la fortaleza de sus sillones. Más allá de las palabras de buena crianza y de las posiciones personales, el verdadero respaldo a lo estipulado en el Programa de la Nueva Mayoría pasará su prueba de fuego cuando llegue el momento de votar en el Parlamento la reforma en cuestión [2] . En esa votación, también se podrá comprobar la existencia de los bloques que hemos definido antes. Es fácil suponer que el bloque conservador (UDI, RN y otros), y el bloque reformista-conservador de la Nueva Mayoría intentarán, por todos los medios, impedir la aprobación de la reforma que facultaría al Ejecutivo para convocar a un plebiscito en el que la ciudadanía se exprese respecto de la manera de elaborar una Nueva Constitución.
Sin embargo, la falta de legitimidad que pesa sobre sus figuras podría jugar un rol moderador de la tendencia a boicotear la reforma, sobre todo del bloque que forma parte de la Nueva Mayoría, es decir, los parlamentarios de los partidos de gobierno. Porque ¿con qué argumentos, con qué legitimidad, con qué cara, podría un Andrade, un Walker, o cualquier diputado o senador de la Nueva Mayoría, negar a la Presidenta la posibilidad de convocar a la ciudadanía para decidir la manera en que quiere hacer efectiva esa participación? La pelota está en el tejado de esos parlamentarios…, y es, no lo olvidemos, un tejado de vidrio. La ciudadanía los tiene en la mira, los vigila, sigue sus pasos, toma nota y seguirá tomando nota de sus comportamientos.
Así las cosas, la posibilidad de que la Verdadera Mayoría se exprese, está totalmente vigente. Pero no está asegurada. No cabe esperar que la dignidad se apodere sorpresivamente de los que temen la voz de la ciudadanía. Llevan mucho tiempo…, décadas, manoseando su dignidad. Es cierto que contamos con un grupo de parlamentarios dispuestos a dar la cara en esa institucionalidad. Pero los otros, los que han estado desfondando la confianza de los ciudadanos en la política, no nos van a regalar nada: la demanda de una Nueva Constitución a través de una Asamblea Constituyente es nuestra, es el fruto de largas luchas ciudadanas. Es por eso que la ciudadanía, nosotros, debemos estar en estado de alerta, en estado de debate permanente en nuestros lugares de trabajo, en nuestros barrios, en nuestras casas. Hay que pasar de la decepción permanente a la ilusión constituyente. En la tarea de darnos una Nueva Constitución debemos ser protagonistas. Por eso, en la tarea de vigilar y exigir las transformaciones que nos devolverán la soberanía, no sobra nadie.
[1] Chile de todos. Programa Michelle Bachelet 2014-2018, p. 35.
[2] Se trata del boletín 10014-07 de la Cámara de Diputados, de fecha 21 de abril de 2015. Disponible en http://www.camara.cl/pley/
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