Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Patrick Cockburn, en su nuevo libro The Jihadis Return [El retorno de los yihadistas], rastrea los orígenes de Estado Islámico al colapso organizado por EE.UU. del Estado y la sociedad iraquí en la década de los años 90 y de los 2000.
En 2003, Patrick Cockburn de The Independent visitó la central eléctrica al-Dohra en la parte sur de Bagdad. Había oído que un soldado estadounidense fue matado a tiros en ese lugar y otro había sido herido. Fue a principios del verano, antes que la insurgencia estallara en el norte de Iraq. El júbilo en Washington continuó respecto al éxito de la Guerra de Iraq. El 1º de mayo, el presidente de EE.UU. George W. Bush fue al USS Abraham Lincoln, un portaaviones, y declaró la victoria frente a un gran letrero que decía «Misión cumplida». El presidente Sadam Hussein no había sido capturado, pero pocos en Washington dudaban de que sucediera pronto. La muerte del soldado en Bagdad fue interpretada como el último aliento del Partido Baaz y de la milicia Fedayín.
Los periodistas empotrados no se habrían molestado normalmente por ir a al-Dohra para hablar con los residentes locales sobre el evento. Esperarían en la gradualmente construida Zona Verde en el corazón de Bagdad para escuchar las informaciones diarias de las autoridades estadounidenses, o irían con los soldados como reporteros empotrados. El sabor de Bagdad simplemente no era interesante, o no podía ser captado. La visita de Cockburn a la central eléctrica le fue muy útil. La gente del lugar se aglomeraba en la escena del ataque. Mohammed Abbas, quien vivía cerca, dijo: «Pensamos que se lo merecían. Admiramos el coraje de los que los atacaron. Otro hombre, parado cerca de la sangre seca en el pavimento, dijo: «Somos muy pobres, pero celebraremos cocinando un pollo. Si Dios quiere, habrá más acciones semejantes». En ese momento Cockburn comprendió que la incipiente insurgencia no solo representaba un serio desafío a la ocupación por EE.UU., sino que sería apoyada por la población. Es precisamente lo que sucedió.
Periodismo popular
Los escritos de Cockburn no son del tipo que ha llegado a ser llamado «periodismo de hotel» -historias que llegan a reporteros mientras se arrellanan en hoteles de 5 estrellas- ni es «periodismo empotrado» – historias escritas por reporteros que llegan a ver el mundo a través de los soldados que los protegen.
El suyo es un periodismo popular, en el cual el reportero no busca el caso dramático sino el gesto ordinario, el humor del pueblo. Son, después de todo, los sentimientos de un pueblo que permiten que el periodista evalúe los eventos – cómo los ve la gente y en qué dirección pueden desarrollarse los eventos. Su libro de 2006 sobre Muqtada al-Sadr, Muqtada al-Sadr and the Fall of Iraq, capturó precisamente el crecimiento de la política chií en Iraq, una mayoría de la población que sentía que sus vidas sociales y políticas habían sido reprimidas durante los años de Sadam. Pero al-Sadr no se había orientado simplemente a la política sectaria. Había aprovechado su base sectaria para intentar una alianza con la insurgencia -en gran parte suní- en la Provincia Anbar para incubar un nuevo nacionalismo iraquí. Fue una señal histórica para vincular comunidades que parecían tener diferencias entre ellas y utilizar la antipatía hacia la ocupación para reconstruir el nacionalismo que se había marchitado en las dos décadas antes de 2003.
Dos importantes procesos sociales se opusieron al intento de al-Sadr. Primero, la «década de las sanciones» de los años 90 había roto la sociedad iraquí, volviendo a vecino contra vecino y comunidad contra comunidad. La sociabilidad que había sido formada como una manera de arreglárselas mediante la supresión del régimen del Baaz a partir de 1978 fue sofocada por el régimen de sanciones impulsado por EE.UU. y administrada por la ONU. Para cuando EE.UU. invadió Iraq en 2003, 60% de los iraquíes no tenían agua potable y más de 80% de las escuelas habían sido terriblemente deterioradas. Iba a ser muy difícil reanimar la sociedad iraquí. En segundo lugar, la ocupación estadounidense no podía tolerar una insurgencia que podía ser el proceso social para unir a los iraquíes. De hecho, EE.UU. tomó la dirección contraria, introduciendo una firme cuña sectaria entre chiíes y suníes a fin de controlar mejor el díscolo país.
Los orígenes de Estado Islámico (EI, ISIS) se encuentran, por supuesto, en Iraq. Están ciertamente en el caldo sectario que hirvió en la guerra civil de 2006-07, un período que movilizó la transición de al Qaida de ser un grupo marginal a ser un protagonista importante en ciertos focos en el norte de Iraq. The Jihadis Return: ISIS and the New Sunni Uprising, el delgado libro de Cockburn sobre el grupo EI describe sus orígenes en diversos levantamientos suníes en el norte de Iraq, más recientemente en la represión contra las manifestaciones -generalmente pacíficas- como parte de la Primavera Árabe a partir de 2011. Una represión particularmente sangrienta en al-Hawija permitió que los combatientes del EI plantearan exitosamente que la desobediencia civil conducía a una muerte segura mientras su método podría tener éxito. El caos en el norte de Siria permitió que EI extendiera sus alas a través de la frontera e incluyera a comunidades que habían sido vistas como marginales no solo por el gobierno en Damasco sino también por los rebeldes que operaban en el eje norte-sur de Daraa a Alepo. La ciudad norteña de Raqqa cayó en manos de EI en el verano de 2013, asegurando su control sobre la región mucho antes de que tomara Mosul en el norte de Iraq.
El periodismo de Cockburn pasa de un modo perfecto de incidentes en el terreno a la geopolítica. La historia de EI no es simplemente el relato de una insurgencia fracasada en Iraq. También está vinculada a una narrativa más larga: el uso por Arabia Saudí de su vasta riqueza petrolera para nutrir a generaciones de yihadistas, dentro del reino y fuera de éste. Arabia Saudí ha recibido un pase libre para continuar con su política hipócrita, diciendo a Occidente que hace lo posible por aplastar el extremismo y financiando en privado a los yihadistas para que continúen sus aventuras en Iraq y Siria. EE.UU. sabe perfectamente que Arabia Saudí es responsable por el lamentable crecimiento de las formas más extremas de extremismo salafista en la región; funcionarios elegidos de EE.UU., como ser John McCain, dieron ánimos a los yihadistas en Afganistán y Siria, considerando que serían carne de cañón útil para juegos en un tablero de ajedrez mundial (sea contra Irán o Rusia). Cockburn muestra cómo fueron dinero y servicios de inteligencia árabes del Golfo los que sustituyeron a los manifestantes pacíficos en Siria y los reemplazaron con sus propios agentes extremistas. No cabe duda de que a principios de 2012 agendas que emergieron de la península arábiga y de Occidente se habían apropiado de la guerra siria. Revoluciones, escribe Cockburn «son tristemente célebres porque devoran a sus primeros y más humanos defensores, pero pocas lo han hecho con la velocidad y ferocidad de la de Siria».
Ambiciones planetarias
El 15 de noviembre, EI publicó un horripilante video que presentó su propia visión de su historia. Como el libro de Cockburn, EI ubica su origen en los fuegos de la insurgencia contra EE.UU. La diferencia es que el video apesta a sectarismo y sangre, una diatriba contra los «no creyentes», quienes son, en general desde su punto de vista, chiíes. Utiliza un lenguaje brutal contra los rafidi (el que rechaza), una palabra derogatoria para los chiíes, y para la shirk (idolatría), que se ha impuesto en Bagdad. Imágenes brutales de la matanza de soldados iraquíes y sirios, vistos como equivalentes a chiíes, son acompañadas en el video por imágenes de los niños matados por bombas de la fuerza aérea siria. El grupo EI alardea de que sus soldados son «leones hambrientos cuya bebida es sangre y cuyo juego es la carnicería». Un brutal episodio de la decapitación de una fila de soldados sirios sugiere que el EI no puede ser construido sin la matanza masiva de chiíes. El líder de EI Abu Bakr al-Baghdadi, en un acto ingenioso, se ungió Califa y llamó a todos los grupos salafistas a jurar lealtad a su persona. Es precisamente lo que está ocurriendo. Más allá del simple terrorismo (el camino de al Qaida), EI tiene ahora ambiciones planetarias, basadas, sin embargo, en la sordidez del sectarismo.
La central eléctrica de al-Dohra visitada por Cockburn en 2003 había sido bombardeada por EE.UU. en 1991. Trabajó a un cuarto de su capacidad durante la era de las sanciones. Los apagones se convirtieron en un problema frecuente en Bagdad por este motivo. La ocupación estadounidense contrató a firmas alemanas y rusas para hacerse cargo de la reparación de esa planta en 2003. En abril de 2004, los alemanes se habían ido; los rusos se fueron el mes siguiente. Cuando Rajiv Chandrasekaran de The Washington Post visitó la planta, encontró grafiti en la sala de turbinas: «Viva la Resistencia». La Resistencia ha tenido una larga vida. También se ha convertido en una pesadilla letal. Una década después, Iraq todavía está en el caos. Al-Dohra fue reparada en 2008, cuando la firma alemana Siemens instaló calderas nuevas. Pero la sociedad iraquí no fue reparada. Sigue siendo una ruina. Cockburn ve la causa de la emergencia de EI en el colapso de la sociedad iraquí en la década de los 90 y del Estado iraquí en los años 2000. Para reconstruir ambas se requeriría un gran esfuerzo. Pero es el único camino para combatir al EI.
Vijay Prashad es Profesor y Director de Estudios Internacionales en el Trinity College, Hartford. Su último libro publicado es Arab Spring, Libyan Winter (AK Press). Es también autor de Darker Nations: A People’s History of the Third World (New Press), con el que en 2009 ganó el premio Muzaffar Ahmed Book