Cuidarse es clave para la salud y la vida de cualquier persona, pero es imprescindible y no una opción para quienes trabajan o interactúan en el ámbito de las violencias de género.
Profesionales de la psicología, la psiquiatría, el trabajo social, la comunicación y de otros espacios institucionales y del activismo concuerdan en que hay poca percepción de ese problema y escasas herramientas para lidiar con ello.
«En los últimos años se han incrementado esas situaciones, hay nuevos tipos de violencia en las redes digitales y en la comunidad», reconoce desde su experiencia Lourdes Santana Macías, psicóloga del Centro Comunitario del municipio Plaza, en la capital cubana.
La experta fue una de las participantes en el taller «Autocuidado: una necesidad del personal que trabaja en el ámbito de la violencia», organizado a fines de 2022 por el Centro Oscar Arnulfo Romero (OAR).
Una mayor afluencia de personas que piden ayuda, situaciones cada vez más sensibles y una práctica mantenida tras la pandemia de covid-19, de consultas a distancia por grupos de WhatsApp y video llamadas, han llevado a asumir nuevas modalidades terapéuticas, percibir la necesidad del autocuidado e incorporar algunas nociones al respecto, explicó Santana Macías.
Entre los aprendizajes, la especialista coloca la necesidad de recuperar la supervisión psicológica, que facilita las miradas de otras personas expertas, la discusión de casos en equipo y la colaboración profesional.
También el imperativo de delimitar la duración de las sesiones de trabajo, tomar recesos y respetar la individualidad de cada caso, además de fomentar el trabajo intersectorial, mejorar las condiciones y relaciones de trabajo y atender la superación del personal a cargo de la atención psicológica.
El autocuidado no es solo en el aspecto físico, sino también intelectual, emocional y sensorial, precisó.
Foco en las migraciones
«Si podemos pensar el autocuidado desde la profesión, ya estamos apostando por vivir, no por sobrevivir», sostuvo la psicóloga Consuelo Martín, investigadora y profesora de la Universidad de La Habana.
En su criterio, uno de los aprendizajes que dejó el tiempo de pandemia fue ver el autocuidado en las esferas de la vida cotidiana, que trascienden incluso el territorio nacional.
«El problema no es sobrevivir la experiencia migratoria, sino vivir, ser felices, contribuir e interactuar, a pesar de ello», dijo en referencia a los conflictos que viven hoy muchas familias cubanas que se han separado de sus hijos y otros parientes, en medio de un flujo migratorio externo intensificado en 2022.
En estos momentos, la emigración es una estrategia de solución a la crisis cotidiana, que tiene una suerte de contagio que se va generalizando, comentó Martín, partidaria de articular e institucionalizar la necesaria ayuda psicológica relacionada con las migraciones, que luego de 2013 se han transformado en un movimiento de ida y vuelta.
La profesora aludió a que algunas investigaciones migratorias apuntan a que hay mucha violencia de género como motivo de regreso, de mujeres violentadas por sus parejas.
«El tema de la migración tiene que ver con el cuidado y, sobre todo, con el autocuidado y el vínculo que se mantiene con los familiares emigrados», reiteró.
Autocuidado en primera persona
A criterio de Bárbara Zas, estudiosa del Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas, quedan varios obstáculos que vencer. «En nuestras formaciones profesionales no se incluye la necesidad de la autoevaluación, creemos que podemos con todo y hacemos resistencia al autocuidado».
Otra psicóloga, Roxanne Castellanos, suma las responsabilidades laborales y también las familiares, que muchas veces no se logran conciliar ni se traducen en bienestar.
Resultados preliminares de una encuesta a 21 integrantes del proyecto «Crianza respetuosa», 90 por ciento madres, constatan que ellas tienen la sobrecarga de llevar adelante su familia y los cuidados de otras personas.
Si bien 84,6 por ciento asegura contar con una red de apoyo para el cuidado de sus hijos e hijas, solo 59 por ciento ratifica que dispone de un respaldo similar para autocuidarse.
«Los temas de autocuidado compiten mucho con esa creencia imaginaria del sacrificio de las mujeres, que cuando son madres tienen que dedicarse a eso esencialmente y pasar otros aspectos de la vida a segundo plano», sostuvo Castellanos.
De las personas entrevistadas, 55 por ciento valora su alimentación de regular, solo 9,10 por ciento practica sistemáticamente caminatas y ejercicios físicos y apenas 17 por ciento confiesa dormir lo suficiente.
También son bajos los porcentajes de quienes se atienden problemas y requerimientos de salud, comparten espacios de distracción y relajación con amistades y con sus parejas.
«No hay una cultura del ocio y tampoco se desarrolla en los ámbitos institucionales. Primero debe lograrse un buen clima laboral, pero también espacios de esparcimiento que posibilitan otros tipos de relaciones», valoró la psicóloga Beatriz Torres, presidenta de la Sociedad Cubana Multidisciplinaria para el Estudio de la Sexualidad.
A juicio de la fiscal Yamilka Xiqués Pérez, «varios parásitos laborales disminuyen la percepción del autocuidado personal y colectivo». Entre estos mencionó la presión por procesos rígidos de trabajo, la sobrexigencia, la falta de reconocimiento, los límites a la creatividad y otras prácticas que desmotivan a las personas.
Una de las limitantes del autocuidado es, también, no poder desligarse del cuidado de los demás, aseguró Ivón Ernand, al frente de la consejería a mujeres en situación de violencia, en OAR.
La psiquiatra llamó la atención acerca de que hay un cuidado establecido en las edades extremas de la vida, la niñez y la adultez avanzada; sin embargo, no ocurre así en las edades intermedias, más activas y productivas, cuando se asumen además multiplicidad de roles.
«El autocuidado, entonces, habla de centrarnos un poco en aprender a cuidarnos nosotras mismas, independientemente de lo que hagamos por los demás y lo que logremos desde las instituciones. Tiene que formar parte de los estilos de vida», reiteró.