«Augusto Pinochet se despide de este mundo como un fugitivo de la justicia», sostuvo el abogado Joan Garcés, quien a finales de la década pasada impulsó en España el primer juicio contra el general que derrocó al presidente constitucional chileno, Salvador Allende, el 11 de septiembre de 1973. El abogado valenciano Joan Garcés fue uno […]
«Augusto Pinochet se despide de este mundo como un fugitivo de la justicia», sostuvo el abogado Joan Garcés, quien a finales de la década pasada impulsó en España el primer juicio contra el general que derrocó al presidente constitucional chileno, Salvador Allende, el 11 de septiembre de 1973.
El abogado valenciano Joan Garcés fue uno de los asesores personales más cercanos a Allende, lo que le convirtió en testigo de excepción de la época más trágica de la historia contemporánea de Chile. El golpe de Estado encabezado por Pinochet, el bombardeo del presidencial palacio La Moneda y el asedio de las fuerzas militares y empresariales al gobierno socialista fueron acontecimientos que vivió y sufrió en persona.
Desde su salida clandestina de Chile, Garcés se convirtió en una de las voces más acreditadas del exilio y del ideario de Salvador Allende, hasta el punto de que en 1998, él mismo, acompañado de un grupo de abogados e intelectuales, impulsó desde Madrid el primer proceso judicial contra el ex dictador chileno, que derivó en su primera detención en Londres.
A unas horas de la muerte de Pinochet, Garcés explicó a La Jornada lo que representó su régimen y lo que queda por hacer en el futuro para alcanzar el viejo sueño de justicia y reparación a las decenas de miles de víctimas de la represión de la dictadura chilena.
¿Qué representa para usted la muerte de Augusto Pinochet?
Que una persona fallezca a los 91 años de un ataque al corazón no me merece en lo personal ningún comentario. Lo interesante es el contexto: deja detrás un legado de símbolo de una de las fases más negras y represivas de la historia de los pueblos hispánicos, en particular de América Latina. La destrucción en sus raíces de la estructura republicana y democrática del Estado de Chile va a necesitar todavía muchos esfuerzos para superarla.
«Pero también hay que agregar que Augusto Pinochet se despide de este mundo en circunstancia de que es un fugitivo de la justicia, con órdenes internacionales de detención cursadas a Interpol desde varios tribunales de justicia y bajo arresto domiciliario en su propio país por otros crímenes».
¿Esta muerte le ha hecho recordar aquellos días de la toma de La Moneda, cuando estaba tan próximo al presidente Allende y al propio Pinochet?
Primero quiero señalar que nunca tuve ocasión de conocer personalmente a Pinochet, ya que mi contacto era con su superior, el comandante en jefe del ejército en aquel momento, que era el general Carlos Prats, a quien Pinochet mandó asesinar en 1974 en Argentina.
«Digamos que yo nunca he sostenido ningún tipo de sentimiento personalizado respecto de Pinochet. Siempre lo he visto de la forma más objetiva, desde el punto de vista de su responsabilidad política al haber impedido que el 11 de septiembre de 1973 el presidente Allende convocara un referéndum nacional para que democráticamente los ciudadanos decidieran en las urnas el camino que querían seguir. El tenía conocimiento de la intención del presidente de dar ese mensaje al país, así que adelantó el golpe de Estado para evitar este pronunciamiento.
«De modo que su responsabilidad política en la interrupción del desarrollo político del país es única y singular, como también lo es su responsabilidad como jefe máximo de la estructura criminal que estableció a partir de esa fecha, que solamente la hemos logrado romper a partir de la colaboración judicial internacional desde 1998».
¿Cree que para superar la división en la sociedad chilena es imprescindible que se haga justicia con las víctimas de la represión?
Lo importante de situaciones de crisis en los países es la manera en que busca resolver esa situación. Hay maneras civilizadas y bárbaras. Hay maneras democráticas que salvaguardan los derechos fundamentales de las personas, y hay criminales. Digamos que Pinochet aprovechó una coyuntura de crisis política para hacerse con el poder a sangre y fuego e implantar una dictadura extraordinariamente represiva en lo social, en lo económico, en lo político y también en lo que se refiere a los crímenes comunes.
«Los crímenes los cometió una estructura organizada, que tenía al frente a Pinochet pero en la que colaboraban otras personas, algunas de ellas acusadas ante distintos tribunales. Así que lo que cabe es esperar a que continúen esos procesos, de forma que la desaparición del jefe de la banda no interrumpa el trabajo de la justicia. La exigencia de justicia es natural y va a continuar. Los efectos de hacer justicia son positivos para toda la sociedad».
¿Qué añade al historial delictivo de Pinochet los recientes hallazgos sobre presuntos hurtos al erario público chileno?
Una vez más, gracias a las investigaciones que se han hecho desde fuera de Chile también ha sido descubierto lo que muchos pensábamos pero que ellos negaban: que fue el gobernante más corrupto de toda la historia de Chile. A nivel histórico de Chile no ha habido ningún responsable político que haya cometido los latrocinios que él cometió.
«De modo que hay coincidencia en ambos niveles: crímenes de lesa patria, contra el sistema democrático y republicano, contra el derecho a la libertad y a la vida, y crímenes contra el erario público. Pinochet no dejó de explorar ninguna de esas vías.
«Hay procedimientos civiles abiertos que afectan a algunos familiares de Pinochet, eso naturalmente seguirá, pero lo que se ha extinguido con su muerte es la responsabilidad penal individual, pero no la civil, que puede afectar sin duda a sus familiares».
Usted que vivió aquellos años junto a Salvador Allende, ¿por qué cree que daba tanto miedo el proyecto político que representaba?
Eso lo definió claramente Henry Kissinger, cuando era secretario de Estado de Estados Unidos en aquellos años: era una revolución que avanzaba con más democracia, participación social y mayor respeto a las libertades que ninguna otra. Eso no les gustaba nada, evidentemente, a los partidarios de mantener las estructuras tradicionales. Era una vía nueva y un ejemplo para otros países de la región, incluso de Europa, y eso lo quisieron estrangular haciendo un escarmiento sobre el pequeño país latinoamericano.
«Pero la voluntad de los pueblos latinoamericanos de desarrollo social y democrática no la pueden apagar. La pueden, si acaso, contener temporalmente por la vía de la represión, pero son coyunturas que dejan paso a otras circunstancias y otras generaciones siguen adelante con los mismos ideales. Pinochet representó un dique temporal mantenido de manera sangrienta, pero es evidente que ese dique no podía ser indefinido y los hechos han demostrado que no lo ha sido».