La resistencia al neoliberalismo, especialmente a lo largo de la década de los 90, fue protagonizada particularmente por los movimientos sociales, sea por la renuncia de muchas fuerzas partidarias a desempeñar ese papel, sea porque los efectos mas crueles del neoliberalismo se dan, precisamente, en el plano social. En ese momento se formuló la expresión […]
La resistencia al neoliberalismo, especialmente a lo largo de la década de los 90, fue protagonizada particularmente por los movimientos sociales, sea por la renuncia de muchas fuerzas partidarias a desempeñar ese papel, sea porque los efectos mas crueles del neoliberalismo se dan, precisamente, en el plano social. En ese momento se formuló la expresión «autonomía de los movimientos sociales», con el sentido de luchar contra la subordinación a las fuerzas políticas y luchar por el predominio de las fuerzas que más directamente expresaban los intereses populares.
Pero ¿qué significado puede tener la autonomía social? ¿Autonomía frente a qué? ¿El «otro mundo posible» puede ser construido a partir de la «autonomía social»?
Esa autonomía apunta a la centralidad de la «sociedad civil», para contraponer al Estado, a la política, a los partidos, al poder – conforme fue consagrado en la Carta del Forum Social Mundial. En el límite, se identifica con dos versiones teóricas: la de Toni Negri, por un lado, y la de John Holloway, por el otro, ambas tienen en común la contraposición al Estado, promoviendo, en contraposición, la esfera social.
Esa concepción prevaleció durante la década de los 90 cuando, puestas en defensiva las fuerzas anti-neoliberales se concentraron en el plano social, desde donde lanzaron sus principales movilizaciones. A partir del momento que se puso en evidencia el desgaste precoz del modelo neoliberal – particularmente después de las crisis en las tres mayores economías del continente, México, Brasil y Argentina – la lucha pasó a otra fase: la de construcción de alternativas y de la disputa por una nueva dirección política.
Se fueron sucediendo así las elecciones de presidente, como rechazo a los gobiernos neoliberales, en 8 países del continente – ya con tres reelecciones – marcando la fase de transferencia de la esfera predominante hacia la política.
Quien no entiende esa nueva fase, dejó de captar la marcha de la lucha anti-neoliberal. Quien persiste en la «autonomía de los movimientos sociales» quedó relegado al corporativismo, oponiendo autonomía a hegemonía y renunciando a la lucha por la construcción del «otro mundo posible», que pasa por la conquista de gobiernos, para afirmar derechos – dado que el neoliberalismo es una máquina de expropiación de derechos. Además de que otros elementos esenciales del anti-neoliberalismo, como la regulación de la circulación del capital financiero, la recuperación de la capacidad reguladora del Estado, el freno a los procesos de privatización, el avance en los procesos de integración regional, entre otros, suponen acciones gubernamentales.
Transformar la autonomía en una categoría absoluta – en cualquier esfera: social, política, económica o ideológica – significa no captar el peso de las otras instancias y entender la política como una esfera entre otras y no como la síntesis de todas ellas. La evaluación de los gobiernos tiene que ser hecha en función de la naturaleza de su programa y de su capacidad de realización, en el caso de nuestro continente, en el período actual, por la acción contra el modelo neoliberal y a favor de los procesos de integración regional y contra los Tratados de Libre Comercio (TLC).
Los movimientos sociales son un componente, muy importante, pero no el único, del campo popular o del campo de la izquierda, como se quiera llamar, al que pertenecen también las fuerzas políticas, gobiernos locales, estaduales (provinciales) o nacionales. Nunca los movimientos sociales, autónomamente, dirigirán o han dirigido un proceso de transformación en la sociedad. Para hacerlo, tuvieron que – como en Bolivia – construir un partido, en este caso el MAS (Movimiento al Socialismo); esto significa restablecer, de una nueva forma, las relaciones con la esfera política, para poder construir una hegemonía alternativa.
La autonomía que tiene sentido en la lucha emancipatoria es aquella que se opone a la subordinación de los intereses populares y no la que se opone a la hegemonía, que articula obligatoriamente las esferas económica, social e ideológica, en el plano político. El paso de la defensiva – concentrada en la resistencia social – a la lucha por una nueva hegemonía, caracteriza la década actual del continente, que se transformó, de laboratorio de experiencias neoliberales, en el eslabón más frágil de la cadena neoliberal del mundo.