Recomiendo:
0

A cuarenta años: crónica de un golpe de estado (X)

Augusto Pinochet y el Nuevo Orden Mundial

Fuentes: Rebelión

1.- Pinochet y el Nuevo Orden Mundial El golpe de estado en Chile no solo fue un episodio geopolítico de la Guerra Fría, fue también la instalación de un régimen que convirtió un país entero en un gran laboratorio de «ingeniería social» Tal como se ha señalado, se instrumentalizó el Shock político y económico para […]

1.- Pinochet y el Nuevo Orden Mundial

El golpe de estado en Chile no solo fue un episodio geopolítico de la Guerra Fría, fue también la instalación de un régimen que convirtió un país entero en un gran laboratorio de «ingeniería social» Tal como se ha señalado, se instrumentalizó el Shock político y económico para abolir la memoria democrática en el país, abriendo así cauce a las políticas privatizadoras neoliberales. En pocas palabras, se instituyó en Chacarillas un régimen corporativista: el maridaje entre un Estado policial y el Capital nacional y extranjero, en el seno de una sociedad oligárquica con instituciones democráticas debilitadas.

Nada del acontecer político y económico de las últimas cuatro décadas ha sido casual, muy por el contrario, estamos ante un despliegue planificado de políticas conducentes a la hegemonía del capital en la sociedad chilena como parte de un proyecto de escala planetaria. La dimensión mundial del proyecto neoliberal hace de Pinochet el siniestro mayordomo de grandes corporaciones con sede en Wall Street. Es allí donde nombres como Rockefeller, Morgan y muchos otros construyen un mundo a la medida de los banqueros, sometiendo de paso a pueblos enteros a guerras, bloqueos, crisis políticas y financieras. El golpe de estado chileno es parte del plan neo conservador mundial inspirado en el neoliberalismo.

La ideología neoliberal representa una ruptura respecto del liberalismo del siglo XIX. Se consigna su nacimiento en 1947, tras la Segunda Guerra Mundial. El texto fundacional de esta doctrina fue escrito por Friedrich Hayek en 1944: Camino a la servidumbre. El mensaje es una argumentación apasionada contra el intervencionismo estatal, pensando, por cierto, en las tesis socialdemócratas en torno al Welfare State, incluido en New Deal desplegado por el presidente Franklin D. Roosevelt.

Para luchar contra el Estado de Bienestar, que finalmente se impuso en Europa, Hayek convocó, en Mont Pélerin, Suiza, a un grupo de notables, entre los que se contaban nombres de la talla de Karl Popper, Milton Friedman, Walter Lippman, Michael Polanyi y Salvador de Madariaga, entre otros. Nacía así la Sociedad de Mont Pélerin, un grupo especializado en una cruzada contra el keynesianismo, apostando a una forma de capitalismo menos restrictivo, más duro.

Pocas veces se ha advertido que la doctrina neoliberal con su prédica contra el igualitarismo y la regulación social, argumentando que la desigualdad es un valor positivo, acaso imprescindible, se inscribe, claramente, entre las teorías económicas y políticas más radicales del siglo XX. Como toda postura radical, el neoliberalismo no fue tomado muy en serio durante las tres décadas de postguerra, se trataba más bien de una teoría extrema y exótica que se revisaba con precaución en el ámbito académico.

Diez años antes de que el primer gobierno neoliberal se instalara en Gran Bretaña de la mano de Margaret Thatcher, surgía en América Latina una cruenta dictadura encabezada por Augusto Pinochet que, inspirada en Milton Friedman, convertiría a Chile en una experiencia piloto. Es interesante notar que la abolición del régimen democrático no significó ningún obstáculo para desplegar la doctrina neoliberal en nuestro país, pues, como había explicado Hayek, la democracia no es un valor propio del neoliberalismo.

Las medidas neoliberales chilenas incluyeron, desde luego, desregulación, desempleo masivo, violenta represión de los sindicatos, privatización de bienes públicos y una redistribución del ingreso a favor del quintil más rico de la población. Esta receta del llamado Shock, se aplicaría más tarde, mutatis mutandi, bajo el gobierno de la señora Thatcher en el Reino Unido, marcando con ello el inicio de una clara hegemonía ideológica del neoliberalismo a nivel mundial. En América Latina, la nueva doctrina comenzaría a implementarse hacia fines de los años ochenta: Salinas en México, Menem en Argentina, Pérez en Venezuela y Fujimori en Perú.

En Chile, tras dos décadas concertacionistas, de inspiración socialcristiana y socialdemócrata, se consolidó la plena hegemonía de las tesis de Mont Pélerin en tanto estos gobiernos hicieron suyas las políticas neoliberales. El triunfo de la derecha en nuestro país hace explícito un giro neoliberal hacia su estado más puro, esto es, favorable al capital financiero y a la privatización como principio operante, lo mismo que a la «desigualdad natural» que se traduce en un desigualdad estructural y programada, apenas un matiz post pinochetista.

2.- Chacarillas: Un sueño realizado

Uno de los rasgos que más llama la atención de la actual derecha chilena es su monótono discurso neoliberal, según el cual los grandes desafíos que enfrenta el país dependen más de un mercado fuerte, amplio y abierto que de un Estado moderno y eficiente. Se trata, desde luego, de una visión ideológica que, entre muchas otras cosas, olvida el origen espurio de nuestra sociedad de Mercado, un sangriento Golpe de Estado.

Las políticas neoliberales, en Chile como en otras latitudes, encuentran condiciones de posibilidad sólo cuando esta ideología se apropia del aparato estatal, sea a través de mayorías circunstanciales o bien mediante las armas. Tal como y lo han señalado muchos teóricos, el capitalismo triunfa sólo cuando es el Estado. El Chile actual representa, precisamente, esa identificación estrecha entre Estado y capital.

En estricto rigor, el neoliberalismo no es adversario del Estado en sí mismo, la mejor prueba de ello son las desesperadas y millonarias políticas gubernamentales en algunos países como Estados Unidos y el Reino Unido, tendentes a salvar a poderosas corporaciones del mundo financiero. En pocas palabras, el Estado es bueno y deseable cuando sirve al capital, y por el contrario, resulta nefasto cuando se convierte en un estricto ente regulador y fiscalizador.

En el caso de nuestro país, la vinculación incestuosa entre el Estado y el capital no se inaugura con el actual gobierno de derecha sino que, insistamos, se es parte del diseño dictatorial. Los gobiernos concertacionistas, más allá de la demagogia de sus personeros de turno, mantuvieron, en lo fundamental y con leves matices, esta complicidad que ha asegurado buenos y lucrativos negocios a los inversionistas criollos y extranjeros.

El actual gobierno de la derecha chilena pone en evidencia no sólo la hegemonía económica sino su extensión al aparato estatal y, mediante el control mediático, al ámbito cultural. Sostener que la derecha chilena sólo llena un vacío coyuntural, derivado de la división de las fuerzas democráticas, parece más bien una ingenuidad que no se hace cargo de las condiciones estructurales del capitalismo chileno y de su impacto en el ámbito político y cultural. Todo indica que la presencia derechista en el Estado inaugura un vector inédito en este siglo XXI. En este sentido, el gobierno del señor Piñera hace explícita, sin coartadas ni mascaradas la relación entre el Estado chileno y los grandes capitales. Digamos de paso que el carácter actual del Estado policial se halla definido constitucionalmente, lo mismo que el ordenamiento económico. Dicho con brutal franqueza, Chile no ha roto el cerco impuesto por la dictadura militar, sino que más bien ha sido testigo del despliegue y desarrollo de su diseño económico y político hasta el presente.

3.- Neoliberalismo: Capitalismo del desastre

Hace algunos años, Naomi Klein, reconocida investigadora canadiense, escribió un libro que resulta ser la historia no oficial del libre mercado «La doctrina del Shock»(2007), en la que muestra cómo la implantación de políticas neoliberales se ha llevado a cabo en momentos de crisis políticas (guerras o golpes de estado),económicas (grandes turbulencias locales o mundiales) o naturales (catástrofes). La actual crisis económica a nivel mundial, en desarrollo, pareciera convertirse en el momento propicio para una nueva arremetida conservadora en diferentes partes del mundo.

Las noticias del mundo global no son alentadoras. Una mirada panorámica nos muestra un anémico crecimiento de la economía estadounidense, desaceleración de la locomotora china y crisis abierta en la eurozona con un desempleo promedio del 11% que es el doble en España. Como ya parece habitual cada tantos años, el capitalismo mundial se aproxima a una nueva crisis. La salvedad, ahora, es que aquella burbuja que se generó en Manhattan hace una década se ha transformado en una metástasis o, si se prefiere, en una «burbuja global»

Nos aproximamos a una crisis económica global, una circunstancia muy extraordinaria que no resulta previsible. Se trata de una «singularidad» que involucra economías regionales completas, como la zona euro, a economías como la China con 1.400 millones de habitantes o a los Estados Unidos, todavía la primera economía del planeta. La globalización que nació como una integración mundial de los mercados bajo la impronta neoliberal ha generado un escenario tan intrincado y complejo que no hay país alguno capaz de escapar de los efectos de una debacle de proporciones. Hoy se habla de España o Grecia, pero lo cierto es que todo el sistema financiero mundial está en graves aprietos.

El escenario latinoamericano, por lo menos aquel que puede observarse en la última Cumbre de las Américas, es política y económicamente muy heterogéneo. Los países de la región están escasamente integrados, a pesar de valiosos esfuerzos de algunos gobiernos. Salvo el caso de Brasil y México, se trata de economías pequeñas a escala global cuya modalidad ha sido llamada «capitalismo neo-extractivista», con agudos problemas sociales no resueltos cuyo destino a mediano plazo es incierto. Si bien la presencia de China como socio comercial se ha acrecentado estos últimos años, una crisis de la economía europea o norteamericana va a tener repercusiones serias en la región. Para desgracia de nuestros pueblos, ya conocemos las recetas del FMI en estos casos, austeridad fiscal, desempleo y miseria para los más.

La economía en nuestro país es particularmente sensible al clima mundial. Vamos a atravesar turbulencias y lejos de estar «blindados», como alguna vez se proclamó, lo cierto es que en cada crisis, los chilenos asalariados ponemos en riesgo no solo los empleos sino también los ahorros previsionales y la posibilidad misma de una vida digna. El cobre, una de las principales exportaciones chilenas, sigue a la baja, mientras el dólar se desvaloriza. Estos indicios son preocupantes y no afectan tan solo, como pudiera pensarse, a grandes empresas. La receta es conocida, en el «Capitalismo del desastre», las grandes empresas reclaman alternativamente subsidios estatales o privatizaciones, en ambos casos los que pagan las pérdidas son los ciudadanos. Un estado disminuido en sus capacidades de protección o asistencia social en virtud del credo neoliberal no puede sino agravar el pesimismo frente a las consecuencias de esta nueva crisis económica global que ya ha comenzado.

4.- ¿Hacia un fascismo global?

Como ya ha sido advertido, el advenimiento del régimen nazi puso en marcha el lado oscuro de la modernidad. Todos los logros tecno científicos de Europa fueron puestos al servicio de un poder político totalitario. Nació de este modo la propaganda político mediática en gran escala y la guerra moderna. Esa misma lógica tecno industrial se aplicó al exterminio sistemático de millones de seres.

El poder de Hitler y de su partido se sostuvo en tres pilares fundamentales: Propaganda, Control Policial y Guerra. Como ya se sabe, fue Joseph Goebbels el inspirador y artífice de una política propiamente moderna de propaganda en gran escala. En su calidad de ministro de propaganda e ilustración popular del Tercer Reich y mediante la aplicación de principios de psicología social, utilizó todos los medios disponibles tales como prensa de gran tiraje, carteles, radiodifusión y cinematografía. Había nacido la propaganda política en la era de la comunicación de masas.

Las tácticas militares también fueron inscritas en la nueva lógica industrial y moderna. Fue el talento de Heinz Guderian, quien llegaría a ser Jefe del Estado Mayor de la Wehrmacht el que concibió la llamada Blitzkrieg o guerra relámpago, una táctica que conjuga los ataques aéreos con el rápido avance de tanques e infantería coordinados mediante el uso de las telecomunicaciones. Es interesante destacar que Guderian se inspiró en parte en su amistad con el mariscal soviético Mijaíl Tujachevsky, amigo de Trotsky y fusilado posteriormente en lo que se conoce como la Gran Purga de Stalin.

El tercer pilar del régimen nazi fue la implementación de una policía secreta, la Gestapo. Esta organización respondía directamente al Fuhrer y no estaba sujeta a ningún control jurídico. La Gestapo fue el modelo para todas las organizaciones criminales que siguieron, siglas que no alcanzan a opacar su propósito último, la tecnología del horror: CIA, KGB, DINA y un extenso etcétera.

Si bien el Tercer Reich ya es historia, no podemos decir lo mismo de su lamentable legado. Los principios modernos de la Guerra, la Propaganda y el Control Policial, siguen muy vigentes en el siglo XXI y administran, hoy, el planeta entero. Auschwitz ha sido replicado hasta el presente en muchos lugares del mundo: Villa Grimaldi o Guantánamo, solo como tristes ejemplos específicos de un paisaje que se extiende por doquier. Este es el precio que la humanidad debe pagar para sostener la expansión neoliberal, el capitalismo del desastre y el schock permanente.

Pensar el mundo actual como un gran campo de concentración es menos aventurado de lo que parece a primera vista. En la lógica situacionista habría que insistir en que en el mundo realmente invertido, lo verdadero es un momento de lo falso ; finalmente, asistimos a un espectáculo que es ideología por excelencia, una tautología en que las imágenes naturalizan un orden económico, un poder que administra el mundo en nombre del orden y la libertad universales.

Al observar el repertorio temático diseminado por el planeta por la Híper Industria Cultural, no debiera sorprendernos que un lugar estelar corresponda a la Guerra. No se trata, tan solo, de conflictos locales. En la narrativa mediática, La Guerra se nos presenta como un continuum articulado de carácter modernizador y civilizatorio.

Para el europeo promedio da lo mismo que se trate de Libia, Irak, Siria o Afganistán, lo importante es que se trata de avanzar hacia la «democracia», superando formas culturales retrógradas. El cúmulo de cadáveres es el costo necesario para el advenimiento de la «primavera». Esta ideología propagada por la mayoría de los medios oculta los intereses en juego, la depredación que anima las intervenciones militares y la degradación que ello supone para las víctimas y victimarios. La Blitzkrieg 2.0, satelital y digitalizada, casi no deja espacio a los ejércitos tercermundistas que se atreven a resistir en nombre la soberanía nacional.

 Tal como ya ha sido expresado por numerosos pensadores, estamos bajo el signo de una civilización de la violencia, una época en que el capitalismo tardío ha devenido un capitalismo del desastre y del terror a escala global. Si ayer fue el complejo militar-industrial el que ordenaba la economía y configuraba el mapa del mundo, hoy asistimos a la era del complejo militar – mediático, una sociedad de la violencia y el espectáculo, una forma sui generis de Fascismo Global: «…el nuevo poder mediático y militar global ha creado aquella misma condición objetiva elemental bajo la que Walter Benjamin o Pier Paolo Pasolini definieron el fascismo moderno: el estado general de impotencia de una humanidad disminuida a la función de espectador y consumidor de su propia destrucción» [1]



[1] Subirats, E. 2006 Violencia y Civilización. Buenos Aires. Losada: 163