Asel Luzarraga (Bilbao, País Vasco, 1971), «vasco, anarquista, escritor y punk», fue detenido, encarcelado y procesado por el Estado chileno en 2010 y expulsado del mismo en las mismas fechas. En su último trabajo, «Los buenos no usan paraguas. Desmontando un montaje, desmontando al estado» (Bilbao, 2014; www.ddtbanaketak.com) se vale de su experiencia para, convirtiéndola […]
Asel Luzarraga (Bilbao, País Vasco, 1971), «vasco, anarquista, escritor y punk», fue detenido, encarcelado y procesado por el Estado chileno en 2010 y expulsado del mismo en las mismas fechas. En su último trabajo, «Los buenos no usan paraguas. Desmontando un montaje, desmontando al estado» (Bilbao, 2014; www.ddtbanaketak.com) se vale de su experiencia para, convirtiéndola en caso paradigmático, dar cuenta de los métodos utilizados por estados y gobiernos para criminalizar la disidencia.
El 31 de diciembre de 2009 y a resultas de un montaje orquestado por el cuerpo de Carabineros de Chile, usted fue detenido y encarcelado en la prisión de Temuco. ¿Cuáles fueron, a su juicio, las razones últimas de aquel operativo?
Chile vivía un proceso electoral acompañado de una situación represiva muy compleja. La resistencia mapuche contra la casta fundacional del Estado chileno, su empresariado, -en este caso el ligado al latifundio y en especial al negocio agro-forestal- y la serie de ataques – sospechosos hasta el punto de parecer preparados por las propias cloacas del Estado- protagonizados, según los medios, por difusos grupos de insurrecionalistas ácratas, obligaban al Gobierno saliente a dar muestras de fuerza y eficacia represiva, para frenar el previsible triunfo de la derecha que agitaba el siempre útil fantasma de la «seguridad». En ese contexto de persecución y criminalización política, unos meses antes, en agosto, la policía de aduanas negó el reingreso a un grupo de militantes de Askapena que volvían de visitar el Wallmapu del lado argentino, desatándose el discurso xenófobo que apunta a ciudadanos vascos como responsables de instruir a la resistencia mapuche en métodos incendiarios. Chile tiene una larga tradición de persecución y expulsión de personas extranjeras que osan participar en la sociedad en un sentido no del gusto del Estado y su oligarquía. Sumemos que yo, un «vasco, anarquista, escritor y punk», -como le gustaba resaltar a la prensa- estaba en ese escenario, en la Araucanía, el corazón del conflicto winka, y, además, participando en actividades organizadas por jóvenes anarquistas locales, con la mala idea de escribir sobre lo que pensaba en mi blog y compartir la información denunciando la represión en la región a través de las redes sociales. Así que parece que había comprado sin saberlo unos cuantos boletos para que me tocara el premio gordo…
Trascendiendo lo personal, usted aprovecha el relato de aquellos hechos para caracterizar una práctica, ya habitual por parte del Estado chileno, que tiene como objetivo la represión y criminalización de la disidencia. El movimiento libertario y el pueblo mapuche parecen ser objetos predilectos de este actuar.
Es algo sobre lo que he querido hacer hincapié en el libro. Es una práctica común a cualquier Estado, aunque los modos puedan variar, pueda hacerse de forma más sutil o más burda. El Estado chileno destaca por lo burdo. En estos días se está desatando una nueva campaña de bombas que huele mucho a policial y que ha tenido su rebote en el Estado español, donde dos chilenos están en la cárcel gracias a un montaje muy parecido al sufrido en Chile con el llamado «caso bombas». En Chile son, obvio, el movimiento libertario y el pueblo mapuche los objetivos predilectos. En el Estado español lo ha sido la izquierda abertzale en toda su extensión, política, social, sindical y cultural; y, ahora, cuando la excusa de ETA desaparece, arrecia la persecución contra el movimiento anarquista con la construcción por parte de los servicios de inteligencia de organizaciones fantasma -que nadie en el movimiento conoce- y con bombas contra iglesias.
¿Su caso es paradigmático de la indefensión de la ciudadanía ante el Estado?
Creo que así es, aunque no es el caso más grave. Tuve la suerte de que mi caso alcanzara una relevancia internacional y mediática que condicionó bastante la respuesta del Estado chileno y lo empujo a buscar una medida rápida y aséptica: una breve condena ya cumplida a fecha del juicio y la consiguiente expulsión que, violando cualquier presunción de inocencia, había sido firmada sólo una semana después de mi detención y nueve meses antes de siquiera ser juzgado. Lo cierto es que la ciudadanía está indefensa ante el creciente aparato represivo del Estado. Hay quienes hoy sueñan con un Estado más fuerte, como si eso fuera el antídoto contra la empresa privada y el capitalismo, una ensoñación negada todos los días por los hechos, ya que el capitalismo es creación de las mismas oligarquías fundacionales de los Estados y no se sostendría sin su existencia, y el fortalecimiento del Estado a través de la plusvalía que a diario nos roba y conlleva un aumento exponencial del aparataje represivo y militar. ¿Qué podemos hacer frente a esa maquinaria? No acobardarnos y organizarnos. La solidaridad no nos salva, pero al menos nos permite encajar los golpes con mayor fuerza moral.
¿Podríamos decir que el Estado funciona sistemáticamente en función de los intereses económicos de determinados grupos?
Así es. Como decía, todo Estado es la construcción de un entramado militar, legal, judicial y represivo para salvaguardar los intereses económicos y de poder de unos grupos determinados, que son quienes los fundan. En Europa son las elites triunfantes en la revolución burguesa liberal. En las repúblicas americanas son las familias enriquecidas en sus respectivas luchas de independencia, luchas que provocaron las mayores carnicerías indígenas en lugares como Chile, Argentina o Uruguay. A esas familias históricas pertenecen las grandes empresas, medios de comunicación, tierras, contratas con el Estado… En la antigua URSS la elite fundacional, fue la burocracia del partido bolchevique, como está pasando en Venezuela con la llamada nueva boliburguesía.
¿El mecanismo de criminalización y judicialización de la protesta necesita necesariamente de la complicidad de los medios de comunicación? ¿La manipulación y el cerco informativo respecto a ciertas problemáticas -como la lucha por el autogobierno y la recuperación de tierras de la nación mapuche- son procederes habituales?
Sin duda. Los medios de comunicación no dan cuenta de la realidad, ayudan a construirla. No hay información neutral. No hay más que ver qué tipo de delitos copan las tapas de los diarios para entender cuál es el cambio que quiere operar el sistema y que empieza por la reconstrucción de las subjetividades sociales. Se nos habla, por ejemplo, de la ablación genital femenina pero UNICEF nunca dice nada de la ablación genital masculina, nacida también del control de la sexualidad y, por tanto, de la sociedad, de naturaleza religioso, y se da en los mismos países donde existe la femenina. La manipulación y el cerco informativo son el pan nuestro de cada día. Tan importante es lo que se pone cada día frente a nuestros ojos como lo que se calla. Ahora mismo, por ejemplo, raro es escuchar hablar de las masacres que el Ejército ucraniano, con la complicidad de la OTAN, perpetra día a día, destruyendo hospitales igual que Israel hace en Gaza. ¿Casualidad?
Parece que la presencia de extranjeros, activistas políticos o no, en el territorio ancestral mapuche es algo que incomoda sobremanera al Estado chileno.
Absolutamente. La expulsión de extranjeros bajo la acusación de «introducir ideas foráneas» -hecho del cual me acusaba a mí el informe de la «inteligencia» policial utilizado para conseguir la orden de allanamiento de mi casa- ha sido utilizada desde principios del s. XX, y nunca ha cesado del todo. El testigo «foráneo» siempre incomoda, y no es de extrañar. No hay que olvidar los importantes testimonios dejados por George Orwell respecto a la revolución en tierras catalana, o los que actualmente nos deja el periodista vasco Unai Aranzadi desde muchos rincones olvidados del planeta.
La producción de energía, la minería y la explotación forestal son tres de los sectores estratégicos sobre los que el Estado chileno busca posicionarse dentro del nuevo orden económico mundial. ¿Son esos grupos económicos y sus medios de comunicación quienes dirigen la política chilena?
Mientras se persiguen las ideas «foráneas» -concepto aberrante en sí mismo-, el cobre, las reservas de agua, los bosques son entregados sin demasiados remilgos a empresas canadienses o españolas. Esos grupos económicos chilenos tienen apellidos muy conocidos y «locales» como Luksic, relacionado con la industria del cobre, la agricultura, la pesca, ferrocarriles, universidades como la Católica de Chile, canales de televisión como Canal 13, el Banco de Chile, empresas de cerveza, energéticas o el clan Edwards, fundador del periódico más importante de Chile, «El Mercurio», ferviente apologista del genocidio indígena en el s. XIX, y con participación en la minería, ferrocarriles, seguros y banca. Clanes ligados además a hechos tan siniestros como la dictadura pinochetista. Encontraremos realidades similares en cualquier estado, aunque quizá no de una forma tan concentrada y manifiesta como en Chile.
Así como la lucha zapatista tiene un componente teórico y práctico antiautoritario, parece que hay cierta simpatía mutua e interrelación entre otras luchas indígenas y el movimiento libertario.
Totalmente. Recuerdo que una poeta mapuche, Rayen Kvyeh, quien a punto estuvo de ser «desaparecida» durante la dictadura militar anterior a la actual dictadura civil, en una visita durante mi arresto domiciliario, hablando de esas conexiones, me dijo algo que se me quedó grabado: «Nosotros no necesitamos ser anarquistas, ya somos mapuche», indicando que la visión anarquista era algo natural en su pueblo. No sé hasta qué punto es tan así, ya que entre los movimientos mapuche los hay bien estatistas y, por tanto, bien alejados de una ideal libertario, pero creo que en general los pueblos que han permanecido en contacto con la tierra, con la naturaleza, mantienen una relación más estrecha con los modos de organización horizontal y no autoritario que nuestras culturas han ido perdiendo en la medida en que se han industrializado y urbanizado. Las grandes ciudades, el productivismo, el industrialismo y las teorías del progreso continuo, tal y como acostumbra a entenderse éste, tienden a alejarnos y a hacer, si no imposible, sí mucho más difícil, una organización social y una convivencialidad humana libertaria. El socialismo decimonónico se centró demasiado en lo urbano e industrial, error admitido por el propio Marx. El anarquismo siempre tuvo una mayor cercanía con el mundo rural, precisamente porque el mundo rural ha hecho pervivir costumbres más próximas al anarquismo. No es extraño que experiencias como la zapatista se produzcan en comunidades indígenas con una memoria rural viva.
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