Publicada en 1975 por primera vez en dos partes (Marxismo y teoría revolucionaria; y El imaginario social y la institución), tal vez sea La institución imaginaria de la sociedad la obra más conocida del filósofo y sociólogo greco-francés, Cornelius Castoriadis. Fallecido en 1997 en París, se cumple este año un siglo de su nacimiento. Lo que ya desde mediados de los años 60 este autor denominaba “lo imaginario social”, poco tenía que ver con reflejos, imágenes especulares, la mirada del otro o lo ficticio, según aclara en el prefacio de La institución imaginaria de la sociedad.
El autor considera “lo imaginario”, por el contrario, como “creación incesante y esencialmente indeterminada (histórico-social y psíquico) de figuras/formas/imágenes, a partir de las cuales solamente puede tratarse de ‘alguna cosa’. Lo que llamamos ‘realidad’ y ‘racionalidad’ son obras de ello”.
A finales de 1945 Castoriadis se trasladó de Grecia a Francia, donde vivió hasta 1997. Reivindicó el concepto de autonomía política, el socialismo libertario, el comunismo consejista e influyó en las revueltas de mayo del 68 francés; además ejerció como psicoanalista y en 1980 fue designado director de estudios de la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales de París.
Las reseñas biográficas comienzan situando a Cornelius Castoriadis como integrante del Partido Comunista Internacionalista (PCI) en Francia, del que después se separó; fue además uno de los fundadores del grupo marxista –y antiestalinista- Socialismo o Barbarie, constituido en 1948 y disuelto en 1966 (también, junto al filósofo Claude Lefort, fundó la revista con la misma denominación); De la evolución en su ideario da cuenta la ruptura con el trotskismo y el abandono del marxismo.
Entre sus obras figura La sociedad burocrática; La experiencia del movimiento obrero; Los consejos obreros y la economía en una sociedad autogestionaria; o Proletariado y organización, publicadas en los años 70. Posteriormente vieron la luz otros volúmenes, por ejemplo Ante la guerra; Las encrucijadas del laberinto; El avance de la insignificancia; La creación humana; o Lo que hace a Grecia.
“Los actos reales, individuales o colectivos –el trabajo, el consumo, la guerra, el amor, el parto-, los productos inmateriales sin los cuales ninguna sociedad podría vivir un instante, no son (ni siempre ni directamente) símbolos. Pero unos y otros son imposibles fuera de una red simbólica”, explica Castoriadis en La institución imaginaria. “Es imposible comprender lo que fue, lo que es la historia humana, prescindiendo de la categoría de lo imaginario”, agrega el pensador nacido en Atenas.
Un ejemplo del peso de lo simbólico en el lenguaje y las instituciones se da en la Revolución de 1917, cuando -según relata Trotski en su autobiografía- Lenin prefirió la expresión “Sóviet de los Comisarios del Pueblo” a la de “Consejo de Ministros”, pues ésta denominación le recordaba los gobiernos de la burguesía.
“Realidad, lenguaje, valores, necesidades, trabajo de cada sociedad especifican en cada momento, en su modo de ser particular, la organización del mundo y del mundo social referida a las significaciones imaginarias sociales instituidas por la sociedad en cuestión”, afirma Castoriadis, filósofo nacido en Atenas crítico con las jerarquías y las burocracias.
De este modo, en abril de 1981, en el contexto de la Guerra Fría, realizaba en el libro Ante la guerra la siguiente advertencia: “(…) el ‘socialismo’ ruso equivale a la transformación de los países dominados por él en campos de concentración, y las pretendidas ‘democracias’ occidentales son en realidad oligarquías liberales seudorepresentativas”.
Algunas reflexiones sobre la sociedad instituidora y la imaginación social pueden hallarse en el primer volumen de La sociedad burocrática, titulado Las relaciones de producción en Rusia, de 1973. Así, “la imaginación es el origen de los esquemas y de las figuras que constituyen las condiciones últimas de lo que puede ser representado y pensado (…); es lo que se encarna en las significaciones imaginarias sociales que se imponen a todos los individuos y permiten que dejen de ser recién nacidos ruidosos de la especie homo sapiens y se conviertan en espartanos, dogons o newyorkinos”.
En 1981, en un artículo incluido en Los dominios del hombre, subraya que el magma de las significaciones imaginarias sociales es una “urdimbre” muy compleja que dirige toda la vida social y a los individuos que la constituyen. Se refería a significaciones como Dios, polis, ciudadano, nación, estado, partido, mercado, capital o pecado. Asimismo a hombre/mujer/hijo, tal como se especifican en una sociedad determinada.
El filósofo revolucionario concreta esta idea en dos ejemplos, el segundo tomado de Marx: “La hechicería era real en Salem hace tres siglos y aún más; el Apolo de Delfos era en Grecia una fuerza tan real como cualquier otra”. Toda sociedad es, en consecuencia, la creación de un mundo, de su propio mundo.
Y, en cuanto al contenido de un proyecto revolucionario, no consiste, a juicio de Castoriadis, en una sociedad sin instituciones, ni de “buenas” instituciones dadas para siempre; se trataría, por el contrario, de una sociedad capaz de modificar en todo momento sus instituciones, “que se autoinstituye explícitamente” y de manera continua.
Respecto a la cuestión de la autonomía social e individual, los conceptos de autogestión y autogobierno, Castoriadis apuntaba –en un texto de principios de los años 80- el caso de Rusia: “Los sóviets y los comités de fábrica creados por la población en 1917 fueron gradualmente domeñados por el partido bolchevique y por último privados de todo poder durante el periodo 1917-1921. El aplastamiento de la comuna de Kronstadt en marzo de 1921 ponía el punto final a este proceso (…)”. A partir de entonces, sería necesaria una revolución “plena” para desalojar del poder a los bolcheviques.
El argumento central consiste en que los principios de autonomía y autoorganización se contraponen a la heteronomía; el intelectual greco-francés lo concreta en el siguiente ejemplo: “Marx veía en la técnica algo positivo y otros sólo veían en ella un medio neutro que puede ser puesto al servicio de cualquier fin”. Pero, agrega el sociólogo, “sabemos que esto no es así, que la técnica contemporánea es parte integrante de la institución heterónoma de la sociedad, así como lo es el sistema educativo”. En cambio una sociedad autónoma se da su ley, sabiendo que lo hace.
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